30 seconds to mars, la necesidad de pertenencia y los mundos paralelos

Oct 09, 2006 19:10

Lo que más me gusta de no tener pareja es poder decir en voz alta que me gusta 30 seconds to mars (o 'I don't wanna miss a thing'). Los problemas de emparejarse con músicos...

No sé que me pasa cuando me involucro seriamente con alguien, que me entra esa necesidad patológica de ser lo que sea que él quiera de mí (o lo que sea que a mí se me ocurra que él quiere de mí... porque tampoco es que siempre haya apuntado por la dirección correcta). ¿Alguien ha visto Runaway Bride? Algo así. De hecho, la peli está en la lista de los '10 elementos clave para entender a mullu'.

Pensaba... que no me sucede solo con los patas (chicos). Escribo esto y pienso qué pensará quien lo lea, o si alguien lo leerá algún día... Y es curioso, porque me he pasado la vida tratando de no preocuparme por cosas así. Me he pasado la vida tratando de afirmar mi derecho a ser quien soy, por encima de lo que opine cualquiera. Pasaron muchos años hasta que me dí cuenta de cuanto podía importarme la aceptación de ese 'quien soy' por 'cualquiera'.

No creo que sea tan malo, hasta cierto punto. Todos necesitamos pertenecer. Algunos tienen suerte y pertenecen naturalmente. Encajan siempre. A otros nos cuesta más. Hablamos, nos reímos, bailamos, le caemos lo suficientemente bien a la mayoría... pero no 'somos', no 'pertenecemos'. No terminamos de entender las bromas, las posiciones, la lógica, lo patrones de comportamiento... Terminamos metiendo la pata en cosas básicas para cualquiera (para cualquiera que pertenezca, por supuesto). O guardando el 'paquete completo' para los pocos desadaptados que encontramos en el camino (que no desencajan necesariamente de la misma forma que uno... pero por lo menos comprenden lo que es sentirse 'ajeno'), y, en casos como el mío, para los amigos imaginarios (a los que nunca les agradeceré suficiente el haber estado siempre allí).

Ni siquiera se me nota tanto, y por eso mi papá (¿o fue mi mamá?) me dice cosas como "necesitas conocer gente nueva, siempre te haces amiga de los marginales", y yo no sé como explicarle que yo SOY 'los marginales'. Porque cuando me río en las fiestas, y bailo, y hago bromas, y me llevo bien con todo el mundo, parece que perteneciera. Pero no. Ni con los 'bacanes', ni con los 'marginales'... ni con los 'verdes'... ni con los 'marcianos'...

Hace poco me dí cuenta de que no soy tan extraña. Un pincho de gente 'no pertenece'. Y yo por lo menos tengo mis mundos paralelos... conozco a varios que podrían darles buen uso (de hecho, me los llevo por ahí de vez en cuando, aunque no se enteren). Pero cuesta. Uno quiere pertenecer.  Y lo que es infinitamente más conchudo... quiere pertenecer como uno. Uno no quiere adaptarse... quiere que, mágicamente, aparezca el grupo al que uno pertenece de forma natural. A veces pasa, no crean (y otros tenemos mundos paralelos).

Y no es que no tenga amigos maravillosos de carne y hueso ('marginales' y 'no marginales'). Los tengo. Increíbles. Maravillosamente desadaptados, casi todos. Amigos de los que valen, de los que siempre van a estar allí. Amigos que se convierten en familia. Amigos con los que 'pertenezco' (aunque seamos todos tan diferentes).

Y por eso, no entiendo que sucede con esa necesidad de encajar. No entiendo por qué sigo jugando a la novia fugitiva y qué carajo me importa si alguien lee o no mi blog...  Es curioso... Nunca me pasó en el cole.  Se supone que la adolescencia es la época de 'querer ser bacán', pero a mí efectivamente nunca me importó. Será que ningún grupo me llamaba la atención.

El primer día de clases de primer grado conocí a mi mejor amiga de la infancia. Era la única persona en el mundo con una imaginación tan activa como la mía. Nunca encajamos en los juegos de los otros niños. Nos aburrían. Mientras las chicas saltaban la liga y los chicos jugaban al fútbol, nosotras vivíamos aventuras increíbles. Nos convertíamos en superheroínas por magia arácnida y buscábamos los ingredientes de pociones secretas por todo el colegio. Nos encerraban en un internado y planeábamos espectaculares rutas de escape. Nos dormíamos en un barco que viajaba a la deriva y despertábamos en medio del océano, condenadas a vagar por islas desconocidas, llenas de seres fantásticos. La adolescencia se encargó de separarnos, y aunque la mayor parte del tiempo no la recuerdo, cuando la recuerdo la extraño terriblemente. Adriana fue la única persona con la que alguna vez sentí que 'encajaba'. La única que entendía las cosas que decía (hasta que aprendí a hablar en 'adaptado'). A la que de verdad no le importaba lo que pensara nadie, y escribía libros de aventuras espaciales en los que los protagonistas eran sus amigos del cole, y le daba librazos en la cabeza a los patas que nos silbaban en la calle, y fantaseaba con demonios de cabello largo pero se gileaba al que quería ser cura.

Cómo te extraño, flaca. Cómo te extraño.

Descubrir el fanfiction (y los mundos paralelos de tantas otras personas) fue como abrir una puerta. Y del otro lado estaban el laboratorio secreto, el barco y el internado, las estrellas-planeta, Johnny y el Oso, los escorpiones, Ximel y Loz, la fortaleza de Lord, los dragones de cristal, los clanes del bosque (con el pelo de colores), los soldados de la oscuridad... la oportunidad de volver a pararme en la pared de ladrillos y recargar mis poderes arácnidos, de dar tres vueltas señalando una estrella (con los ojos cerrados) y viajar a un mundo desconocido... de que alguien entienda lo que estoy diciendo.

Ahora que lo pienso (y ya descargada), debe ser eso lo que me preocupa. Saber que toda esa gente existe y yo no l@s conozco. La socialización virtual no se me da muy bien. Pero no importa mucho en realidad ¿a que no? Porque existen. Porque están. Porque si llegaran a leerlo, lo entenderían. Y eso basta.

De hecho, eso es absolutamente maravilloso.

de los viajes por el laberinto

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