Una Fuerza Imparable - Cap. 4

Mar 19, 2010 10:24

-¿Pepa? -Mi voz suena insegura, temerosa incluso.

La sujeto por la cintura con mi brazo, posando mi palma en su espalda, mientras mi otra mano consigue alcanzar su barbilla y elevarla para que nuestros ojos se encuentren. Y es entonces cuando veo su maravillosa sonrisa, y no puedo evitar contagiarme y sonreírle en respuesta.

Pero las lágrimas empiezan a agolparse en sus ojos, y a pesar de que sigue sonriéndome, mi corazón se encoge al verla al borde del llanto. No tengo tiempo de preguntarle que ocurre, porque se me adelanta, posando su mano temblorosa en mi mejilla.

-Estás bien. -me dice en un susurro, mientras las lágrimas resbalan por su rostro, y sus dedos se enredan en mi pelo. Sus ojos empiezan a entrecerrarse, y el pánico empieza a apoderarse de mí, que sigo sin entender que le ocurre. -Estás bien. -vuelve a repetir con una voz entrecortada, y su cuerpo comienza a derrumbarse en mis brazos que intentan mantenerla erguida.

-¡Pepa! -Intento sujetarla contra mí, pero el peso de su cuerpo inerte es demasiado y siento que vamos a precipitarnos al suelo si no consigo sujetarla mejor; y es al mover la mano que tengo sobre su espalda cuando me doy cuenta de la humedad que la empapa, y al retirarla veo mi mano cubierta de sangre, la sangre de Pepa.

Es entonces cuando el pánico se hace con mi ser y me derrumbo en el suelo con el cuerpo de mi mujer entre mis brazos, mientras ella no deja de repetir una y otra vez las mismas palabras. -Tú estás bien, estás bien, estás bien, Silvia…

Apenas soy consciente de mi padre cubriéndonos a las dos con su cuerpo mientras oigo gritos lejanos diciéndonos que nos echemos al suelo. Todo sucede como si de una escena a cámara lenta de una película se tratara, y yo sólo puedo concentrarme en los ojos de Pepa, y en sus labios, que no cesan de repetir esas palabras; pero yo ya no las oigo, ni sus palabras ni los ruidos de las balas sobrevolando nuestras cabezas. Lo único que penetra mi mente es su mirada que parece intentar decirme que todo está bien, que no importa lo que esté sucediendo fuera de mi abrazo.

Pero ese momento de calma llega a su fin cuando noto una mano que me zarandea, intentando sacarme de mi delirio, escucho a mi padre gritando mi nombre. Es entonces cuando vuelvo a ser consciente de esa humedad que empapa ahora mi vestido además del de Pepa, y mi cerebro ata cabos y entiende que el ruido que ensordeció el salón hace apenas un par de minutos era el sonido de una bala, una bala que atravesó el cuerpo de Pepa que se interpuso entre el proyectil y mi propio cuerpo.

Mis manos empiezan a temblar, y por un momento me olvido de que soy médico, no sé que hacer. Sólo quiero abrazarla y hacer que el tiempo retroceda y todo esto no haya ocurrido, que sea un mal sueño del que quiero despertar. Y la mezo entre mis brazos cerrando mis ojos y esperando que mis ruegos se cumplan y pueda abrirlos y despertar en nuestra habitación, abrazada a su cuerpo desnudo como cada mañana. Pero no, no es así, y como tantas veces, la realidad supera con creces la peor de nuestras pesadillas, y la voz de mi padre vuelve a llegar a mis oídos, esta vez unida a la de mi cuñado.

-¡Silvia! -Por fin abro los ojos de nuevo y los dirijo al hombre que se ha arrodillado a nuestro lado. Me mira desesperado, esperando que yo lo arregle, que le de respuestas, pero lo cierto es que no sé como hacerlo.

De repente soy consciente de que unas manos se aferran a mi cara e intentan que fije mi vista en otro punto, y cuando por fin me dejo llevar me encuentro con la cara de mi padre, que pega su frente a la mía y me habla intentando hacer llegar sus palabras a mi cerebro entumecido por el dolor.

-Mi vida, escúchame -me dice, y yo lo escucho. Lo escucho porque es mi padre, mi héroe, el que puede con cualquier cosa. Y yo me agarro a la idea de que quizá esta vez también pueda arreglar esto, así que lo escucho -. Silvia, cariño. ¡Pepa te necesita! -Pero eso no es lo que necesito oír, ¿es que no se dan cuenta de que en este momento yo no soy la Dr. Castro?, ¿es que no entienden que simplemente soy Silvia, con Pepa, mi Pepa desangrándose en mis brazos?

Y es en ese preciso momento, en el que mi mente procesa el hecho de que la mujer de mi vida se encuentra entre mis brazos y la vida se escapa de su cuerpo poco a poco, cuando por fin reacciono; y el miedo abandona mi cuerpo en forma de una lágrima que no puedo evitar que se escape al mirar a los ojos de mi padre.

-Papá, ayúdame. -Le suplico con un sollozo, y mi padre me limpia esa lágrima y asiente convencido.

-Claro que sí, cariño. -Y posando un beso en mi frente me ayuda a encerrar ese miedo que me paraliza, arrinconándolo en un segundo plano, y dejando en su lugar a una mujer que está segura de lo que tiene que hacer.

Mis ojos vuelven a posarse en el rostro de Pepa, que está luchando por mantener sus ojos abiertos, mientras sus labios no cesan de moverse. Y yo ya no escucho lo que dicen, no puedo, aunque me mate por dentro. No puedo, porque sé que si me dejo llevar y me centro en sus palabras volveré a perder el control sobre mis emociones. Así que dejo que mi yo profesional se haga cargo de la situación, y con la ayuda de Paco desgarro trozos del mantel de nuestra mesa nupcial he intento taponar la herida.

Las balas vuelven a volar por el salón, y tenemos que refugiarnos de nuevo contra el suelo para evitar ser alcanzados. Paco y mi padre nos cubren de nuevo, intentando protegernos no sólo de las balas, sino también de los restos de cristal y pared que llueven a nuestro alrededor.

-¡Necesito sacarla de aquí! -Es lo único que alcanzo a gritar cuando parece que quien quiera que nos esté disparando nos da una pequeña tregua y los disparos cesan por un instante.

-Abajo hay una bodega. -La voz de Rita nos alcanza, y yo asiento. Incorporando el cuerpo de Pepa con la ayuda de mi padre, mientras Paco nos mira desesperado, no sabiendo qué hacer.

-Sara… -Es todo lo que escapa de sus labios mientras me mira, primero a mi y después a su hermana. Y entiendo que no sabe qué hacer, que quiere bajar y ayudar a Pepa, pero su hija está fuera, en medio de un fuego cruzado. Mi padre hace que la decisión que debe tomar le sea menos dolorosa.

-Paco -La voz de mi padre lo devuelve a la realidad -.Ocúpate de todo aquí arriba, ¿de acuerdo? Ayuda a Montoya con todo lo que necesite.

Y Paco asiente, ayudándonos a incorporar a Pepa, y dirigiéndome una última mirada de apoyo antes de besar la mano de su hermana y girarse para dirigirse a  donde se encuentra Gonzalo.

Con la ayuda de mi padre consigo bajar a Pepa hasta la bodega, y a pesar de que intento mantenerme ajena a la situación, no puedo evitar que una parte de mi alma se muera al ver el cuerpo de mi mujer tumbado en el frío suelo de una bodega triste y oscura en el día de nuestra boda.

Pero no puedo pensar así, no puedo…así que me trago las lágrimas que intentan salir y le pido a mi padre que me ayude a mantener su torso erguido y a quitarle la parte de arriba del vestido para poder ver mejor a lo que nos enfrentamos. Me doy cuenta de que la bala le ha atravesado el pulmón de lado a lado, y que las dificultades que está teniendo para respirar se deben al colapso del mismo.

Rita se acerca a nosotros con un botiquín de primeros auxilios y antes de marcharse deposita un beso en la frente de Pepa, y a pesar de que intenta disimularlo, puedo ver la mirada de resignación que atraviesa su rostro antes de abandonarnos. Y mi corazón se encoge de nuevo, porque sé que necesito llevarla a un hospital, sé que yo no puedo hacer apenas nada para salvarle la vida aquí.

Y a pesar de que lo intento, y no paro de repetirme que debo centrarme en la herida y no en la paciente, a mis oídos llega de nuevo su voz y esas palabras que no ha dejado de repetir desde que se precipitó contra mi cuerpo. Y me desgarran el alma cada vez que las oigo, así que dejo que mi coraza desaparezca por unos segundos para mirar en sus ojos.

-Estoy bien, amor -le susurro a la vez que pego mi frente a la suya-. Y tú te vas a poner bien -le digo mientras mis dedos recogen un mechón suelto y lo enredan detrás de su oreja, como tantas veces ha hecho ella con mi pelo-. Te lo juro.

Y la miro con toda la confianza que puedo reunir en esto momento, pero una lágrima traicionera se escapa por mi mejilla, dejando ver que a pesar de mi confianza, el miedo que trato de mantener encerrado sigue estando ahí.

Mi padre intenta darnos toda la privacidad que puede, mirando hacia otro lado y aguantando sus propias lágrimas como puede mientras sigue taponando la herida de Pepa. Él me conoce bien, y sabe que no podré trabajar hasta que no temple mis nervios, y sabe también que Pepa consigue tranquilizarme como ninguna persona antes había conseguido hacerlo. Ella me centra, es mi ancla en este mundo, y ahora que tengo que luchar con el terror que me produce la idea de perderla, no consigo sacudirme ese miedo de encima. De nuevo, su voz entrecortada alcanza mis oídos, a la vez que sus ojos me acarician el alma.

-Lo sé, prin…cesa -me dice, y toma aire como puede para seguir-. Todo va a ir bi…en, porque lo he cam… -y su mano se posa de nuevo en mi mejilla- …cambiado; he cam…bia…do mi sueño, peli…rroja. Ahora todo es…tá bi…en.

Su mano se desliza por mi rostro para caer desplomada al suelo, a la vez que su cabeza se derrumba sobre mi hombro. Y de repente me falta el aire, y recuerdos de la noche pasada taladran mi mente, amenazando con hacerme perder la cordura. Pero mi sentido gana la partida y siento como Pepa ya no respira, y de nuevo condeno al miedo a un rincón de mi ser, mientras la tumbo otra vez sobre el frío suelo e intento insuflar nuevamente vida en sus pulmones.

-¡Respira! Maldita sea, ¡respira Pepa! -Mis manos hacen lo que deben hacer sin que yo sea consciente de ello, presionan su pecho para devolverle la vida a su corazón, y mi boca intenta devolverle el aire a través de esos labios que tantas veces he besado. Esos labios que tantas veces me han rozado, haciéndome estremecer.

-No te atrevas a dejarme, ¡¿me oyes?! -le grito desesperada, y las lágrimas no paran de caer, pero mis manos y mis labios siguen practicando ese ritual de resurrección que tienen que devolverla a mis brazos, tienen que hacerlo, porque yo ya no concibo una vida sin ella.

-Hija… -De nuevo la voz de mi padre, intentando sacarme de este infierno, pero esta vez no es tan fácil. Sin ella no hay otra cosa que no sea infierno. -Se ha ido, hija. -Oigo las lágrimas en sus palabras, pero no quiero escucharlo, así que aparto esas manos que intentan consolarme y sigo golpeando su corazón, desesperada, y al levantar la vista para limpiar mis ojos de las lágrimas que me impiden ver, me doy cuenta de que el botiquín sigue estando a mi lado, sin abrir. Y me maldigo por no haberme dado cuenta antes.

-¡Que estúpida soy! -Mi padre me mira confuso mientras destrozo la caja que tiene que contener la última esperanza que le queda a Pepa, pero no tengo tiempo para aplacar sus dudas. -¡Joder, qué estúpida! -Los contenidos de la caja caen sobre el suelo, y mis lágrimas se multiplican cuando encuentro lo que busco en medio del revoltijo de vendas y pastillas.

Mis manos, que hasta ese momento se revolvían nerviosas entre los restos del botiquín, dejan de temblar en cuanto me acerco a ella, y la jeringuilla atraviesa su pecho sin dificultad permitiéndome extraer el aire que la está ahogando. Y de nuevo retomo mi baile anterior, con mis manos y mis labios intentando devolverle la vida a su corazón y sus pulmones. Una vez -…tres, cuatro, cinco, respira -Y otra-. ¡Respira!

Y de nuevo los brazos de mi padre intentando apartarme de ella. Pero no lo dejo, antes me muero que abandonarla. Y me revuelvo en sus brazos y vuelvo a su lado, y le golpeo el pecho con fuerza, y le grito -¡Vuelve conmigo! -le grito y no dejo de golpear su corazón porque sé que ella aún está ahí -No me dejes sola, Pepa… -Tiene que seguir ahí porque si no sé que mi corazón habría dejado de latir.

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Capítulo 5

fanfic, lhdp, una fuerza imparable, los hombres de paco

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