Fandom: DCU - Comicverse
Título: La Metamorfosis de Timothy Drake, primera parte: Lazos.
Personajes: Tim Drake, Jason Todd, Stephanie Brown, Barbara Gordon, Damian Wayne, Harper Row, Alfred Pennyworth, Kon-El/Conner Kent + OCs.
Rating y advertencias: preslash. PG13: lenguaje y violencia.
Disclaimer: Estos personajes no son míos, son de DC Comics.
Resumen: Algo cambia en Gotham. Los Maroni, una de las más antiguas familias de la mafia de la ciudad, adquieren poco a poco el poder de antaño.
Notas: Vale, pues. Este fic es mi bebé. Son más de catorce mil palabras, solo la primera parte, y llevo dándole vueltas a la idea desde este verano. No habría sido capaz de escribir esto sin Charlie (
desperatesmirks), ni sin Tortu, ni sin toda esa gente que me ha aguantado y me ha ayudado cuando creía que el fic era demasiado para mí.
Así que esto va para ellos. No es ninguna maravilla, pero espero que les guste, aunque solo sea un poquito.
Lazos consta de cuatro capítulos. Este es el primero. Se llama La caída.
También en AO3 (
x)
capítulo 1. la caída
Lo bueno de no ser nadie es lo fácil que resulta desaparecer en una multitud. Los años con Batman lo único que hicieron fue refinar esa habilidad, y en la actualidad, Jason es un maestro del arte de pasar desapercibido.
Lleva frecuentando el Mónaco, un bar pequeño y ruidoso en las profunidades de Newtown, al norte de la ciudad, durante los últimos dos meses. Es un lugar en el que se reúnen ciertos miembros de la mafia italiana de Gotham al anochecer. Los dueños, parientes lejanos de una de las familias menores de la ciudad, pagan una tasa de protección a uno de los lugartenientes de los Maroni, que a cambio mantienen la zona tranquila.
Es un lugar agradable. Sirven también comida, y en general tanto la bebida como esta son de buena calidad.
Jason se sentiría culpable por reventar todo el negocio si no supiera que utilizan el local para blanquear dinero, si no hubiera presenciado de primera mano el estado en el que se quedaban las chicas de la red de prostitución del que salen las propinas que la mitad de los parroquianos dejan a los camareros.
Pero ha visto todo eso y más, y por eso cuenta los minutos mientras se termina su cerveza, en sus vaqueros y su sudadera de chico de barrio, mientras charla con el dueño del sitio y actúa como el gigante idiota por el que permite a la gente tomarle.
Cuando el par de soldados de los Maroni a los que lleva vigilando durante las últimas semanas salen del bar, espera un par de minutos, paga y se despide con una sonrisa. Les sigue durante unos minutos antes de perderles de vista en el entramado hecho de callejones sin salida que es todo el norte de Gotham, pero no le hace falta saber dónde están para saber adónde van.
Tiene más curiosidad por saber a quién van a ver.
Son casi las siete, y está comenzando a llover. Jason se pone la capucha de la sudadera, y se mete las manos en los bolsillos. Comienza a andar, el sonido de la ciudad bajo la lluvia su única compañía, y pronto desaparece entre los edificios.
La estación de metro de Newtown está al lado de la carretera que sale de Gotham hacia el puente Robert Kane, lo más lejos posible de Arkham y el Callejón del Crimen sin aislar a todo el distrito. Es un lugar peligroso, sobre todo a partir del anochecer.
Es de las pocas al aire libre de toda la ciudad. Ambos andenes están a la merced de los elementos, que los convierten en lugares fríos, húmedos, que huelen siempre a mar y a la basura del fondeadero de Rogers.
El tren tarda unos minutos en llegar, y Jason espera de pie, al lado de la salida, un ojo en la vía y otro en el resto de ocupantes del andén.
La gente de Batman prefiere observar desde lejos, o desde la una posición más limpia, más sencilla, pero Jason sabe que la única forma de entender a una ciudad como Gotham es codearte con la clase más humilde. Respirar su aire y comer su comida y vivir sus historias. Compartir vagón de metro con chicas de la limpieza y trabajadores de fábrica, con prostitutas y criminales.
Y quizá sean sus raíces hablando, pero Jason se siente como en casa.
Cuando llega al apartamento en el que está viviendo, se quita la ropa empapada, come algo y, tras una siesta de media hora y un cigarro, sale de nuevo, el casco una presencia familiar y asfixiante con olor a plástico y cigarrillos.
Ha dejado de llover, y la combinación del aire fresco de la noche de Gotham con el sudor y el dolor en las articulaciones al saltar de un edificio a otro es algo agradable, familiar. Tras una hora de patrulla, varias rodillas rotas y tres intentos de violación frustrados, se detiene en un tejado del distrito más antiguo de Gotham, de camino al Tricorner, para comer algo.
Se compra un perrito y una Coca Cola en uno de los puestos que están abiertos toda la noche, y se sienta en una azotea.
Lleva alrededor de la mitad cuando el inconfundible ronroneo de una motocicleta de alto calibre le llama la antención. Jason se asoma a la calle, y reconoce al segundo la brillante, preciosa Ducatti roja que alguien acaba de aparcar entre dos contenedores.
Jason se mete lo que le queda de perrito en la boca y saluda con la mano, el casco rojo bajo el otro brazo, y poco más tarde, Drake se sube a la azotea, donde se le queda mirando durante un segundo, impenetrable, los brazos cruzados bajo la capa y los labios apretados. En la penumbra que la luz de las farolas y de las marquesinas convierten la oscuridad de la noche de Gotham Jason puede ver los restos de un moratón en su mejilla.
No estaba allí la última vez que le vio, hará dos o tres semanas. Casi sin querer, se pregunta quién se lo habrá hecho.
Jason se sienta en la baranda de cemento de la azotea, y se queda mirándole, las cejas arqueadas, hasta que Drake resopla y consiente en sentarse a su lado. Jason le ofrece el vaso de cartón, en el que todavía queda algo de Coca Cola, y se sorprende cuando Tim lo acepta y pega un trago sonoro, antes de intentar devolvérselo. Jason agita la mano, y Tim lo deja sobre la baranda, a su lado, y se inclina hasta apoyar la barbilla sobre sus manos entrelazadas. Jason se enciende un cigarro, y mientras se lo fuma, intenta no pensar en lo normal que se le hace estar sentado al lado del tío que hasta hace año y medio era algo así como la persona a la que más aborrecía en el mundo.
No sabría decir cuándo pasaron del odio a este silencio cómodo y fácil, pero si le preguntaran, Jason supone que todo comenzó el día que Drake le sacó de prisión, cuando el crío todavía llevaba la R en el pecho y se creía que era para siempre. Han pasado casi tres años desde entonces, y de todas las cosas que han cambiado en sus respectivos mundos, esta es, quizá, la más sorprendente. Para ellos mismos, y para los que les rodean.
Para Jason no es ningún secreto que ni Dick ni Bruce están contentos con el hecho de que Tim trabaje de vez en cuando con él, y se mantengan en contacto el resto del tiempo. En la actualidad, la bandeja de entrada de su correo electrónico está llena de los mails breves que Tim manda tres veces por semana, con la regularidad de un reloj, y que Jason mentiría si dijera que no espera con cierta impaciencia.
La única de toda la familia que le presta algo de atención, además de Tim, es Barbara, aunque lo suyo son más bien gruñidos virtuales cuando mete las narices en algo que Oráculo no quiere que las meta.
No suele tener efecto, pero Jason supone que Babs se merece un premio o algo así por seguir intentándolo.
Al cabo de unos minutos, Tim se vuele a mirarle, media sonrisa en el rostro.
- Qué, ¿alguna nueva por el frente? - le pregunta, y a Jason se le escapa un resoplido de risa a su pesar.
- Lo de siempre. Croc se volvió a escapar de Arkham y me tuvo una semana en las alcantarillas, hasta las rodillas de mierda - Jason gesticula con la mano del cigarro, y rueda los ojos - pero nada nuevo. Le atrapamos, Batman e Hijo me dieron la charla, etcétera, etcétera.
- Hogar, dulce hogar. - Tim suspira, y se lleva las manos a la cara, como si fuera a quitarse la capucha. Jason ve cómo se queda petrificado con los dedos debajo de la tela negra, los brazos tensos, y cómo se obliga a relajarse, músculo a músculo. Cómo hace como si no hubiera pasado nada, y mira para otro lado, incómodo.
Jason no sabe cómo se siente en cuanto al hecho de que Drake se sienta lo bastante seguro en su presencia como para deshacerse de la parte más importante de su uniforme, así que le pregunta. No le da oportunidad para hacer como si no hubiera pasado nada.
- Si tanto te molesta la capucha, deshazte de ella, Drake - este se gira a mirarle, incómodo e impenetrable, y luego le sonríe de medio lado.
- Pareces Superboy. Me lo dice un par de veces al día - y ahora sí que se quita la capucha. Los mechones oscuros del flequillo le tapan la cara, y utiliza la mano derecha para apartárselo.
- Quizá tenga razón - tiene ojeras y el pelo muy revuelto. Mira a Jason, y le brillan los ojos azules.
- ¿Quieres tu traje de vuelta, Todd? - y la sonrisita sigue en su sitio - Porque cuando quieras te lo devuelvo.
Lo peor, se dice Jason, sin poder apartar la mirada, es que probablemente lo dice en serio. Es probable que, en su cerebro retorcido, se crea que Jason tiene el derecho y el deber de reclamar Red Robin. Como si el traje no fuera más suyo de lo que nunca fue de Jason.
Y Jason podría explicárselo. Jason podría decirle que Red Robin pertenece a Tim Drake, que él renunció a él hace años, que, en realidad, nunca fue de Jason. Que nunca se sintió cómodo en él. Podría intentarlo, y a lo mejor Tim le creería. Jason duda mucho que sea lo que Tim necesita, pero probablemente sea lo correcto.
Desgraciadamente, a Jason no le importa lo suficiente el estado anímico de Tim Drake, así que no dice nada. Se calla y traga saliva, y luego desvía la mirada. La fija en la superficie roja y bruñida del casco, que utiliza su cara para devolvérsela.
Entre los dos se instala un silencio extraño, tenso, hasta que la voz metálica del comunicador de Tim lo rompe. Jason no se mueve mientras él se vuelve a poner la capucha, mientras se levanta y desaparece bajo la identidad de Red Robin.
Cuando Jason vuelve a alzar la vista, Tim ya tiene la pistola con el cable preparado en la mano. Cuando gira la cabeza para mirarle, el cuero del traje cruje.
- Jason, - se le hace extraño, escuchar su nombre de labios de Red Robin. Jason se coloca el casco, y el mundo adquiere claridad. A la luz verdosa de la visión nocturna, Tim parece un fantasma - no eres tan sutil como crees.
Y a saber qué mierdas significa eso.
Jason se pone el casco. Hace años que paró de intentar entender cómo funciona la cabeza de Tim Drake.
* * *
La intención de Tim era preguntarle a Jason sobre los Maroni. Qué sabía, exactamente, y si estaba dispuesto a compartirlo con alguien que no fuera él.
Sin embargo, la situación se le ha vuelto a ir de las manos, algo recurrente siempre que se trata de Jason Todd, de Jason Todd y de sus palabras y de lo que hace o deja de hacer.
En sus oídos, la voz le Dick le saluda con reproches. Suena cansado. Hace más de una semana que Tim no sabe nada de él.
- Tim, ¿qué estás haciendo?
Tim no contesta. Se inclina sobre el manillar de la moto, y conduce entre los coches que ocupan las arterias más importantes de Gotham. Son las diez de la noche, y la ciudad acaba de despertar. Neón y nubes de lluvia, y, al fondo, el logo de Wayne Enterprises, brillando desde lo alto de la torre de la empresa. Se ve desde todos y cada uno de los puntos de Gotham.
- ¿A qué te refieres? - el ronroneo de la Ducatti entre sus piernas es algo familiar, que ha echado de menos. Últimamente no pasa demasiado tiempo en Gotham, y probablemente sea por eso por lo que el aire le sabe más de lo normal a humo y a basura. Dick guarda silencio durante unos segundos, antes de contestar.
- Tim - se interrumpe a sí mismo, y luego suspira. Donde sea que esté Dick, no se escucha ningún otro sonido. Cuando sigue hablando, Tim puede escuchar ese deje que tanto oye últimamente y que parece indicar que Dick ha decidido dejar de intentarlo - en fin. Da lo mismo. ¿Crees que puedes pasarte por la Cueva?
Ha pasado más de un año desde que Dick le quitó Robin a Tim para dárselo a Damian, y todavía no han sido capaces de volver a ese lugar de confianza en el que estaban antes. Y Tim hace ya tiempo que sabe que jamás lo conseguirán, pero Dick parece incapaz de asumirlo. No deja de llamarle, con invitaciones para ver pelis malas en el apartamento que Dick mantiene en el distrito financiero de Gotham, o para ir a partidos de baseball. Tim nunca se ve con fuerzas o con tiempo de aceptar.
- Nightwing, estoy de paso - es cierto. Está en Gotham siguiendo una pista del último caso con el que está ayudando a los titanes - mañana por la mañana me vuelvo a San Francisco.
- Ya, ya sé que estás de paso - y quizás se haya adelantado al pensar que Dick no lo ha asumido. Suena triste, derrotado - Es Bruce. Hay un caso que quiere hablar contigo. Que queremos discutir contigo.
¿Y por qué no llama él para decírmelo?, se pregunta Tim. Y puede que la pregunta no haya atravesado sus labios, pero Dick la oye de todas formas, porque resopla.
- Y yo qué sé, Tim. Llevo alrededor de diez años preguntándome lo mismo - unos instantes de silencio, y vuelve a preguntar - ¿Vendrás?
- Supongo - probablemente no.
Sin embargo, Dick parece darlo como bueno, porque cuando se despide, su voz parece haber vuelto a recuperar la esperanza.
En esos momentos, Tim no se siente demasiado mal por darle falsas esperanzas, pero han mantenido una conversación similar las veces suficientes como para saber que la culpabilidad llegará después.
Sale del canal que comparten Dick y él, y se conecta con Babs para ver si tiene algo que le pueda ayudar con el caso que le ocupa. Sus instrucciones le llevan a un bloque de apartamentos abandonado en la zona sur de Chinatown.
Todo va bien hasta el momento en el que hace sonar una alarma, momento en el que todo empieza a ir muy, muy mal.
Algo le fríe todo el equipamiento electrónico que lleva encima - ¿un pulso electromagnético? -, y de pronto Tim se encuentra herido y solo en la azotea de un edificio, con un puñado de matones sin entrenamiento pero mucha experiencia tras él.
La azotea de enfrente está a tres metros. Tim está seguro de que puede hacer el salto sin ayuda de un cable. Se lame el sudor del labio superior y echa a correr hacia el borde. A su espalda, la puerta que da al tejado del edificio está abierta, y por ella sale el ruido de un grupo grande de personas subiendo escaleras a toda prisa.
El suelo de cemento está algo resbaladizo: ha estado lloviendo todo el día. Las nubes, sin embargo, han desaparecido, y la luna es un ojo blanco que no hace nada por iluminar la noche naranja neón de Gotham.
Tim resbala en un charco, y a punto está de caerse; sus costillas le recuerdan que no están para bromas, y tiene que apretar la mandíbula para no gritar de dolor. Se le ha agarratado la mano sobre el bô, y su boca sabe a sangre.
Cuando llega al borde, salta: durante un instante que se le hace eterno, su mente, tan jodidamente buena para recordar detalles tontos, le dice que están a exactamente 20,75 metros de la calle, y que, mientras que la caída no le mataría, las balas de aquellos que le persiguen, sí.
No es un pensamiento tranquilizador.
En su oído, Babs en una larga interferencia puntuada por palabras de preocupación.
Sus botas tocan el suelo de cemento de la otra azotea en el momento exacto en el que sus perseguidores llegan a la azotea. Tim rueda, usa la capa del traje para evitar las balas que pronto le buscan, deja que su mente olvide el dolor, y busca refugio detrás del depósito de agua. Aprovecha elmomento de respiro para recuperar el aliento.
Le duele respirar. Tiene el labio partido y la nariz rota, y se ha torcido el tobillo, además del par de costillas (las flotantes, cree) que probablemente estén fracturadas.
No es su noche, precisamente.
Una de las balas le roza el brazo, dejando un arañazo negro en el tejido rojo del traje. No ha llegado a tocar la piel, pero duele de todas formas. Aprieta con más fuerza el bô (luego tendrá problemas para soltarlo), y echa a correr, sin darse tiempo a pensar.
Lleva casi una semana sin dormir más de dos horas por noche, y se nota.
Una bala afortunada le da en el hombro cuando intenta saltar al edificio de al lado, y Tim cae,
(21,07 metros, a tres manzanas del Callejón del Crimen, a dos calles de su moto)
se golpea contra la escalera de incendios del edificio,
(Eso ha sido otra costilla, Drake)
y acaba en el capó de un coche, la alarma antirrobo un grito súbito en la noche que acompaña al ruido de su cuerpo al abollar el metal.
El cielo de Gotham tiene un color gris sucio, aún sin nubes.
Tim no se permite cerrar los ojos; se obliga a levantarse, a ignorar el ominoso crujir de sus costillas, el dolor que siente en la nariz y en las piernas y en el torso, y en todas partes. Recoge el bô - ahí, al lado del contenedor - e intenta llamar a su moto
(RedBird, secuencia DF2-...)
antes de recordar que el sistema de control remoto está roto. Como todo lo demás.
(- mierda. Mierda)
Sólo son dos calles. Puede hacerlo. Ha sobrevivido a más, se dice. A Ra's Al Ghul. A Lady Shiva. A King Snake. A Apopkolis. A Superboy Prime, a varias Crisis.
Sabe que le perseguirán. Es presa fácil; y, como no se mueva, y lo haga rápido, caerá. Y puede no tenga demasiadas esperanzas puestas en que su vida vaya a ser larga, pero Tim está bastante seguro de que caer ante unos contrabandistas de tercera clase es, como poco, humillante.
Damian. Lo que se reirá, cuando se entere de todo el asunto. Casi le vendría mejor morir.
(Concéntrate, Drake)
Lleva media calle. La ciudad, los edificios de esa parte parte, están abandonados; parecen contener el aliento, a la expectativa de lo que vaya a pasar. No es una buena sensación. Se le ha estropeado el sistema de visión nocturna de de la capucha, y depende de la anaranjada y débil luz de las pocas farolas que no están fundidas. En cualquier otro momento, estaría contento pudiendo aprovechar la oscuridad para desaparecer; su entrenamiento le ha preparado para luchar en esas condiciones, y en algunas mucho más adversas. Sin embargo, está cansado, agotado, al borde de la inconsciencia. Ya lo estaba antes de empezar a romperse cosas.
Una calle. Le queda una calle cuando oye el ruido de pisadas tras él, risas y. Tim intenta ir más deprisa, pero le arde el hombro, porque aún tiene ahí la bala, y su tobillo le dice que no, que se niega y al siguiente paso en falso se va al suelo, y pierde el bô en el camino. El ruido le delata: Tim intenta rodar bajo un coche, para evitar las balas, pero sus costillas y- el más cercano está justo al otro lado de la jodida calle.
Se levanta; el dolor le hace desear haberse quedado en el suelo, en el cemento húmedo de las aceras de esa parte de la ciudad, con su roña de décadas y su color a asfalto.
No llegó a ser Robin porque se le diera bien rendirse.
Así que sigue andando. Un paso tras otro, el pie izquierdo algo que le retrasa, que arrastra tras él, inflamado en el interior de la bota. Su traje hace mucho que está empapado; cada vez que toma aire, siente crujir sus costillas, y eso sin hablar del estado en el que se encuentra su cara.
Intenta usar las sombras: un par de batarangs lanzados con su brazo bueno dejan la calle en la más completa oscuridad. Tim confía en que no sean lo bastante idiotas como para empezar a disparar a ciegas, y les deja atrás, desorientados, y sigue caminando, siempre caminando, intentando no hacer ruido, haciendo lo posible por controlar su respiración, por ahogar el miedo y el dolor en protocolos y listas de números.
Llega a la esquina (ha recorrido aproximadamente ciento treinta metros de los quinientos que tiene la calle) y se mete en el callejón. Su moto es un borrón rojo en la oscuridad, oculto entre los contenedores y la basura que rebosa de ellos.
Desconecta con dedos temblorosos la seguridad del vehículo, y aprieta el botón de socorro tras un momento de duda. Rezando porque alguien que no sea Dick o Damian esté cerca, se deja caer en el asiento de la moto, sentándose de lado.
Es como si la fuerza que le había mantenido en movimiento desapareciera. Tim está a punto de resbalar hasta el suelo, y poco puede hacer para evitarlo. Con un gruñido, se sienta a horcajadas, dejándose caer hasta apoyar la frente en el panel de control de la moto.
Cuando se le cierran los ojos, Tim sabe que probablemente no los vuelva a abrir.
* * *
Jason está por el Tricorner cuando Oráculo se cuela en la frecuencia que él utiliza normalmente para hablar con Red Robin. Es medianoche, y los muelles están prácticamente vacíos. Los últimos trabajadores salen de la zona de puerto hacia sus casas, y es demasiado pronto para que salga el lado criminal de la población de Gotham. A pesar de eso, Jason patrulla el sitio, en busca de listos e iluminados que hayan decidido adelantar el horario.
Está resultando una noche tranquila. No ha vuelto a llover y Jason siente en los huesos el silencio de antes de la tormenta; sabe que se está cociendo algo en las cocinas del submundo de Gotham. Los murciélagos están intranquilos, las familias de la mafia están en paz por primera vez en casi diez años, y los locos de Arkham te sonríen cuando les metes una bala entre ceja y ceja.
Es una noche tranquila, y la tormenta aún está lejos; es por eso que, cuando Oráculo con su voz artificial e impersonal le da las coordenadas de Red Robin, en una esquina olvidada de Chinatown, al principio cree es una broma. Es el “No sé qué le ha pasado” frustrado, cuando deja de ser Oráculo para ser Babs, lo que le pone en movimiento.
Se encuentra a Drake en un callejón, tirado sobre la Ducatti y rodeado de contenedores de basura. Está hecho una mierda, pálido y frío; le escucha respirar. Cuando le dice a Babs que le ha encontrado le tiembla la voz. Babs le dice que espere a que llegue la Doctora Thompkins, que se quede con él e intente ayudarle, y Jason hace lo que puede. Le venda las heridas, le limpia la sangre de la cara, le tumba en el suelo y le quita la capucha del uniforme.
Cuando Batgirl aterriza a su lado, Jason está a punto de pegarle un tiro. Sin embargo, a parte de una mirada de medio lado, la chica no le presta más atención. Va inmediatamente al lugar en el que Tim está tumbado, en el suelo sobre su capa manchada de sangre.
Jason enfunda la pistola y se larga de allí, ignorando a Babs y a Batgirl, que le chilla algo mientras él se aleja, corriendo por las azoteas.
fin del primer capítulo.
capítulo dos ;
capítulo tres ;
capítulo cuatro ; epílogo