Tabla: Química, segunda ronda. Tabla B de imágenes.
Autor(a):
minigamiTítulo: El científico
Fandom: Original
Personajes: el científico, Laura.
Rating y advertencias: Ninguna.
Disclaimer: Esto sí que es mío.
Resumen: El amor es una ecuación.
Notas: Esto es de esas cosas que empiezas a escribir sin tener ni idea de adónde van a ir a parar. Espero que os guste.
El científico
- ¿Sabes que no eres el primero en intentarlo, verdad?
- Es posible conseguirlo - la respuesta es seca, cortante.
- Claro que sí - responde la joven, sarcástica.
- Te tengo dicho que no uses ese tono de voz conmigo.
- Lo que sea - dice la chica a media voz. Recoge su bolso y el paraguas de donde los había dejado, y sale del abarrotado laboratorio dando un portazo.
El científico, encorvado sobre un microscopio antediluviano, la ignora. Es un hombre mayor, de cabello ralo y gafas redondas bien caladas. Su ropa, aunque inmaculadamente limpia, ha vivido mejores días. Tiene las manos manchadas, surcadas de venas y cicatrices, y de vez en cuando tiene que detenerse, porque le aqueja algún temblor.
Esa mañana, ha tardado cinco minutos completos en poder levantarse de la cama. Hace dos semanas fueron cuatro con cuarenta y siete. Y, el mes anterior, cuatro minutos justos. No sabe exactamente cuál es la fórmula según la cual aumenta este periodo de tiempo, ni qué factores influyen en los números, pero tiene un par de ideas. Sólo le falta desarrollar los cálculos.
Desgraciadamente, el estudio sobre el efecto de la vejez en la fuerza muscular y la capacidad de reacción tendrá que esperar. Su hora se acerca, lo sabe; no tiene tiempo para entretenimientos.
Si apreciara la ironía, sería capaz de encontrar lo paradójico del asunto. Sin embargo, el sentido del humor nunca se ha encontrado entre sus muchas virtudes, por lo que sólo es una muestra más de que se le acaba el turno.
En su viejo laboratorio, pasa las horas, rodeado de apuntes y polvo y tazas de té. Su hija cree que es una forma de intentar recuperar sus días de gloria, y quizá sea así. Le quedan meses de vida, lo siente en los huesos. ¿Por qué no dedicarlos a lo que, durante mucho tiempo, fue su proyecto mascota, su obsesión? ¿Por qué no dedicarlos a lo que le ha dado toda la felicidad de la que ha disfrutado en sus setenta y seis años de vida?
Adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina. Tiene las hormonas. Pero, ¿cómo mezclarlas para conseguir el perfecto suero de amor? ¿Cómo?
Lo consiguió una vez. ¿Cómo ha podido olvidarlo?
¿Cómo?
* * *
Después del funeral, Laura se queda un momento hablando con los distintos conocidos que han asistido. Es un día como cualquier otro: húmedo, brumoso y teñido con el sol trémulo con sabor a mar de finales de verano.
Su padre lleva un par de días muerto. Falleció en su laboratorio; se le paró el corazón. Ella le encontró al día siguiente, en el suelo, rodeado de papeles y cristales rotos. Al fin en paz. Cree que jamás podrá olvidar la expresión en su rostro. Nunca fue un hombre alegre, pero, en aquel entonces, Laura juraría que parecía feliz.
No sabe muy bien como sentirse. Supone que es el shock, que todavía no lo ha asumido. Sin embargo, cierta parte de ella, más realista, mil veces más pesimista, se pregunta si es el tipo de persona a la que le da igual la muerte de su propio padre.
Siempre tuvo la impresión de que le decepcionaba, de que no era lo bastante buena. De que, como hija de un ilustre científico, no daba la talla.
Esos pensamientos, esos intentos de excusarse, no le hacen sentir mejor. En absoluto. Laura se siente como un monstruo.
Esa tarde, vuelve al viejo laboratorio para poner un poco de orden y revisarlo todo. Durante años, su padre fue el único encargado de su organización, pero en los últimos tiempos estaba demasiado mayor. Sabe de primera mano que hace mucho que nadie le da una buena limpieza. Siempre fue muy maniático con sus cosas.
Nada más entrar, vuelve atrás en el tiempo. A la última vez que pisó el laboratorio, unos cuantos meses atrás - era primavera y llovía, como hoy -, a la primera vez que entró, a las horas pasadas bajo la alta mesa de experimentos mientras su padre trabajaba.
Era el único lugar del laboratorio en el que se le permitía estar. A ella le encantaba. Era como una cueva, oscura y calentita. Laura se pone de rodillas y gatea por el suelo hasta asomarse, ignorando en la medida de lo posible el polvo que mancha sus vaqueros.
Es un impulso, y si le preguntaran el por qué, no sabría dar una respuesta coherente.
Bajo la mesa la espera un paquetito envuelto con la meticulosidad que caracterizaba todos y cada uno de los aspectos de la vida de su padre. El papel, de un brillante color azul, es igual al del vestido que llevó el día que terminó la carrera de Química.
Laura siente como se le llenan los ojos de lágrimas. Se sienta en el suelo sucio, y deja que los sollozos tomen el control durante unos minutos.
Después de la catarsis, abre el paquete, con cuidado de no romper mucho el papel. Dentro hay un libro, un diario manuscrito. Laura reconoce la letra de su padre. Lo abre por la primera oja, y lee la primera frase, escrita muchos años atrás.
"Hoy he visto a la mujer más hermosa de la Tierra. La he visto y no me ha mirado, pero no importa. No importa. Iría hasta la Luna para ser de ella, algo así no me detendrá.
Se llama Laura.Tiene los ojos azules como el sulfato de cloro y una sonrisa que todo lo ilumina.
Hoy la he visto. Mañana hablaré con ella."
* * *
Era un joven y brillante científico que se enamoró de la única chica del mundo que no tenía ningún interés en él. No importaba lo que él hiciera: la indiferencia de ella era la única constante de la ecuación.
Así que puso su prodigioso cerebro a trabajar. Ideó planes, estrategias imposibles. Devoró poemas de amor y clásicos del romance, buscando la manera de conquistarla, todo en vano.
Finalmente, llegó a la conclusión de que un planteamiento más racional era necesario. ¿Cuáles eran los ingredientes del amor? ¿Cómo sintetizar el sentimiento?
Con la determinación y la meticulosidad con la que atacaba todos los problemas, el joven científico dedicó meses a desarrollar una fórmula, La Fórmula. La que le daría la felicidad. O eso esperaba.
Cuando al fin se decidió a probarlo, se le pasó por la cabeza que quizá no fuera ético. Desestimó el pensamiento. Era ciencia. Y, ¿cómo era el dicho? Todo vale en el amor y la guerra.
Funcionó. El científico consiguió a su Laura. Su Laura le dio una preciosa niña, una Laurita de ojos azul cobalto y mente ágil y rápida como un electrón.
El concentrado de hormonas es su legado. Su regalo.
Amor embotellado para la niña de sus ojos, a la que tanto quiere, y a la que tanto le cuesta demostrar cariño.