Título: “Spare me the Last Dance”
Género: Romance / Fantasía / HET
Clasificación: PG15
Fandom: Original / Mitos Griegos y Mesopotámicos
Licencias Creativas: Algunas pocas. Nada incoherente.
Capítulos: ÚNICO
Wordcount: 3.650 palabras.
Personajes: Artemisa (Diosa de la Caza), Apolo (Dios del Sol), Al (un Genio de los antiguos mitos Persas)
Summary: Durante una conversación después de una cena, Apolo revela un secretito de su hermana, Artemisa. Un secreto que ella no le participa a mucha gente, pero que por un poco de cariño, probablemente esté bien dispuesta a compartir con Al, el genio. Un oneshot cortito sobre noches calurosas en un desierto, velos de gasa roja y una de las danzas tradicionales más bellas del mundo.
NdelA: El contexto no es importante, se trata de unas escenitas random que quiero ir subiendo con la excusa de poner algo de provecho en este LJ además de quejas, gritos y bitcheo random (x.x). Es una linda historia, dentro de todo. Ojalá sepan disfrutarla tanto como yo disfruté escribiéndola, y que el cast anime en algo a leer, xDDDD
Cast de Personajes:
APOLOARTEMISAAL(Justin Hartley)(Ali Larter)(TJ Ramini)Dios del Sol (Mitología Griega)Diosa de la Caza (Mit. Griega)Verdugo de Genios RebeldesCreativo - Tímido - ImpulsivoFeroz - Inteligente - Impulsiva(Mitologías Mesopotámicas)Algo traicionero y cobardeArrogante - Orgullosa - DespóticaReservado - Astuto - CalculadorMuy pegado a su hermana melliza,Es muy protectora con su hermanoSólo él es capaz de ver la dulzurala Diosa de la Caza, Artemisa.mellizo, Apolo, Dios del Sol.oculta en el aparente corazón deEs muy protector con ella y a vecesArtemisa cuida mucho su “imagen”piedra de Artemisa, y no le teme aun poco “stalker”.de diosa fuerte y autosuficiente.su carácter altanero y orgulloso.creado por:
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esciam“Spare me the Last Dance”
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melisa_ram (con personajes de
esciam)
Todo empezó con una cosa estúpida que dijo Apolo:
-Pero, Al... ¡Te estoy diciendo la verdad! Mi hermana es una gran bailarina. Y una gran cantante. Ella tiene la voz y las caderas que yo no tengo, te lo aseguro. -había comentado el Dios del Sol, con una mirada brillante, muy entusiasmado.
El genio alzó un poco las cejas, y sonrió ligeramente. Sí, hasta él podía asegurar que las caderas de Artemisa eran únicas, y no precisamente por lo bien que bailara. La miró a ella de reojo, y la encontró dándoles la espalda a los dos, sentada al revés en su silla. Estaba enojada y alterada, podía sentirlo. Su hermano, de alguna manera que él no llegaba a comprender, la estaba avergonzando.
-Oh, ¿De veras? -preguntó Al, con ironía.
- ¡Claro que sí! ¡Eh, Artie! ¿Por qué no...?
- ¡NO!
- ¿... bailas un poco para...?
- ¡TE DIJE QUE NO!
- ¿... que Al me crea?
- ¡NO, APOLO!
-... bueno, sólo era una sugerencia. -concluyó el aludido, con un suspiro largo, consternado- Pero es injusto, no te he visto bailar en años. ¡Y lo bien que te salía la danza del vientre! Desde que te hiciste una de las Doce Grandes ya no eres divertida.
Cuando escuchó aquello penúltimo, el interés del genio se avivó:
- ¿Conoces la danza del vientre, Artemisa? -le preguntó directamente, ignorando el enojo de la diosa.
-No, Apolo está diciendo mentiras.
-Eh, yo NUNCA miento. -replicó el otro, sintiéndose atacado injustamente- ¡Claro que sabe! Cuando éramos más jóvenes y Artie no era tan gruñona, éramos un gran dueto. Yo hacía la música y ella ponía la voz y la danza. Era precioso. ¡Oh, la cantidad de odas que escribí, inspirado por sus movimientos! La de música que pude componer, bajo los efectos de su voz... simplemente sublime. Y las pinturas, ¡Oh, no te puedo explicar la belleza de aquellos cuadros! Cazar no era su único deporte favorito. Es una lástima que ahora seas una vieja amargada, hermana.
- ¡No soy una vieja amargada! -replicó ella, con molestia.
-Si no lo fueras, bailarías para nosotros. -retrucó Apolo, buscando convencerla.
-No soy la payasa de nadie. -se defendió ella, con tono orgulloso.
-Al va a pensar que eres una mala anfitriona...
- ¡Por lo poco que me importa!
Al sólo se sonreía, escuchándolos discutir como niños pequeños.
Se reclinó mejor contra la silla y cruzó los brazos sobre su pecho, pacientemente, divertido. Sus ojos vagaron un momento por el oasis. El "refugio secreto" había cambiado bastante desde que Artemisa y él comenzaron a verse regularmente, a razón de algunos días a la semana o más esporádicamente. Ahora, en ese oasis tenían una tienda de campaña de estilo árabe, de color rojo vivo, acondicionada con algunos pequeños lujos. Los laterales de la tienda se podían levantar en la noche, para que se convirtiera en un toldo sobre sus cabezas y dejara pasar el aire fresco de las horas de oscuridad, mesas y sillas de estilo occidental y un buen fogón para asar y cocinar. Alfombras, almohadones, divanes de terciopelo... lujos, estaba claro, inspirados por la propia Diosa de la Caza. Y aposentos más privados, reservados y lejos de la vista de cualquiera por primorosos cortinados y terciopelos persas.
En realidad, no es que la tienda estuviera "instalada" ahí, sino que Al aparecía todo aquello cada vez que visitaban su lugar especial. Sólo ellos dos.
Pero de vez en cuando, Apolo caía sin avisar.
Nunca había sido muy inoportuno, afortunadamente.
Y Al estaba pensando en todas esas cuestiones, cuando vio con el rabillo del ojo que Apolo se levantaba de su lado de la mesa, sonriente, y se acercaba a su hermana. Le dio un beso justo en la coronilla, ya que ella parecía muy ofendida como para querer poner la mejilla, y el Dios del Sol anunció que se retiraría. Tenía cosas muy importantes qué hacer en Milán y no le gustaba estar en la semi-oscuridad.
Aunque, cuando él se fue, la tienda y el oasis quedaron totalmente a oscuras.
Con un pensamiento, el genio hizo aparecer unos candelabros con velas encendidas en varios puntos de la tienda, y se puso de pie con tranquilidad. Admirando los restos de la cena dejados sobre la mesa, caminó despacio hasta donde Artemisa se encontraba, aún dándole la espalda y sentada al revés en su silla, con los brazos cruzados sobre el respaldar de madera y la barbilla apoyada en la curva del codo. Sus ojos castaños miraban hacia la negrura lejana de las dunas, y el tenue brillo de las estrellas.
Ya no estaba enojada, él lo pudo percibir claramente.
Le puso una mano sobre el hombro, y le dio un ligero apretón, con cierto cariño.
-Estoy bien. -contestó la diosa, con tranquilidad.
-Lo sé.
-Es que ese Apolo a veces me saca de mis casillas. Cuando está conmigo se porta como un niño grande. -quiso explicar ella.
-Sí, eso también lo sé.
Al sonrió y se agachó al lado de ella, para darle un beso en la sien. La hizo sonreír también, y sólo allí fue cuando Artemisa estuvo en verdadera paz y comodidad. Estuvieron un momento mirando hacia el horizonte difuso, aspirando la tranquilidad fresca de la noche en cada respiro, hasta que él dijo:
-Así que, bailarina.
-No voy a bailar, Al. -repuso Artemisa, inmediatamente tensa y a la defensiva.
-… no te he pedido que lo hagas.
-Bien. -carraspeó ella, y se volvió a acomodar en la silla, apoyando la barbilla sobre la curva del codo. Ya era tarde, ahora estaba inquieta. Después de unos minutos más de silencio e incomodidad, Artemisa se volvió a mirarlo:- No me lo has pedido, pero te gustaría que lo hiciera. ¿Verdad? Te gustaría verme bailar.
-Si quieres, sí. Claro que me gustaría. Pero dado que no quieres…
-… bueno, estamos solos ahora.
- ¿Qué? ¿Te habría dado vergüenza delante de tu hermano? -él sonrió, incapaz de contenerse, y la miró con una mezcla de seriedad e ironía, contemplándola con cierta adoración en lo que la diosa se ponía algo colorada- Entiendo. Pero, bueno… claro, sería un honor que bailaras para mí. Si quieres hacerlo. No te estoy obligando.
Ella se mordió el labio inferior, indecisa.
Él hubiera querido borrarle esa indecisión con un beso, pero…
-Está bien, ¡Pero si le dices a alguien…!
- ¿A quién se lo voy a decir? -se quejó Al, y en otra circunstancia le hubiera resentido un poco la actitud tan secretista de Artemisa. Nadie debía saber que estaban juntos, eso podía respetarlo, pero eso además implicaba otras cosas:- Y si se lo digo a alguien, puedes negarlo todo. No me ofenderé.
La diosa se levantó de la silla y dio una vuelta, todavía no muy resuelta.
- ¿Sin música? No es lo mismo. -dijo, con cierta preocupación.
Al miró hacia fuera, sonriéndose con una picardía desacostumbrada en él, y en ese momento entró la brisa fresca, trayendo un rumor de música del desierto. Un ritmo que se hizo cada vez más audible, como si hubiera un pequeño grupo de instrumentos tocando fantasmalmente dentro de la tienda.
Los ojos de Artemisa brillaron con secreta emoción.
-Ahí tienes tu música. -le hizo notar el genio, contento.
Ella abrió mucho más los ojos, sorprendida y acomplejada a la vez.
La verdad es que se ponía nerviosa de sólo pensarlo. No era un baile cualquiera, si a eso iban, porque el público no sería cualquiera. Artemisa jamás había bailado en público (excepto para su madre, Leto, o su padre, Zeus; o con su hermano), aunque le gustaban mucho las danzas y había aprendido prácticamente todas las que existían, de la mayoría de las culturas del mundo. Temía a lo que podía expresar por medio del baile, a dar una imagen que no era la que pretendía sostener.
La dura cazadora, mujer guerrera.
¿Capaz de moverse bajo la sensualidad de una melodía?
-Insisto, si no quieres, no tienes que hacerlo. Es tu decisión. -reiteró Al, tranquilo.
-Ése es el problema. Quiero hacerlo.
La diosa lo miró a los ojos un simple instante, dándole a entender.
Bailaría, libremente.
Bailaría PARA ÉL.
Cuando el genio comprendió la simpleza de ese mensaje, su sonrisa se hizo un poco más pequeña, abrumado por las emociones que se desataban en su interior. Aún le fascinaba todo lo que podía sentir estando cerca de ella, en contacto con esa mujer. Nunca pensó que le afectaría tanto.
Se esfumó delante de los ojos de Artemisa, y apareció más a la derecha de donde se encontraba la diosa, en el sector de la tienda acondicionado como pequeño livingroom, con alfombras coloridas, almohadones mullidos y esponjosas almohadas. Se reclinó en contra del diván, en el suelo, expectante. La música lo hacía sonreír, y los nervios de ella, otro tanto.
- ¿Bailarías esa danza del vientre, para mí? -le preguntó de nuevo, amablemente.
La diosa asintió con la cabeza, rápidamente.
Artemisa se desabotonó la camisa blanca que llevaba puesta, y se la anudó a la altura del diafragma, se recogió las mangas y se acomodó el elástico del short un poco más debajo de los huesos de la cadera. Le pareció lo suficientemente sensual. Se paró a pocos metros de distancia del genio, descalza y con las manos en posición, e hizo como que empezaba su baile, sin muchas ganas.
Al cabo de unos minutos de observar su insípida actuación, Al la detuvo con una mano en alto, al tiempo que negaba con la cabeza.
-… no, no, ¿Cómo? ¿Sin el atuendo tradicional? -comentó.
La mujer bufó.
- ¿Qué atuendo tradicional? Me he subido la camisa. -se quejó ella, molesta.
-Uno como… ése, por ejemplo.
El genio movió discretamente la mano, como apartándose una mosca de la cara, y cuando ella menos se lo esperó, su cuerpo estaba tintineando. Entre apenada y un poquito escandalizada, Artemisa se miró y vio que él la había cambiado de vestuario con apenas el pensamiento, como casi todo lo que hacía. Y lo que había escogido para ella era en verdad una belleza.
Un traje tradicional árabe, de dos piezas, cargado de metales tintineantes. En lugar de un pantalón-babucha, sólo tenía una miríada de velos de gasa en distintos tonos de rojo que caían sobre sus piernas, en tramos irregulares, y un ajustado y precioso sostén rojo vivo, con hombreras de seda muy fina y casi transparente del mismo color. Más velos, más amplios vaporosos, caían de su espalda y estaban unidos a sus muñecas con delicadas pulseras doradas; como las grandes y vivaces alas de una mariposa. Todo el atuendo llevaba oro, por montones: en forma de monedas, cadenas, colgantes, y con tintineantes arreglos de cuentas o lágrimas. Piedras preciosas, y perlas.
El rojo definitivamente era el color de ella. Rojo apasionado, vibrante, vivo…
Al llevarse la mano a la frente, Artemisa tocó una glamorosa diadema dorada que le sostenía el cabello suelto, pero lejos del rostro.
Era un traje precioso, tan perfecto que parecía hecho por las habilidosas manos de la propia Hestia, y diseñado por Apolo mismo.
Cuando volvió a mirar el rostro del genio, sin saber qué decirle…
-Te ves hermosa. -le replicó él, antes de que ella pudiera hablar.
Artemisa carraspeó, y sus mejillas se pusieron un poco rosas. Mucha gente le decía cosas como ésa, pero nadie se lo decía realmente en serio, como él. O al menos, Al era el único ser cuyas palabras la diosa sentía más significativas que las del resto. Con otro carraspeo, se acomodó mejor la diadema sobre la cabeza y se volvió a poner en posición, con las manos en alto. La música seguía sonando, nunca se detuvo.
Ahora sí, estaba oficialmente nerviosa.
Las luces fluctuaron en toda la tienda, volviéndose un resplandor dorado que volvía de oro la piel de la mujer, y hacía brillar los metales de su atuendo. El tintineo de las monedas comenzó otra vez, muy lento, apenas audible.
Ella había empezado su baile, tal como lo recordaba.
Primero, movimientos de cadera casi imperceptibles, muy difíciles de lograr…
Siguió moviendo los brazos, como gráciles serpientes, y poco a poco comenzó a mover los pies, de un lado al otro, despacio. Artemisa cerró los ojos, y se dejó llevar por el rítmico sonido de las sonajas, los laúdes y las flautas, y por el estampido de los pequeños bongós. Como magia, el ritmo entró a sus venas y todo el cuerpo comenzó a responderle, a repetir esos movimientos que ya conocía desde hacía siglos.
Y se liberó, entregándose al frenesí de la danza.
La forma en que la mujer lograba mover su cadera, desvinculándola del resto de los músculos de su cuerpo, era simplemente asombroso. Como si la parte central de su cuerpo (el vientre, y propiamente las caderas) tuviera vida propia y no obedeciera las órdenes de su cerebro. El tintineo creciente de las monedas y colgantes era rítmico, perfecto, furioso. Apasionado.
Justo como ella.
Al estaba impresionado, pero no quería interrumpir la danza con un aplauso.
Artemisa comenzó a utilizar el espacio, moviéndose al frente, atrás, a un lado y al otro, doblándose, arqueando su cuerpo y sus brazos en formas tan seductoras como dignas de la mejor odalisca del desierto. Se podía decir con total claridad que ella conocía lo que estaba haciendo, y lo practicaba seguido.
El genio se preguntó si Artemisa bailaba de esa manera cuando estaba a solas, esa danza o cualquier otra.
Si sólo cuando no había nadie a su alrededor, ella se soltaba así.
Se sintió tremendamente afortunado de poder estar ahí, y verlo.
Era sublime, tanto, que se le había ido la sonrisa de la cara. Reptando, despacio, se subió al diván para contemplar la belleza de los movimientos desde un mejor ángulo. Era aún mejor. Se sentó con todo el respeto que pudo reunir, porque aquel espectáculo tan bello merecía toda su atención y apreciación.
Podía no repetirse nunca más, conociéndola…
Luego, vino el viejo juego con el velo, de cubrirse el rostro, jugar a esconderse, a mostrarse; el secretismo y la vanidad, la belleza y lo oculto. La imagen de los ojos castaños y vivaces de Artemisa en el borde de un velo rojo remallado con hilo de oro lo perseguiría por mucho tiempo. Una seducción prácticamente irresistible. Al sintió cómo le picaban las palmas de las manos, por la ansiedad de tocarla. Pero ella llegaba a su lado, y movía rítmicamente la cadera y el vientre, y luego daba una vuelta y se iba, sin romper la perfecta armonía de la danza.
Él hizo que el cariz de la música variase, con un pensamiento, y la diosa se amoldó muy rápidamente al nuevo ritmo. Como una maestra. Y el genio cambió la música por una tercera oportunidad, esa vez, una melodía más provocadora, más salvaje.
Ella estuvo encantada de seguirla.
Artemisa lo envolvió con su velo rojo, sin dejar de bailar tentadoramente cerca de él, de pie en el espacio entre sus piernas abiertas, y le sonrió con picardía. Al lo entendió como una señal para hacer algo más: sus manos se despegaron lentamente del borde del diván, y subió por la cadera en movimiento hacia su vientre que no dejaba de moverse y danzar para él, los pulgares dirigidos hacia dentro. Se acercó, y depositó un beso casto sobre el piercing de diamante que ella llevaba en el ombligo.
La diosa se dobló suavemente hacia atrás, al sentirlo.
“Tan bella, tan perfecta…” susurró el genio, en los pensamientos de la diosa.
La diosa rió, y llevó sus manos hacia el cabello de él, enterrando los dedos en esa espesa mata negra y siempre algo desaliñada, clavándole suavemente las uñas en el cuero cabelludo…
Y la música terminó en un clímax de tambores; ella se dobló hacia atrás, dejándose sostener por los brazos del genio, que se habían cerrado alrededor de su cintura en un gesto extrañamente posesivo, y soltó una risita aniñada, divertida.
Con la respiración agitada, ella mantuvo la postura hasta que todo rastro de la música fantasma hubo desaparecido.
Al la dejó ir lentamente hacia el piso, sobre las alfombras y cómodos almohadones, y no se privó de acompañarla, dejando un beso detrás de otro sobre ese vientre de piel dorada cuyos movimientos provocadores le habían conquistado inevitablemente. Toda ella era excepcional. Se dio cuenta de que, quien no la amaba, era porque no la entendía. Quien no la entendía, era porque jamás se había acercado lo suficiente para conocerla. Ella podía tener fama de sanguinaria, dura y poco sensible, mujer de armas tomar, poco caritativa e inspiradora de temor, pero…
Artemisa, Diosa de la Caza, era una joya en sí misma. Un diamante en bruto.
Y él no había hecho más que empezar a descubrir todas sus maravillosas facetas.
La diosa estiró los brazos por encima de la cabeza, rozando la suavidad de la alfombra persa con los nudillos, y sonrió, complacida como una gata satisfecha. Él subió dándole besos desde el vientre y el pecho, el cuello, la garganta y finalmente, los labios, antes de decir:
-Eso fue maravilloso. No, fabuloso. Ha sido un sueño. Bailas divinamente, Misa. -la elogió, y volvió a besarla hasta casi quedarse sin aliento. Se retiró, acariciándole el cabello y las cuentas doradas que caían sobre su rostro en prístinas cadenitas, haciéndolas a un lado con la punta de los dedos para apreciar en todo su esplendor la magna belleza de la diosa- Gracias por concedérmelo. Será un secreto tuyo y mío, te lo prometo.
Ella se sonrojó un poco, de nuevo, y por un instante miró en otra dirección.
-Hum… bueno, gracias. -dijo, entre orgullosa y avergonzada.
- ¿Podré pedirlo otra vez, algún otro día?
La Diosa de la Caza levantó los brazos para rodear en un abrazo el cuello del genio, y lo obligó a bajar lo suficiente para rozar sus labios una vez más, todavía agitada por la danza, pero con el cuerpo palpitante de emoción. Le devolvió un beso feroz, atiborrado con sentimientos alegres, cariño y felicidad. Estaba feliz. Se sentía plena, otra vez.
Y sabía que feliz era como él más adoraba verla, cuando más brillaba.
-… puedes pedirlo otro día. Tienes mi permiso. -le murmuró, secretamente.
-Gracias, Misa. -le respondió Al, y apoyó un momento los labios en la frente de ella, permitiéndose abrazarla con gran cariño- ¿Cómo fue que aprendiste una danza arábiga, si eres greca?
-… conozco muchas danzas. Hay épocas del año en las que no se puede cazar, y algo tenía que hacer entonces. Así que aprendí, recorriendo el mundo. Sólo para mi propia curiosidad. -le explicó, con los ojos cerrados, la nariz apoyada debajo de la barbilla de él- Bailar tiene algo, que es casi tan excitante como cazar. Cuando cierro los ojos y oigo la música, mi cuerpo se mueve. Y soy libre. Y me gusta lo que siento, la forma en que no soy dueña de mí, y puedo…
Se interrumpió. Al suspiró, y completó la frase por ella:
-Puedes sentir, con total plenitud. Expresar lo que sientes, además.
Artemisa asintió.
Estuvieron en silencio otro momento, sólo sintiendo la presencia del otro (o más bien, él sintiendo la presencia de ella, porque la diosa era incapaz de percibir la presencia de esa criatura mística y desconocida), hasta que Al se apartó un poco, y le movió otra vez los cabellos rubios, largos y ondulados, acariciando los mechones con suma delicadeza. Su pelo de seda lo enloquecía.
Deslizó esa mano viajera sobre el hombro de ella, y un velo desapareció.
Luego otro…
Después, tocó el sostén del traje con la punta de los dedos, e hizo lo suyo.
Y siguió descendiendo, desapareciendo velos, deshojándola como a una flor, hasta que la dejó totalmente desnuda para sus ojos, su piel tibia y dorada por las llamas de las velas, siempre mirándola a los ojos, contemplando cada una de sus efímeras reacciones, antes de ver cómo se le ponían ligeramente rojas las mejillas.
-Así es como te ves más preciosa que nunca. -acotó el genio, y ahora su mano subía sobre el muslo desnudo, hacia la cadera que estaba quieta y serena, esperándolo a él y a su cuerpo- La hermosa Misa, que sólo yo conozco.
Artemisa cerró los ojos, entregándose a un nuevo beso.
Nunca podía responderle sus cumplidos, porque la dejaba sin palabras. Al era así. Era una criatura simple, paciente, contemplativa y crítica, que la observaba todo el tiempo y esperaba, hasta que fuera ella la que cayera en sus redes. Lo de ellos no existía para nada ni nadie, pero era muy difícil mantenerlo oculto. Muy difícil.
Había sentimientos irrompibles involucrados, y reglas que no podían romper.
Él nunca podría amarla en toda plenitud, ella tampoco podría amarlo a él.
Ambos eran cazadores, y aunque eso los había unido, había otras cosas más grandes que ellos, que los separaban.
Pero mientras tuvieran esos momentos especiales en su “refugio secreto”, el solaz era grande y cada quien podía huir un momento de su realidad, encontrarse, y estar juntos los dos, acompañarse. Ser verdaderos, el uno con el otro. Ella era demasiado orgullosa como para admitir que estaba teniendo un affaire con un persa, y a él lo único que le importaba, era que ella tuviera muy claros lo que estaban haciendo, lo que significaba verse y compartir un lecho. No le importaba que ella quisiera negar todo lo que tenían a ojos de los demás, porque al fin y al cabo, ése era su arreglo.
Mientras ella no lo negara en su corazón, todo estaría bien.
Cuando estaban juntos, no existía nada ni nadie más.
Cuando estaban juntos, todo era posible.
Incluso, ver a la temeraria Artemisa bailar, como sólo los dioses sabían hacerlo.
FIN
¡Y esto fue! :) Aportando un granito de arena para que haya algo para distenderse y dejar volar la imaginación, de vez en cuando en las flist. No digo que sea lo mejor del mundo, pero algo es algo. Es una serie de viñetas y escenas completas que empezaré a subir regularmente, todas ellas relacionadas con los mitos griegos o similares, como para ir entrando en ambiente con lo que será Olympians (universo creado y orquestado maravillosamente por
esciam y expandido terriblemente por mí xD) cuando finalmente esté publicado y disponible para lectura, y lo que se viene en la comu de
mythfreaks_esp en breve >.o ¡Ojalá haya sido una lectura placentera! Un gran abrazo, y si quieres, ¡Coméntame! Sigo aprendiendo a escribir, ayúdame a mejorar ^^