Dylan Whitman

Sep 14, 2006 23:22



La vida se volvió una cosa extraña en compañía de aquel tipo. No era lo que se dice “una persona normal”. Era la clase de persona que hace referencia a cosas que ninguna de las personas con las que discute entiende. Se mueve en círculos cerrados para los demás. El tipo que dice lo que todo el mundo piensa y nadie quiere decir. El señor cínico y amargado que se queda de pie apartado en la esquina del salón donde se desarrolla la fiesta trepidante. Él era esa clase de persona y ahora vivía conmigo, inmerso en el ambiente de las apariencias. Un rico puede hacer cualquier cosa sin que la Ley se abalance sobre su cuerpo como un animal sobre una hembra en celo, pero, eso sí, ante otro rico se comportará cortésmente, es más, majestuosamente. Dirá mil mentiras que no piensa pero que dejan un sabor educado y meloso. Es que… desmintiendo un mito, los ricos no hablan del tiempo, hablan de sus nuevas casas, de su nuevo Audi, y de lo guapas que se ven sus hijas (que, desde luego, siempre han sido guapísimas, no se ose pensar lo contrario).

Qué divertido es todo cuando enciendes la luz con un chasquido de dedos. Qué divertido sacar un ramo de rosas de la nada. Sí, señor, qué divertida es la magia. No me puedo quejar de “Nérud” que así se hacía llamar mi demacrado maestro, aunque, siendo sinceros, no creo que se llamase así.

Poco tiempo más tarde llegó con otro hombre. Al parecer era un viejo conocido suyo. Era de los Akáshicos… no pude evitar preguntarme por qué mi maestro tenía tratos con Akáshicos, pero bueno, él era el maestro y no vi conveniente rebatirlo. Resultó que el hombre se quedó en mi casa. Descubrí que las diferencias principales que separaban a Eutánatos de Akáshicos estaban en las formas, pero no en los fondos. Es decir, el objetivo que perseguíamos era el mismo, uno lo hacía por la cara de orden, otros por la cara del caos. Quizá las posturas enfrentadas que habían mantenido tradicionalmente ambas creencias estaban un poco exageradas, pero este hombre y yo, sacando que discutíamos siempre hasta el punto de llamar “ágora” al salón, nos acabamos llevando realmente bien. Entre los dos, y con ayuda de Nérud, reunimos una biblioteca mágica impresionante, ciertamente. Tanto Nérud como yo seguimos investigando a la Tecnocracia (ahora sí me refiero a la misma que Nérud) y conseguimos hacer caer alguna de sus cabezas. Esto, deseo aclarar, llevaba mucho tiempo. No se pueden hacer esas cosas a la ligera. Hay que equiparse bien y preparar las cosas durante semanas o meses. Si dejas cualquier cabo suelto, al día siguiente al más puro estilo “ageofempiresco” tendrás hordas de magos y aberraciones mecánicas en tu casa y no dejarán de ti ni las fotos de bebé desnudo que todos tenemos por casa. Al parecer yo tenía un talento innato para pasar desapercibido y para que la gente no me recordase con fidelidad y eso nos vino bastante bien, supongo. Mi manejo de la magia se basó en la fuerza y la casualidad. Tanto mi maestro como yo caminábamos en el mundo de la probabilidad y jugábamos con las posibilidades; era nuestra vida. Y como toda la gente acostumbrada a arriesgar la vida juntos, acabamos con esa relación que sólo mantienen aquellos que han visto sonreír a la Muerte en la misma sala, en el mismo momento y, contra todo pronóstico, un monje akáshico solía ver los ojos de la Segadora a nuestro lado, siendo nuestro contrapeso y, en cierta medida, nuestro anclaje.

Pasó así bastante tiempo hasta que una mañana de septiembre Nérud vino a despertarme. Era muy temprano, todavía no había amanecido técnicamente aunque algo de luz se filtraba a través de la oscuridad en el horizonte.

-         ¡Oh, cielos! ¿Qué quieres a estas horas?

-         Me voy, Dylan, me voy ahora mismo.

-         ¿Qué? ¿Cómo te vas? Es decir, ¿adónde vas?

-         Abandono esta isla, querido amigo. Otras tierras me reclaman.

-         Pero… ¿y si pasa cualquier cosa? Es decir… ¡la hemos hecho buena varias veces!

-         Ya… y nunca ha ido mal, ¿cuál es el problema? Además, tienes una fuerza envidiable y una base mental más que considerable. Seguro que puedes apañar solo. Además tienes al Akáshico contigo. Tranquilo.

-         Pero tú coordinabas todo…

-         Síp, eso es cierto. Pues bueno, chaval. Cambio de roles, has subido de nivel, ¿eh? Dirige tu vida… al menos hasta que yo vuelva. Espero estar aquí dentro de 8 meses y 17 días. Tranquilo, nunca falto a una cita. Recuerda, ocho-diecisiete. Au revoir, chavalín.

Y así, igual que había aparecido un día como por casualidad, desapareció aquel 14 de septiembre de 2031. Me revolví ligeramente inquieto en cama, el Akáshico y yo íbamos a tener que hacer un par de ajustes ahora que no había alguien para interrumpir nuestras infantiles riñas. “Oh, mierda; ¿por qué ahora?”.
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Aparte de su función como preludio, espero que represente el final de la interminable crisis creativa que se extendió durante todos estos meses. Espero que os guste.

friki, rol

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