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Sep 14, 2009 22:10

LUCY

Yo soy tu prisión

Yo soy tu celda oscura

Tejeremos tus sueños

Con mi canción de cuna

Nana del Prisionero-Cecilia

Aun no podía creerlo.

Bajaba la vista hasta sus brazos observándola atentamente, mientras esperaba cualquier reacción por su parte; instantes después volvía la mirada hacia la cama y contemplaba con una sonrisa como ella descansaba del tremendo esfuerzo que había realizado horas atrás al echar al mundo a aquel pequeño ser que ellos dos habían creado e inmediatamente sus ojos se volvían de nuevo hacia sus brazos, para contemplar otra vez el tesoro que contenían.

Y pese a todo, pase a que repetía ese movimiento una y otra vez, como una lección bien aprendida, aun no podía creerlo.

Sus ojos, que formaban un dique de contención para las lágrimas, sonreían, acompañando su boca en aquel emotivo gesto que anteriormente hubiera carecido de significado para él, pero que ahora tenía demasiada importancia. Reía y lloraba, estaba nervioso, excitado, tembloroso y asustado al mismo tiempo... su hija, en apenas unas horas, había despertado en él un maremágnum de emociones indescriptibles que nada ni nadie le había provocado en sus más de treinta años de vida.

Su hija. Sí, eso era, su hija. De él y Lindsay, una pequeña mezcla de lo mejor de ambos, que en sólo unas horas le había dado más ratos de felicidad de los que podía recordar.

Su hija. "Mi hija".

Lucy Messer.

Durante meses, él y Lindsay habían buscado un nombre adecuado para aquel pequeño ser, habían enfrentado a Lidya contra Lucy, intentando imponer al otro su nombre ganador. Y afortunadamente, había ganado la candidatura paterna, pero ahora Danny estaba seguro de que se había equivocado de elección, porque el nombre adecuado no era Lucy, sino “huracán”.
Eso era su hija, un huracán que había venido a arrasar su vida desde el mismo momento en que escuchó de labios de Lindsay dos simples palabras que tambalearon todo su mundo conocido: “estoy embarazada”.

En aquel momento no supo de qué forma debía actuar. A un tipo como él, entregado a un trabajo que le absorbía casi por completo y bastante independiente como para entablar una vida familiar, la idea de ser padre nunca le había seducido, es más le causaba escalofríos.

Ni siquiera se lo había planteado como una ligera idea a largo plazo, sólo cuando era niño y jugaba con sus amigos a imaginar qué sería de mayor, sopesaba la idea de ser papá para enseñar a su hijo a jugar al baloncesto. Pero esa era la idea que tenía de la paternidad a los ocho años, la cual, difería totalmente de la real.

Con el paso de los años aquel viejo sueño infantil desapareció de su vida y ya no volvió a ocupar un lugar en sus pensamientos hasta aquel día en los vestuarios de la oficina, cuando su ahora esposa le confesó aquel secreto que guardaba celosamente.

Y los miedos y las dudas se adueñaron de él, hasta el punto de llegar a sentirse mal por estar más preocupado por el futuro que por vivir aquel preciado momento que la vida le regalaba.

¿Sería un buen padre? ¿Sería capaz de cuidar de alguien más que no fuera él? ¿Podría ser el marido que Lindsay merecía?

Durante varios días apenas durmió. Permanecía despierto hasta altas horas de la madrugada y cuando conseguía conciliar el sueño, un diminuto ser aun sin rostro ni sexo se colaba en su mundo de fantasía y también de realidad, adentrándose tanto en su vida, que cuando detenía a algún criminal, se planteaba si podría mantener a su hijo a salvo en un planeta que a cada minuto le mostraba estar más lleno de crueldad y sombras.

Poco a poco consiguió hacerse a la idea de que iba a ser padre, convenció a Lindsay mediante boda sorpresa de que podía ser el marido que ella esperaba que fuera y su vida dio un giro de trescientos sesenta grados, al empezar a conocer a su bebé.

Durante aquellos meses que se le habían hecho eternos, la vio formarse a través de las ecografías, la había sentido crecer en el enorme vientre de su madre mediante el tacto de sus manos, también la había visto en sueños e incluso una vez jugó con un programa del departamento a dibujar el rostro de su hija, utilizando una foto suya y de su mujer.

La conocía desde hacía meses aunque sólo se habían visto las caras horas antes, sin embargo, pese a lo reciente de aquel primer contacto visual, era en ese momento cuando Danny podía afirmar con rotundidad que Lucy Messer era la persona más importante de su vida.

La observaba con devoción y no podía dejar de repetirse que era preciosa. “Claro, es tu hija, Danny. Aunque fuera horrible a ti siempre te parecerá preciosa”, se reprochaba, al darse cuenta que sonaba como esos padres orgullosos para quienes sus hijos son los mejores hagan lo que hagan.

Pero lo cierto era que, intentando ser objetivo, Lucy seguía siendo preciosa, una pequeña muñequita que él sostenía fuertemente, como si del mayor de los tesoros jamás encontrados se tratase, intentando impedir con su abrazo que cualquiera de los males que atenazaban el mundo pudieran llegar a rozarla siquiera.

Se prometió que nadie le haría daño jamás, porque estaba dispuesto a matar con sus propias manos a todo aquel indeseable que se atreviera a hacerle derramar a su hija la más mínima lágrima. Lucy era su princesita y él no estaba dispuesto a perderse ni un solo instante de la vida de su pequeña, por ello se prometía que la acunaría pacientemente cuando llorase durante la noche y le cantaría la Nana del Prisionero, prepararía biberones y cambiaría sus pañales, la bañaría y le enseñaría a chapotear con una ranita y un patito de goma y cuando comenzara a crecer le enseñaría a nadar, a montar en bicicleta, la acompañaría al colegio y ayudaría con sus deberes… y cuando fuese una mujercita se convertiría en un policía permanente aun estando fuera de servicio, por supuesto.

Un ligero bostezo de su hija, a punto de despertarse, le hizo sonreír, al pensar en lo mucho que había cambiado su vida en unos instantes y casi sin darse cuenta.

Ahora era padre, con todo lo que esa palabra traía aparejada y aunque el temor le invadía y hacía temblar todo su cuerpo y sus emociones estaban a flor de piel, no podía evitar sentirse plenamente feliz, porque por primera vez en su vida había conocido el amor verdadero, aquel que implica unirse de por vida a alguien que no exige nada a cambio y ofrece tanto como recibe.

Ya no era sólo Danny Messer, un CSI, un habitante cualquier de New York, un ligón reincidente y policía consagrado. Era algo más. Era padre. Y ser papá implicaba amar sin límites y él ahora estaba entendiendo que por primera vez en toda su vida y tras pasar por ella demasiadas mujeres de las que podía recordar, se había enamorado a primera vista y esta vez no podía dudar que ella era la definitiva.

Porque Lucy “huracán” Messer era, sin duda, la mujer de su vida. Su único y gran amor.

Fin

Por cierto, tenemos nuevo gato, entre Dana, el nuevo (voto porque se llame Bill) y las dueñas, el próximo curso el piso va a parecer un zoológico.

csi ny fic, yo

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