Renacimiento

Apr 04, 2009 23:53


Blanco. Un mar insondable de nada blanca, de todos los colores y ninguno a la vez.

Nada. No sentía nada. Pero podía recordar los gritos, la angustia y, por encima de todo, la sensación de ahogo que provoca el saber que ya no queda nada por hacer y la muerte llega...

El chico abrió los ojos muy lentamente, casi como con miedo. Se desperezó entre las sábanas y bostezó. Era extraño, creía haber hecho eso antes, pero no podía recordarlo.

A los pies de la cama dormía alguien. Estaba sentado en un sillón, pero el resto del cuerpo reposaba sobre la cama. El chico gateó sobre las sábanas hasta allí y comprobó que era una chica. Le apartó la negra melena de la cara para verla mejor y entonces ella se despertó, volviendo rápidamente del sitio donde soñaba con dos o tres parpadeos. Se quedó mirando al chico con unos ojos azules que denotaban sorpresa y, al ver que él no decía nada, sonrió nerviosa.

-Hola, Fuego- saludó. Tenía una voz dulce, suave y solemne a la vez, como un instrumento indeterminado. Podías escucharla diez mil veces y no cansarte de ella ni adivinar el nombre del objeto que producía ese sonido, esa música; ni decir si era con viento, percusión, cuerda o los tres a la vez.

Fuego hizo una mueca: no recordaba ese nombre. La chica le miró anhelante, esperando ver un atisbo de comprensión en los ojos almendrados de su compañero, ese que no había venido del sitio donde acababa de soñar. Él se limitó a seguir mirándola sin comprender, y entonces ella le miró desilusionada, desvió la vista hacia la ventana por la que entraban deslumbrantes rayos de sol (ellos sí que venían de aquel sueño, y de muchos otros) y murmuró:

-No puedo creer que esto te esté pasando precisamente a ti.

Era una sola frase, pero decía mucho. La música que salía de los labios de la chica se convirtió en sinfonía, desgarro y amargura, todo en la misma frase: cuerda, viento, percusión, persona. Ella.

Fuego la miró otra vez y se volvió a recostar de mala gana, cerrando los ojos con fuerza.

No era eso lo que quería recordar.

Así se ha quedado el prólogo de Réquiem, y no sé si me termina de gustar, pero me gustaba mientras lo hacía. Y estos tres o cuatro últimos días también me han gustado mucho.

No sé qué ha pasado exactamente, varias cosas pequeñas (sabed que son siempre las más grandes, las más pequeñas, hacen la vida) pero que ha cambiado de color todo.

La vida vuelve a saberme a dulce, dulce, dulce, y no he tomado chucherías, pero me voy a vestir de chocolate (espero un vestido con una diadema a juego en esos tonos, pero no me refiero a eso), voy a caminar con zapatos de nata (llegaron ayer los zapatos blancos, hoy he empezado a caminar con ellos, pero no me refiero a eso), a llenarme el corazón de gente, pero también conmigo misma.



No sé, no sé, no sé qué deciros. Sólo sé que me encanta.

Prometo una entrada más coherente cuando todo vuelva a calmarse un poco, de veras.

Sed felices, es gratis.

Aunque el dinero ayuda mucho, claro.

Pero sed felices, sea con lo que sea.

ser feliz réquiem

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