Sep 07, 2009 20:39
Parte I
El nublado cielo cubría un gris paisaje, del que era notoria una pequeña elevación. En la cima de la colina, donde sólo el viento pasa, un gran árbol dejaba caer sus últimas hojas. El otoño había dejado las ramas secas que se vislumbran cuando el sol se pone detrás del árbol a las seis de la tarde. De una rama gruesa, colgaba un columpio y sentada sobre éste estaba Gabrielle. Sus rizos paseaban entre su cara y su nuca, mientras el columpio subía y bajaba. El vestido rojo que estrenó para su cumpleaños seguía impecable, tal y como su madre se lo entregó.
Alguien observaba a la niña y notaba que los pensamientos de Gabrielle estaban en todas partes excepto donde ella se columpiaba. Alguien la miraba con curiosidad.
A la débil voz de su madre, Gabrielle regresó al mundo donde vive su cuerpo y corrió hacia ella. El aroma a rosas la inundó al entrar a sus brazos. Juntas, comenzaron a correr y dejaron al césped húmedo acariciar sus pies. Tropezaban y las risas las levantaban de nuevo. La forma como ondeaban los vestidos inspiró a quien las veía, desde lejos. Aquél forastero, escondido entre los árboles seguía pensando en Gabrielle y la magia con la que lo hizo querer volar hacia ella y decirle una palabra. El pequeño extraño se recostó en la hierba, mientras la lluvia comenzaba a besarle la cara.
Gabrielle llegó a tiempo para no arruinar su vestido con la lluvia. Se recostó cerca del fuego, innecesario para el propio calor dentro de ella. Aún no era tarde, pero parecía que las llamas la hipnotizaban y jalaban sus párpados a cerrarse. Ella no quería dormir, pero algo la forzó e imaginó que tal vez alguien, en algún otro lado lejos de ahí, también estaba perdiendo la misma batalla en ese momento.
Esa tarde, dos niños en dos partes del mundo no muy lejanas, tuvieron el mismo sueño. Se dice por ahí, que cuando dos personas caen dormidas al mismo tiempo y comparten una fantasía, se conocen el uno al otro dentro de ellos mismos. Así fue como Gabrielle conoció a Mathew.
Comenzó en su árbol, el cual ahora rebosaba de hojas; justo comenzaba la primavera. El viento bailaba y arrastraba hacia ella el perfume de las rosas de su madre. Al verde no se le había escapado ni un solo rincón. Gabrielle reía, hasta que vio acercarse a lo lejos un niño. Le calculó unos dos años más a su propia cuenta de vida. Aún así, parecía perdido, no veía ni a dónde iba ni por donde caminaba, por lo que a Gabrielle no le sorprendió oírlo gritar, maldiciendo a algún bicho. Corrió hacia él, pero el niño se paralizó al momento de verla acercarse. Sólo pudo pensar en la niña que había visto casi volar en el columpio, era la misma que ahora estaba ahí con él, ofreciéndole su ayuda. Se presentó como Mathew. Gabrielle se sonrojó y en seguida le preguntó qué hacía en su sueño. Así comenzó la pelea acerca de quién era el dueño del mundo en el que estaban. Hasta el momento que decidieron que tal vez era un sueño compartido. Entonces Gabrielle comenzó a platicarle su vida a Mathew, acerca de su casa al pie de la colina, el chocolate caliente que seguramente la esperaba al despertar y las rosas junto a la ventana. Mathew lo veía, al tiempo que los rizos de Gabrielle saltaban cada vez que él empujaba el columpio, ahora repleto de flores. Ella lo miró fijamente por primera vez y se dio cuenta de sus andrajosas ropas y la suciedad en su piel. Le preguntó por su propia familia y un silencio de muerte invadió al mundo, los árboles dejaron de cantar con el viento y no hubo otro sonido más que la voz de Gabrielle susurrando dos palabras de consuelo. Mathew sólo le dijo que sí tenía familia, no como cualquier otra, pero una banda de gitanos que vagan enseñando al mundo sus artes, es mejor que un huérfano abandonado en un orfanato en medio del desierto, lugar donde lo encontraron. Le contó lo horrible que era ese lugar y cómo nunca volvió a extrañar el calor ni la arena después de salir de ahí.
Podrían haber jugado por siempre dentro de ese mundo, donde ninguno sentía nada excepto la paz del aire y la caricia de las flores bajo sus pies. Pero fue sólo un sueño, y de repente, sin aviso alguno, la luz solar comenzó a difundir lentamente las flores y el cielo se tornó oscuro.
Continuará.
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