Podría dar muchas explicaciones sobre mi ausencia más que prolongada, pero bueno... ya lo que sigue es suficientemente largo y seguro que no interesa tanto saber por qué anduve ausente (vida, enfermedades, blah, blah, blah).
Doña
mordaz me envió algo escrito por un amigo suyo, que tiene que ver con el universo de Olimpus INC. Y yo me dije: "Es hora de ver en qué andan las musas". Y salió esto.
La Saga de las Musas: ¿A esto le llaman trabajar?
por Enia
-¡No, esa pieza no va ahí!
-¡Claro que va ahí! ¡Encaja perfecto!
Polimnia se retrepó en la banqueta alta (de madera, con un hermoso decoupage de un ángel color cepia en el asiento) y observó con atención.
-No va ahí, Tali. Fíjate en el dibujo, no sólo en la forma -señaló tras un momento a su hermana.
Talía bufó, frustrada.
-¡Este rompecabezas no se puede armar! -se quejó, girando su cabeza de rizos oscuros, recogidos en un peinado desarreglado, para mirar con el entrecejo fruncido a la dueña de casa.
-Por supuesto que se puede armar. Sólo que no es sencillo -le dijo la anfitriona desde el sillón, sin apartar la vista del tejido con el que Erato se afanaba, laboriosamente.
-Bueno, Talía tiene algo de razón. No deberías comprar de esta marca. Las piezas encajan aunque no sean las correctas -señaló Polimnia, probando y descartando otra pieza más. La número cincuenta y tres de esa tarde.
-No lo sabía cuando lo compré.
-Con informarse -murmuró Polimnia por lo bajo, haciendo girar una pieza entre los dedos.
-Poli, querida, cómete otra de esas medialunas con dulce de leche, a ver si se te pasa ese humor agrio que tienes -sugirió Euterpe, que tomaba mate apoyada contra el granito de la mesada, frente a su hermana.
-¡Lo ves! ¡No me sale! -se quejó Erato, dejando caer las manos con el tejido apenas iniciado sobre su regazo.
-Bueno, nadie nace sabiendo, Erato. Un poco de paciencia y de constancia. Si yo aprendí, vos también podés aprender -dijo la dueña de casa y cogió la aguja de ganchillo y el tejido-. A ver, dejame mirar…
Sentadas en la mesa, frente al sillón, Calíope y Urania están concentradas en superarse mutuamente en Candy Crush Saga.
-¡Sí! -exclamó Urania, levantando el puño en señal de triunfo.
-¿Pasaste? -preguntó Calíope y frunció el ceño, frustrada-. ¡No se pueden romper todos los chocolates!
-Yo pude -anunció su hermana, con suficiencia, antes de lanzarse al siguiente nivel.
-¡Auch, auch! ¡Arde! -dijo Melpómene desde la puerta del toillete que ubicado debajo de la escalera, en donde con Clío estaban colocándose una máscara de barro termal en el rostro.
-¡No seas exagerada! Apenas un poco -dijo su hermana.
-Abanicate, Meli. Se pasa al toque -sugirió la anfitriona desde el sillón, devolviendo el tejido a Erato-. Clío, hay unos abanicos sobre el canasto que está junto a la puerta.
Clio salió del baño y se dirigió adonde le habían indicado. En una vasija de cerámica encontró tres abanicos perfumados que la dueña de casa había comprado en Bangkok un par de años antes.
-Toma -dijo, tendiendo a Melpómene el abanico verde con olor a limón.
Melpómene se abanicó con entusiasmo, los ojos cerrados y la cara un poco levantada hacia el techo. Clío volvió al baño dispuesta a esparcirse barro por la cara también. Terpsícore, que estaba sentada en el piso, respaldada en la pared junto a la biblioteca, pasó una hoja del libro “1001 canciones que escuchar antes de morir” (había decidido marcar todas las que no conocía. Llevaba la mitad del libro y aún no había marcado nada) y miró a Euterpe con cejas levantas.
-¿Y el mate, para cuándo?
Su hermana puso los ojos en blanco y le cebó un mate, acercándose para dárselo.
-Espero que aprecies debidamente que te lo traiga.
-Lo menos que puedes hacer. Estás parada -replicó Terpsícore, cogiendo el mate y volviendo a su libro.
El timbre sonó y la dueña de casa levantó la cabeza, frunciendo el ceño. No esperaba a nadie esa tarde y, más importante, tocaban la puerta directamente. ¿Estaría abierta la entrada del edificio? Nadie entraba sin anunciarse por el portero eléctrico, como mínimo.
-Seguí practicando la cadena, casi lo tenés -le dijo a Erato y se puso de pie para ver quién llamaba, pero Euterpe se le adelantó.
-¡Abro yo! -anunció.
-¡Preguntá quién es primero! -le pidió la escritora, acercándose.
El departamento tipo loft, de un ambiente con entrepiso, aunque lo suficientemente amplio como para que una persona sola viviera cómoda y nunca se sintiera encerrada, se volvía muy pequeño cuando las nueve musas acampaban por todos lados a sus anchas.
-¿Quién es? -obedeció Euterpe, antes de girarse hacia la anfitriona y agregar-: Deberías colocar una mirilla aquí.
-Soy yo, Euterpe. Abre la puerta.
Un silencio absoluto se instaló en el departamento y todas las musas se congelaron en donde estaban. La dueña de casa frunció el ceño y se escurrió entre Terpsícore (sentada en el piso contra la pared) y Polimnia (en la banqueta alta junto a la isla de madera que se extendía a lo largo del sector de la cocina).
-¿Quién? -preguntó, pero Euterpe ya había plasmado una sonrisa congelada en su rostro y abierto la puerta de un tirón.
Del otro lado había un hombre de alrededor de cuarenta (podían ser diez más o diez menos, la dueña de caso no podría haberlo dicho). Ilegalmente sexy, alto, de pelo oscuro, ojos fabulosos, camisa gris oscuro cortada a medida, pantalones negros con la raya de planchado marcada a la perfección. A la escritora le temblaron las rodillas. Nunca un hombre más guapo se había parado en su puerta.
Tampoco nunca esperó que justo ese hombre apareciera en su puerta. O dios.
-¡Apolo! -exclamó Euterpe con un tono de voz sospechosamente agudo.
El hombre levantó una ceja mientras recorría con la mirada el atuendo de la musa: remera de tela liviana y floreada, con delgadas tiras sujetándola desde los hombros, y un short de jean muy claro que dejaba sus piernas al aire. Como todas las que demás, iba descalza.
-¿Qué se supone que llevas puesto? -preguntó el sujeto y su vista cayó en Melpómene (que parada detrás de su hermana había dejado suspendido el movimiento frenético del abanico para que se secara la máscara de barro) y Clío (que emergía justo en ese momento del baño con una máscara recién colocada)-. Olvídalo, ¿qué rayos se supone que llevan ustedes dos en la cara?
-Barro termal -replicó Clío, parpadeando porque el barro le estaba irritando los ojos por lo fuerte de los minerales que su piel absorbía. Agitó las manos frente a su cara, pero tras un par de aleteos, le arrebató el abanico inerte a Melpómene. -Arde un poco -explicó.
Él levantó la ceja otro poco y miró a Polimnia (que había quedado con una mano suspendida sobre el rompecabezas) y Talía (que se estaba alisando su túnica batik color cereza de manera inconsciente). Finalmente, detuvo la vista en la anfitriona (remera roja, pantalones cortos a rayas blancas y beige, sin zapatos).
-Enia -saludó con un gesto de la cabeza-. Buenas tardes.
-A…polo -murmuró la escritora. Pestañeó dos veces y se recuperó lo suficiente de la impresión como para dar un paso más hacia la puerta y sonreír. -Por favor, adelante. No sabía que vendrías.
Con un gesto de la mano le señaló el interior del departamento. Él entró y fue como si con ese gesto rompiera el hechizo que había caído con su presencia, todos recuperaran movilidad. Terpsícore se puso de pie, Melpómene se zambulló en el baño dispuesta a lavarse la cara, Calíope cerró con disimulo la pestaña del navegador donde estaba jugando Candy Crush y todas pusieron sus mejores expresiones de deleite mezclado con sorpresa por la inesperada visita.
-Pensé que las situación lo ameritaba -dijo el hombre dando unos pasos dentro y observando todo a su paso, para girarse y mirar a la dueña de casa de frente. -Mis hermanas suelen venir seguido, pero mis registros no indican ninguna actividad creativa en su cuenta.
Enia se puso colorada. El tipo era demasiado guapo. ¿Por qué todos los dioses eran guapos? Elevaría un proyecto de ley para volverlo, mínimo, punible con castigos de prestar servicios pornesarios a los simples mortales que se veían obligados a lidiar con ellos.
Seguro que a
__Marion__, amante de la saga de Cazadores Oscuros, la idea le parecía de lo más acertada.
-Ya veo… ¡Bienvenido entonces! Y por favor, no me tratés de usted. No soy tan vieja. Ni tan importante -se dio cuenta que estaba hablando demás y señaló el sector donde estaba el sillón-. Pasá. Sentate. ¿Querés tomar algo?
Erato se movió hacia la esquina del sillón, liberando el centro, Calíope se puso de pie mientras Urania apagaba el televisor que funcionaba como pantalla de la computadora con un gesto disimulado, y todas las musas comenzaron a hablar al mismo tiempo.
-Ven, siéntate aquí -sugirió Erato.
-¿Quieres un mate? -preguntó Euterpe, dirigiéndose hacia la bandeja en donde residían de manera permanente la yerbera, la azucarera y el termo de agua caliente.
-No sé. ¿Quiero? -preguntó Apolo y observó el vaso de madera con un pequeño caño emergiendo.
-Pruébalo -indicó Euterpe, tendiéndole un mate caliente, espumoso y bien, bien amargo.
Apolo sorbió con cautela y frunció la cara, tragando con valentía.
-Está… amargo -dijo con dificultad y mirando el mate como si estuviera evaluando si era mala educación rehusarse a seguir tomando.
-Los hombres de verdad lo beben así -replicó Talía, levantando una ceja.
Enia puso los ojos en blanco y tomó el plato con medialunas con dulce de leche y una servilleta.
-Son “los gauchos” de verdad. Los hombres lo toman como más les pinte. Mate amargo para la primera vez, no es la mejor opción. Probá una de estas y te preparo café. ¿O preferís té?
Apolo miró las masas con desconfianza y la autora agitó levemente el plato.
-Juro que son riquísimas y son dulces. ¿Te gusta el dulce?
Él le devolvió el mate a Euterpe. Cogió una medialuna (rebosante de dulce de leche y con azúcar impalpable espolvoreada con generosidad) y la servilleta que Enia le tendía.
-Sí, gracias. Café está bien -agregó. Mordió con cautela y tras un par de segundos, se zampó el resto de la medialuna con entusiasmo. -Esto está delicioso. Es casi como…
-… ambrosía. Sí. Te lo habíamos dicho -señaló Calíope con suficiencia.
Enia se afanó en la cocina, mientras interrogaba con la mirada a Talía y Melpómene, que apareció colocándose crema hidratante en el rostro algo enrojecido (se había quitado la máscara de barro termal frotando como loca con agua). Las dos musas, y Polimnia, se encogieron de hombros y se acercaron hasta el sector en donde estaba la mesa y el sillón. Y Apolo.
Que iba por la segunda medialuna.
Un silencio extraño se instaló en el lugar. Las musas, calladas, observaban al visitante con una mezcla de expectación y desconfianza.
-Entonces, ¿tejido, computadora, rompecabezas, libros, sesiones de belleza? ¿Mate y medialunas? ¿A esto le llaman ustedes trabajar?-preguntó Apolo, levantando sus cejas mientras enumeraba y miraba a cada una de las musas.
Calíope, que había vuelto a sentarse en la silla que ocupó gran parte de la tarde, miró al Dios del Sol con calma pétrea. Como sus hermanas, vestía ropa veraniega, colorida y totalmente contemporánea.
-No. A esto le llamamos un recreo que permita al subconsciente establecer conexiones y desarrollar ideas mientras nuestro consciente se aboca en algo totalmente diferente.
Melpómene sufrió un ataque de risa que derivó en tos atragantada cuando Clío le clavó el codo en el estómago.
-¿Recreo, eh? Supongo que eso explica la ropa-el dios se limpió el azúcar impalpable de los labios y los dedos y recibió de Enia la taza de café. -Gracias.
-De nada -replicó ella, que no tenía ni idea de a qué venía la visita pero estaba más nerviosa que en todos sus exámenes de facultad juntos. Mierda de idea haberse puesto ese pantaón. ¡Por qué no se puso algo que le cubriera las piernas!
-¿Qué hay de malo con la ropa? -preguntó Urania.
-No es el uniforme laboral establecido.
-Como dijo Cali, estamos en el momento recreativo -replicó Talía.
-Fue mi idea. Así estamos todas más cómodas y relajadas -se apresuró a decir Enia, sentándose junto a Apolo y cubriéndose las piernas con un almohadón. -Entonces, ¿dijiste que has venido por mi falta de productividad? Porque, verás, estuve enferma y no pude escribir ni leer por bastante tiempo. He perdido algo de práctica y ritmo (imaginate, ¡no he leído más que un libro y medio en todo el año!), pero igual hemos estado trabajando en regresar al ruedo. Pero les propuse a las chicas que intentáramos con otras actividades, para ver si así conseguía algo que me permita salir de esta sequía. ¿Probaste las ruedas de canela? -le señaló las masas que, recubiertas con glaseado blanco, eran su perdición.
Apolo observó el plato con masas con detenimiento y sorbió su café.
-¿Y ha dado resultado? ¿Estaban a punto de ponerse a trabajar en algo? -extendió la mano y cogió una rosca de canela, para hincarle el diente.
-En lo personal, considero que estamos trabajando -dijo la aspirante a escritora, agradeciendo a Euterpe con una sonrisa cuando ésta le dio un mate recién cebado.
-Absolutamente-dijo Erato. -Hemos bosquejado cómo avanzar y tenemos el borrador de dos capítulos de una de las historias que iniciamos a principios de este año. Es una buena historia. Tiene de todo. Hay romance, por supuesto.
-Y peleas y acción -agregó Clío.
-Y un dilema existencial que la protagonista debe resolver -acotó Calíope.
-Además, la locación… nada como la Toscana -suspiró Polimnia.
-¡Y la pareja protagonista es tan candente! Aunque no bailan. Yo creo que deberían bailar en algún momento. Y cantar -sentenció Terpsícore.
-A la gente no le importa si bailan, en tanto haya alguna escena subida de tono -se lamentó Melpómene, meneando la cabeza con resignación, sin darse cuenta que le había quedado una pincelada de barro en el lóbulo de la oreja izquierda.
-Bueno, el sexo es fundamental. Para todo -opinó Apolo y sorbió de su café, limpiándose la comisura de la boca y los dedos de nuevo, esta vez del almíbar de la segunda rueda de canela que acababa de engullir.
-Ni que lo digas. Desde que salió ese Cincuenta Sombras de porquería, todos están esperando porno en las historias -se quejó Urania, que estaba sentada junto a Calíope.
-Considero a esa novela uno de los mayores éxitos de colaboración de Olimpus Inc -dijo Apolo, tomándose lo que le quedaba de café.
-Yo la considero una mierda de historia pero supongo que eso no tiene nada que ver con ser o no un éxito comercial. Ni con los gustos de los lectores, por supuesto-respondió la anfitriona.
-¿Y no es para eso que estamos aquí? ¿Para conseguir un éxito? -preguntó Apolo, mirándola con esos ojos que le daban cosquillas en la rodilla artrósica.
Enia encogió un hombro.
-Yo escribo porque me gusta, a veces porque lo necesito. Porque tengo algo para contar y tengo la arrogancia de creer que habrá alguien allí afuera que está interesado en leerlo. El éxito es relativo y es efímero y ¿quién dice que a mi modo, yo no sea exitosa?
-¿Tener treinta y un seguidores en twitter es ser exitosa? En el mundo de hoy, eso sería casi lo mismo a no existir.
-¡Apolo! -exclamó Urania, enfadada.
Las musas miraron horrorizadas a Apolo y la dueña de casa sonrió una mueca horrible.
-Por suerte para mí, el mundo de hoy y sus opiniones de masa mediocre, me importa una mierda. ¿Viste que las ruedas de canela son lo más?
Apolo se quedó callado un momento. Luego, sonrió.
-Sí, lo son. Regresando a este problema de falta de productividad…
-Lo tenemos totalmente controlado -dijo Enia.
-Plan de trabajo armado y todo -agregó Terpsícore, que se había ubicado en uno de los pufs de cuero negro y tras cruzar una pierna sobre la otra, balanceaba el pie descalzo al ritmo de alguna melodía que nadie excepto ella escuchaba.
Apolo levantó las cejas.
-Plan de trabajo… bien… ¿puedo verlo?
-No lo creo -dijo Melpómene.
-¿Por qué no?
-Porque soy cabalera y supersticiosa. Me parece que si muestro ese tipo de cosas, luego no podré cumplirlas -mintió la dueña de casa con soltura y caradurez total.
Las cejas de Apolo se levantaron un poco más y Enia pensó que ese hombre… dios… lo que fuere… era demasiado guapo para estar sentado en su sillón cuando había otras personas… diosas… musas… alrededor. Y ella estaba vestida con “esa” ropa y llevaba “esos” pelos, tan despeinados como cuando se levantó y se olvidó de cepillárselo.
-Ya veo. En ese caso, probablemente mi propuesta de proveerte de musas a medida, que permanezcan contigo todo el tiempo, no sea necesaria -dijo el dios.
-¡No, gracias! -la anfitriona apoyó la mano en el antebrazo de Apolo, en un gesto que pretendía ser natural y desinteresado, pero que en realidad estaba diseñado para comprobar si se sentían tan interesantes como se veían.
El pequeño apretón con que notó lo bien tonificado de los músculos, no fue producto del pánico que le provocó la idea de tener musas todo el tiempo con ella. El escalofrío de temor, sí lo fue.
-No hace falta para nada -apuntó Calíope.
-¿Acaso estás diciendo que somos ineficientes? -preguntó Talía con expresión ofendida.
-¡La pobre chica ha estado muy mal de la vista desde mayo! -señaló Urania.
-No se puede escribir si no se ve bien -acotó Clío, con un gesto y un tono que gritaba a todas luces su opinión respecto del intelecto de Apolo por no tener ese detalle en cuenta.
-Y además, hay que considerar que la inactividad hace que pierdas el ritmo, el cual cuesta recuperar. Es por eso que hacemos todas estas reuniones en donde, además de trabajar en las historias que están pendientes, implementamos métodos alternativos que incentiven el pensamiento lateral y el proceso del subconsciente -explicó Polimnia.
-Lo que ha probado ser muy efectivo, por cierto. Una de las dos historias ya está retomada y llegando a la recta final. ¡Incluso estamos comenzando a trazar ideas para una nueva! -Aseveró Euterpe. Sus hermanas y Enia la miraron, con diversas expresiones de “¿de qué rayos hablas?”, por lo que agregó: -Por supuesto, adaptar un texto con formato de “idea-borrador” a un formato “Novela” no es sencillo, pero todo lo que conversamos suena muy bien.
La aspirante a autora, que estaba repasando a toda velocidad todo lo que había escrito alguna vez en formato “idea-borrador”, asintió, con cara de saber exactamente de qué estaban hablando. Que no era el caso.
-Bueno… tan nueva no es.
-Se verá totalmente nueva y diferente cuando la escribas, estoy segura -le aseguró Terpsícore.
-Aunque deberíamos volver a conversar acerca de la ausencia de música y danzas en esa historia… Porque no sé si lo has notado, pero en tus historias últimamente, nadie baila -Talía señaló a Enia con el índice y se comió una medialuna.
-¿Te parece? -dijo ésta, con cara de extrañeza.
Un coro de “Sí, es verdad”, “No escribes bailes ni danzas”, “Sí, sí”, se escuchó en el departamento.
-¡Vaya! Bien… lo pensaré. Aunque el personaje masculino de esa historia en particular no me suena muy bailarín que digamos.
-No necesita bailar bien. Sólo necesita intentarlo -acotó Apolo.
-¡Exacto! Gracias, Apo -sonrió Talía, satisfecha.
-Bien… entonces, si todo está encaminado, las dejo seguir… trabajando -dijo el dios, observando al grupo de mujeres a su alrededor al ponerse de pie.
-No necesitás irte. Te podés quedar y participar, si querés -ofreció la autora, poniéndose de pie mientras él ya se dirigía hacia la puerta.
Calíope, Urania y Erato la miraron como si estuviera loca, mientras Terpsícore y Melpómene negaban enfáticamente con las cabezas y las manos.
-Lo lamento. Me encantaría, pero tengo otros compromisos -se disculpó Apolo y le sonrió a la dueña de casa con su sonrisa del millón de dracmas. -Sin embargo, antes de irme, ¿me dirías dónde puedo comprar esas roscas de canela?
La dueña de casa sonrió su propia sonrisa (que no valía un millón de ninguna moneda, pero era la única que tenía) y dijo:
-Lo lamento. Eso es secreto profesional. Pero vení otro día y prometo que compro una docena sólo para vos.
El dios le tomó una mano, se la besó y dijo por lo bajo, rozándole la piel con el pulgar mientras hablaba:
-Es un trato. -Soltándole la mano, abrió la puerta y miró a las musas- ¡Nos vemos luego!
Le guiñó un ojo a la dueña de casa y cerró detrás de él.
Enia se giró hacia las chicas y levantó las manos, con todos los dedos extendidos y los ojos muy abiertos.
-¡OH-POR-JOSS! ¡ESLOMÁSHERMOSOQUEHAPISADOESTACASAJAMÁS!
Las musas, que parecían haberse desinflado, la miraron con cara de hastío.
-¡Por favor! ¡Es el tipo más creído del universo! -dijo Euterpe.
-No confíes en nada que diga o prometa -le advirtió Talía.
-Es un mujeriego irredento, aunque reconozco que es encantador -dijo Erato.
-Bueno, no estaba pensando en casarme con él exactamente -se defendió la dueña de casa, tomando el mate que Euterpe había dejado sobre la mesada, olvidado.
-Eso es lo que todas dicen -replicó Terpsícore con sorna.
-¿Creen que se tragó todo lo que le dijimos? -preguntó Clío, preocupada.
-A mí me pareció que salió bien -dijo Calíope, que había regresado a buscar el juego de Candy Crush.
-Por cierto, ¡muy inspirado inventar lo de una historia nueva remozando otra vieja! -exclamó Enia.
Euterpe le sonrió.
-Eso no fue un invento. Sí hablamos de remozar una historia que escribiste en formato “borrador”.
-¿Cuándo?
-Hace un tiempo.
-No me acuerdo.
-Es porque tienes memoria selectiva -acotó Clío, que a diferencia de Melpómene, aún tenía la máscara de barro termal en el rostro.
-Pero no te preocupes. Lo veremos cuando termines ésta que estás tratando de terminar ahora -le aseguró Polimnia. Y acercándose de nuevo a la isla, observó el rompecabezas con atención. -Ahora, ¿en qué estábamos?
Todas las musas regresaron a lo que habían estado haciendo antes de que llegara Apolo.
La aspirante a escritora, por otro lado, analizó mantener baja la productividad. Quizás así él regresaría. ¡O enviaría a otros!
-Me pregunto cuán improductiva debería ser para que venga Eros…
¡Besos!
Enia