Mis queridas
__marion__ y
mileya cumplieron años hace unos días escasos.
Se me ocurrió honrar el adorable detalle que de ambas festejen onomástico tan cerca de San Valentín y regalarles esta pequeña entrega de la Saga de las Musas.
Porque estos tres personajes me encantan.
Y porque ella se merecen mucho más que esta pequeñez y saludos cumpleañeros. Pero igual ambas cosas van con amor.
La Saga de las Musas: "Mierda de día"
Por Enia
Nota: para quienes no estén demasiado enterados de la mitología griega, Eros era el equivalente griego de Cupido, pero a diferencia de éste, no era representado como un niño alado, sino como adulto (de hecho, está casado con Psique).
Hijo de Afrodita, (la diosa del amor, la lujuria, la belleza y la fertilidad) y Ares (dios de la guerra), Eros representa el deseo sexual, (inicialmente entre los hombres, razón por la cual los espartanos le rendían tributo antes de ir a la guerra), pero a la larga, deseo sexual a secas. También es dios del amor, el sexo y la fertilidad. Énfasis en deseo sexual, por cierto.
Hermes, por supuesto, es el mensajero de los dioses.
Dioniso, por otro lado, es básicamente el dios del vino, la locura ritual, el éxtasis, el teatro… en fin, para resumir, es el dios “de todo lo que vale la pena idolatrar”.
----------------------------------------------------------
La campana sonó con fuerza en la barra anunciando que el bar cerraría en quince minutos más, y una serie de gritos acompañó su repicar, mezclándose con cantos y carcajadas beodas.
El lugar estaba desbordado de grupos variopintos que entre risotadas y salpicones de cerveza, parecían haber establecido una competencia de cuál era el rejunte más ruidoso de borrachos. El piso de madera estaba cubierto de mugre, cerveza derramada, barro de las calles circundantes, vidrios de jarras rotas y comida pisoteada. Las mesas de madera mostraban tantas muescas como cicatrices las manos de los parroquianos que engalanaban el lugar. Había tres ventanas cuyos vidrios no se habían lavado jamás y las velas que iluminaban el salón apenas alcanzaban a alumbrar nada.
Las prostitutas no daban a basto y hacía largo rato que muchas de ellas habían optado por prescindir de algunas prendas. Como estrategia de negocio, mantener a todos los potenciales clientes empalmados con la vista de sus pechos al aire, agilizaba el trámite una vez que se decidían a pagar por sus servicios. Y les permitía regresar al salón una vez que terminaba con uno, a buscar el siguiente con mayor rapidez.
Parado tras la barra, con la camisa arremangada, un paño percudido sobre el hombro, vigilando lo que sucedía, el dueño del bar despachaba pedidos de cerveza y agua ardiente como si fuera un groupier repartiendo cartas en la mesa de póker.
Era una buena noche, pero esa noche siempre era buena. Lo cual era una suerte, porque el desgaste que tenían sus chicas todos los años en esa fecha, llevaba a que la noche siguiente sólo pudiera ofrecer bebida y juegos de salón. Se rascó la barbilla sin afeitar y evaluó la posibilidad de contratar suplentes para cubrir el servicio.
Una semana antes, una mujer fue a ofrecerle tres chicas que, a su juicio, ya estaban muy gastadas, pero por una noche quizás servirían. Cogiendo el trapo que tenía en el hombro, limpió la carcomida barra de madera, barriendo con un par de vigorosas pasadas el licor y los restos de comida que un par de clientes habían dejado. Entregó dos jarras de cerveza y luego cogió vasos del estante inferior y comenzó a frotarlos con el mismo paño con que acababa de despejar la barra.
Un estruendo de mobiliario rompiéndose restalló en la esquina nordeste, bajo la galería, atrayendo su atención. Sin embargo, las risotadas mezcladas con chillidos femeninos, seguidas de vítores y apuestas cruzadas, entre gemidos de placer de al menos dos de sus chicas más escandalosas, le hicieron descartar una pelea. Rezongó por la bajo al darse cuenta que una vez más habían iniciado una de esas estúpidas competencia de resistencia. Eso significaba que quizás debería cerrar unos minutos más tarde.
―Idiotas―murmuró entre dientes y continuó con su tarea con los vasos.
―¡Ya llegó! ¡Ya llegó!
―¿Llegó? ¿Dónde está?
―Al final de la barra.
―¡Oh, por Dios! ¡Ser así de guapo debe ser mínimamente, ilegal!
―Pues yo me lo cepillo durante unas cuantas horas y me declaro culpable sin problemas.
La rápida sucesión de comentarios de las camareras y dos de las chicas que atendían el bar con él, atrajeron la atención del dueño del local.
Siguió la dirección de las miradas para nada subrepticias de las mujeres a las que no pagaba para babearse por los clientes, y divisó a un sujeto al final de la barra, sentado solo y con cara de pocos amigos.
“¡Ah!”, pensó y sonrió con sorna. “El señor San Valentín ha llegado”.
―¿Cómo cuernos hace para que los años no le pasen?―preguntó Cloe, poniéndose en puntas de pie para ver lo mejor.
―Capaz y es un gay obsesionado con el aspecto―respondió Helena, con algo de desdén porque el año interior, había intentado ligar con él y la había rechazado.
―¡No es gay!―replicó Cloe con énfasis.
―¿Y tú cómo lo sabes? Viene cada año, justo en este día, SOLO. Y se sienta ahí a beber como cosaco, sin mirar a nadie.
―Exacto―indicó Talula, señalando a Helena con el dedo índice de la mano derecha, que ostentaba una uña rota―. No mira a nadie. Si fuera gay, miraría a los hombres.
―Yo lo vi el año pasado rechazar a Patricio. ¿Recuerdan a Patricio? ¿Aquel artista callejero que la daba de espíritu elevado?―dijo Cloe, apoyando la quijada en la mano y observando al recién llegado con ojos soñadores.
―Lo único elevado en Patricio era su ego. Y lo abultado de las billeteras que pretendía usufructuar―indicó Talula y se rió con una carcajada divertida.
―Parece cansado―comentó Safron, sirviendo una cerveza que le pedía a gritos un par de individuos que lo último que necesitaban, era más cerveza.
El cantinero observó el tumulto del final del salón y se percató que parecían estar arribando a un ganador del concurso de resistencia, pues los gritos orgásmicos se reducían a una sola voz en ese momento.
―Siempre parece cansado―dijo Helena.
―Es porque justo en este día, le toca trabajar. Pobrecito―Cloe sonrió y Talula la devolvió la sonrisa.
―¿No es perfecto? ¡Trabaja en San Valentín! Seguro que debe ser como una caja de trucos románticos…
―Si es una caja de trucos románticos tan perfecto, ¿por qué todos los años viene justo en esta noche, y siempre solo?
Talula se acomodó los senos con un empujón de las manos y se bajó la remera para mostrar bien el escote.
―No me importa por qué viene solo, me importa irme con él―afirmó.
―¡Hey! ¿Y quién carajos dice que se irá contigo?―preguntó Helena.
―Nadie, pero hoy era mi día franco y lo cambié para tener una oportunidad con mister San Valentín―dijo Talula.
―¡Pues yo también quiero una oportunidad!―afirmó Cloe.
―Yo sugiero que tiremos una moneda para ver quién lo atiende―propuso Safron.
―Y yo sugiero que todas ustedes se aseguren que ninguno de estos idiotas se largue de mi local sin pagar adecuadamente la cuenta―dijo el dueño del local, interviniendo en la conversación―. Yo atenderé a mister San Valentín, quien, por cierto, es casado señoritas. Y su esposa hace juego con él. En lo de verse ilegalmente guapa, me refiero. Ahora, todas, a trabajar.
Una serie de protestas lo siguió mientras se acercaba al sujeto que, a pesar de su pelo bien cortado y uñas bien cuidadas, ostentaba ojeras bajo los ojos y parecía más dispuesto a emprenderla a golpes con el primer incauto que se la apareciera, que a regalar bombones y corazoncitos.
―Empezaba a pensar que ya no vendrías―dijo como saludo, limpiando la madera frente al sujeto con el paño, antes de volver a lanzarlo sobre su hombro en un gesto mecánico.
El recién llegado apoyó los antebrazos en la barra y lo miró con ojos cansados.
―Casi no vengo―respondió. Se apretó los ojos cansados con los dedos y respiró hondo.
―¿Día agitado?―preguntó.
―Día de mierda.
El cantinero llenó una jarra con cerveza negra y tras servir vodka en un pequeño vaso, lo lanzó dentro de la jarra, desbordando la espuma por los costados. Luego puso la bebida frente a su cliente tardío.
―¿Y cómo estuvo la “festividad”?―y encerró la palabra marcando comillas imaginarias en el aire.
―Festividad―pronunció la palabra como si fuera un insulto y bebió la mitad de la jarra de un solo trago. Dejándola frente a él, metió la mano en el plato con maníes y se zampó un puñado―. Esto no es una festividad, es una imbecilidad.
La puerta se abrió con un empujón fastidiado y el aire de la calle, que olía a mugre y lugares bajos, se mezcló con el ambiente viciado del local, arremolinando el humo de cigarrillo que parecía estar siempre suspendido entre la mitad del salón y el techo.
Un hombre de aspecto aún más cansado que el cliente con el que el cantinero estaba charlando, escaneó el lugar y al divisarlos, se dirigió directo a ellos y se sentó con cara de cabreo.
―Honestamente, ¡esto es una putada! Cada vez peor. ¿Me quieres decir cómo carajos es que llegamos a esta locura de regalos, mensajitos cursis y demandas de gestos románticos?-preguntó al otro parroquiano, antes de agradecer con un gesto de la cabeza al cantinero, que colocó frente a él una jarra de cerveza roja―. Gracias, viejo.
―No me mires a mí. Si no fuera porque mi madre sponsorea esta locura, no me agarran para trabajar en este día ni a palos. Mierda de corazoncitos, moñitos y cursilerías sin fin por todos los malditos lugares de todo el maldito mundo… Mierda de día.
El recién llegado, todo rizos rubios y ojos que echaban chispas, escanció su jarra de cerveza en dos tragos y la apoyó con fuerza, ya vacía, sobre el mostrador.
―Hablaré con Padre.
―Buena suerte con eso―replicó su interlocutor.
―Sí, al viejo le encanta este día―agregó el cantinero, bebiendo de su jarra con parsimonia y sonrisa burlona.
―Hablaré con tu madre, entonces―dijo el recién llegado, mirando a su compañero de tragos.
La única respuesta que obtuvo fue una ceja levantada. Lanzó un bufido y metió la mano en el cuenco de maníes.
―Aún recuerdo cuando madre propuso este día. ¡Sonaba tan inocente la idea!―murmuró Eros.
―Tan amistosa―agregó Hermes.
El cantinero se rió de ambos y rellenó todas las jarras.
―¡Relájense, muchachos! Afrodita y su día no tienen influencia aquí.
―Doy gracias al Olimpo por eso―aseveró el cansado Eros, levantando su jarra a modo de saludo―. Al menos aquí se puede respirar autenticidad: sexo, alcohol y total ausencia de romance cursilero.
El cantinero levantó su jarra frente a sus dos torvos clientes.
―Brindemos por éste, el último reducto cien por ciento auténtico y libre de San Valentín.
―Brindemos―dijo Hermes.
El salón reverberó con los vítores que aclamaban el ganador de la competencia, entremezclados con vasos que se rompían, chillidos femeninos, carcajadas estruendosas y la campana que anunciaba el final de la jornada.
Paseando la vista por el caos decadente, una sonrisa distendió las facciones de Eros y, levantando su propia jarra, la chocó contra la de Dioniso y Hermes.
-Sí. Brindemos por Dioniso’s Pub.
¡Feliz cumpledías,
__marion__ y
mileya!
Y recuerden, amigas, que el mundo y yo las queremos. Pero yo las quiero un poco más que el mundo.
¡Besos y abrazos grandes para las dos!
Besos para el resto también.
Enia