Nov 23, 2010 23:43
Hoy me ha vuelto a pasar una cosa que hacía años que -afortunadamente- no me pasaba.
¿Sabes cuando haces una pregunta importante como si nada, esperando no obtener respuesta u obtener una satisfactoria? Lo haces cabreado, sueltas la pregunta con metralleta y no crees que te vayan a contestar y te giras.
Pero lo hacen. Se te clava la respuesta en la espalda como un puñal. Te quedas anclado al suelo y sientes cómo te sube el calor de la rabia y las ganas de pegar un grito pero no te sale la voz. Es aquello a lo que comunmente se le llama quedarse de piedra.
Y le siguen unos segundos infernales en los que mil pensamientos y ninguno te cruzan la mente a la velocidad de la luz e intentas calibrar las consecuencias de lo que te acaban de decir pero no puedes.
Te vuelves a girar, miras a tu interlocutor a la cara y sabes que se ha roto algo entre los dos, algo que ya no tiene arreglo. Y mientras algo se te desquebraja por dentro en silencio, te ahoga, te sofoca, te escuece en los ojos. Y tragas la poca saliva que tienes disponible y ves cómo virtualmente el espacio que os separa se agranda. Y sientes que has perdido algo.
Ya no me acordaba de cómo era. Es una sensación horrible que me produce una pena infinita y ante que la que desgraciadamente no puedo hacer nada. Y eso no es normal porque a mí siempre se me ocurre algo que hacer en según qué situaciones.
Pero no con esta, me quedo ahí parada y cuando ya he dejado que se me escape la rabia lloro. Lloro y no duermo y me duele la cabeza en la que resuena el eco de las palabras escupidas y me arrastro con un agujero en medio del pecho, con un vacío enorme que duele y que ya no va a poder volver a llenarse, no al menos con lo mismo que contenía antes.
Sólo puedo darte las gracias a ti, porque gracias a Dios y como siempre, no eres tú quien me lo ha hecho sentir. Tú sigues dándome sólo cosas buenas. Y dar algo bueno día a día en esta vida es harto complicado por no decir imposible. Pocos lo intentan, casi nadie lo consigue.