Author’s note: Para Anabella.
Como música de fondo, escuchar:
Kiwi El sol brillaba con fuerza atraves de las persianas de tela azul turquí y mi cuerpo cansado advertía que eso era una señal para despertarse y salir de la cama, de una vez por todas.
Había ignorado la señal por cuatro días consecutivos.
Me dirigí al baño con las piernas pesándome igual que si tuviera una lata de pintura amarrada a cada pie.
Debía afeitarme.
Llevaba casi una semana sin pasarme una rasuradora.
Estudie mi rostro en el espejo y como una extraña aparición, la vi a ella en el.
Se escondía detrás de mi, su uñas, a veces rojas, a veces negras, paseándose de lado a lado por la piel de mi torso, sus piernas llenas y suaves soportando a la mías, débiles y cansadas.
Su rostro de expresión seria posado en mi hombro, su cabello largo café oscuro, sobándome los brazos, todo su cuerpo desnudo ceñido a mi espalda y sus ojos, mirándome fijamente.
Atravesándome.
Ella era...como el algodón.
Su piel suave y clara.
Acogedora, como una manta y necesaria como la tela que me cubre la espalda día a día.
A veces dulce y alborotada como el algodón que venden en las ferias, pintado de azules y rosados chillones, volviéndose pegajosa después que le pasas la lengua, deshaciéndose al final.
Y completamente flamable.
Siempre terminábamos en cenizas.
Ella me fumaba. Solo a mi.
Y yo, fumaba por ella.
Inhalaba el humo que quedaba de mi mientras descansaba mi mejilla sobre uno de sus muslos, mis manos masajeándole las rodillas que aun permanecían encajadas en mis hombros como piezas de alguna maquina.
Mi lengua tomaba algún tiempo en perder el adormecimiento y su mano izquierda jugaba con mi cabello mientras con la derecha sostenía al cigarro mentolado.
Me tenia completamente en sus manos.
- Sabe a ti - dijo la primera vez que lo probo. Sus pulmones vírgenes recuperándose de un ataque de tos.
En ese entonces mire su sonrisa coqueta y se la devolví, maravillado con esa habilidad de decir lo mas inocente y sencillo, pero insinuar mucho mas con su lenguaje corporal.
- ¿Estas cansado, amor? - me preguntaba cuando el cigarro y la ultima parte de mi ya estaba reducida a cenizas.
Sus manos ya se habían trasladado a mis lóbulos y alternaba sus caricias con leves jalones de cabello, girando sus piernas lentamente, como si estuviera bailando, acercando mi boca a su húmedo centro, así como quien no quiere la cosa.
Su rostro, completamente indiferente, por supuesto.
Ya en ese punto siempre me encontraba con la respiración agitada otra vez y aunque aun me pesaba la lengua y ya no me respondían las piernas, terminaba con mis dedos fundidos en ella, tocándola hasta que se me arrugaban las yemas y alcanzara ese punto en pudiéramos venirnos con una o dos embestidas de mi parte porque no podía dar mas.
Al final nunca se sabia quien mordía el anzuelo.Cada uno convenciéndose que el otro había perdido.
Por lo menos yo sabia que nos engañábamos. Hace rato había dejado el juego.
Mire sus ojos en el espejo de nuevo y pensé que no importaba cuanto brillara el sol, mientras me miraban sus ojos, siempre era de noche.
La oscuridad en ellos era como un imán que invertía los polos y las fuerzas energía de mi vida a su antojo.
Yo estaría donde ella quisiera, cuando y como quisiera.
Solo tenia que mirarme.
- No...- empecé a decirle una noche antes de que se fuera, sosteniendo su rostro con fuerza
- No me pidas que no me vaya- me interrumpió
- No dejes nunca de mirarme - le conteste
Esa noche no se fue.
En el espejo sus manos tocaron mi rostro y yo alce mis propias manos y las frote de arriba a abajo por mi cara, cerrando los ojos con fuerza.
Estaba casi seguro de que cuando los abriera aun estaría ahí, detrás mío, mirándome, retándome a rasurarme, sabiendo que a ella se le había antojado que me dejara crecer la barba para poder arañarla. Quería ver las marcas de donde había estado mi boca en los días que estaba lejos de mi.
- Se me hará mas fácil recordarte - me susurro con toda seriedad mientras me besaba los ojos antes de irse la ultima vez.
Sabia que era una mentira. Una mas en la absurda casa de cartas que no parábamos de construir.
No había alguien a quien le debiera explicaciones o fidelidad. Solo a ella misma.
No necesitaba raspones en su pecho, ni en su cara, ni sus muslos, ni en ninguna otra parte de su cuerpo para acordarse de mi.
Siempre pensaba en mi.
Lo sabia porque yo, siempre pensaba en ella.
Porque con esas excéntricas peticiones siempre se dejaba ver exactamente cual vulnerable y necesitada de mi realmente estaba.
Abrí los ojos lentamente y me encontré solo en el cuarto de mármol.
Empezó a filtrarse la luz hacia el cuarto de baño y a subir la temperatura.
Mi cuerpo sudaba y la piel debajo del vello facial aun mas.
Vi como las gotas se deslizaban y imagine su lengua pasándose por mis labios y mi barba empapada en ella, mientras gemía.
Sin mas, apague la luz, me dirigí a las persianas, cerrándolas y encendí un cigarro.
Mire por la ventana y me acosté una vez mas a esperar la noche.