"Éste que ves", de Xavier Velasco.

Mar 22, 2012 19:09

"Vivir, amar, narrar: solamente un pelmazo piensa o dice que tamaños engorros pueden ser cosa fácil. Tal vez narrando logre recuperar la angustia inenarrable de mirarme al principio de todo y en mitad de la nada. Uno narra también para hacerse pequeño, de pronto porque quiere -o mejor aún, requiere- que la historia, el amor y la vida sean siempre más grandes, y ojalá indivisibles."

¿Qué pasaría si de repente, alguien nos ofreciera la oportunidad de volver a tener seis años? Ni tan pequeños para olvidar, ni tan grandes para tener certezas. A lo mejor ni siquiera es una edad apropiada para considerar (aunque sea) pensar que hicimos algo rescatable y digno de recordarse; cuando aún estábamos aprendiendo a que la vida real tiene más de real que de vida. ¿Qué de divertido podría tener un niño de seis años cuya única preocupación es divertirse y molestar a los adultos? ¿Por qué esa añoranza hasta cierto grado cliché de nuestra infancia y porqué esa necesidad de mirar nuestras fotografías de pequeños y pensar que todo estaría mejor si tan sólo tuviéramos menos años y por ende, menos preocupaciones?

Ser niño, dice Xavier Velasco, es entender que el camino al infierno es corto. Es no tener la certidumbre de nuestro proceder. Es encerrarse en situaciones que ahora, analizadas a distancia, podrían parecernos mundanas pero que cuando somos pequeños, se dibujan como el fin del mundo. También, por supuesto, es tener 7 años y cometer pecados infantiles como "robar" y estar seguro de que arderás en el infierno por siempre, hasta que un cura te dé la absolución que no sabes si te mereces (ni te interesa saberlo, porque sólo quieres darte golpes de pecho y cumplir tu penitencia para cumplir el trámite).

Vivimos, entonces, como niños en constantes miedos. Miedo a que los adultos nos digan que lo que hacemos está mal, a huir de los compañeros que nos acosan en la escuela, a tragarnos nuestros miedos y lágrimas para no quedar como cobardes frente a los demás. Por supuesto que igual consiste en tomarnos fotografías familiares fingiendo sonrisas y es cuando queremos (con urgencia) conquistar el mundo a través de una motocicleta.

Dejar de ser niño es entonces el enfrentar nuestros miedos. Tirarte del avión. Que te rompan el corazón. Ese momento mágico cuando te das cuenta de que estás creciendo porque ahora el dolor es real aunque no tangible. Es, también, darte cuenta de que mandando todo al diablo es la única forma en que has aprendido a burlarte del presagiado infierno.

Es, en suma, como este libro nos demuestra, la ascensión y caída. O la caída y la ascensión. El retrato de un niño cualquiera que no quiere ser el de la pintura. La desfachatez del puberto. La vida como la de cualquier otro.

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