[BIG BANG] EL SUEÑO ESMERALDA: UNA HISTORIA EN EL SUR (THOMAS MCKELLEN)

Jul 06, 2013 23:23

Título: El Sueño Esmeralda: Una Historia en el Sur
Autor: thomas_mckellen
Pareja o personajes: Pillán (Pueblo mapuche) Athn Mapu y Lanküyén (Chiles originarios) de thomas_mckellen; Hatuntupaq (Imperio Inca) y Qoniraya (Perú originario) de Kartalgrey; Piaré-Guor (pueblo Pampa) y Kalén (Argentina originario) de galatea_dnegro y Antonio Fernández (España), propiedad de Himaruya Hidekaz.
Género: Semi histórico.
Advertencias: Hay algo de violencia, pero es escaso.
Clasificación: PG-13
Resumen: Un sueño susurra el futuro al oído del que puede oír y las vidas empiezan bajo la luz de la luna un camino largo, en espiral. Entretejidas en el telar de la existencia las hebras se reúnen para contar una historia. Y una buena historia siempre tiene nudos y líneas torcidas.

Agradecimientos sentidos y enormes a mi fantabulosa Dante, nanamii, que me tuvo una paciencia de oro en la edición a  haruko_hi (por aguantarme) , galatea_dnegro (mi mejor amiga, mi cómplice, que me prestó a sus oc's y me tuvo paciencia), a Satsuki, a Yael (que tuvo la gentileza de dejarme usar a sus oc's y darme su apoyo) y a todas aquellas que quisieron acompañarme en esta aventura y apostaron por mí. Gracias, de verdad.

I. Prólogo
II. Capítulo I

Capítulo II



Lanküyén era una niña hermosa y muy peculiar, completamente llamativa entre los mapuches. Sus ojos eran de un tono verde vivo, como las hojas de los sauces en verano, su piel tenía el tono cobrizo de alerce, al igual que su cabello rojizo, como el del centro de aquellos árboles tan viejos como Pillán mismo. Creció según lo previsto, hermosa, dócil y fuerte como las doncellas de las leyendas ancestrales que se contaban en las comunidades al abrigo de las fogatas.  Athn Mapu solía mirarla boquiabierto, buscando comprender de dónde venían aquellos colores tan distintos a los que él llevaba en su piel.

-Es bueno tener una hermanita para jugar -decía a veces-. Así no me aburro en los montes.

Lanküyén visitaba a menudo a la machi que la había cuidado y, cuando ella ya no estuvo, otra la educó en su lugar, generación tras generación. Athn Mapu, por su parte, comenzó a quedar a cargo de algunos loncos para que no perdiera el contacto con aquellos a los que debía proteger y para que iniciara su educación guerrera, como cualquier otro niño mapuche que, jugando y compitiendo, adquiría las habilidades necesarias para sacar a su pueblo adelante el día de mañana.

Hubo entonces una época de relativa paz. No sólo Athn Mapu y Lanküyén crecían adecuadamente: Kalén, poco a poco, revelaba a los ojos de su abuelo Piaré un carácter sagaz y dicharachero. Las veces que se encontraban ambos niños, Kalén le contaba cuanto podía recordar a su amiguito, que lo escuchaba algo aturdido y ansioso por demostrarle que también había aprendido cosas interesantes en su ausencia, aunque no hubiera visto ni un tercio de lo que Kalén conocía, de la mano de su abuelo.

No eran los únicos que atravesaban un periodo de crecimiento y fortaleza. A su alrededor, separados por desiertos, cordilleras, ríos y selvas, todo un continente despertaba y vivía, casi en la flor de su existencia. Grandes guerras convivieron con grandes treguas, generando nuevas tradiciones y culturas de otras agonizantes, y los dioses se elevaron con nuevos nombres, deseando abrazar al sol. Porque una gran parte de aquella maravillosa y bravía tierra dedicaba sus ritos y sacrificios al astro victorioso que doraba el maíz en los cuatro puntos cardinales.

Fue entonces que un nuevo ser, inmortal como ellos, se elevó, divinizado como el hijo predilecto de Inti: Hatuntupaq, victorioso en sangrientas batallas, quien, junto a sus compañeros mortales, conquistó y dominó un territorio vasto denominado como el Luminoso Imperio Inca.

-Escuchas mal, Pillán -Como siempre, Piaré estaba a cargo de las noticias-. No es que nació y creció de repente. Su nombre era distinto y ahora se llama Hatuntupaq, reinando en todo lo que existe más allá de Keraná-. Hizo grandes gestos, indicándole en dirección este lo que sus ojos podían alcanzar.

-Y eso te lo contó él, ¿verdad?

Una gran y vistosa vincha de color rojo adornaba la otrora desnuda frente  del Zorro, cosa que lo llenaba de un profundo e indisimulado orgullo, pues se sentía importante y distinguido por tan halagüeño obsequio.

-Sí. Es un hombre sabio, casi de tu edad. Conoce más lunas grandes que yo, de eso estoy seguro.

El hombre no notó los labios apretados de su compañero ni su gesto más adusto que de costumbre.

-También es más callado, se toma su tiempo para responder a mis preguntas y se mueve con cuidado, como si siempre llevara presente que no tiene prisa para vivir y hacer lo que le parece mejor.

-Suena como un ser muy especial.

-Lo es, Pillán. Tan especial como tú.

El aludido no comprendió el verdadero trasfondo de aquel comentario. Para Piaré, tanto Mapuche como Inca eran fuertes, sabios e imponentes guerreros, siempre dispuestos a defender lo suyo a toda costa.

»Se me olvidaba -dijo de pronto Piaré-Guor-: Él también tiene un nieto, como nosotros.

Lanküyén, quien a la sazón jugueteaba con una madeja de lana blanca, se quedó completamente quieta y atenta al visitante. Ya conocía de sobra a Athn Mapu y a Kalén, pero echaba de menos tener amiguitos nuevos, gente a la cual maravillar con todo lo que aprendía de su abuelo y de las otras machis. Si bien Piaré era su mejor amigo, el abuelo Pillán siempre le decía que no lo distrajera mucho de sus deberes de persona mayor y no podía estar con él tanto como quisiera.

-¡Un nieto! ¿Y es como Kalén?
-No. Sus ojos son del tono del sol cuando nace, rojizos, pero tiene el cabello oscuro y la piel del tono de la tierra, como su abuelo Hatuntupaq.

-¿Cómo se llama, abuelo Piaré?

-Su nombre es Qoniraya.

-¿Y es lindo?

Pillán se atragantó con lo que estaba comiendo y tanto Athn Mapu como Kalén escondieron sus rostros para que nadie notase sus risas traviesas.

-Es tan lindo como tú, Lanküyén -replicó Piaré, comprendiendo-. Y si tu abuelo te deja, podrás comprobar que no miento. Hatuntupaq me comentó que pretendía visitarte dentro de algún tiempo. Por ahora estaba algo ocupado consolidando su territorio, lo usual.

Lanküyén ya no prestaba atención a la conversación de los adultos ni a la mirada censuradora que su abuelo le dedicó el resto del día. Su cabeza estaba muy ocupada memorizando aquel enigmático nombre:

Qoniraya.

Lo que Piaré denominaba como «lo usual» era ni más ni menos que una intensiva campaña de expansión a través de los territorios circundantes a los suyos y la constitución de un eficiente y bien administrado Imperio. Una vez vencidos, los nuevos súbditos conservaban, si lo deseaban, sus creencias y quedaban sujetos a un sistema de vasallaje militar y pago de impuestos que los mantenía en contacto con el corazón del Imperio a través de un reputado sistema de comunicaciones. El culto a los dioses era vital y así, tanto Hatuntupaq como Qoniraya vieron acrecentarse, a asombrosa velocidad, su cultura y su sabiduría, orgullosos de su próspera nación.

El sueño no cesó de aparecer, ni Pillán de aguardar la llegada que se anunciaba hacía tanto tiempo. Por esto, las noticias de Piaré le inquietaron bastante: Hatuntupaq adquiría, gracias a sus estrategias militares y económicas, una influencia poco conocida por aquellos lados, donde tantas culturas vivían cada cual aparte de su vecina. Hasta los mismos mapuches existían de esta manera, agrupándose solamente en casos de gran necesidad.

¿Vendría en son de paz y amistad?

Lo dudaba mucho.

Poco a poco, el encuentro se tornó inevitable. Por el desierto se acercaban las huestes Incas con su extraña canción de sometimiento o guerra. Las poblaciones cercanas al Gran Desierto [i]no hicieron frente a tan formidables rivales y pronto empezaron a rendir servicio a sus conquistadores.

-Verás, Qoniraya, que pronto seremos señores hasta donde se extiende la tierra que sustenta nuestros pasos -dijo Hatuntupaq a su nieto, sonriente y confiado en la información obtenida de Piaré y de tantos otros que hallaron por su camino:

Más allá de un gran valle habitaba una raza que se enseñoreaba sobre una gran extensión de terreno fértil y útil a los propósitos de los Incas.

El niño miró largamente a su abuelo. Ambos eran muy parecidos: de estatura relativamente alta, mejillas angulosas y lustroso cabello negro, el marco perfecto para el rojo amanecer de sus ojos, alargados y penetrantes de espesas pestañas. Ciertamente, regalaban la vista de quien estuviese cerca con su majestuosa y casi divina presencia.

Piaré no estuvo presente cuando los Incas llegaron al río tras el valle del cual les hablaron los habitantes del norte. De otro modo, se hubiera preocupado casi tanto como Lanküyén por el inminente enfrentamiento al cual su abuelo fue llamado.

-Hemos resistido -le explicó el mensajero, tiritando de frío al lado del fogón-, pero se trata de una fuerza importante y debemos conseguir refuerzos para repeler a los invasores.

-¿Tan fuertes son?

-Sí, machi Pillán.

La niña escuchó a escondidas, mientras Athn Mapu descansaba entre las mantas. No había contado a su abuelo los sueños que le hablaban de los nuevos visitantes y temía que este  de verdad debiera ir al campo de batalla con los demás soldados para hacer su parte en la guerra. Para ella, todo rondaba alrededor de ese posible amiguito nuevo que deseaba conocer a toda costa, con sus ojos rojos de sol que nacía y su pelo negro como la noche que Piaré le describió largamente a espaldas de su abuelo antes de marcharse a su casa con Kalén.
-Entonces dejaré a mis nietos con la gente del pueblo y estaré listo antes del amanecer para irme contigo.

El mensajero se marchó y Lanküyén dejó de fingirse dormida.

-Quiero ir contigo, quiero ir.

-No. Athn Mapu y tú son muy débiles todavía para enfrentarse a un enemigo, Lanküyén y tu deber es cuidar de la gente a la deberé dejar sola esta vez.

-Yo soy machi -retrucó con insolencia-. Athn Mapu es débil, pero yo no. Yo tengo que portarme como me enseñaron. Yo tengo que ir.

-¿A qué vas a ir? Es peligroso.

Si bien era muy severo con sus protegidos, Pillán no podía mantenerse impávido al llanto de Lanküyén, como tampoco podía hacerlo Piaré-Guor.

-A conocer al niño de ojos de sol.

Para fortuna de sus mayores, Lanküyén no era maliciosa y no sabía lo que era una mentira.

-No vas a valerte de algo como esto para saciarte -le dijo su abuelo, disimulando su sorpresa-. Con más razón te quedarás aquí. Tu curiosidad será un estorbo en la lucha; tú serás un estorbo en la lucha.

Con el bullicio, Athn Mapu se despertó y los tres se pusieron a la labor de preparar sus pertenencias para abandonar la ruca por la larga temporada. El muchacho se quedó a cargo de su hermana menor y de la comunidad en que vivirían estos meses, en tanto Pillán partió con sus guerreros antes de que asomase el sol tras la alta cordillera.

Claro, el machi no contaba con la curiosidad como un arma en este enfrentamiento ni con la obstinación de su nieta, que lo siguió a pie en completo silencio durante todo el viaje. La naturaleza misma cuidó de la niña, como una aliada para propiciar lo antes posible este encuentro marcado en la vida de Lanküyén y Qoniraya.
Con estos refuerzos del sur, la guerra llegó a un punto insostenible para Hatuntupaq. No tenía guerreros ni insumos suficientes y decidió, en su prudencia no desprovista de cierto impulsivo orgullo, llegar a un acuerdo con los mapuches y establecer una frontera tras la cual ambos se sintieran a gusto. Para entonces, Lanküyén ya había sido descubierta por los mapuches, cosa que preocupaba mucho a su abuelo, quien conocía el mundo y la guerra mejor que nadie y sabía cómo iban a terminar las cosas.

Por eso, sin importar cuánto se opuso y amenazó el enlace, ambos pueblos decidieron que lo mejor para sellar aquella tregua y hacer de ella algo duradero en el tiempo era hacer de la pequeña Lanküyén la prometida y futura esposa del joven Qoniraya.

Después de todo, ya eran amiguitos y jugaban sin cesar en las reuniones de los mayores, correteándose con inocente alegría.

La muchacha no comprendió del todo lo que significaba aquello del «compromiso», por lo que no se opuso a las palabras de la gente de su tierra. Asintió cuando se le preguntó si aquella era su voluntad y miró con una seriedad no desprovista de cierta ternura a Qoniraya. Este tampoco comprendió del todo lo que ocurría, mas su abuelo prometió explicárselo pronto, a solas y con eso calmó su recelo.

Gracias a este lazo, tanto Incas como Mapuches acordaron la paz y se dispusieron a iniciar un nuevo estadio de convivencia. Por un lado, los mapuches ya  no serían hostilizados y, por el otro, los incas podrían ocuparse de sus territorios sin temer una guerra que los pusiese en aprietos de ninguna especie.

Lanküyén, apenas unos días más tarde, comprendió el alcance de sus acciones y no estuvo del todo agradada con ello.

-¿Por qué debo quedarme aquí, abuelo?

-Ahora has asumido un rol muy importante, Lanküyén. Te has convertido en la guardiana de esta gente, en su madre y su voz. Es una importante y bella labor -Quiso consolarla Pillán-. Aprenderás de los Incas y a tu vez entregarás a los Mapuches todos tus conocimientos como machi. Serás un enlace entre ambos mundos.

-¿No te volveré a ver nunca más?

Pillán sentó a la niña sobre sus rodillas y la abrazó con fuerza.

-Volveré cada vez que pueda y Athn Mapu vendrá a verte más seguido. No vamos a perder el contacto -Tocó su frente y le sonrió-. Nunca dejaremos de ser una familia, nos contactaremos tan a menudo como desees, en nuestros sueños.

La niña se abrazó a su abuelo y se esponjó de orgullo ante su nueva misión, tan importante para todos. Los hechos parecían  llegar de una manera demasiado abrupta, pero para estos seres sin tiempo el devenir de las cosas era siempre claro y simple:

Lanküyén había crecido y ya estaba preparada para asumir su labor de la manera más adecuada. Su corazón, más conectado a la tierra que pisaba y su boca, sembrada de sinceridad, eran sus mejores herramientas sin contar que Pillán, al igual que Hatuntupaq, fueron capaces de mirar en ambos niños el lazo que en futuro los haría crecer hombro con hombro en una armonía secreta.

Hatuntupaq y Qoniraya se ocuparon de Lanküyén a partir de entonces. Respetando en la medida de lo posible la forma de ser de la jovencita, construyeron para ella una casa fresca y grande, le enseñaron a mirar el cielo como ellos podían verlo y compartieron con ella el pan y la mesa como iguales. Ambos niños, aunque no estaban juntos todo el tiempo, disfrutaron grandemente de la compañía ajena, jugando y cantando como dos entrañables hermanos las historias que aprendían y sabían de antemano. A su tiempo, Hatuntupaq también halló en sus viajes a aquella tierra tras el desierto un motivo para quedarse un poco más y sonreír más a menudo.

Pillán regresó a su hogar y respondió con calma las preguntas llenas de preocupación de Athn Mapu, quien no se resignaba con mansamente a dejar de compartir con su hermana a diario y limitarse sólo a verla a veces, tras un largo viaje.

-Quiero que regrese.

-Athn Mapu, las cosas están hechas de este modo.

-No.

-Iremos a su nueva casa seguido, tanto como Piaré y Kalén nos visitan.

Tras las primeras rabietas, Pillán le explicó que, con el tiempo, esto sucedería de todos modos: Era el destino de cada uno ser el guardián de los puntos cardinales.

Eso no cambiaría, de modo alguno, el que fueran una familia.

Así fue que, con el tiempo, Athn Mapu y Lanküyén aprendieron a echarse de menos y ser felices con el tiempo que tenían juntos, queriéndose en la distancia y la cercanía de igual modo.  Pillán también acabó por acostumbrarse a la ausencia de su nieta y la visitaba tan seguido como le era posible.

Hatuntupaq, como se esperaba, acompañó a sus gobernantes y a su gente en su camino a la grandeza, por lo que fue el primero en escuchar los inquietantes rumores que se susurraron sin descanso en la brisa de los campos y en los grandes salones de los reyes:

Unos hombres extraños, mitad hombre mitad animal, se acercaban a sus dominios, dejando tras de sí una estela nauseabunda. Había que prepararse para enfrentarlos, porque no traían intenciones amables en sus corazones.

Esto le hizo recordar de pronto las largas conversaciones que sostenía con el machi cada vez que visitaban a Lanküyén y coincidían en el mismo sitio. El sueño de Pillán hablaba de algo que veía y arrasaba el mundo tal y como lo conocían, desde los mismos cimientos.

Desgraciadamente, Hantutupaq no tuvo ocasión de conceder a las predicciones de aquel hombre su debido lugar.

Así fue como la profecía, ese sueño acosador y cada vez más sombrío, comenzó a tomar sus contornos definitivos en carne y sangre, materializándose en su propio mundo, como por tanto tiempo se temió. Acostumbrados a la política, esos seres extranjeros pronto se revelaron como humanos. Y en medio del enfrentamiento de los hijos de Hatuntupaq por el trono de los Incas, estuvieron dispuestos a ayudar a una facción a enfrentarse a la otra. La danza fratricida se convirtió en un abrazo de muerte, por lo que Qoniraya fue enviado al lado de su prometida para mantenerle a salvo allí donde Pillán pudiera cuidar de ambos.

Una nube ensombreció el cielo.

Una guerra que debió terminar como tantas otras se convirtió en la herida abierta, el cisma en la montaña que estos extranjeros utilizaron para concretar sus propias ambiciones y obtener aquella promesa que los arrojó en barcos fuera de su patria, tantos años atrás: Oro.

El oro los llevó a  aquellos extremos de la Tierra, la promesa, contada en libros y en bocas ávidas, de que hasta el más humilde explorador podría emerger convertido en gran señor.

Francisco Pizarro [ii]fue el primer nombre español que Hatuntupaq se vio obligado a aprender, arrodillado como un sucio ladrón cualquiera ante un trono que ya no le pertenecía. Los venenosos ojos verdes de serpiente fueron tras los primeros conquistadores y ese noble guerrero, aquel que en un tiempo fue soberbio y majestuoso conquistador se vio forzado a aprender un segundo nombre: España.

En parte para alejarlos de su territorio, en parte porque aún conservaba la esperanza de librar a todo el continente de esas bestias blancas, siempre sedientas de poder, Hatuntupaq  habló a los españoles de un mundo rebosante de oro más allá del Gran Desierto que fragmentaba su propio reino de manera ahora conveniente para propiciar un gran engaño.

Uno de esos blancos, Diego de Almagro [iii], fue enviado por España para tomar posesión del oro y gobernar sobre él en nombre de una tierra improbable y unos soberanos que jamás había visto a la cara.

Corría el año 1535 del dios de los blancos y el desierto aguardaba a los incautos exploradores para devorarlos entre sol y arena, dejándole a la Cordillera imponente dar cuenta de los que quedasen tras pasar por sus dientes de roca y espinos. Apenas los españoles pusieron un pie en campo abierto, la Naturaleza misma se preparó para librar la primera batalla y cobrar en ella la mayor cantidad de víctimas posible.

El sueño de Pillán se volvía, paso a paso, día a día, una dolorosa realidad.

[i] Se refiere al Desierto de Atacama, conocido por ser el más árido del mundo, abarcando  las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y el norte de la región de Atacama.
[ii] Francisco Pizarro González, Marqués (Trujillo, Corona de Castilla, 16 de marzo de 14781 - Lima, Perú, 26 de junio de 1541), adelantado, fue el explorador y conquistador español del Perú,3 gobernador de Nueva Castilla (actual territorio peruano) con sede de gobierno en La ciudad de los reyes (Lima).
[iii] Diego de Almagro (Almagro, España, 14751 - Cuzco, Perú, 1538). Adelantado, fue un conquistador español. Participó en la conquista del Perú y se le considera oficialmente el descubridor de Chile, fue también el primer europeo en llegar al actual territorio de Bolivia.

Nota extra: La invasión incaica a los territorios mapuche es un hecho histórico con variadas versiones, la mayoría aportadas por cronistas españoles que, a su vez, desentrañaron los relatos de los documentos incas.  La anécdota histórica más relevante de este periodo recibe el nombre de “Batalla del Maule" y su fecha ha sido rastreada hacia finales del siglo XV, aproximadamente en el año 1485. Tras un combate que se prolongó por casi seis días, precedido de fallidos intentos de conciliación, el general inca, Túpac Inca Yupanqui, decidió fortalecer los territorios ganados (principalmente de la etnia Picunche, perteneciente a la llamada nación Mapuche) y establecer allí su límite , en la orilla norte del río Maule (en la VII Región).

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