Jun 17, 2012 16:50
Estas serán quizás mis últimas palabras respecto a lo que tengo que decir acerca del Inframundo. Mi hora final se acerca, lo puedo sentir. Ahora por fin me decido a hablar un poco sobre mi persona. Me llaman Alcyone, mas ese no es mi verdadero nombre. Es el nombre que escogí para seguir la tradición de mi casa: la de Tauro. Verán, en mi casa los guerreros que la protegen cambian sus nombres por los de una de las estrellas. Normalmente el nombre que se ponen es Aldebarán, el cual es el nombre de la estrella más brillante de nuestra constelación protectora, pero como yo soy mujer, a pesar de mi enorme estatura, decidí ponerme el nombre de la mayor de las Pléyades.
Cuando era pequeña, el maestro Aldebarán decidió entrenarme, dice que sintió en mí el potencial de un Santo dorado. Era la primera vez que una mujer mostraba ese potencial. El maestro creyó en mí, a pesar de que el patriarca Ixión y el resto de los aspirantes a Santos me miraban raro. No usaba máscara, debido a que el maestro decía que yo sería Santo femenino de Tauro y un Santo dorado siempre debe mostrar su rostro.
Lamentablemente, a los doce años, específicamente el mes de noviembre de 1229, un compañero mío, del cual no diré su nombre, en un descuido me hizo una herida enorme en el lado izquierdo de mi rostro. Esto me marcó para siempre, haciéndome una mujer eternamente triste. Decidí que para que nadie me tuviera lástima alguna cubriría mi rostro, con una máscara dorada. No soporto que me tengan lástima.
Un año después de ese hecho gané mi armadura, limpiamente. Al ser la mayor de los nuevos Santos, era elegible para el cargo de capitana de los ejércitos de Atenea. A decir verdad, esto fue del completo desagrado de algunos compañeros que eran completamente machistas y misóginos. Guardaré sus nombres en el anonimato. Solamente diré el nombre del otro elegible: Samuel de Sagitario. Creí que él sería el capitán y ¡oh, sorpresa! No fue así. Desde el 25 de diciembre de 1230 soy la líder de los dorados. Procuro ser justa… no sé si lo he logrado.
Durante estos casi dieciocho años se me ha encomendado la misión de vigilar los portales hacia el Hades. Es difícil para alguien como yo infiltrarse ahí, mi presencia estuvo a punto de notarse varias veces… por suerte sé ocultar lo suficiente mi cosmos como para no hacerme notar. Además de esta responsabilidad tan grande, debo ser ejemplo para toda la Orden. Cosa aún más complicada para una mujer melancólica y tranquila. Quiero con todas mis fuerzas tratar de olvidar este rasgo mío y seguir adelante.
Tengo además un discípulo, por quien debo velar, no solamente en su entrenamiento, sino también por su vida. Él será mi sucesor. A él le gusta que lo llame Alnath, como la segunda estrella de Tauro, así que así lo llamo. No sé si ese será el nombre definitivo, el sabrá si ese es su destino.
Para los Santos más jovencitos soy una especie de pesadilla. Mi apariencia no ayuda en nada y gracias deberían darle a Atenea que no muestre mi cara…
Alcyone se detuvo un momento, para reír un poco. Nunca se había soltado tanto en su diario, ya que siempre lo usaba para escribir las cosas clave para enfrentar al rey del Inframundo, pero nunca hablaba sobre su persona. Dio un suspiro, en dos años no había tenido un momento de descanso. Se quitó la máscara y vio en sus ojos verdes los treinta y un años de tristeza y soledad que habían pasado. La cicatriz solamente acentuaba ese sentimiento. Era la líder, ¿y qué? El resto la trataba solamente con respeto, el cariño se había ido cuando su maestro Aldebarán se marchó dejándola a cargo de la casa. Pensando en eso, decidió continuar con su escritura.
La reacción podría no ser buena. Como dije, no tolero la lástima. Tengo orgullo de Santo femenino dorado. Mi armadura no me la regalaron, me la gané a costo de sangre, sudor y lágrimas. Sobre todo de lo último, como para que a estas alturas de mi vida se pongan a compadecerme. O podrían sorprenderse de lo fea que soy. Por estos motivos es que mi rostro permanece bien oculto en la máscara. Nunca me he considerado una mujer linda, y la notoria cicatriz solamente acentúa esa sensación.
No me enojo con facilidad. Pueden pasar años para que mi furia salga a flote. Es más, en estos dieciocho años me he enojado solamente una vez. Quien provocó mi ira fue Samuel de Sagitario. Es un buen muchacho, el mejor de mis amigos y un gran guerrero, pero demasiado impulsivo y arrojado. No mide para nada las consecuencias de sus actos. No sabe controlarse y muchas veces estuvimos a punto de ser descubiertos cuando vigilábamos juntos los portales al Inframundo. Eso a la larga provocó que casi lo matara cuando llegamos al Santuario. El pobre, a partir de entonces, me tiene miedo y conmigo trata de controlar sus impulsos.
Amo el mar. Me trae muy bellos recuerdos de mi niñez antes de haber entrenado para ser Santo. Nací en Sicilia, una isla en Italia. No era de una familia pudiente o algo parecido. Era una niña pobre y huérfana, pero era feliz. Ayudaba a los pescadores y ellos me daban algunos pescados para comer. No tenía dinero para la sal, es un bien costoso, pero disfrutaba mis pequeñas ganancias.
Volvió detenerse un momento, mientras daba un suspiro. Recordó el momento que se encontró con su maestro Aldebarán. Tenía casi siete años, pero por su altura el resto de las personas creían que tenía más edad. El maestro era un gigante, para la época en que vivían y todo el mundo lo miraba con miedo. Ella era una simple chiquilla que se dedicaba a ayudar a los pescadores. Así que cuando ese hombre le dijo que sería una guerrera, no pudo creerlo. Lo creyó hasta la hora de los entrenamientos, los cuales eran duros, por decir lo menos. Continuó su escritura:
Quisiera que supieran que no soy solamente la mujer estricta y estirada que ven. Tengo corazón, soy más sensible de lo que aparentan mi estatura y mi apariencia. Soy más tranquila de lo que aparentan mis modales rígidos. Soy algo más que la Santa de Tauro. Quisiera regresar el tiempo atrás y volver a ser Leonor…
Alcyone detuvo la escritura en ese momento, ya que de pronto sintió un cosmos poderoso y oscuro entrando a su casa. Se puso la máscara y salió a enfrentar al enemigo.
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Kyrus leyó con sorpresa esta parte del diario de su líder. No creía que Alcyone fuese tan dulce y tan melancólica. Ahora que leía, comprendía más a su compañera. No fue gratuito que ella fuera quien fue. Y ahora que él era el patriarca, esperaba seguir con el legado de la Santa.
-Ni siquiera me imaginaba que Alcyone no era su verdadero nombre- dijo el Patriarca, cuando oyó que alguien venía hacia él.
-Maestro…- Lidia, su discípula, apareció frente a el gobernante del Santuario, recordándole que las mujeres eran mucho más fuertes de lo que aparentaban.
saint seiya,
precuelas,
edad media