Fanfic: Cleveland Street. - Cap 1: El recién llegado.

Feb 04, 2013 20:36

Hihihi~
¡Reaparezco por aquí esta vez para presentar un bonito y maravilloso fic nuevo! *3*
Éste no lo planto aquí tal cual porque merece mención especial *u*
Lo que vais a leer (si queréis leerlo (?)) es el prime capi de un fic que vamos a ir escribiendo  x_susuland_x  y yo en conjunto. La idea se nos ocurrió de una cosa random pero al final le hemos ido dando forma y esperamos que mole tanto como mola en nuestras mentecitas chachis *3*
Como todo lo que se pone en estos casos, Hetalia no nos pertenece. Únicamente la idea del fic, sí.

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Título Cleveland Street
Manga/Anime Axis Power Hetala
Género Romance, humor, algo de drama por ahí.Pareja: EspañaxUK // AntonioxArthu
Advertencias Nada exceptuando un inglés violento... de momento; más adelante tendrá contenido explícito.
Summary: Antonio Fernández Carriedo es un educador en paro. Encuentra trabajo como profesor de español en Londres y tendrá que habituarse al estilo de vida británico y a su nuevo puesto de trabajo. Por suerte no todo será tan malo cuando conozca a Arthur Kirkland...


Cleveland street.

Capítulo 1: El recién llegado.
Miró por la ventanilla algo aturdido; todavía era temprano. Había aprovechado para echar una cabezadita en el mullido asiento del avión. Se frotó los ojos somnoliento, sin poder evitar que un bostezo inundase el silencio que imperaba a su alrededor.

Echó un vistazo a su reloj de pulsera y comprobó que no eran ni las cinco de la mañana. El resto de pasajeros dormían, aunque algunos más desvelados ojeaban con interés las guías turísticas de Londres.

Tras otro bostezo se estirazó, emitiendo el sonido característico. Sus ojos verdes todavía permanecían entornados por el sueño y su cabello castaño se encontraba tan revuelto como siempre, pero una simpática sonrisa adornaba su rostro a pesar del cansancio que en éste se advertía.

Quedarían un par de horas para aterrizar, así que decidió mandar un mensaje a Lovino. Tecleó con algo de torpeza un SMS en su teléfono móvil, comentándole que la salida del avión había sido puntual y que en poco rato llegaría a su destino. Sonrió al recibir respuesta casi al instante.

Seguro que el italiano se había quedado despierto tan sólo para desearle buen viaje y asegurarse de que estuviera bien. ¡Cuánto iba a echarle de menos…!

Guardó el móvil poco después, removiéndose incómodo en el asiento e impacientándose. Encima no veía nada de nada, pues el oscuro exterior se lo impedía y tan sólo atisbaba las luces laterales, y a duras penas. Los aviones eran aburridísimos.

En España las cosas iban mal, eso era un hecho. El trabajo cada vez escaseaba más, y la oportunidad de tener un sueldo digno descendía por momentos.

Hasta ahora había trabajado como profesor de Historia española en un instituto local de Asturias, su tierra natal. La crisis en el país afectaba de forma importante a la educación, y el modesto centro en el que trabajaba había acabado pagando por ello: los recortes en la plantilla no se hicieron esperar, y con ellos su despido inmediato.

Durante unos meses había buscado ofertas de empleo incluso en otras ciudades, pero justificaban que no daba el perfil o los sueldos que ofrecían no se correspondían con sus horas de trabajo en jornada completa.

Estaba a punto de rendirse cuando en los periódicos comenzaron a elogiar las ofertas laborales de otros países, publicando numerosos artículos que hablaban sobre trabajadores españoles emigrando para encontrar un empleo y sueldo dignos.

Por supuesto el largarse no fue su primera opción desde un principio, pero aquello era mejor que nada al fin y al cabo. En Italia la cosa estaba igual de mal que en España, por lo que tuvo que recurrir a otros lugares.

Su nivel de inglés tampoco era la bomba, pero al menos lo entendía casi a la perfección y lo chapurreaba bastante bien. Era lo que más fácil se le antojaba por el momento, y tras un par de meses consiguió que le admitieran en un instituto de secundaria londinense.

Sabía a la perfección que no le habían aceptado por su familiaridad con el idioma precisamente, pero los profesores nativos de español escaseaban en la capital británica, y su experiencia como docente había facilitado que le hicieran un hueco en Woodside High School; que no era una eminencia, pero sí lo suficiente prestigioso como para cobrar un sueldo más que merecido.

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Se sobresaltó al oír la voz de la azafata y sintió que una entrometida mano le sacudía ligeramente el hombro. Sin darse cuenta había vuelto a dormirse.

-Sir, we have arrived. -comunicó la sonriente muchacha, apartando la mano al verle despierto por fin.

Le devolvió la sonrisa a modo de respuesta, levantándose y recogiendo su equipaje de mano con algo de parsimonia. Desde luego estaba cansado.

Únicamente unos pocos pasajeros se encontraban ya en el avión. Aquellas últimas semanas había comenzado a conciliar nuevamente un sueño profundo, cosa que ya le hacía falta tras tantos meses acarreando con semejante estrés.

Con la maleta no tuvo problemas, pese a que temía extraviarla con toda su ropa dentro. Por nada del mundo quería tener que comprarla en Londres y vestir como los ingleses. Antes en chándal.

Al salir del aeropuerto el aire le azotó la cara, haciendo que reculase y abrochase bien su abrigo antes de correr hacia un taxi parado a pocos metros de él.

Se asomó a la ventanilla y estuvo a punto de comenzar a hablar en español, pero reaccionó a tiempo y sonrió nerviosamente al conductor mientras ordenaba cuidadosamente las palabras en su cabeza.

-Excuse me, is this taxi vacant? -preguntó con cierta incomodidad, esperando no haberse equivocado y maldiciendo interiormente su marcado acento.

El taxista le indicó con la mano que podía subir, saliendo silenciosamente del vehículo para abrir el maletero y guardar su maleta roja sin mirarle siquiera a la cara.

Frunció el ceño ante aquello. ¿Cómo podía ser aquel tío tan maleducado? Él ya estaba poniendo de su parte para no ofender a nadie con su ignorancia, y esperaba al menos ser recompensado con la misma amabilidad.

Subió al taxi todavía algo desconcertado, acomodándose en el asiento trasero y observando con desconfianza al antisocial hombre que le devolvía la mirada a través del retrovisor.

-To Cleveland Street, please. -pidió, dibujando una sonrisa en sus labios.

Segundo intento fallido. Maldijo de nuevo entre dientes al ver que el conductor seguía mudo, considerando seriamente la posibilidad de hacer un ‘sinpa’ en cuanto le dejase en la calle, o tirarse del coche en marcha a lo James Bond, ya que estaban en Inglaterra…

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Al final ni una cosa ni la otra. Al llegar pagó al taxista justo antes de bajar, pero decidió no despedirse de él como castigo por ser tan desagradable con sus clientes.

Fulminó con la mirada al vehículo que ya se alejaba, comenzando a caminar justo después con el único sonido de las ruedas de su maleta al deslizarse por el suelo.

Eran las siete y media de la mañana y la calle estaba vacía, excepto por algún peatón que parecía llevar bastante prisa camino al trabajo.

En pocos minutos encontró el número en el que se alojaría. Se trataba de un edificio modesto y no demasiado deteriorado, y el barrio parecía de lo más tranquilo, al menos a aquellas horas.

Subió hasta el tercer rellano, sacando las llaves de su bolsillo y abriendo la puerta número dos. Su nuevo hogar resultó ser un pisito acogedor, tipo ‘loft’ y con suficiente luminosidad, dentro de lo que cabe estando en una ciudad como Londres.

Las había pasado canutas para acordar el alquiler de aquel piso con antelación. El casero había berreado como un loco por teléfono en aquel perfecto inglés británico, haciendo que le costase entender realmente lo que decía.

Cerró la puerta tras de sí, soltando la maleta en el suelo y dejándose caer pesadamente sobre el colorido sofá de una tonalidad verdosa.

Su nueva vida iba a ser realmente difícil. Más de lo que había pensado.

Hasta esa misma tarde no tenía que acudir al trabajo, por lo que aprovechó gran parte de la mañana para asear su humilde morada y deshacer el equipaje.

Consiguió con algo de esfuerzo darle un toque de gracia al pequeño piso, ordenando lo que sería su habitación y cambiando las frías cortinas por unas más vivarachas que encontró en el armario.

Había traído consigo unas cintas de música española, las cuales le habían estado amenizando la mañana entre alegres rumbas catalanas y algún que otro tema flamenco.

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Tras haberse asegurado nuevamente del cambio de hora en su reloj, se plantó en la puerta de su nuevo centro de trabajo a las cuatro exactas de la tarde; y quien dice exactas, dice a las cuatro y diez.

Impartiría su primera clase aquella misma tarde, pero antes debía buscar al director del centro y presentarse adecuadamente, por lo que se había estado mentalizando desde el día anterior. No quería cagarla soltando algo que no viniera al caso, y desde luego tenía que estar sereno si deseaba empezar con buen pie.

Recorrió nervioso los pasillos del Woodside High School, sujetando bajo el brazo un par de carpetas azules y repitiéndose mentalmente una y otra vez que aquello no iba a ser tan desastroso como su intuición le decía.

Se detuvo antes de llegar al despacho del director; un tal Mr. Bernice. Estaba hecho un flan, y lo último que quería era comenzar a hiperventilar mientras hablaba con un señor británico que a juzgar por su nombre revenido se encontraría seguramente a las puertas de la jubilación.

Se alejó unos metros y respiró hondo para tranquilizarse, hasta que los gritos en una de las aulas cercanas llamaron su atención.

Quiso ver lo que sucedía, así que asomó la cabeza con disimulo por el cristal en la parte superior de la puerta, abriendo los ojos como platos al encontrarse con semejante escena: un profesor rubio, de unos veintitrés años y con las cejas más pobladas que había visto en su vida, gritaba como un histérico mientras lanzaba el borrador a dos alumnos de la última fila.

Apartó la cabeza al instante, alucinado y quizás temeroso de que aquel psicópata le viese allí asomado y decidiera pagarlas con él.

¿En Inglaterra eran todos tan amargados?

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