Jun 19, 2014 22:39
Hace un par de meses que escribía por aquí sobre mi viaje a Patagonia, sobre lo que significó, mis temores y esperanzas.
Estos días me he despertado cayendo en la cuenta que mis temores no eran más que eso y mis esperanzas e
ilusiones han ido fraguando. Pero sobre todo ahí una cosa que ha hecho que todas esas ideas locas que escribía
en el aeropuerto de Punta Arenas justo antes de retornar no hayan sido escritas en vano: se llama Cecila y que me
lleve el diablo si no me he enamorado de ella como hace mucho que no lo hacía por nadie.
Durante ya mucho tiempo he estado soltero, con algun escarcéo aquí y allá, algún atisbo de ilusión por alguién, pero
ahora me siento como una adolescente. Se me hace extraño que de pronto haya otra persona en mi vida sobre la que
preguntarse cuando la volveré a ver o con la que planificar los findes para estar juntos. Extraño, pero felíz.
Siempre que me acuerdo de como nos conocimos, de ese momento bajo la lluvía volviendo despues de 4 días solos por
los bosques de isla Navarino en el que le dije que me había enamorado un poco de ella, me entra una sensación como
de cuento de película. Yo, que fuí al fin del mundo en un viaje persona, buscando tener tiempo para pensar y, llegado
el caso, afrontar horas de soledad en el monte, encontré a una persona con la que empiezo a compartir mi vida.
Pero estar con ella ha significado algo más: ese viaje no ha terminado (acaso terminan los viajes alguna vez?) y sus
ondas no han perdido fuerza con el tiempo.
La vida continua, pero aquella idea de irse a vivir a patagonia perdura. Quien sabe, quizás ese viaje no lo haga solo.