Intentar definir mis últimos dos meses equivaldría a pretender explicar las variaciones de la teoría del caos, así que simplemente lo dejaré en mi sempiterna ―y sospecho correcta― idea de que la vida es un travesti con mucha pluma y un pésimo sentido del humor.
No, aquí no hay traumas existenciales, de hecho hay bastantes realizaciones. Me he dado cuenta de que soy inmensamente feliz con mi carrera, que me encanta, que me veo haciéndolo toda la vida sin cansarme, y eso, en una persona que tiene gustos esporádicos por casi todo, pero pasión por absolutamente nada (salvo quizá leer y escribir) es un descubrimiento que se compara con el de América (ya la habían encontrado, la habían pasado por alto y Colón la redescubrió buscando la otra punta del mundo)
Me he visto envuelta en la lucha ideológica cruda, descarnada y ―la gran mayoría de veces― mal encaminada que es la universidad pública. Derecha contra izquierda, policías contra encapuchados, rumores de infiltración de grupos tanto guerrilleros como paramilitares. Gente idiota que se cree revolucionaria pero no son jamás que un intento burdo de rebeldes sin causa, gente estúpida (y de un equilibrio psicológico más que dudoso) que considera que la mejor forma de deshacerse de esos elementos es la limpieza social ―asesinato puro y duro, desaparición forzada, no hay por qué ponerle nombres bonitos para la sanidad moral del resto― y un rector que parece compartir la misma idea (sí, exactamente la misma idea, y sigue en el puesto) Y luego estamos el 99%, estudiantes que no compartimos ninguna de esas prerrogativas (A Fidel Castro, Chávez y su comunismo puede pasarles exactamente lo mismo que a las autodefensas, la derecha y a Uribe, que los folle un pez espada, como poco) pero no levantamos un dedo para hacer algo, creo que eso es aún más diciente, no en el buen sentido precisamente. El miércoles pasado esto llego a su clímax cuando aproximadamente 100 encapuchados se tomaron el campus principal de la universidad a punta de papas-bomba obligando a salir a todo el mundo de los edificios e impidiendo al mismo tiempo, y aparentemente, la salida de los estudiantes del campus. Y digo aparentemente porque si bien se plantaron en todas las entradas y salidas después de cerca de 30 minutos de iniciado el tropel, se podía salir sin que intentaran detenernos, probando que desde el principio la intención era que la universidad quedara vacía, pero sin levantar demasiadas recelos.
Unos se enfrentaban con la policía, mientras los otros saqueaban cafeterías, seguían con las explosiones perpetuas de papas-bombas, rompían los vidrios de todas las estructuras, acababan con el edificio más nuevo ―y más tecnológico― e intentaban quemar el bloque administrativo (lo que consiguieron en un 30%) Discos duros y memorias RAM estratégicos desaparecieron también, así como un par de servidores. ¿Las razones que dieron? Las de turno, que por nuestros derechos, por el día del estudiante caído, por la reforma a la ley 100, por la ley 30, en fin, excusas sobran. Resultados inmediatos: satanización de los estudiantes (se da por hecho que todo encapuchado es estudiante de la misma universidad, a pesar de que de 12 capturados, sólo 2 eran estudiantes registrados, a pesar de que la mayoría de ellos tenían ademanes marcadamente militares, a pesar de que es el tropel más organizado ―y de lejos más destructivo― de la historia reciente, a pesar, de la sencilla lógica que había demasiado arsenal, demasiada organización, demasiado comportamiento de milicia para ser simples alumnos que a duras penas se financian ellos mismos) y del derecho ―inalienable― de quejarse y exigir cambios (porque el hecho de que unos cuantos no sepan infligir presión positiva, no implica que no debamos hacerlo, demasiadas cosas están podridas para pasarlas por encima), pérdidas por aproximadamente 2000 millones de pesos (1.000.000 de dólares) y la justificación en bandeja de plata a las intenciones del rector de militarizar la universidad (es decir, el permitir que el ejercito entre cuando le plazca, que hagan requisas a los estudiantes arbitrariamente, que acusen y señalen sin pruebas) Decía Agatha Christie que para encontrar al criminal se debían preguntar dos cosas: ¿Quién tiene motivos? ¿A quién favorece el crimen? ¿Los robos son para ocultar o con el deseo de encontrar nuevas cosas que publicar? ¿Es una revuelta mal hecha, u otra cosa disfrazada de revuelta para despertar odios y generar miedo? La verdad se esconde siempre en los pequeños matices, y en este caso la perspectiva es amplia.
Y mis últimos dos meses terminan con la prueba fehaciente de que cuando las cosas se acumulan, se acumulan todas en un éxtasis histérico de ansiedad, en forma de embudo, con ganas de morderte el culo, así de simple. Suena muy a verdad de cajón, pero no lo corroboras con furiosa fuerza hasta que no lo vives, querer a dos personas es una putada, de las grandes, especialmente cuando, de repente, ninguna de las dos te da razones para reprocharles nada, cuando cualquiera de las dos decisiones tomadas hubiese sido la correcta. Cuando cada encuentro parece una terapia de choque, francamente, excesiva.
Querida vida, permíteme en este momento tomarte de las brillantes tangas con visos dorados y los ligueros de cuero, déjame apretarte los huevos y respóndeme: