Sep 22, 2010 12:02
Sin embargo, si nos atreviésemos a imponer tal escena, estaríamos incurriendo en una falta gravísima, en una contradicción bárbara, pues no respeta en nada el ambiente interior y como todo buen autor sabe, la descripción verídica de la escena principal es esencial en una historia, así pues siendo más acordes a la verdad nos dispondremos a decir que el amanecer no ha explotado en una perfecta armonía de índigos y cerúleos, pues el cielo que en este momento nos muestra su cara es de la más grave complexión y la más firme frialdad, gris, ha fruncido su ceño y ha dado paso a gruesos nubarrones sombríos, henchidos de humedad lacrimógena; el sol como se podrá adivinar, se ha negado, pretextando ofensa, a iluminar la bóveda celeste y el gorjeo de los pájaros es tan intenso como el suspiro de una vela. Pero no adjudiquemos la culpa de este silencio natural únicamente a la mala disposición de los plumíferos alados, pues desde nuestra posición escuchamos claramente fuertes bramidos, gritos y ecos provenientes del exterior, el ambiente aunque sombrío, exuda, al parecer, una festividad que no siente.
Nuestra escena principal en este instante es el lujoso vestuario del que, para el momento, es el más imponente de los estadios, afuera en las tribunas, podemos oír expectantes como los clamores se entremezclan en lenguas latinas, germánicas, romances, árabes y una larga cacofonía, que incluye a la mayoría de las culturas y los países del mundo. Miles de miradas centradas conjuntamente en un sólo punto, los cinco continentes, los cinco aros de la bandera ondeando orgullosamente en lo alto mientras la llama olímpica, con la fiereza y lo cambiante de su efigie, opaca totalmente el mensaje de unidad que la enarbolada bandera transmite, absorto el público observa el fuego revolverse, disminuirse para resurgir en una bocanada impresionante conteniendo exclamaciones de sorpresa, es el último día que la verán brillar, durante cuatro años la perfección, el talento y el esfuerzo quedarán sellados, hasta que las briznas ardientes vuelvan a nacer en la antorcha para premiar el arrojo, la voluntad y el ardor que demuestran algunos pocos seres humanos.
En exactamente 8 horas la ceremonia de finalización dará paso a las emociones contradictorias y sublimes de los espectadores: la felicidad de haber contemplado algo tan memorable y la amarga sensación de que se agota. Pero aun les queda un poco, el último acto antes de que el telón se cierre con lastimero arrebato: la final individual de Tenis, que al lector tal vez se le antoje un acontecimiento demasiado vano e incluso a los más atrevidos, soso, para causar tal interés en la gente, pero que quien así lo considere, cambiará rápidamente de opinión al analizar cuidadosamente las situaciones que se relataran a continuación.
Como ya hemos dicho estamos en el vestuario, pero esta vez observamos con cuidado y vemos en la banca más cercana unos mechones rubios cayendo sobre una fornida y ancha espalda, unas manos agarradas firmemente al mango de la raqueta y una mirada sólida -del color del que se forjan las espadas-, clavada en el suelo. El soberbio perfil de nuestro protagonista se desdibuja bajo la escrutadora mirada, de nariz fina y mandíbula cuadrada, el rostro parece al mismo tiempo presumido y seguro, irónico y digno.
Permita el lector una breve reseña sobre tan excepcional personaje.
Aquiles es rebelde por naturaleza, porque quiere, porque es su forma de escupir sobre esa odiosa masa de la que él odia sentirse parte, porque es su manera de quitarse de encima el estigma de perfección que siempre ha cargado sobre los hombros, ¡Oh pero no nos engañemos!, a pesar de renegar de la importancia que le dan, su particular carácter requiere de la atención, así que llegados a este punto deducimos infaliblemente, que sí, que se rebela por simple gusto.
Al principio del relato nos permitimos otorgarle ciertamente el titulo de héroe, no crea el lector que es simple capricho o exageración, pues aunque en su mano no empuñe una espada y no haya sangre enemiga manchando una pétrea armadura, Aquiles es efectivamente un héroe, al menos para los 35 millones de habitantes que componen su país y es que efectivamente, salvo contados casos, es extraño encontrar un ídolo cuya gloria haya sido totalmente extendida; es un héroe de esos que no necesitan salvar a la patria ni sostener la cabeza enemiga en alto para escribir su historia, es un héroe porque inspira, porque es capaz de hacer soñar, de mantener la esperanza y la voluntad de todo un país en si mismo, porque es capaz de hacer sonreír hasta a el más pequeño con sus logros que remueven el orgullo nacionalista que toda persona, que se precie de amar a su país, lleva fuertemente arraigado. Ésa vanidad de la que sufren todos los que se creen de una única patria de ver en su estandarte algo de lo que vanagloriarse, un logro así sea particular, que pueda elevarlos en conjunto sólo por el hecho de llevar en algún momento inscrita la bandera con los colores familiares.
El país de Aquiles sueña, pues, con su primera medalla de oro, su primer premio olímpico en realidad, y sean sus acciones dignas de ser calificadas de carácter heroico o no, esos 35 millones ya lo creen así, él mismo lo cree así. Y es que si vamos a ser francos nuestro héroe, sufre de aquel defecto (o virtud, depende de la perspectiva) incurable llamado arrogancia, o en palabras más simples un exceso de amor propio, pero no se crea que es del tipo de persona que se pasa la vida alardeando de su grandeza frente a los otros, no, Aquiles es perfectamente conciente y considera que los otros son los suficientemente despiertos para darse cuenta por si mismos, ¡Oh cuanta condescendencia de carácter!
Pero no juzguemos apresuradamente un comportamiento algo extravagante, a pesar de lo que pueda parecer a primera vista, su corazón no carece en absoluto de nobleza y de cierta bondad arrebatadora, para explicarlo más sencillamente, nos limitaremos a decir que el temple de nuestro personaje es materia de excesos: Aquiles no juega, se deja la piel en el campo; no quiere, ama con desesperación y odia en la misma proporción, es volátil, impredecible y soberbio, pero también es valiente, tenaz, decidido y exhibe una lealtad a los suyos solo comparable a la confianza que tiene en sí mismo.
Es por eso entendible que su respiración en este momento este totalmente calmada y regulada, que sus pupilas dejen sólo traslucir certezas, porque Aquiles no cree que es el momento, sabe que es el momento, no espera ganar, esta seguro de que lo hará, por eso cuando anuncian su nombre, no vacila, no duda y su paso no titubea un segundo cuando con porte altivo y animado sale finalmente a la arena. Su contrincante ya se encuentra dispuesto y con exacto aire de suficiencia lo contempla desde su altura, una chispa se enciende en alguna parte de su anatomía, pues siente la adrenalina corriendo y la sangre ardiendo en cada rincón, está listo.
Dos horas y media y apenas ha concluido el primer set, por la diferencia mínima, sabe que ha logrado escaparse por poco. Como ya dijimos su naturaleza no carece de nobleza y reconoce el rango de su adversario, digno, al menos, de respeto.
Una hora y cuarenta y cinco minutos más tarde la manga ha quedado igualada y el estadio ha enmudecido en solemne espera. Ante tal derroche de talento el espíritu simple es a menudo impresionable y la arena entera, presa de la misma frenética ansiedad, se ahoga en sincera admiración.
Permitámonos ahora analizar un momento la perspectiva del oponente.
Paris, inteligente, anárquico e impulsivo, no ha conocido en su vida algo que no pueda obtener, con deseo y decisión más que con sentido común ha logrado las conquistas en su vida, sin embargo, en esta por ser las más importante, se ha permitido (cosa extraña) la reflexión, mucho ha oído de su contrincante, muchos los elogios, numerosas las virtudes, escasos los defectos, uno en realidad, se repite mentalmente, circulan rumores (como bien es sabido, en nuestra sociedad impera más la vida ajena que la propia) rumores de una debilidad, una antigua lesión aseguran y viéndose agotado, incapaz y sin fuerzas para extender el asunto, Paris decide, haciendo gala de otra de sus características, el oportunismo, beneficiarse como buen manipulador, del punto débil de su adversario.
Terminada la acotación, volvamos ahora al relato que habíamos dejado abandonado antes de esta incursión.
Aquiles se muestra, se despliega en su grandeza de extremo a extremo en la cancha, no hay velocidad lo suficientemente exagerada, ni distancia lo suficientemente lejana que puedan detener o siquiera minar su férrea impetuosidad, hace honor a su apodo como “el pelida”, “el de los pies ligeros”, pues más que correr parece extender unas alas invisibles y deslizarse con aparente facilidad e insultante elegancia, está cerca lo siente, lo percibe por cada uno de los poros de la piel, casi puede acariciar el triunfo y asir con fiereza la gloria, pero ¡Ay¡ la seguridad es un arma de doble filo cuando desemboca en la obstinación y reduce la atención y el sentido del espacio, porque nuestro protagonista tan embebido en sueños de grandeza y embriagado en litros de placer, no distinguió el brillo de malicia en los ojos del otro jugador, ni percibió la manía extraña de pegarle a la pelota en ángulos descolocantes y confusos, no pretendió ver hacia donde apuntaba, hasta que el dolor se aferró fuertemente del talón y lo tumbó de su pedestal imaginario con tanta brutalidad que la caída apenas si tuvo efectos tranquilizantes.
¡Como nos engañan nuestras pretensiones!, tarde recuerda el gran Aquiles que las certezas absolutas no existen y que la belleza subjetiva de nuestras certidumbres solo florece en el engaño espinoso de nuestra mente, tarde se da cuenta que para una derrota no se necesita carecer de fuerza, sino de atención, muy tarde se entera que el amor propio nos lleva a grandes triunfos pero también a grandes caídas porque es de la sobreestimación de nuestras habilidades y de la subestimación de las ajenas que devienen nuestros más burdos errores. Tan cerca la gloria, tan imposible alcanzarla.
Pero no debe lamentarse el lector por este relato ¿No son acaso las tragedias, las historias más aplaudidas y recordadas?, porque es más apreciada la belleza efímera, surgida en un instante para luego desaparecer, que aquella que se desgasta lentamente sin terminar nunca de ser apreciada.
¡Ah! Pero la naturaleza, ejemplo máximo de gravedad no se conforma con explicaciones lógicas y frías, conserva antiguas ceremonias aún no desgatadas con el uso y los años, en las que lamenta las perdidas de quienes dichosos, se han ganado ya sea por mérito o por capricho un honor tan hondamente preservado.
Es la última hora de los recientes juegos Olímpicos, como cuestión hartamente inusitada nadie apaga la llama, la carga lacrimógena del cielo ha sido pertinentemente soltada.
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Comentarios, impresiones ante esta monumental muestra de desequilibrio mental, siempre bien recibidos ;)
Acabo de notar uqe no puedo dejar de meter angst ni cuando escribo crack, ¿Qué? me invente un nuevo género el "crangst" ._.
esto pasa cuando me aburro,
divagaciones en el laberinto