Minseok no tenía un sitio en el que estar, pero sí uno al que regresar; el problema era que no podía hacerlo. A pesar de haber sido el único realmente inocente de los que habían entrado en PERSONA, se había convertido en el principal culpable. Cuando cerraba los ojos recordaba los rostros de aquellos a los que había arrebatado la vida y aquello le apretaba el corazón con una mano fría y metafórica, pero igual de asfixiante que una real.
PERSONA había sido, al mismo tiempo, la mejor y la peor de sus decisiones. Le había enseñado que cualquier persona llevada al límite podía ser culpable de algo. Se había criado en una buena casa, con una perfecta educación y jamás habría concebido ser capaz de matar; pero ahí estaba, así había terminado, siendo un asesino. PERSONA se había llevado todo lo bueno que le había conformado, pero también le había dado algo que compensaba con creces haberse convertido en un criminal.
Aquel algo era Zitao.
Cerraba los ojos y podía imaginar su rostro, el brillo intenso de su mirada oscura, el susurro de sus palabras dulces pronunciadas con aquel acento tan gracioso. Tomaba aire y se autoabrazaba, imaginando que volvía a tenerle entre sus brazos, que ambos volvían a estar juntos y por fin eran libres. Libres de verdad.
Porque aunque era cierto que se habían vuelto a ver varias veces y que el chino se ocupaba de cuidar y proteger a su hermana pequeña, el tiempo nunca estaba de su parte. Se sentía fatal siendo un proscrito pero todavía peor era pensar el daño que le estaba causando a su pequeño panda. Quería romper con todo aquello, terminar con eso y alejarse de ahí para siempre, para que por fin pudiesen ser una familia feliz y unida.
Los planes de viajar a China para ello se habían complicado y las opciones se habían estado acortando, estrechando el cerco en una única dirección: PERSONA. A pesar de que a Minseok no le gustaba la idea, se había autoconvencido de que aquella era la única y mejor opción. Y entonces había llegado aquella carta, sin remitente ni dirección de envío, simplemente había aparecido en la puerta de la habitación en la que llevaba apenas una semana. Se había asegurado de que nadie conocía su paradero, pero no había sido lo suficientemente listo, pues la persona que había escrito esa nota le había encontrado.
Recordaba cada una de las palabras y aquello se había alzado ante él como la salvación que tanto había estado pidiendo. Corrió hasta la cabina telefónica más cercana; hacía tiempo que se había deshecho de su último teléfono móvil y aún no había podido conseguir uno nuevo de prepago, así que rebuscó en los bolsillos para encontrar unas monedas y llamar al único que podría ayudarle en ese momento.
El teléfono comunicó dos veces y a la tercera alguien al otro lado descolgó. Minseok tragó saliva, respondiendo con un sonido seco y vibrante.
-Joonmyeon -comenzó a hablar antes de que la otra persona dijera nada.
-¿Lo has recibido? -preguntó el otro sin aludir a su nombre. Joonmyeon siempre había sido alguien muy inteligente, por eso mismo era la mejor opción de contacto.
-Sí -respondió sin rodeos.
-Debemos ir -prosiguió el abogado-, si queremos que todo esto termine de una vez, es la única manera de ponerle punto y final. ¿Sabes? -continuó hablando con un tono profundo y sin duda-. Kyungsoo tenía razón, jamás debimos habernos ido, no al menos sin haberlo terminado.
-¿Crees que es necesario? ¿Estás seguro de que solo de esta manera podremos ser libres?
Joonmyeon se tomó un tiempo, demasiado largo para el gusto de Minseok, antes de responder.
-Sí -dijo de nuevo y su voz sonó rasposa y algo más profunda-, lo tengo todo previsto, reúnete con Zitao, y lo demás déjamelo a mí. Esto tiene que terminar.
Minseok asintió a pesar de que sabía que Joonmyeon no le estaba mirando, tomó aire y colgó el teléfono. Elevó la vista al cielo, comenzaba a nublarse, pronto comenzaría a llover.
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