Amigo Invisible 2018

Apr 04, 2019 23:26



Feliz Navidad, Mr. Kinney (2ª parte)


-Pero ahora… ¿Qué vamos a hacer? -se preguntó Emmet.

Y todos miraron a Brian.

BRIAN

Brian no respondió. Estaba furioso. No le pasaba a menudo porque sabía relativizar, compartimentar e, incluso, ignorar las cosas desagradables. Pero esta vez estaba furioso de verdad. Y no era esa ira ardiente que te empuja a gritar o romper cosas, sino una rabia fría, por incongruente que esa definición pudiera parecer. Y blanca ¡¿Blanca?! Se sorprendió a sí mismo por haberle puesto color a un sentimiento.

“¡Bah! -desechó la idea con un ligero movimiento de cejas- Es la influencia de Justin lo que me lleva a adjetivar en colores… Pero… ¿blanca?... No, blanca, no. Color hielo, si es que eso existe”.

No podía estar más furioso, porque el golpe había sido recibido en uno de sus pocos momentos vulnerables. Se había quedado contemplando a Deb mientras iba a por su pedido y los recuerdos le habían asaltado a traición, haciéndole sentir tierno por dentro, cosa que le fastidiaba enormemente (corazones tiernos, corazones traspasados). Y había respondido de malos modos a Emmet cuando le preguntó en que pensaba porque… Porque pensaba en él, Brian Kinney a los catorce años, sentado en esa misma mesa del Diner con Michael al frente y Deb sirviéndoles la merienda. Y recordar su infancia siempre le dolía.

La recordó como era entonces, un montón de años atrás. Entonces se teñía el pelo de rojo intenso en lugar de llevar peluca. ¿Cuándo empezó a llevar peluca? ¡Ah, sí! Fue cuando vio aquella película… ¡Hairspray! Sí, Deb cazaba las ideas de los lugares más insospechados. Y no siempre eran buenas ideas pero ¡Así era Deb!

Deb… siempre Deb, formando parte del paisaje de su vida. Deb… ¿Cuándo empezó a pensar en ella como Deb y no como la madre de Michael? -se preguntó, sorprendido.

-¿Os gusta lo que os he traído de merienda?

-Sí, señora Novotny, se ve estupendo -respondió Brian, educadamente.

-¡La próxima vez nos pones la Coca Cola con vainilla! -exigió Michael.

-¡Michael! -la mano de Deb se disparó hacia la cabeza de su hijo- Deja de pedir. ¿Es que nunca tienes suficiente?

Fue la primera vez que Brian vio a Michael recibir una colleja y se sintió sobrecogido ¡Pobre Michael!, pensó, ¡Él también tenía que lidiar con una mala madre! Pero ¿las habría buenas o eso solo existía en las películas? Inspeccionó el rostro de su amigo en busca de miedo, preocupación o dolor, sentimientos todos que relacionaba con el trato que él recibía de sus padres, pero la cara de Michael no reflejaba nada de eso. Se limitó a frotarse la nuca un momento, y a poner morritos.

-¡Mamaaaaa! -dijo con voz quejumbrosa, ensayando un gesto de enfado que su madre ignoró olímpicamente. Y ante la falta de atención, Michael volvió a su expresión de siempre.

Brian esperó a que la madre de Michael se alejara, porque quería preguntarle a su amigo sobre sus sentimientos respecto al golpe. Pero no le salió. Nunca le salía hablar de sentimientos. Así que cambió la pregunta.

-Coca Cola con vainilla… ¿eso está bueno?

-¡Estupendo! -aseguró Michael juntando los dedos de su mano derecha y llevándoselos a la boca, para besar las puntas en un gesto italiano que últimamente usaba mucho, vete a saber por qué.

Y ahí acabó todo.

Esa primera vez pasó la noche pensando, analizando, intentando comprender. A ratos se preocupaba por Michael y a ratos se asombraba de su indiferencia ante el golpe. Y Michael no fingía esa indiferencia. Es que de verdad, de verdad, no le había dado importancia. Él, sí. Él tenía que fingir que no le importaban los golpes o acabaría roto por dentro, perdiendo lo único que aún conservaba entero : su fachada. Pero Michael, ¡realmente no le había dado importancia!

Eran una familia muy rara -se dijo-, sobre todo la madre. ¡Es que era rara de cojones! Joan diría que… Alejó el pensamiento con rapidez, porque para su madre los demás siempre eran raros… hasta que pasaban a ser otra cosa mucho peor, excepto, claro está, si formaban parte del clero.

Luego recordó cuando Michael había roto una figurita de porcelana de la vitrina del salón y su madre se había limitado a poner cara de disgusto y a recoger los pedazos para pegarlos. Si él hubiera hecho algo así, le hubiera costado una paliza. No de su madre, claro. Las palizas las ejecutaba su padre porque en esa casa todo se hacía al estilo tradicional/medieval. Por un lado, la parte moral (la iglesia, o sea ella), por otro, la parte civil o brazo ejecutor de las sentencias (o sea su padre). Vamos, que su casa era como la Inquisición española, dónde mami condena el crimen y papi tortura y enciende la hoguera, una distribución de roles de lo más satisfactoria para el matrimonio Kinney, ya que papá podía desahogar sus frustraciones golpeándole mientras mamá mantenía inmaculado su estatus de sufrida víctima ejemplar, obviando su participación en el castigo. Había tardado mucho en comprender la absoluta hipocresía del asunto, pero finalmente tuvo claro que su madre aplicaba a rajatabla la máxima cristiana “Dios escribe recto con renglones torcidos”. Y todos los renglones estaban torcidos, según su madre. De hecho, a los ojos de Joan, él debía ser el renglón más torcido de todos. Y eso que todavía no sabía nada de las pulsiones sexuales que sentía hacia los de su propio sexo.

Y así habían pasado los días, y los meses, con Michael e incluso Vic, recibiendo capones de tanto en tanto y Brian observando y valorando la forma en que los miembros de esa familia, tan diferente a la suya, se relacionaban entre sí. Y sus sentimientos hacia Michael cambiaron poco a poco, pasando de una cierta condescendencia por su evidente adoración, al agradecimiento profundo por haberle llevado a su casa y compartido con él a sus seres queridos. Se descubrió envidiando la forma en que se trataban unos a otros en aquella casa, él, que no recordaba haber envidiado nada antes. Se encontró deseando ardientemente que la madre de Michael le abrazase, cuando nunca había pensado nada parecido respecto a la suya. Se encontró sintiéndose “raro” entre aquella gente tan “rara” y sin embargo a gusto, como si ese fuera su lugar.

Y un día, sentado en aquella misma mesa, próximas las fiestas de Navidad, como ahora, se vio de nuevo con Deb sirviendo la merienda, mientras Michael hablaba excitado de los adornos, la comida y los regalos… sobre todo los regalos. Y tan excitado estaba que se olvidó de tragar y Deb le había dado una colleja.

-No se habla con la boca llena -advirtió Deb, señalando a su hijo con el índice- ¿Cómo cojones tengo que decirte que te comportes en la mesa? ¿Qué educación de mierda es esa? ¿Eh?

Brian no pudo evitar reír disimuladamente, cloqueando por lo bajo ante una contradicción tan flagrante ¡Joan se hubiera desmayado del susto al oírla!

Y de pronto lo sintió. Deb le había dado un sopapo también a él. La sorpresa lo dejó mudo, inmóvil, con la mano en la nuca, sintiendo todavía el calor de un golpe que, sin embargo, no le causó ningún dolor, solo esa sensación absurda de estarse derritiendo por dentro, como un helado en chocolate caliente. Y sus ojos se habían llenado de lágrimas que se apresuró a disimular, cortándolas en seco.

“¿Vas a llorar? ¡Imbécil! Si no te ha dolido ¿Por qué vas a llorar? No lloras cuando te pega tu padre y eso sí que duele”.

Miró asombrado a la madre de Michael que le señalaba con el dedo.

-¡Eso por reírte! -dijo la mujer, justo antes de darse la vuelta para marcharse rezongando- ¡No sé qué voy a hacer con vosotros! ¡No me tenéis ningún respeto! ¡Ninguno de los dos! Eso es lo que falta en esta familia. ¡Un poco de respeto!

-¡Hala! -dijo Michael riendo a carcajadas- ¡Esta vez también has cobrado tú!

Brian intentó componer el gesto, pero no supo qué contestar. Deb (porque ahora era Deb y no sólo la madre de Michael), lo había incluido en su familia sin más. Sin declaraciones. Sin sentimentalismos. Con un simple pescozón en la nuca, como si fuera uno más, tratándole como a Michael… como a Vic… como a las personas que quería…

-¡Brian! ¡Joder, Brian! ¿Qué cojones te pasa hoy? -Emmet se impacientó, sacudiéndole por el hombro- Te pregunto qué podemos hacer y tú te vuelves a quedar colgado…

-¿Hacer? -Brian miró su reloj y se levantó de golpe- Me voy, tengo hora en el masajista.

-¿¿¿Qué??? -Michael lo miró con la boca abierta- ¿Qué…

Justin se apresuró a atajar la inconveniencia que presentía que Michael iba a soltar, cogiéndole del brazo y apretándoselo con fuerza para distraerle, dando tiempo a que Brian saliera del Diner como una exhalación.

-¿Dónde va? -preguntó Michael sorprendido.

-Al masajista -respondió Justin- Ya lo has oído.

-Pero… -Michael no se podía creer que Brian les hubiera dejado plantados en medio de un problema, así, sin más.

-Dale tiempo, Michael -pidió Justin-, tiene que pensar.

-Sí, claro… supongo… ¡Seguro que se le ocurre algo! -aseguró Michael esperanzado, mirando a los presentes- ¿verdad?

Justin asintió disimulando su preocupación. Estaba seguro de que a Brian se le ocurriría algo. Lo que no podía asegurar es que ese “algo” no hiciese saltar por los aires a toda la familia. Mel había declarado la guerra a Brian y Deb había impedido que Brian se retirase, sacrificándose a sí mismo como era su intención inicial. Ahora que Brian se veía obligado a recoger el guante y presentar batalla todos corrían el riesgo de convertirse en daños colaterales en esa lucha. Y, sin embargo, no lo lamentaba del todo, porque estaba seguro de que Mel, que conocía a Brian, había intentado jugar con ventaja, previendo que se retiraría sin luchar para no perjudicar a Deb. ¡Y eso le jodía enormemente!

Alzó la vista y cuando su mirada se cruzó con la de Ben supo, con toda certeza, que había informado a Deb a propósito, para provocar su reacción. Ahora que pensaba en ello, hacía tiempo que JR no venía a Pittsburgh y Ben, que adoraba a la niña, debía estar más que harto de las imposiciones de Mel.

Miró a Ben con resentimiento y aprovechó un momento en que Michael, Emmet y Ted discutían sobre lo que se podría hacer, para dirigirse a él en voz baja.

-Deberías luchar tus batallas -reprochó.

-Es lo que suelo hacer -respondió Ben encogiéndose de hombros- pero, francamente, Justin, estoy cansado de que Michael no se decida a plantarle cara a Mel. Ahora vamos a despejar el ambiente de una puta vez y para siempre.

-Utilizando a Brian -Justin se enfadó.

-Te recuerdo que no soy yo quién lo ha metido en esta guerra -dijo Ben.

-¡No! ¡Tú has metido a Deb! -a Justin le costaba mantener el tono bajo.

Ben lo miró de frente antes de hablar muy serio.

-Todos somos adultos aquí y tenemos derecho a saber lo que está pasando. En especial, Deb, porque se trata de su nieta -señaló- Además ¿de verdad te gusta ver como Brian se comporta como si… ¡fuera prescindible! y sus sentimientos no tuvieran importancia?

Justin se quedó en suspenso un momento, antes de responder totalmente apaciguado.

-No -reconoció, recordando otras situaciones parecidas- tienes razón, no me gusta nada verlo. Nada en absoluto.

Pero, a pesar de todo, estaba preocupado por lo que pudiera pasar. Y una cosa era segura. No se quedaría de brazos cruzados, dejando que Brian se ocupara de todo.

(continuará)

qaf 2015

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