Libros y canciones
Se sentó ante su escritorio con el rostro demudado. El equipo de música, conectado antes de salir para la reunión con Brian, dejaba ir las notas del “Help” de los Beatles y no pudo evitar sentir un escalofrío por lo adecuado de la expresión. Necesitaba ayuda porque esta vez su metida de pata había sido apoteósica. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué saboteaba su trabajo, lo único en lo que se sentía seguro? Era como si un genio malo le castigara por intentar escapar a la mediocre existencia a la que estaba predestinado.
Había dicho que lo arreglaría, que se pondría las pilas para sacar a Kinnetic de la fosa que él mismo había cavado. Palabras grandilocuentes y embusteras. Reflejaban tan solo un deseo, sincero pero inalcanzable. La realidad es que estaba aterrado. Inmóvil en su silla, se sentía como un conejo deslumbrado por las luces del coche que acabará atropellándole. No podía soportarlo. ¡Era demasiada presión! Las autoacusaciones se sucedían a velocidad descontrolada. Les había fallado a todos. A Blake, a Brian a Cinthya… a los 557 empleados de Kinnetic, él incluido. Era un desastre. Nunca debió dejar el trabajo de camarero. Nunca debió intentar vivir una vida plena como la de los otros. Debería haberlo comprendido y aceptado hacía mucho tiempo. Y no será porque no recibió avisos antes. Cuando intentó ser un emprendedor de éxito, envidioso de los logros de Brian, y montó su empresa de sexo por Internet... se había estrellado entonces y se había estrellado ahora. El éxito no era para él. Él estaba destinado a la zona gris. La de los prescindibles.
Pero se había comprometido a ayudar… Iba a fallarles de nuevo porque no podía moverse ni siquiera para clikar sobre el ratón y abrir los archivos financieros de sus amigos. Estaba asustado ante la inminencia del desastre. Los errores habían sido tan mayúsculos que le daba miedo comprobar si, además de los cometidos con la empresa, había hecho algo parecido con los fondos personales de sus socios y amigos. Bueno, amigos hasta ese momento. Temblaba de nerviosismo y las ideas pasaban demasiado deprisa por su cerebro, que era incapaz de capturar una sola en la que detenerse. Sólo una cosa era segura. No podía salir de esto por sus medios. Era incapaz. Demasiada presión. No podía pensar. Sonaba el “Lucy in the sky with diamonds” y su mente hizo una asociación de ideas obvia. ¡Una raya! Saldría a buscar una raya. Solo una. O crack. Un poquito. ¡Lo necesitaba! Solo por esta vez. Solo lo suficiente para calmar sus nervios y dejar de temblar. Si era poco, si era por una sola vez, podría controlarlo. Sí, y luego se pondría a trabajar y lo solucionaría todo.
Ya estaba a punto de levantarse cuando sonó el teléfono. Descolgó por costumbre, completamente aturdido, como si acabara de despertarse.
Era la línea interna.
-¿Sí, Delia? -contestó con voz temblorosa.
-Lo siento Sr. Schmitd, ya sé que dijo que no quería ser molestado, pero el Sr. Honneycutt insiste en hablar con Ud. Lleva toda la mañana llamando. Le he dicho que si no le cogía el móvil es que no podía hacerlo, que estaba en una reunión importante, pero dice que su móvil no da señal y… como son amigos… yo…
¡Amigos! -pensó Ted- ¡Ya veremos si sigo teniendo amigos después de esto! ¡Oh, señor! También puedo haberla armado en los fondos privados... y en los reservados para la universidad de Gus y JR…
-Yo… esp… espere… ¡dígale que esp… ere un mom… ento! -tartamudeó al teléfono.
¿Se habrá enterado? ¿Se habrá enterado ya de que he metido la pata hasta el fondo con el contrato de su nuevo programa? ¡Oh, Emmet! ¿Por qué siempre acabas pagando tú mis errores más gordos? ¿Y qué es eso de que mi teléfono no da señal?
Dirigió la vista al móvil y allí estaba, un nuevo desastre ¡Se había olvidado de cargarlo! Bueno, al menos eso tiene fácil arreglo, pensó mientras conectaba el cargador a la corriente. ¡Ojala todo pudiera solucionarse igual! Aunque… vete a saber la de llamadas importantes que no habré recibido. La de problemas que puedo haber causado por esto… vete a saber desde cuando lo tengo sin batería ¿qué voy a hacer?
Nervioso conecto el móvil para contemplar, con la avidez de un masoquista, el nuevo universo de desastres que acababa de imaginar, contento de que esa nueva preocupación le impidiera pensar en las otras. “Llamadas recibidas” “Cargando” La más antigua ¿Cuál es la más antigua? ¿Cuál? Suspiró aliviado, anoche, a las doce… ¿Emmet? ¿Emmet le había llamado a las doce de la noche? Pero para entonces todavía no habían repasado los contratos… ¡Algo le había pasado! Tendió la mano al teléfono para pedir que le pasaran la llamada pero se frenó. Mejor saber de qué iba antes ¿no? Soy un cobarde. Lo soy. Vale. Soy un cobarde. La voz del contestador, la voz de un Emmet muy preocupado sonó en el despacho
“Ted, Teddy, no quiero preocuparte pero creo que deberías revisar tu trabajo de los últimos días. Brian ha estado aquí y sacaba fuego por las orejas. ¡No sabía que estábamos rodando un programa en Britin! Y cuando le he dicho que tú habías dado el visto bueno se ha puesto… Ted, me… preocupas. Tal vez no he sido todo lo buen amigo que debía y no he prestado suficiente atención a tus problemas, sé que he estado demasiado distraído con el trabajo, pero ya sabes que siempre puedes contar conmigo. Ted, llámame, por favor”
“Le preocupo, ya ves. Por lo menos Emmet no me culpa... Aún.” Se quedó de nuevo como aletargado en un silencio calmado, simple, un momento de paz turbado de nuevo por el teléfono.
-Señor Schmitd… el Sr. Honneycutt está todavía esperando… -la voz insegura de su asistente le molestaba, estaba a punto de decir que no le pasara la llamada cuando la voz de Emmet le asaltó. Se ve que la asistente había pasado la llamada sin esperar más, harta de no recibir instrucciones.
-Ted… -Emmet sonaba ansioso- ¿Estás bien? ¡Joder Teddy, no vuelvas a hacerme esto! ¡Me han salido canas de la preocupación! Bueno, eso tampoco es un problema porque llevo el pelo cortado al cero para que no se note la alopecia, pero… ¿Ted? ¿Ted, estás ahí?
-Sí, Emmet, estoy aquí… -suspiró un Ted agotado por la obligación de volver al mundo de los problemas.
-De verdad que me tienes preocupado. Brian… Suenas mal, Ted. ¿Qué te ha hecho Brian?
Ted deseó echarse a reír. ¿Que qué le había hecho Brian? ¡Brian era un puto santo, joder!
-Nada, no… nada -respondió lentamente como si sus procesos cerebrales se negaran a ponerse en marcha.
-Bueno, es igual, ya lo veré cuando llegue -respondió Emmet.
-¿Vienes para acá? Pero ¿no tenías grabación hoy? -pregunto un Ted revivido momentáneamente por la sorpresa.
-Sí, pero como no me contestabas… ¡Joder, Ted! Suenas como si te estuvieras muriendo, mira, llego en diez minutos. Cinco si ese maldito camión de la basura se quita de en medio. ¡Hasta ahora!
-Ah, …vale… -respondió un poco entusiasta Ted. Luego más que colgarlo, dejó caer el teléfono, como si su peso fuera más de lo que podía aguantar.
Sus ojos se dirigieron a la puerta. Tal vez debería huir. De Emmet, de Brian, de los problemas, de… todo. Pero eso requería unas energías que no tenía. Se resignó a lo que fuera. No quería pensar. Debería estar trabajando pero para eso debería clikar en la pantalla para conectar el programa financiero… demasiado esfuerzo. Sus ojos vagaron por el despacho. Su despacho. Sobrio, una isla de clasicismo dentro de Kinnetic, donde predominaba el cromo y el cristal. Él había preferido la madera. Cuadros con marcos de madera, sillones con brazos de madera y tapizados lisos color marengo, estanterías de madera llenas de archivadores, todo era formal, incluso los libros perfectamente alineados, todos sobre temas serios, excepto… “Cincuenta sombras de Grey” murmuró leyendo el título del libro que tenía sobre su mesa. Se lo había olvidado su asistente junto a la cafetera, esa mañana y él había pensado en gastarle una broma recogiéndolo y dejándolo sobre su despacho para que lo viera al entrar. Delia era, junto con él, los más serios de la oficina, los de más edad. Por eso le había sorprendido que estuviera leyendo ese libro. Sabía de qué iba. Había sido un bet-seller en su momento y ahora todo el mundo hablaba de la película. Se habían vendido millones de ejemplares lo que podría significar que era una historia brillante, pero en la mesa de aquel despacho, en sus manos, dejaba de serlo, incluso el título cambiaba y se convertía en “Cincuenta tonos de gris”. Era un bonito juego de palabras si se ponía a pensarlo. Y pensaría en ello ¡claro que pensaría en ello! Cualquier cosa antes de pensar en… su trabajo. “Cincuenta tonos de gris” un título adecuado para una historia de masoquismo. Él ya sabía algo de eso. Lo había probado en su momento disfrazándose y dejándose dominar por aquel antiguo compañero de universidad… ¡Dios, ni siquiera recordaba el nombre! A lo mejor es eso, a lo mejor el libro va dirigido a nosotros, los grises, los que necesitamos estímulos exteriores para ponerle sal y pimienta a nuestras grises existencias. Estímulos a toda costa, incluso si nos causan daño como un látigo, una relación tóxica o… una raya de cocaína.
Todo es triste y gris a mi alrededor, reconoció, y he sido yo quien lo ha escogido. Yo escogí el despacho, los muebles, la distribución. Debería haberme dado cuenta de que no puedo escapar al gris de mi existencia. El gris me rodea desde siempre, porque siempre, siempre, escojo lo monótono, lo seguro, lo predecible…
La puerta se abrió de golpe y un enérgico Emmet con camisa color salmón, chaleco dorado y ajustados pantalones color champán entró en su despacho, resplandeciente como un sol de mediodía.
-¡Delia, querida! ¡Ya te he dicho que me estaba esperando! -Emmet cerró la puerta en las narices de la asistente- ¡¡Teeedddyyyy!! ¡Ya estoy aquí!
“Bueno, siempre, no” se dijo Ted sonriendo sin poderlo evitar. En la mini cadena sonaba “With a little help from my friends” Tal vez la ayuda que necesitaba no fuera tan pequeña, pero se la estaba ofreciendo alguien con un corazón muy grande.