H
e descubierto -por casualidad- que un post que escribí al principio del pasado año se convirtió en un
artículo del número de febrero del 2009 de “
El Escéptico Digital”, el boletín de la
Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. Ignoro cómo llegó hasta allí (aunque tengo alguna
idea). No es que me moleste -todo lo contrario- pero hubiera estado bien que el responsable me lo hubiera comentado, aunque sólo fuese para poder agradecérselo.
Aprovecho ahora para devolver -a pesar de la acusada asimetría mediática- el favor y hacer mención de una sociedad cuyo objetivo fundamental es promover el uso de la razón y del pensamiento crítico frente a la credulidad y las afirmaciones paranormales, algo que para muchos de nosotros constituye una necesidad, incómoda por imperiosa, ante muchas situaciones.
Esa necesidad -que podríamos considerar obsesión- tiene un origen común con la firme creencia de que la educación y la cultura son los únicos preventivos contra la credulidad y la ausencia de criterio (entiéndase como facilidad para ser manipulados), es decir, para promover el uso de la razón; y de que la ciencia, no solo forma parte de esa “necesaria cultura”, si no que su método (el método científico) es la única forma que tenemos de conocer la realidad y ampliar nuestro conocimiento.
También la persistencia de las llamadas "
dos culturas" es responsable de esa necesidad. Tradicionalmente, se considera culta a una persona con amplios conciemientos de "letras", pero no de "ciencias". Esa ausencia de una apreciación social del conocimiento científico como "cool", distinguido o elegante (cosa que sí que ocurre con el conocimiento literario o cinéfilo, por poner dos ejemplos) ausenta la ciencia de la llamada "cultura general". Creo -junto con mucha gente- que la incultura científica facilita en gran medida, tanto la existencia de “
magufos”, como su éxito al aprovecharse de esa patológica credulidad e incapacidad de análisis de una (gran) parte de la sociedad, o la emergencia de numerosas "teorías conspiranoicas". La incultura es la responsable de la incapacidad de mucha gente para tener opiniones propias basadas en el conocimiento o, en su caso, de saber hasta dónde pueden opinar; así como de saber distinguir el valor de las distintas opiniones que, diariamente, intentan influenciarles. Creo que la patológica deficiencia social en cultura científica debe ser la consecuencia de una deficiente educación básica -o que, en cualquier caso, podría
corregirse desde ella- y de la referencia que ejerce una élite cultural que, en muchas ocasiones, no sólo hace gala, si no incluso alarde, de su analfabetismo científico. Muchos achacan -podría pensarse que en exclusiva- al poco esfuerzo divulgador de la comunidad científica ese desinterés social por el conocimiento científico. Sin embargo, la oferta depende de la demanda, y la demanda depende de las necesidades. Habría que esforzarse en generar esa necesidad de conocimiento, verdadero motor del uso de la razón y de la cultura. No se me ocurre qué otra cosa, aparte de una correcta educación básica y obligatoria, podría lograrlo. Sin embargo, el mayor esfuerzo en divulgación de la comunidad científica también es necesario, no tanto para hacer accesibles los nuevos conocimientos a la sociedad -que también-, si no para aumentar su propia “visibilidad” y servir así de referencia social alternativa a determinados demagogos y culturetas, por no mencionar a otro tipo de personajes. Es en este contexto, donde la existencia de movimientos coordinados como la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico o el concepto de "
Tercera cultura" son necesarios y, además, inspiradores de un cambio que, sólo tal vez, es posible, pero, sin duda, es necesario.
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ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico Ver también:
Alfabetización científica (CienciaOnline)
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