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ace hoy 200 años nació un hombre que, a pesar de una profunda impronta religiosa y haber medrado en una sociedad presumiblemente inmovilista, fue capaz de percatarse, hace aproximadamente 174 años, de que los seres vivos evolucionan debido a la ventaja en eficacia biológica que, en función del medio, proporcionan algunas diferencias heredables (a lo que denominó Selección Natural); que la mayor parte de sus características son adaptaciones al medio resultado de esa selección natural; y que todo ello implicaba que todas las especies (incluido el hombre) provenían de la evolución gradual a partir de ancestros, éstos de otros y así sucesivamente hasta llegar a un único ancestro común. Ni más, ni menos.
Esto último implicaba que no había ninguna razón para seguir creyendo en nuestro exclusivo estatus frente al resto de los seres vivos y encima desmentía, tanto nuestra divina y directa paternidad, como la divina autoría de todo lo vivo. Era comprensible y previsible que, cuando hace 150 años por fin publicó su Teoría, lo primero generase un instintivo rechazo por parte de aquella sociedad y, lo segundo, la condena por parte de una Iglesia que por primera vez veía como se ponía en duda los pilares de sus dogmas e incluso la “necesidad” de una divinidad para entender el mundo. De hecho, se especula con que los 24 años que Darwin retrasó la publicación de su Teoría y la mala salud que le acompañó hasta entonces podrían deberse, en parte, a las consecuencias que adivinaba.
Aún así, otra parte de la sociedad de la época, entendió y aceptó lo axiomático de la Teoría y la contundencia de las múltiples explicaciones con las que Darwin acompañó su presentación pública, con la publicación del pormenorizado “El Origen de las Especies”. Finalmente, otra parte lo aceptó, pero nunca logró entenderlo.
En cualquier caso, poco a poco la Teoría fue siendo aceptada por la comunidad científica de la época y la salud de Darwin mejoró sorprendentemente. Desde entonces, la totalidad de la comunidad científica la ha aceptado (salvo pintorescas excepciones) y ha seguido acumulando infinidad de pruebas o detallando los mecanismos que sostienen la evolución para convertir el hecho evolutivo en algo irrefutable y la Teoría de la Evolución por Selección Natural (rebautizada Teoría Sintética de la Evolución al añadirse los descubrimientos en genética) en algo más que demostrado.
Sin embargo, hoy en día, a pesar de la infinidad de evidencias acumuladas; de la democratización de la educación; de una mayor cultura, acceso a la información y especialización; de una sociedad supuestamente menos oscurantista, basada más que nunca en la ciencia y sus aplicaciones (la tecnología) e insisto, 150 años después, sigue habiendo una parte de la sociedad que ni acepta ni entiende el hecho evolutivo o la teoría que lo explica y otra parte que, aunque lo acepta, lo entiende mal.
Los primeros parece que están motivados por fundamentalismos religiosos y una ola de neo-oscurantismo, posiblemente consecuencias de un movimiento de reacción, de desesperada resistencia, frente al cambio espectacular al que el conocimiento y la comunicación abocan a la sociedad -por lo menos yo confío en que sea eso y no un regreso a atávicas costumbres-. Es evidente que el dogmatismo y el fundamentalismo religioso, sustentados por la fé irracional, son inmunes a argumentos racionales. Son inmunes, en definitiva, a la realidad -que es lo que retrata la ciencia en general y la Teoría evolutiva en este caso-, ya que precisamente se basan en crear su “irrealidad conveniente”. Pero los segundos, los que aceptan, pero no entienden cómo funciona la evolución, son los que realmente suponen un desafío y una responsabilidad para la sociedad del conocimiento o la "Tercera Cultura".
Es muy bonito recordar y festejar bicentenarios. Sin embargo, los aniversarios deberían servirnos, más que para vanagloriarnos de la grandeza de nuestros predecesores, para “pasar revista” e identificar dónde y cómo podemos contribuir a afianzar sus contribuciones. Creo, en base a múltiples conversaciones, a cómo están redactadas muchas noticias, a las opiniones que se leen, etc., que existe un claro, generalizado y vergonzoso déficit en cuanto a la correcta comprensión y asimilación popular del legado de Darwin y las posteriores contribuciones a la Teoría de la Evolución.
Sería una mejor celebración que todas las personas pudieran ser capaces de observar el mundo con la luz que proporciona la comprensión del mecanismo que hace evolucionar la vida, como Darwin hizo hace ya 174 años. De una vez.