Alemania lo había mandado a espiar a las fuerzas aliadas. Lo que no le había avisado era que estaban de fiesta. Podía leerse la palabra “hot dog” por todos lados. El aroma lo llamaba. Estaba destinado a probar aquel plato.
Se unió a los demás que ni notaron su llegada. Consiguió robar un hot dog. Lo degustó cómo hacía con todas las comidas. Y lo dejó en su sitio. Aquello no se comparaba con sus manjares italianos. Él era muy exquisito. Podía estar muriéndose de hambre. Pero jamás comería otro perro caliente.
-¡Sabe muy mal!- exclamó hiriendo a América.