Título: Sonríe (el circo es eterno)
Pareja: Baekhyun-centric / Baekhyun x Kai
Género: ¿canon verse?.idek
Rating: R
Número de palabras: 6.900+
Advertencias: Hay descripciones un poco específicas, violentas y retorcidas.
Resumen: Baekhyun corre por ese limbo entre la consciencia y la inconsciencia. Corre, corre y corre porque no quiere irse, tampoco quedarse.
Notas: Escrito para la primera convocatoria de
caraycruz. Basado en la canción Hurt. Considerándola, no esperen nada feliz. Tampoco mucha coherencia (aunque igual se puede entender entre líneas). Nota importante: sufrí, mucho, y modifiqué la trama y la pareja al menos cuatro veces. Espero que la historia final les guste~
Sonríe (el circo es eterno)
Corre, corre y sigue corriendo. No puede detenerse. Sus pies descalzos resbalan en el musgo, se hieren con los juncos y se hunden en el barro. Lo envuelve un hedor insoportable a humedad y podredumbre que le hace ralentizar su carrera por un instante para contener unas náuseas que nunca llegan. Toma un par de bocanadas de aire por la boca y siente que casi puede saborear un gustillo diferente, dulzón e invasivo.
Le recuerda vagamente a algo, aunque no sabe con exactitud a qué.
Recuerda. Es como una sacudida.
Los recuerdos lo atiborran de repente y se siente perdido, como si perteneciera allí, pero al mismo tiempo no. Son momentos de extrema lucidez entre las neblinas que lo empujan a ese limbo, a esa fina línea entre la consciencia y el mundo retorcido de sus sueños. Puede percibir cada extremo de su cuerpo y, al menos esta vez, puede percibirse dentro de su propio cuerpo. Sabe que es Byun Baekhyun y que es domingo, o lunes, lo más seguro es que ya sea lunes porque es bien entrada la noche, en esas horas muertas donde el resto de Seúl descansa y él está allí, sumido en las tinieblas. No es la primera vez y teme que tampoco será la última.
Lo recuerda y es como una patada, pero no lo suficientemente fuerte.
Busca con desesperación entre sus bolsillos su celular, quiere saber la hora, cuánto le queda, si ha puesto la alarma para que suene a las cinco de la mañana, pero por más que busca y rebusca no lo encuentra. Se pregunta cómo despertará entonces, cómo llegará a tiempo a sus ensayos… ensayos que sabe con certeza que tiene pero de los que no rememora sobre qué son. Tiembla del temor e intenta recordar. Recuerda, recuerda, recuerda.
Despierta.
No, no es necesario que despiertes. Sólo… no te dejes hundir en la niebla densa y absoluta.
Así que empieza a correr de nuevo, entre los juncos que se enredan en sus pies y los lastiman, sin dolor. La niebla se dispersa en una neblina que igual no deja de atosigarlo y que le permite vislumbrar los árboles negros, con ramas gruesas y puntiagudas, llenas de musgo y liquen, que se le vienen encima y quieren encerrarlo. Entonces el hedor a podredumbre se desvanece en el cielo morado y sólo queda el aroma dulzón y más especiado, que se funde con el olor empalagoso de algodón de azúcar y caramelo. Una musiquilla resuena en sus oídos, un retintín repetitivo y escalofriante, que introduce y se acopla con la voz airosa e imponente, que llama inevitablemente su atención.
«¡Señoras y señores, niños y niñas de todas las edades, acérquense, acérquense! ¡No podrán creer a sus propios ojos!»
Está parado en un claro que se extendería hasta el infinito si no fuera interrumpido por la majestuosidad de una carpa enorme, de rayas rojas y blancas con florituras negras y lucecitas oscilantes, como luciérnagas, en sus puntas. Es fascinante. Y está abierta.
«¡Detrás de esta cortina, hay algo que no han visto jamás, que no han experimentado jamás! ¡El show más impresionante en toda la faz de la Tierra!», exclama la voz y él no puede hacer más que creerle.
Movimientos fugaces y risas lejanas lo invitan, lo invitan y cuando Baekhyun hace un paso, ya está adentro.
«Bienvenido, bienvenido, Baekhyun. Estábamos esperando tu regreso.»
La voz de repente tiene rostro y cuerpo, que se materializa a su lado con una sonrisa demasiado cortés y perfecta como para ser verdadera. Le resulta agradable y vagamente familiar, especialmente por los gestos que realiza, un poco exagerados, para hacerlo sentir cómodo.
«Yo nunca he venido, Joonmyun-hyung», responde y se sorprende un poco al reconocer ese rostro pálido y con cejas oscuras que se alzan hasta casi desaparecer debajo del sombrero de copa.
«Claro que sí, Baekhyun. Sólo que no lo recuerdas. Puedes huir del circo, pero no puedes realmente escaparte. Mientras tanto, ¡disfruta de la función! ¡Prometemos que no te aburrirás!»
Luces se encienden en el centro de un escenario y un remolino de colores, rojos, blancos y plateados caen desde el techo como si fueran confeti que se desvanecen antes de tocar el suelo. Entre ellos, aparece una figura alta, imponente, con una camisa blanca ceñida al cuerpo por cintos negros que parecen tan lacerantes como el látigo que tiene en la mano. La melodía se vuelve más rápida, más emocionante, al tiempo que bestias aparecen y saltan de una plataforma a la otra, según las indicaciones del domador.
Baekhyun contiene la respiración, pero la expresión del domador no se inmuta, su ceño marcado y eternamente fruncido, serio, mientras leones mastican su látigo, tigres rasguñan su espalda y escamas de dragones se incrustan en sus brazos.
Otras luces se prenden e iluminan los extremos de mástiles altísimos, con cuerdas que cortan el aire y que son casi imposibles de vislumbrar. Allí, en lo alto, con un palo largo en manos para hacer equilibrio, hay un chico con un corsé negro y una falda frufrú bordó. Piedras brillantes adornan su cabello y sus orejas, pero no brillan tanto como sus ojos redondos, dilatados y paralizados del terror, que no dejan de mirarlo con fijeza. Camina por la cuerda, a pasos vacilantes, primero con los pies y luego con las manos, cabeza abajo, hasta que un chasquido resuena en el lugar e interrumpe el retintín.
La cuerda se corta y el chico cae y desaparece en la oscuridad.
No importa, otro par de luces se prenden y donde duermen los dragones aparece otro chico, esbelto y con un traje singular, similar al hanfu chinos pero más sedoso y etéreo. La tela crea formas fugaces blanquecinas e inmaculadas a su alrededor, mientras el muchacho ejecuta una coreografía de artes marciales, intensa y ancestral. Sus ojos delineados se ven filosos, casi tanto como la espada con la que danza y que refulge cuando la eleva sobre su cabeza, como si quisiera presentarla al enorme público compuesto por oscuridad y Baekhyun.
La espada corta el aire en un descenso lento y sin piedad dentro de la boca del muchacho, cortando las comisuras de sus labios. Zitao empuja la espada dentro de su garganta y traga sangre, saliva y metal, pero pronto no es suficiente y su traje se va tiñendo de carmín.
Cuando la empuñadura desaparece por completo dentro de su boca y el chico cierra los ojos, es cuando la fascinación morbosa da paso a la realización. Baekhyun contiene la respiración y mira con frenetismo alrededor, intentando dibujar las líneas de la carpa, de las personas y de la realidad.
Zitao. Lu Han. Yifan.
Ellos no tendrían que estar aquí. Él no tendría que estar aquí.
«¡Estupendo, maravilloso! ¡Unas actuaciones increíbles!» La voz del jefe de pista parece un estallido de euforia que rebota por todo el lugar, mientras se pasea por el escenario, sin pisar jamás la oscuridad, con los brazos en alto y la cola de su saco rojo, ribeteado con negro y plata, ondulando detrás de él. «¡Pero eso no es todo! ¡Aún hay más! ¡Las maravillas nunca acaban, el circo es eterno! ¡Todavía hay espectáculos formidables por presenciar! Y hablando de formidables… ¡no podemos olvidar a la persona más grande!»
Detrás del jefe de pista aparece otra persona, más pequeña y con un rostro demasiado fino, demasiado redondeado como para ser el de un adulto, pero su torso está cubierto sólo por un pequeño chaleco negro que, en realidad, no cubre mucho. Sus músculos marcados resaltan en el centro de las luces y sus venas sobresalen, prominentes, en su cuello y en sus brazos cuando realiza una demostración de fuerza frívola. Levanta pesas, objetos extraños y personas. De éstas, hay una solo que queda en la memoria de Baekhyun. Un hombre con rostro perdido, con un traje similar al forzudo pero completamente blanco y con aros plateados por todos sus pantalones.
El hombre se para en la punta de los dedos del forzudo y lanza objetos al aire. Son aros, demasiados aros, que atrapa por menos de un segundo antes de volverlos a lanzar, a un ritmo hipnotizante, al retintín que nunca deja de sonar. Y cuando las vuelve a atrapar son dagas, dagas que cortan la piel pero no sangran. Lanza, atrapa, lanza, atrapa; cortan, cortan, cortan. Hasta que las dagas no regresan a sus manos. El hombre parpadea, desorientado, y se encoge de hombros antes de tirarse hacia atrás, hacia la oscuridad.
La oscuridad reina, sólo por un instante. Baekhyun se remueve y por poco piensa en levantarse, pero le parece ver brillos y la copa de un sombrero arriba, en el techo.
Una sonrisa enorme. Eso se encuentra: una sonrisa enorme, que se alza hasta transformar los ojos en un par de medialunas, sobre un rostro blanco y afilado.
La iluminación se torna más potente y revela al dueño de tan particular sonrisa: un muchacho lánguido, de piernas infinitas y traje a rayas. Ríe con ganas, aún más fuerte que la música, como si algo hilarante hubiese ocurrido. En sus facciones irradia la picardía cuando se lleva un dedo a los labios, como si pidiera que le guarden un secreto, y en ese dedo viran los aros. Viran, viran y nunca paran de virar, aun cuando el muchacho no mueve sus dedos. De hecho, está completamente quieto, rígido, y es fascinante cómo parece tan cadavérico. Su rostro se ha vuelto inexpresivo y su silencio ha sepultado hasta al repetitivo retintín.
Como si fuera un tobogán, el jefe de pista se desliza por entre esas piernas infinitas, con una nebulosa brillante y plateada de confetis que caen a su marcha.
«¡Asombroso, impresionante! ¡Nunca ha habido un show tan espectacular! Ahora bien, Sehunnie, ¿me ayudarías a presentar nuestro próximo número? Vamos, vamos, que el público está impaciente. ¡El acto más importante de la noche, el que todos estaban esperando!»
El muchacho asiente de forma casi imperceptible y empieza a moverse por la carpa, al ritmo de una melodía distinta, más tranquila pero no menos escabrosa. Son pasos cortos, casi como una danza, pero más torpe, limitada por su cuerpo siempre doblado, siempre rozando el techo. Un vitoreo vigoroso se eleva alrededor de Baekhyun, justo detrás de sus oídos, pero cuando se voltea no encuentra una multitud, sólo oscuridad.
El jefe de pista se materializa a su lado. Sonrisa enorme y afable.
«Aplaude, Baek, o él no va a hacer acto de presencia.»
La claridad se acentúa por un instante, haciendo temblar los cimientos de la carpa. Podría jurar que en todos los años que compartieron, Baekhyun conoció todas las facetas de Joonmyun, pero no tiene recuerdo de haberlo visto ser tan intimidante.
Vacila por un instante. Quizás ya debería ser tiempo de despertar.
Es un pensamiento vano, porque no es algo sobre lo que Baekhyun tiene verdadero control. Se encuentra a sí mismo, en cambio, acercando las palmas de sus manos hasta que colisionan. Una, dos, tres veces y el aplauso retumba en todos lados.
Las luces empiezan a parpadear dramáticamente y nebulosas rojizas, blanquecinas y purpúreas inundan la plataforma que se halla de repente frente a él. No es muy grande, pero esta rebordeada con florituras plateadas y pequeños espejos que crean la ilusión contraria. O quizás su tamaño varía con el transcurrir de los flashes, quién sabe. Baekhyun no. Baekhyun se está quedando más y más inmerso en el sueño, y eso debería darle miedo, pero sólo siente anticipación. Las nebulosas y el juego de luces son fascinantes, mas sospecha que no son nada en comparación. A qué, debería preguntarse.
No lo hace. Ha soñado, ha vivido, la respuesta cientos de veces ya.
Allí está.
En un extremo de la plataforma, recostado en el suelo, con la cara oculta entre sus ropas y su cabello. Parece pequeño, sin vida. Mas, cuando la música empieza a sonar, in crescendo y aguda, se vuelve una figura imponente y bellísima. Harapos blancos sobre piel bronceada y ojos rojos, fuertemente delineados con negro. Se levanta y danza; demi plié, grand jeté y tres pirouettes antes de volver a empezar. Es admirable. Se mueve con una fluidez difícil de creer, como si estuviera hecho de agua y no de piel y huesos. Al mismo tiempo, define a la perfección cada ángulo, como si cada articulación de su cuerpo estuviera atada a un hilo del cual tira una fuerza invisible.
Demi plié, grand jeté, pirouette, pirouette. La música atruena y el tempo se agiliza. Demi plié, grand jeté, pirouette, pirouette, pirouette…y cae. Se derrumba sobre el suelo como muñera de trapo y queda allí, laxo, por un instante eterno.
Baekhyun contiene la respiración y solo expira un nombre que muere, silencioso en sus labios.
«Jongin.»
No hay reacción, la música sigue sonando.
Jongin, Jongin, Jongin.
«¿Quién es Jongin?»
El jefe de pista lo mira con curiosidad, a su lado, y no es el único. La figura también lo contempla, ojos carmines, opacos y penetrantes.
«Kai.»
Una exclamación general del público omnipresente ruge en sus oídos en cuanto la figura se levanta, con una agilidad poco natural. Su cabeza rebota de forma perceptible y hay una sonrisa en sus labios. Pequeña, pero tan preciosa que distrae a Baekhyun de los pequeños fulgores por encima de sus cabezas. El acto continúa, la melodía adquiere nuevamente el retintín repetitivo y escalofriante, y la figura vuelve a danzar. Se para en las puntas de sus pies y se abraza a sí mismo con tranquilidad, moviendo las manos de forma sinuosa y agraciada.
Fascinante.
Grand jeté, se deja caer, se levanta y pirouette.
Danza, danza y danza como si no pudiera dejar de hacerlo, como si Baekhyun pudiera dejar de contemplarlo.
Demi plié y es cuando finalmente Baekhyun lo nota: pies callosos, harapos sangrientos, fulgores extraños. Fuerza la vista, fuerza su voluntad, para ver más allá del baile hipnótico. Hilos. Decena de ellos. Se incrustan en la piel, tiran y la laceran.
«¡Kai!»
Baekhyun se lanza hacia delante, hacia el chico, hacia los hilos. Quiere cortarlos, debe cortarlos. Los hilos tiran de Kai hacia el lado opuesto y él echa a correr, pero choca contra otra persona. Alta, con una sonrisa enorme y fuego en sus ojos.
«El show no ha acabado.»
También hay fuego en su boca. Escupe llamaradas rojizas al hablar que se propagan por toda la carpa. Consumen las cortinas, se avivan en los mástiles y envuelven a Kai. Bailan sobre su cuerpo y lo abrasan. Baekhyun grita y grita, pero el humo se mete en su garganta y la seca. Lo ahogan. Logra entrever una silueta negra e imprecisa, como carbón, en medio de las llamas que convulsiona y cae al suelo.
Sin poder soportarlo más, echa a correr. El fuego quema a sus espaldas y los ojos le pican. Necesita oxígeno, lo necesita con urgencia, pero cada bocanada de aire es una sofocante bocanada de humo. Corre, corre y se cae al piso, incapaz de mantenerse en pie. Lo asalta un ataque de tos; tan potente que teme toser sus entrañas fuera.
«¿Estás bien?»
Abre los ojos, pero todo lo que puede ver es el rostro de Chanyeol, con el ceño ligeramente fruncido en preocupación. Está en la ciudad, acera de cemento rugoso debajo suyo y edificios grises en el horizonte. Su corazón sigue latiendo desbocado y le cuesta normalizar su respiración. No hay fuego, sólo transeúntes curiosos.
Transeúntes sin rostro.
Chanyeol repite la pregunta, pero Baekhyun no lo oye realmente, es sólo ruido blanco. Se levanta lo más rápido que puede y corre por las calles que no está seguro de poder reconocer. Tal vez son de alguna parte de Europa, tal vez no. No quiere detenerse, no quiere tampoco voltearse y ver llamas en los ojos u oscuridad. Corre sin cansarse por entre calles que se vuelven pasadizos laberínticos de piedra. Sube escaleras, baja escaleras. El pecho se le oprime y la sensación penetrante de que no está solo lo hostiga.
Así que sigue corriendo, sin rumbo.
A lo lejos vislumbra una sonrisa de labios llenos y una tez bronceada que dobla hacia la derecha. Como a un conejo blanco, lo sigue. No quiere pensar en el tiempo, que transcurre y se consume a su propio paso. No quiere pensar tampoco en ese algo que lo persigue, en que se hizo de noche, en que si piensa, despierta. En que si se detiene… escalofríos lo atraviesan.
Dobla a la izquierda y allí lo encuentra. Sonrisa socarrona, cabello revuelto de un rosa desgastado y lentes de contacto azules. Su chaquetilla está a medio caer, revelando la piel suave de su hombro, y tiene una lata de pintura en aerosol en la mano. Se ve incitante e intimidante al mismo tiempo. También se ve demasiado cerca y demasiado lejos; parado del otro lado de una verja, alta y puntiaguda, en una galería sucia y repleta de graffitis, con la luz del sol creando sombras dramáticas en su rostro.
Baekhyun golpea la verja y grita, incapaz de avanzar; Jongin no se inmuta.
El algo se avecina más y más a cada segundo, ciñéndose a su espalda, colándose por entre sus músculos, agobiándolo por completo. Deja escapar un alarido, una frase que ni siquiera él sabe qué es, pero que recibe una respuesta. «¿Por qué debería ayudarte?» Simple, tajante, casi inexpresivo. Sus labios no han movido, atascados en esa sonrisa socarrona. Los de Baekhyun tampoco, inmovilizados por un terror profundo. Quiere contestarle que es él, Baekhyun, su Baekhyun, que lo ha estado buscando, que lo ha extrañado. Sin embargo, calla; incapaz de tomar sus propias decisiones.
Jongin suspira y sus facciones se ablandan, se enternecen, por un segundo. Y por ese segundo, puede vislumbrar a su Jongin. El muchacho que se acerca con pasos cortos, repletos de vergüenza, y alza la mano. No, alza la lata de aerosol.
Y no, no, no.
Jongin pinta más noche alrededor suyo antes de emprender carrera en dirección opuesta, dejándolo solo. Los ojos de Baekhyun pican y esta vez no hay humo, hay impotencia y desolación. Está solo. No tiene a dónde huir. Intenta respirar un par de veces, pero se agita más de lo que se serena.
Cierra los ojos, derrotado, y se voltea. Si no hay escapatoria, de nada le sirve alargar el momento. Con suerte y sólo despierte.
Luces explotan, incandescentes, y le cuesta ajustar sus ojos, acostumbrarse de repente a tanta luminosidad. Y es que está en una habitación blanca, con paneles de tela blanca apoyados contra las paredes y equipos tecnológicos. Es un estudio fotográfico. Aun si no hubiese experimentado cientos de sesiones de fotos, no sería difícil adivinarlo. El flash se dispara incontable veces y voces ahogadas por la puerta le llegan a los oídos.
Al abrir la puerta, se topa con un fotógrafo hambriento de fotos y belleza, pero desprovisto de ojos, y con un Jongin posando. En el suelo, contra la pared, apenas manteniéndose en pie.
Parece un saco de huesos y piel olivácea, ojeras mal disimuladas y ojos encapotados. Una persona por completo distinta, un espectro del Jongin modelo que una vez admiraba. Poses extrañas e incómodas, expresiones vacías de emoción y hombros caídos. El fotógrafo, sin embargo, demanda más y más, adornando con deshonestos «¡Maravilloso, hermoso, hermoso, increíble!» mientras saca una foto tras otra, succionándole la vida al modelo.
«¿Cómo osas interrumpir mi creatividad?», cuestiona el fotógrafo de repente, con voz ácida. Baekhyun no le presta atención, ni a su cámara amenazante ni a sus cuencas vacías, oscuras, que siguen cada uno de sus movimientos. En cambio, se acerca a Jongin y estira la mano con tremor, turbado por su estado. No está bien, es estúpido preguntarlo.
«¿Qué haces aquí?»
«Tenemos que irnos.»
«¿Qué haces aquí?»
Baekhyun conmisera al chico, brazo delgado como palillo debajo de sus manos y ojos casi tan vacíos como los del fotógrafo. Tira de él hacia la puerta, como si fuera una salida, pero algo lo detiene. Es el mismo Jongin, que se niega a moverse más allá de su pose. Baekhyun insiste, pero el otro tiene una fuerza inesperada que lo aparta y lo empuja contra un espejo. Al fijarse en lo alrededores, ve cientos de espejos, cientos de Jongin reflejados con expresión desamparada.
Susurros quiebran el silencio.
«¿Qué me pasó? Baek, ¿qué nos pasó? ¿Por qué nos desgastamos? ¿Por qué has dejado que me desgaste? Se suponía que ibas a cuidarme, se suponía que eras mi hyung.»
Susurros corrosivos, que lo dejan sin habla y con el corazón estrujado porque esto ya lo ha experimentado. No en la realidad, pero ya lo ha experimentado y ya lo ha atormentado, día sí y noche también.
El flash rebota en todos los espejos, de forma repetida y cegadora. El fotógrafo ríe y a cada flash las facciones de Jongin toman expresión, rencor que enardece sus ojos, acidez que corroe sus labios e ira que agrieta su ceño.
Flash.
Jongin lo mira como si fuera algo repulsivo, que debería desaparecer.
Flash.
Jongin se encorva, como si fuese a saltar sobre él, como si fuese a despedazarlo. Quizás lo haga, quizás Baekhyun lo merezca.
Flash.
Flash.
Flash.
Jongin no está.
Parpadea varias veces para ajustar su vista y hace caso omiso de la risa sofocada y escabrosa del fotógrafo. Lo busca, mas sólo lo ve a lo lejos, de espaldas, en uno de los espejos. Antes de que otro flash lo desoriente, se levanta de un salto y corre. Atraviesa el espejo y sigue corriendo. El sonido de un tren lejano lo recibe, junto con las conversaciones ahogadas de pasajeros que agolpan la estación. Hay mucha, demasiada gente como para poder encontrar a alguien.
Corre sin dirección, sin preocuparse realmente en mirar el rostro de las personas. No es necesario, siempre ha distinguido a Jongin sin inconvenientes. Por su rostro, por su manera de moverse, de su forma de ser, por sus sentimientos.
Sale de la estación y una fina lluvia cae sobre la ciudad. Hay paraguas en alto por doquier y lo autos atraviesan las calles con velocidad, dejando atrás haces de colores. Conforman una imagen absolutamente preciosa, soñada, y él se cuestiona si acaso finalmente está cerca del término de su pesadilla, si su alarma sonará pronto. Se palpa los bolsillos, en busca de su celular, pero se da por vencido cuando sólo hay tela áspera. Retoma su carrera y esquiva motos y haces de colores cuando lo ve caminando con parsimonia. Lleva un abrigo largo negro y poco llamativo, y está totalmente empapado, con el cabello pegándosele al rostro. Deja a su paso una estela amarillenta y tan dulzona como picante, un aroma visible.
Lo sigue. Corre, corre y corre, y aun así no puede acercársele lo suficiente.
Están en el techo de un edificio cuando Jongin al fin se da vuelta. La lluvia cae espesa sobre sus cabezas y le impide definir las facciones del chico. Parece atormentado, también risueño. Más que nada, perdido. Como si hubiese notado que lo seguían, se encorva de hombros, ocultando su rostro, y se aleja. Camina hacia atrás, hacia la cornisa, sin mirar.
Estira los brazos y salta.
La lluvia se convierte en un monzón y se lleva en una sola cortina de agua cualquier reminiscencia de la imagen de Jongin. Azota con fuerza a Baekhyun, cada gota como un golpe, y ahoga sus gritos desgarrados que no dejan de escapar de su garganta. Y quizás que también ahogan sus lágrimas, o se confunden con ellas.
Baekhyun llora y llora, hasta que su voz se quiebra y lo único que puede emitir son sollozos. No sabe por cuánto tiempo, si el tiempo se percibe de otra manera en ese limbo o no. Sólo sabe que su alarma no suena y que debería correr y correr, aún cuando esta vez nada lo persigue. Supone que nada lo hará, porque no hay nada más terrorífico que lo le que está sucediendo.
Sin fuerzas, se arrastra hasta el borde donde segundos, minutos, horas antes estaba Jongin y se lanza sin miramientos.
Cae, cae, cae e impacta contra el suelo de madera. No hay dolor, tampoco huesos rotos. Ni siquiera hay más lágrimas.
«Deja de bromear, Baek.»
Es la voz inconfundible de Kyungsoo, rica y aterciopela, pero llena de fatiga. Tiene ceño fruncido y sus fosas nasales se abren demasiado con cada inspiración que realiza; está mucho más allá del límite que Baekhyun había trazado para cuando quería meterse con él. A su lado está Sehun, también con el entrecejo fruncido, y más allá puede adivinar las figuras de Minseok y Joonmyun. Se sienta en el piso sin mucho cuidado y mira alrededor, a la sala de prácticas. Ya no tiene la pared con un papel tapiz de nubes, tampoco tiene aún los cuadros rojizos así que no puede estar seguro.
«¿En qué año estamos?»
«Que dejes de bromear, demonios, que estamos a días del concierto.»
Baekhyun deja escapar una risa seca, casi sardónica. Hace al menos tres años que EXO no da más conciertos. En algún momento, en la risa se entremezcla uno que otro quejido melancólico. Toma aire por unos segundos. Tal vez, por fin, su sueño sea benevolente con él y lo deje disfrutar de cantar a todo pulmón canciones que alguna vez lo hartaron. Al menos una noche.
Aunque está recordando demasiado, pensando demasiado, y eso sólo puede significar que pronto va a despertar. Ruega porque pueda verlo de nuevo con esa sonrisa cálida y genuina, porque pueda cantar y bailar con él y -si sigue rogando imposibles, por qué no- porque pueda besarlo nuevamente. Un beso casto, simple contacto de labios, o uno donde pueda abrazarlo, de la cintura o del cuello, y sentir cada latido suyo… en realidad no importa, Baekhyun no será exigente.
«Si necesitas ayuda con la coreografía, ¿por qué no le pides a Kai?», dice Joonmyun y él se voltea, con ansias repentinas recorriendo sus venas.
Entonces lo ve.
Oscuridad a su alrededor, harapos blancos tintados con carmín y maquillaje grueso. Lo que es más llamativo; decenas de hilos, incrustados en cada una de sus articulaciones y lacerando la piel. Hilos que tiran de su pierna derecha, iniciando un doloroso paso. Pronto empiezan a tirar el resto de los hilos, con más o menos fuerza, creando un movimiento fluido y sangrante.
Es atroz, pero bello.
«¡Jongin!» exclama con horror.
«Yo no soy Jongin», dice a su vez, «tú no eres Jongin.»
Turbado, Baekhyun se apresura a tomar lo hilos y tratar de cortarlos. Son resistentes y refulgen en la oscuridad, como si estuvieran hechos de polvo de diamantes. Tira y tira, pero lo único que logra es cortarse la mano. Sin sosegarse, vuelve a intentarlo. Tira y tira, pero sólo consigue que un grito desgarrador estalle en su oído. Hay sangre por doquier y el brazo derecho del títere humano cuelga, desarticulado, de su hombro, como saco de arena.
Las disculpas se agolpan en su boca y Baekhyun quiere pronunciarlas, porque no se le ocurre qué más hacer. Salta y tiembla, horrorizado, y acaricia con manos trémulas el brazo muerto. Los harapos húmedos en sangre se pegan a la piel y dejan al descubierto una marca negra, rodeada por una quemadura antigua. Una firma, una que le es vagamente familiar.
«Ah, has roto a Kai. El titiritero no estará nada feliz.»
El comentario proviene de su izquierda, donde encuentra a un hombre con una anticuada capa de terciopelo y un sombrero de copa. Juega con algo en su mano, naipes al parecer, para no demostrar su diversión.
Baekhyun solloza.
«Yo no quise… Quería ayudarlo; liberarlo. ¿Qué hago? ¿Qué hago, qué hago, qué hago? ¿Qué puedo hacer?»
El muchacho abre la boca para lanzar unas carcajadas agudas, casi musicales, que hace que su rostro de pómulos altos sea devorado por su risa histérica. Pone de los nervios a Baekhyun. Se calla recién cuando Kai se derrumba. No cae al suelo, sino que queda suspendido de su lado izquierdo, en una posición extraña.
«Podrías visitarlo y llevarle flores», contesta el muchacho. Saca de su manga un ramo de flores violetas y realiza un movimiento exagerado, como si fuera un caballero cortejando a una dama. Sin embargo, pasa de Baekhyun y las deja caer sobre la cabeza de Kai. «U ofrecer tu cuerpo», añade con tono sugerente y mordaz, mientras le entrega una carta. El Joker. «Sería interesante ver a alguien de especie convertido en títere.»
Baekhyun convulsiona suavemente ante la idea, el cuerpo inerte de Kai rozando sus piernas. Y quizás su miedo es confundido con ansias, y sus convulsiones son transfiguradas en asentimientos. O quizás al otro no le importa.
«Yo te llevo.»
El muchacho tira los naipes con descuido hacia el frente y estos se multiplican, flotan y conforman una pasarela de piques y corazones. Un chasquido de dedos y una fuerza invisible hace que Baekhyun empiece a correr, mientras que el otro solo camina. Corre derecho hacia arriba, sin cansarse, y cuando finalmente se detiene, ya no puede ver el suelo ni a Kai.
Sólo puede ver hilos, decenas de hilos, que se oscilan con sutileza y refulgen en la oscuridad.
«No deberías haberlo hecho, mago», brama una voz furiosa y vagamente familiar.
«Pero si el hombre moría por verte. ¡Hasta destrozó tu títere! ¿No se merece un saludo?»
Baekhyun niega con la cabeza, de manera frenética. Están tergiversando sus intenciones y poniendo palabras en su boca que no son suyas. Es mentira, quiere gritar. Él sólo quería ayudar a Kai.
«No se merece nada. Porque yo no quiero verlo», escupe con rabia desde las sombras y Baekhyun se encuentra a sí mismo asintiendo, una y otra vez. Tiembla de solo imaginar al titiritero, moviendo con saña los hilos y adueñándose de cuerpos ajenos y consciencias finitas.
Retrocede un par de pasos, dispuesto a echar a correr en dirección contraria o hacia abajo. Abre la boca para emitir alguna despedida que no suene maleducada, cuando el mago habla.
«Oh, pero eso no es divertido.» Se quita su sombrero de copa y una luz purpúrea emana de él.
Es incapaz de ver qué saca el mago de su sombrero, porque la luz purpúrea rebota en los hilos y ayuda a entrever y definir facciones de entre las sombras. Mandíbula definida, labios llenos, ojos encapotados. Cientos, miles, de hilos finos como sus cabellos estaban atados a sus manos.
Apenas el nombre de Jongin se desliza por su lengua en un susurro, un hilo se corta y los naipes bajos sus pies desaparecen. Cae, cae y cae, magullándose con los cientos de cartas que flotan a su alrededor. Cae, cae y cae hasta que todo se esfuma y ya no puede diferenciar de si está cayendo o está quieto.
Está mareado.
«Hyung, avanza. ¿Hyung? Ey, despierta.»
Siente un empujón y su cabeza golpea contra algo no muy duro, tampoco muy mullido. No quiere abrir los ojos, porque un miedo agudo, en un sitio recóndito de su cuerpo, lo atraviesa y se entremezcla con la pereza y el cansancio. Vuelven a empujarlo, con insistencia, y él se resiste por un rato con quejidos quizás un poco tiernos. Pero lo obligan a levantar el rostro y él acepta abrir los ojos con hastío.
Lo recibe la mirada divertida de Jongin.
«Tenemos que avanzar, hyung. La fila de inmigración se está moviendo.»
Hay bolsos a sus pies, cordones de seguridad y decenas de hileras de sillas plásticas a su costado. También hay pisos lustrosos y ventanales de vidrio que no dejan ver mucho, sólo metros y metros de pista de cemento. Están en un aeropuerto, aunque no puede reconocer cuál. Además, hay algo desconcertante sobre el lugar.
«¿A dónde vamos?», cuestiona mientras se refriega los ojos. Alguien lo golpea en el hombro al pasar, pero no alcanza a ver quién es ni a maldecirlo.
«Tenemos un show.»
Baekhyun frunce el ceño, desconcertado.
«Pero… ¿y tu cintura?»
«¿Qué cintura?»
Ya no hay diversión en el rostro de Jongin, pero su tono sigue siendo ligero. Él hace un gesto vago para señalar la parte inferior del otro chico, mas es interrumpido por su propio chillido de horror. No hay cintura. Sólo huesos pelados, deformes y fracturados, con unos pocos vasos sanguíneos que los recubren en algunas secciones. Nada más. Baekhyun puede incluso ver el piso de cerámicos.
Retrocede, tembloroso, y tropieza con las hileras de sillas plásticas, completamente vacías.
«¿Qué haces, hyung? Vamos, te estamos esperando.»
Jongin habla con preocupación, con ese tono de voz cálido y aterciopelado que siempre le atrajo. También lo acaricia con ternura, con manos cadavéricas que lo acaban encerrando en un abrazo y arrastrándolo hacia él.
Las lágrimas caen libremente de sus mejillas casi al mismo ritmo al que su corazón galopa.
Ya no más. Ya no puede aguantar más. Tiene el estómago revuelto y los nervios destrozados. Ya ni siquiera puede mover sus piernas y correr hacia un nuevo escenario.
Aun si se lo lleva todo consigo, quiere despertar.
Cierra los párpados, se tapa los oídos y grita, canta entre chillidos para ahogarse en su propia mente.
Basta.
Basta, basta, basta.
Suena una melodía y el toque cadavérico de Jongin se esfuma.
La alarma, piensa. Abre los ojos de repente y toma una gran bocanada de aire. Le lleva unos segundos normalizar su respiración y recaer en sus alrededores. Las luces de su habitación están apagadas y por la ventana puede ver que todavía es de noche. El retintín sigue tronando, pero sus extremidades parecen pesar como el plomo y él sabe que es pura extenuación. Su cama, en cambio, está blanda y cálida y huele de una forma particular y agradable. Dulzón y especiado, como a canela. No ha olido así en años.
Piensa en los ensayos para su nuevo musical. Ensayos que empiezan en menos de dos horas y se robarán su día, liberándolo recién cuando Seúl esté ingresando en las horas muertas de la noche. Gruñe; ensayos para los que debería estar preparándose. Se levanta sin ánimos de la cama y ni siquiera se molesta en apagar el retintín repetitivo de su celular. Camina hacia el baño arrastrando los pies y abre la canilla de agua fría, no muy dispuesto a lavarse los últimos rastros de sueño.
Tras mojarse, alza la mirada para inspeccionar el estado de su rostro, a sabiendas de que habrá algunas fanáticas con sus cámaras en la puerta del edificio. Se queda atónito. Maquillaje blanco se entremezcla con maquillaje negro esfumado alrededor de sus cuencas, sus cejas están arqueadas de una forma exagerada y casi imposible, tiene una lágrima azabache tatuada en su mejilla y sus labios estirados en una sonrisa enorme, sangrante.
No puede cambiar su expresión, no puede deshacer su sonrisa.
Aun cuando se lleva la mano a la boca, no puede forzarla a que se cierre.
Oye un suave chasquido entre el retintín que crece y crece y una fuerza punzante tira de su brazo. Tira sin piedad, lastimándolo, hasta que lo obliga a voltearse. Es un hilo, fino como un cabello y que brilla como si estuviera hecho de polvo de diamantes.
Sentado en su cama está Jongin, con un sombrero de copa y decenas de hilos en sus dedos. Los mueve rítmicamente y Baekhyun siente como cada articulación de su cuerpo punza y se mueve contra su voluntad.
Baekhyun baila, baila, baila y no es bello, es sólo torpe y macabro. La expresión del titiritero es tremendamente sombría; más cuando ensancha su sonrisa victoriosa.
«Te lo dije, Baekhyun», oye a una voz afable pero imponente decir. El sombrero de copa de Jongin se multiplica y bajo éste se materializa Joonmyun, con su saco rojo con ribetes negros y plateados. «El circo es eterno, no puedes escaparte realmente de él.»
No tiene tiempo de hacer memoria o siquiera pensarlo. Hilos tiran de él hacia la oscuridad, hacia dentro de una carpa enorme de rayas rojas y blancas con arabescos negros y lucecitas como luciérnagas en sus puntas; hacia el centro del escenario.
Quiere gritar hasta desgarrarse la garganta, hasta que alguien note su sufrimiento, hasta que lo liberen.
Las luces se encienden, incandescentes, y Baekhyun hace bufoneadas. Unas carcajadas masivas, multitudinarias y tenebrosas, se oyen. Cuando abre la boca, descubre que la tiene cosida. El público ríe, ríe y explota en aplausos que abruman sus oídos.
Desea despertarse con toda su alma, que el fino límite de ese limbo entre la consciencia y la inconsciencia se derrumbe finalmente. Vislumbra a Jongin entre las tinieblas. Desea correr.
La música cambia, se transforma en un ruido repetitivo y estridente.
Baekhyun despierta.
Despierta y esta vez está completamente seguro de que no es sólo otro sueño lúcido, otra pesadilla lúcida. No sabría explicar las diferencias si alguien le preguntase; el cuerpo bañado en sudor frío, la parálisis momentánea, la devastadora sensación de soledad. No que alguien fuera hacerlo. Baekhyun jamás habla de sus pesadillas; son lo único privado que le queda.
Además, en un par de minutos empezará a olvidar los detalles. En un par de horas, ya se habrá esfumado el rostro de Jongin de su mente.
Es entonces cuando desea volver a dormirse.
-Sonríe más, Baekhyun-ssi -le dice el director del musical-. Tenemos un espectáculo que presentar.