Placer Primero (ASOIAF) (3/3)

Oct 23, 2012 00:47



To foe of His - I'm deadly foe -
None stir the second time -
On whom I lay a Yellow Eye -
Or an emphatic Thumb -
Though I than He - may longer live
He longer must - than I -
For I have but the power to kill,
Without--the power to die--

De Su enemigo - soy enemigo mortal-
ninguno se agita por segunda vez-
en quién pongo un ojo amarillo-
o un pulgar enfático-
Aunque Yo así como él - podamos vivir largamente
él debe vivir más -que Yo-
porque yo tengo el poder de matar,
Sin -el poder de morir-

Brienne siempre le había rezado al guerrero, nunca a la doncella.

Había parecido simplemente adecuado, una persona como ella, más habituada al dolor de la guerra que a las preocupaciones típicas de una mujer. Y sin embargo en aquel momento le hubiera rezado a cualquiera que pudiese haberle ofrecido alguna respuesta.

El mundo se había detenido por un momento entre los brazos de Jaime, pero aún así, podía sentir en el aire había aquella sensación asfixiante que acompañaba las horas previas a una batalla.

Había intentado cerrar los ojos, pero a su mente no llegaban más que recuerdos. La corona sangrienta de Renly, su último aliento cargado de miedo, la cara púrpura de los últimos minutos de Hyle Hunt, las lágrimas de Pod mientras gritaba y no dejaba de gritar. Habría querido cerrar los ojos pero la oscuridad era demasiado grande y tenía la esperanza de poder ver a la muerte viniendo.

Jaime se movió a su lado, farfullando entre sueños. De ella surgió el impulso repentino de despertarlo. Despertarlo para contarle toda la verdad, despertarlo para que la odiase, despertarlo para que la besase de nuevo y le dijese que todo iba a salir bien.

Jaime comprendería, Jaime habría comprendido.

Todo en él siempre había olido a vida y a muerte, a decisiones difíciles.

En su cara veía las esperanzas de todo lo que habrían podido ser, de todo lo que podrían ser. En su piel, en su pecho, en su respiración tranquila Brienne podía sentir el peso de la culpa, la sombra maligna de la indecisión, la agonía desesperada de un camino que había decidido tomar. Y mientras se hallaba allí con él, sus ojos entreabiertos, despiertos entre la penumbra, su corazón borracho de dolor se preguntaba cómo había llegado a aquella posición.

Pero no necesitaba despertarlo.

No mientras las primeras luces del alba invernal salían, no mientras sonreía plácidamente en sueños, no mientras podía mantenerlo feliz por el máximo tiempo posible. Aquello era algo que debía de resolver por su cuenta.

No necesitaba que él le dijese que los finales felices no existían porque ella ya lo había descubierto por su propia cuenta mucho tiempo atrás. No recordaba un momento de su vida en el que hubiese creído en cuentos de hadas. Después de todo ella no era sino una sobreviviente.

No necesitaba ver su sonrisa de suficiencia o el que él le recordase que era tonto regirse por fábulas de honor y códigos caballerescos. Ella ya lo había oído muchas veces antes. Después de todo, estaba acostumbrada a las malas intenciones humanas.

No necesitaba de sus burlas, no necesitaba que él le dijese que el honor no existía, que los votos se podían contradecir, que al final era cada uno quien establecía sus propias reglas; porque eso era algo que Brienne ya sabía y que había hecho todo lo posible por olvidar. Había vivido su vida con la esperanza de ser alguien más, de ser alguien mejor.

Había visto la corrupción, se había sentido herida por la traición, había querido creer que había algo más detrás de las voluntades de los hombres que no fuesen el dinero o la fama. Desde el primer momento en el que se había dado cuenta del poder que tenía una espada en la mano equivocada, desde que había visto las injusticias, las lágrimas, los cadáveres, había creído creer en la lucha por el honor, en la lucha por el bien, en hacer lo correcto.

Y ahora, en lo que estaba haciendo, en las mentiras y en las traiciones, no podía encontrar nada de correcto, no veía nada de valiente y habría querido morir sin llegar a descubrirlo.

-¿En qué piensas?- Lo oyó murmurar, su aliento cálido contra su piel desnuda.

Brienne salió de su ensueño para darse cuenta que Jaime llevaba minutos mirándola en silencio. Se veía cansado (Brienne nunca lo había visto de otra manera), pero la calidez en sus ojos y su sonrisa radiante la hizo ruborizarse.

“En el final.”

-En nada.

Él chasqueó la lengua, sin creérselo por un segundo, pero en un estado lo suficientemente febril como para no continuar haciendo más preguntas. Brienne lo sintió levantarse para buscar su capa, el fuego casi extinto que había encendido unas horas atrás no era más que cenizas ardientes.

Sintió el peso de la capa roja de Jaime envolviéndola y un beso depositado en su nuca. Sin poder evitarlo, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Ella siempre había sabido que moriría joven.

El matrimonio nunca había sido designado para gente como ella, el pensar en castillos que cuidar y niños por los que velar siempre le había parecido un concepto ajeno, una esperanza que siempre le había delegado su padre, que nunca había surgido de ella misma.

Todas esas cosas las había visto siempre de lejos, como a través de un velo.

Estaba más acostumbrada a la muerte que a la vida. Estaba más habituada al acero que a la seda, a los clamores de batalla que a los llantos de un niño, a las burlas de los hombres que a las canciones de amor. Veía la muerte todos los días en el acero contra el acero, en la sangre, en heridas infectadas y en rostros de guerreros perdidos en la penumbra.

La vida... la vida nunca había llegado a verla del todo bien y siempre se había conformado con aquello.

Ella era una criatura de glorias desmedidas, ella era una luchadora cuyo máximo sueño siempre había sido ver la luz al final del túnel, expirar el último aliento en el medio de una batalla luchando por una causa en la que creía. Desde pequeña había sido así, desde el primer momento en el que su padre le otorgó una espada y le dio la libertad de escoger su camino. Se había decidido por los cantos de pelea, por glorias eternas, por vivir inmortalizada entre las estrofas de una canción, aunque no se consideraba digna de ninguna.

Moriría con sangre entre sus manos, sangre justa, con sus arterias palpitando, con un sueño en el alma y un grito entre los labios.

Ella no estaba hecha para pequeñas felicidades porque el mundo la había hecho para buscar las grandes.

Y en ese momento lo pudo ver, la dulce ironía, lo que significaba una sonrisa, lo que era una pequeña victoria, lo que era una gloria que podía considerar sólo suya. Había sido una criatura que había nacido para morir y había pensado en no resistirse a su destino, pero allí entre brazos y entre besos pudo ver los primeros rayos de luz de una alegría pequeña, de un secreto egoísta, de un deseo que jamás hubiese imaginado.

Y en aquel momento, sutil y cálido, lo consideró injusto.

-¿Estás llorando?-Peguntó él entonces. Y Brienne supo que seguirían un montón de preguntas estúpidas.

No quería que él pensase que estaba llorando por las razones equivocadas, no quería que él pensase que se arrepentía, que alguna vez se arrepentiría.

-Cállate.-Refunfuñó, presionando de nuevo su boca contra la suya.

Y sintió cómo él se bebía todas sus lágrimas de nuevo, aunque fuesen inexistentes, aunque sólo existiesen en su interior debatiente. Había pensado aquella noche que lucharía contra sí misma, sin saber que la batalla ya había sido ganada y él había sido siempre el único vencedor.

Se sentía a sí misma perdida, rompiéndose, pero a la misma vez se sentía viva por primera vez en mucho tiempo, porque había descubierto cuál era la respuesta. Porque había dado con la solución y sabía que su destino ya estaba forjado. No cantarían canciones sobre ella, no mientras la nieve durase. No recordarían su nombre, pero al menos sabía que viviría entre sus labios.

Un fantasma del pasado, un ideal perdido entre la penumbra de un sacrificio que él nunca entendería. Una batalla de la que él nunca sabría.

-Brienne,-Llamó él desde su boca.-¿Es ésto acerca de lo que me has estado ocultando?

Sintió una piedra en la boca del estómago. Los ojos de Jaime se clavaron en ella, pero no parecía especialmente enfurecido. Se oía triste.

Lo sabía.

-No me mires tan sorprendida,-Continuó.- No sé en qué momento habrás pensado que eras buena mentirosa, moza. Déjate de ilusiones.

Sintió las palabras agrietarse en su garganta.

-¿Desde cuando...

-El primer momento.-Jaime respondió airadamente, como si ella pudiese llegar a ponerlo en duda.- Puedes ser bastante transparente y sabía que algo te estaba molestando.

Brienne cerró los ojos. “Porsupuesto”.

Había sido tonta, había sido ciega. Parecía una broma cruel del destino, sin embargo. Aquello lo haría todo mucho más fácil. Podía sentir su corazón agitándose dentro de su pecho, con furia, con tristeza. Parecía injusto ahora, cuando se sentía arrepentida por su traición, cuando había perdido el honor trayéndolo hasta aquel lugar inhóspito.

-¿Entonces por qué viniste?-Preguntó colérica.-¿Por qué me seguiste?

Jaime se quedó callado. Probablemente porque él tampoco podía darse explicaciones de por qué lo había hecho. De alguna manera extraña había confiado en ella. Había pensado que desaparecerse en algún rincón de las tierras de los ríos, llena de pillos y foragidos, había sido un buen plan de acción si llegaba a descubrir lo que ella escondía, si llegaba a entender por qué no había dejado de pensar en ella desde la última vez que la había visto.

Y en su silencio Brienne pudo ver que él también habría firmado su sentencia de muerte si venía de su propia mano. Él lo había intuído en todo momento, que no habría vuelta atrás, que las fantasías no existían.

-Te tienes que ir.-Masculló, levantándose.

Era su deber terminar con aquello, era su única opción salvarle del frío.

-¿No me piensas dar explicaciones?

Jaime arqueó las cejas incrédulo, dudando si detenerla mientras la doncella de Tarth se alejaba cada vez más. Armaduras. De nuevo armaduras.

-Te tienes que ir.- Repitió de nuevo y su voz sonó muerta.

Jaime le golpeó con aquella mirada fulgurante, medio rabia y medio orgullo. Aquella que decía “vaca obstinada” de la manera más sincera posible. Pero aún así no se movió ni un sólo centímetro, como si esperase que Brienne lo empujase, como si ella tuviese las fuerzas como para cambiar de opinión.

-¿Para qué me llamaste, Brienne? ¿Qué es lo que no me quieres decir?

Sabía que su honestidad era, irónicamente, una de las cosas que Jaime más admiraba de ella. Sabía que si la fastidiaba lo suficiente, podía llegar a sacarle cualquier cosa, hasta sus más íntimos pensamientos.

Así de encantador podía llegar a ser Jaime Lannister.

Sin embargo reconoció que en aquel momento, aunque su pecho temblase y el pánico lento tomase posesión de su garganta, no podía decirle la verdad. Por su propio bien, no podía ceder. No en ésto.

-Ya no tiene importancia.

Esperó no sonar rota. Deseó que la desesperación que sentía, el absoluto pesar no se transmitiese en sus palabras. Tenía que sacarlo de allí como fuese.

-Sabes que puedo ayudarte, Brienne.-Jaime Lannister casi imploró y ella se sintió morir.- podré ser peor con la espada que un escudero pero...

-No.

Brienne sabía que la batalla estaba perdida. De cualquier manera ella tampoco se hallaba en sus mejores condiciones y la desventaja era grande, pero no dejaría que él resultase víctima de sus propios errores. Se enfrentaría a la hermandad por su cuenta y moriría en el intento, pero no se dejaría ganar sin antes primero lidiar con Corazón de Piedra.

-Te tienes que ir.

Fue poco más que un susurro en la habitación sombría.

Lucharía con Guardajuramentos hasta caer tendida sobre la nieve. Se dejaría morir para oír las canciones del final. Y todo estaría bien, todo estaría bien entre las luces del alba y bajo la capa escarlata bordada con sangre. Todo estaría bien porque habría valido la pena.

Él había cantado palabras de honor, le había pedido perdón por pecados que nunca había cometido, había querido una redención que ella no era la encargada de darle. Y ella le dejaría para que recuperase su virtud, recuperase su valentía en una tierra donde los monstruos eran reales.

Ahora sólo le quedaba a ella aquella última misión, aquel último chance de recuperar sus ideales. Rescataría a su escudero, liberaría a Catelyn Stark y si los siete así lo querían, viviría para contarlo.

-Como desee mi Lady.- Jaime Lannister hizo una reverencia burlona y pudo sentir el veneno en sus palabras.

-

El matarreyes hizo lo que pudo para relentizar el proceso de vestirse y arreglar su caballo. Podía intuir que estaba hirviendo de furia. Una parte de él quería molestarla y hacerlo todo mucho más incómodo, la otra, vergonzozamente quería que ella lo detuviese en el último minuto. La tensión se podía sentir en el aire frío.

Ella se quedó en el mismo sitio, con la mirada fija sobre la nieve cayendo.

Hasta hacía poco Jaime nunca había pensado en palabras para describirla que no fuesen “fea”, “torpe” o “sencilla” en el mejor de los casos, pero allí se veía tranquila. Completamente miserable. Si todavía hubiese quedado lugar para esperanzas, habría deseado mil y un cosas. Habría deseado besarle por última vez, habría deseado nunca haber ido a buscarlo, habría deseado haber muerto en la horca para no tener que pasar por aquello. Porque había una parte terrible de ella que creía que aquella sería la despedida.

-Todavía no entiendo por qué haces ésto ni qué estupidez te traes entre manos.-Escupió finalmente.

-¿Por qué me trajiste aquí entonces, con un cuento estúpido del Perro y de Sansa Stark? ¿Por qué la molestia, Brienne? ¿Por qué no terminas tu misión? Aquí me tienes.

Jaime alzó los brazos. Él lo sabía. Lo sabía perfectamente. Sus ojos fulgurantes de rabia se lo decían.

Todo en ella luchaba porque le importase. Porque con él había llegado a entender las palabras, porque con él nada le había herido y había llegado a darse cuenta que podía llorar y podía reír. Estaba cansada de pelear, estaba cansada de fingir indiferencia, porque todo en él provocaba una reacción tan visceral en ella que se daba cuenta de lo que se perdía. Pero no podía importarle, no ahora. No podía dejar que aquellas palabras la hiriesen, por su propio bien.

-Jaime...-Intentó acercarse a él, sus ojos secos, sus lágrimas acabadas. ¿Por qué quería hacerlo todo más difícil?

-¿Qué fue lo que en verdad te pasó?-Musitó entonces con rencor.

Ella se tragó el silencio, incapaz de decir mucho más y sus ojos verdes furibundos se clavaron en ella, rompiéndola en mil pedazos. No quedaba más que decir.

-Jaime.-Lo llamó de nuevo con la garganta seca.- Necesito que confíes en mí.

-Ah.-Sonrió amargamente.

Mucho tiempo atrás había temido que el día llegase en el que ella pudiese entender a alguien como el Matarreyes. Y hoy no sólo lo entendía, no sólo lo amaba, sino eran uno mismo. Había jurado que lo mataría, ante los ojos de piedra del fantasma de Catelyn Stark y entre las primeras luces, eso era él, un rey. Por un momento ella se sintió indigna de estar en su presencia y se dio cuenta que tenía ante ella a todo el orgullo de los Lannister, al fantasma de Tywin en carne y hueso, con una sonrisa sardónica entre los labios y sus ojos brillando de cinismo.

-Sé lo que estoy haciendo.-Brienne intentó convencerse a sí misma.

Tenía que saberlo.

-¿Te importaría compartir tu sabiduría, querida?

Jaime le dio la espalda, al parecer muy ocupado arreglando las bridas de su caballo.

-Por favor.-Se oyó a sí misma rogar.

La besó entonces, por última vez.

Apenas un roce en su mejilla, como había empezado todo. Apenas un eco de calidez que era todo lo que les quedaba.

Sí confiaba. Siempre confiaría. Por algo la habría seguido hasta el fin del mundo, por algo ya no había más que decir. Él suspiró, llamándole terca y cabezota en su cabeza, como si fuese un insulto, como si no sospechase por qué lo hacía. Por una vez Jaime Lannister se traicionó a sí mismo.

-Te volveré a ver, moza.-Dijo, y dejó las palabras guindando en el aire, sin saber en verdad lo que querrían decir.

Algo quedó entonces sin mencionar.

Palabras sin murmurar, pero que se sintieron entre jirones de intimidad. Brienne sintió el nudo atenazar su garganta, se sintió incapaz de respirar. Habría querido oírle decir que hablarían de nuevo, que resolverían todo, que confiaba en ella, que todo estaría bien. Porque eso era lo que necesitaba pensar, aunque la oscuridad amenazase el horizonte, aunque las oportunidades eran mínimas. Quiso decir palabras bonitas, quiso entonces crear un recuerdo feliz, una despedida memorable, pero el aire se trancó en su pecho y se escuchó a sí misma respondiendo.

-Te volveré a ver, matarreyes.

Jaime sonrió por última vez antes de darle la espalda. Podía sentir la decepción, podía sentir la amargura y sin embargo Brienne supo que aquella sonrisa era de verdad. Era coraje, era suerte.

Un invierno blanco había caído durante la noche. Los pasos marcados de Jaime crujían mientras se alejaba, y el viento se llevaba cualquier otro sonido de aquel país muerto. Era la calma antes de la tormenta y Brienne cerró los ojos, incapaz de verlo irse, incapaz de soportar su mirada si él se llegaba a dar la vuelta.

Se sentía triste, se sentía sola y asustada.

Pero así había crecido ella, entre el silencio; y ahora más que nunca se sentía calmada. No quedaba otra opción que seguir adelante y saber que estaba haciendo lo correcto. El día de los lobos vendría de nuevo. Le daría paz al espectro de Catelyn Stark y sabía que Jaime cumpliría su promesa. Volvió entonces a sentir el dolor fantasma en su cuello, el pánico creciente en sus entrañas, el saber que había estado a punto de traicionarse a sí misma. Y cuando abrió los ojos él ya no estaba.

Pasase lo que pasase, ganase quien ganase, Brienne sonrió porque la primavera llegaría.

Porque Jaime Lannister estaría vivo para verla.

fanfiction: asoiaf

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