Nombre: "Antebellum". Escrito para la Dotación Anual de Crack de
crack_and_roll , reto "Marry You".
Fandom: Lo Que El Viento se Llevo
Categoría: Multichapter (1/???)
Palabras: 2117
Género: Drama, romance, general, un poquitín de todo.
Pairing: Ella/Beau. Scarlett/Rhett (Eventualmente).
Notas: Sin betear. SPOILERS GRAVES. Posibles errores en el canon. Post-novela. Post-película. 7/8 años en el futuro (Lo que situaría la acción más o menos a principios de 1880 en Georgia, Estados Unidos). Me gusta pensar que está bastante in-character, pero no sabría decirlo xD. En verdad una de esas cosas que uno escribe para uno mismo porque... quién lee epic!fic de Lo Que El Viento Se Llevó en español? Esta es la primera parte de seguramente unas cuantas por venir. Centrado en la relación de Ella/Beau, explorando un poco el canon, bueno... ya saben :). Un gran proyecto mío desde hace 4 años y que vengo a empezar ahora xD. Y... eventualmente la relación de Scarlett y Rhett, una posible reconciliación después de todos esos años (?).
PD: Si sólo han visto la peli... supongo que esto será un poco confuso para ustedes. Vamos, que el personajes de Ella (Hija de Scarlett con su segundo marido) prefieren obviarlo en la peli, así como Wade, Suellen, Will... y Beau sale... hum 5 segundos tal vez? Para ese tipo de problemas técnicos he aquí una guía :D.
Katherine Scarlett O’Hara: Scarlett O'Hara, protagonista femenina de Lo Que El Viento Se Llevó, heredera y cabeza de "Tara", hacienda algodonera en Georgia.
Charles Hamilton: Primer marido de Scarlett.
Wade Hampton Hamilton O’Hara: Hijo de Scarlett y Charles Hamilton. Sobrino de Melanie Hamilton.
Frank Kennedy: Segundo marido de Scarlett. Fue alguna vez prometido de su hermana, Suellen O'Hara.
Ella Lorena Kennedy O’Hara: Hija de Scarlett y Frank Kennedy.
Rhett Butler: Tercer marido de Scarlett O'Hara. Protagonista masculino de Lo Que El Viento Se Llevó. ♥♥♥
Eugenie Victoria Butler O’Hara: Hija de Scarlett y Rhett Butler.
Ashley Wilkes: Amor platónico de Scarlett O'Hara. Heredero y cabeza de "Doce Robles", hacienda algodonera en Georgia.
Melanie Hamilton: Prima y esposa de Ashley Wilkes.
Beauregard (Beau) Wilkes Hamilton: Único hijo de Ashley y Melanie.
Suellen O’Hara: Hermana de Scarlett. Ayuda a mantener "Tara"
William Benteen: Esposo de Suellen.
Beth Benteen O’Hara, Ellen Benteen O’Hara, Clara Benteen O’Hara: hijas ficticias inventadas por mí de Suellen y William.
ESTA ES UNA NOVELA QUE TIENEN QUE LEER, porque es simplemente demasiado genial. Romance + Guerra + Sagas familiares épicas + Protagonistas tridimensionales = OMGWTFBBQ. ♥
"Antebellum"
(Capítulo 1: Territorios)
Ella Lorena Kennedy tenía el cabello rojo.
Tenía el cabello tan rojo que en los días de verano, cuando el sol desaparecía por el horizonte y en la hacienda se volvía a respirar, parecía que su cabeza hubiese estado ardiendo, cada hebra una fibra inflamable de su cuerpo cansado, cada gota de sudor fiero siendo sorprendida por la noche y el inaudito frescor que a veces inundaba los campos de Tara.
Y aquel era el espectáculo que se desenvolvía para él todos los días. En silencio, esperando. Porque si él era bueno para algo era para esperar, y de esa manera había conseguido obtener su atención por algo más de un segundo.
Esperaba hasta que el campo se quedase desierto, hasta que Beth, Ellen y Clara hubiesen desaparecido canturreando al interior de la majestuosa mansión que todavía seguía siendo Tara, aún cuando le faltase una nueva capa de pintura y aunque manos negras no hubiesen vuelto a cuidarla desde la muerte de Mammy.
Esperaba quieto, muy quieto, para que ella no pudiese verlo. Se quedaba allí, con el olor a tierra fértil sembrándose en su nariz, cuando todos sus músculos se relajaban por primera vez en el día y podía sonreír mientras la veía allí, medio apoyada en la derruida cerca, esperándole como todas las tardes, sin que nadie tuviese alguna idea.
Beau había sonreído al ver su vestido manchado de tierra. Un vestido bonito, cualquiera. Nada espectacular como los de los tiempos de antes de la guerra, de esos que ahora sólo veían en los retratos de la casa. Probablemente habría sido de un amarillo intenso pero ahora estaba deslavado. Debía de ser uno de sus mejores vestidos sin duda. Pero aún así, era hermoso para él porque estaba manchado con sangre de sus manos y lágrimas de su trabajo, y eso valía muchísimo más que cualquier otra cosa. Eso era lo que siempre le había sorprendido de ella, la manera de moverse, la manera de llevar un vestido viejo como si fuese una joya, con una humildad impresionante, con un esfuerzo mínimo, tan distinta siempre a todas las pretendientes que podía tener en Atlanta, siempre tan cuidadas, siempre con las cinturas tan estrechas, los vestidos tan despampanantes, hablando sin levantar la voz y mirando al suelo siempre.
Normalmente se acercaba muy recto y muy derecho, con una sonrisa de galán que demostraba sus buenas intenciones, pero hacía ya mucho tiempo que Ella se había dado cuenta de la enorme farsa que era, y no había dudado en decírselo a grandes voces plantándole un beso en la mejilla.
Esta vez quería sorprenderla.
-Tengo una idea.-Había susurrado en su oído, justo cuando ella se encontraba de espaldas.
La sintió contorsionaste en disgusto y sorpresa mientras dejaba escapar una exclamación de miedo mezclado con júbilo.
Ella dio un bufido que le recordó al de una gata rabiosa.
-Oh Beauregard,-Murmuró indignada con una media sonrisa, como rindiéndose a sus trastadas de niño rebelde.- ¿Qué idea tan grandiosa tendrás ahora?
Lo decía con tanta poca fe en él que no pudo sino sonreír. Pero no pasó de aquello. Venía con intenciones serias y quería mostrarse de aquella manera.
-La mejor de todas.-Dijo con una confianza absoluta, y pudo detectar en la mirada esmeralda de la chica aquella chispa tan extraña de una emoción encubierta, aquella que él tanto luchaba por ver.
-Eso habrá que verlo.
Y entonces él se había inclinado hacia ella y había depositado aquel par de palabras en su oído virginal. Aquella pequeña frase que tanto significaba para él, que había estado rumiando desde hacía meses y meses ya, pero que en el mundo real de una fortuna perdida, de una herencia de sangre derramada, ya no significaba nada.
Se había imaginado muchas veces cómo sería aquel momento. Era el alma de romántico que siempre había tenido.
Muchas veces había oído a su tía Scarlett contar mientras arrugaba la nariz cómo su padre en las trincheras lo único que había hecho había sido escribir poemas de qué tan gris era la lluvia. Su padre jamás lo había negado, se había disfrazado siempre, todas las cenas, todas las navidades, todos los años nuevos, con aquella sonrisa de nostalgia. Aquel gesto inútil por siempre grabado en una coraza de hombre cuyos ojos ya no brillaban excepto cuando hablaba de otras épocas llevadas por el viento.
Beau Wilkes sabía que en su sangre no solamente corría la galantería sureña sino el espíritu frágil de un muerto en vida que había perecido de amargura. Y de esa misma manera conocía el hecho de que tal vez, en algún futuro no muy cercano, le daría la espalda a todo aquello que quería, el mundo, su único hijo, la hacienda de su familia. Y todo por estar encapsulado en aquellos momentos en los que su madre había muerto de amor. De amor por él.
Y así él había crecido creyendo en el amor.
Lo había visto en mejillas sonrosadas, en sonrisas escondidas, en cabellos sueltos al viento y en los primeros toques azarosos de un jovenzuelo que todavía no terminaba de ser hombre y al que le asustaba todo, absolutamente todo menos ella.
Se lo había imaginado muchas veces, siempre besos y palabras suaves y caricias, mientras él daba vueltas, lo consideraba una y otra vez, mejores maneras de decirlo, planes para un futuro incierto, viviendo en una mansión fantasma de un orgullo que jamás había conocido. Había pensado que la conocía lo suficiente como para saber que se quedaría callada y lo meditaría por un segundo, después de oír aquellas palabras de él, porque después de todo, aquello no le vendría del todo desprevenido. Era lo correcto que hacer después de todo.
Pero Beau jamás hubiese podido prever aquellos ojos brillantes y el inmenso caudal de risas que acompañaron su propuesta tan pronto aquellas bien guardadas palabras habían despegado de sus labios.
-Ella…¿De qué te estás riendo?-No quiso que su voz sonase temblorosa, así que dejó escapar unas cuantas carcajadas por su parte.
Ella ni lo buscó, se hallaba de nuevo escondida entre aquella maraña de cabello rojo, con sus mejillas llenas de pecas bañadas de lágrimas y tierra, y de pronto se sintió estúpido.
Se quedó callada durante un segundo y Beau se arrepintió de haber siquiera abierto la boca, porque aquella mirada que de pronto le golpeó era ruda como el invierno mismo, salvaje como el hambre, cálida como la boca de un lobo, lastimosa como aquellas cortinas remendadas que llevaban décadas guindadas en Tara.
-¿Qué?-Murmuró asustado.
-Vamos, no seas tonto.-Respondió ella, ladeando la cabeza y cerrando los ojos con resignación. Sonrió un poco, con un deje de amargura, pero no con maldad, jamás con maldad. Sus manos buscaron la cara de Beau y él las sintió de pronto rugosas y viejas, tal como su cara y sus brazos curtidos por el sol de aquellas tierras sureñas que de pronto se habían convertido en un peso demasiado grande para cargar.
Ella no era una de esas personas que podían perderse horas y horas en cosas abstractas, y por eso solía sentirse especial cuando aquello le pasaba, por eso se sentía importante cuando sabía que ahora podría pensar en él y mantener ese secreto sólo para sí. Pero Ella no era una soñadora. La única cosa que había heredado de su padre además del cabello rojo eran aquellas ansias de importancia y el grato sabor que el dinero dejaba en su lengua. El lado práctico lo sacaba de su madre. Y el día a día era demasiado arduo como para no concentrarse en otras cosas que no fuesen desvivirse por el cultivo entre sus manos como llevaba haciendo desde que había tenido capacidad para hacerlo.
No. Todas esas cosas de soñar siempre se las había dejado a Beau.
Ella sabía que aquello jamás podría funcionar. No porque no quisiesen desde luego. Sino porque simplemente no estaban hechos para aquello. Ideas locas, huídas por la noche, proposiciones de matrimonio susurradas una tarde improvisada.
-Los Wilkes se casan entre primos.- Beau intentó justificarse. Como si fuese algo de costumbres, como si siempre hubiese siso algo de costumbres, sólo para intentar no sentirse más tonto de lo que ya se sentía.
-Pero yo no soy tu prima.
Un mechón de cabello rojo cayó sobre sus ojos, liberándose al fin de aquella cinta mal cortada que usaba para ir al campo.
-¡Pero es como si lo fueses!-Respondió él rápidamente.
-No lo creo, Beau.- Ella dejó escapar una carcajada seca. Y en ese momento se vio vieja y distinta. Como si ya se hubiese dado por vencida por completo.
Él sintió un nudo en la garganta. Intentó no temblar de la rabio, de la ira, del dolor, del terror. Intentó quedarse quiero, muy quieto y esperar. En el cielo las primeras estrellas estaban comenzando a aparecer y a su mente llegaron miles de recuerdos de noches parecidas a aquella en donde muchas otras cosas le habían impedido quererla por completo.
Él no se daría por vencido. Él no era de los que se daban por vencido.
-¿Has hablado con tu padre de eso?-Fue ella la que volvió a hablar y sonó cansada, como si siglos hubiesen pasado por su cuerpo cansado.
-No,- Admitió y sintió el suelo abrirse entre sus pies.-Pero sé que entenderá.
-Oh, por supuesto que entenderá. La aventura de verano de su hijo. Todos los veranos lo mismo. Y cuando el verano pasa ya nada es igual. Y volver a Atlanta y verte con las mismas mujercitas de siempre, por supuesto. Y me quedo yo aquí, como una tonta, esperando hasta el siguiente verano donde de pronto soy un buen partido, aunque…
-No digas eso.-Le cortó él de pronto y Ella sintió un jalón en el pecho.
Le estaba hiriendo. Le estaba hiriendo mucho y lo sabía y se jactaba de ello. Ese era un problema grave acerca de ella. Jamás sabía cuando parar.
-Lo digo. Una y otra vez y cuantas veces hagan falta.-Su voz sonaba ronca de tanto repetir la verdad. No tengo nada, Beau. Jamás he tenido nada.
Y fue solamente allí cuando él se sintió morir. Cuando se dio cuenta de exactamente lo que había pasado y de pronto entendió a su padre y sus ganas de encerrarse frente al mundo. Fue allí cuando todo tuvo sentido. Eran distintos, eran muy distintos él y ella. Ambos habían sido abandonados desde muy pequeños, pero él. Él había tenido la suerte de salir hacia adelante, de cuidar la hacienda de la familia, porque él había nacido hombre. Ella, ella se había visto abandonada por su madre, aquella habitación continuamente cerrada, llena de planes maquiavélicos por recuperar el pasado mientras ni un décimo se escurría entre sus manos.
Ella había sido relegada a un segundo plano, frente a una madre y a un hermano incapaz de acatar las responsabilidades que les exigía la vida sino a la más mínima potencia. Ella se había convertido en una esclava de su falta de oportunidades, en la hija bastarda de su tía y un campesino.
Vivían en mundos distintos y eso lo hacía todo imposible y apenas ahora es que él se daba cuenta de aquello.
-Siempre me has tenido a mí.- Y aquel susurro se perdió entre ojos brillantes y segundos deseosos de aferrarse a algo que había sido.
Y entonces ella cerró los ojos al mundo y se siente de nuevo culpable, como cada una de las veces en las que se deja llevar por quién es él y lo que significa para ella.
Se siente culpable mientras sus labios se van abriendo camino por su cuello, explorando territorios perdidos y salvajes que ni a ella le pertenecían por completo. Se siente de pronto muy sola, mientras dejaba que sus dedos se enredasen en los bucles rubios de Beau una vez más, en aquellos momentos, justo antes de que la luna saliese, cuando no eran más que una mancha oscura en un campo de algodones marchitos bañados en sangre.
Y entonces él rodea su cintura con sus brazos flacuchos e intentaba hundir sus manos en aquellos nudos de su espina dorsal, intentando mantenerla allí, queriendo hacerle entender que todo estaba bien y que todo iría a salir bien aún cuando ellos bien sabían que los cuentos de hadas desde hacía quince años ya no terminaban así.
-Sólo por un segundo.-Le dice, le susurra, le implora. Un ser hecho de sueños, que vive cada día de deseos, de esperanzas, de castillos en el aire que construye alrededor de ella sin siquiera imaginarse que ella no es capaz.
Y ella asiente mientras sus ojos se llenan de lágrimas porque no puede decirle que no. Porque jamás podrá decirle que no, jamás sería tan cruel.
Segundo Capítulo: Doce Robles