Yeeeeih! Layout nuevo! -is shot-
Más fanfics como que de todo en el horno, pero por ahora dejo este.
Nombre: "Cinco Segundos"', acompañamiento de
"'Cinco Minutos"', porque sí y porque Eleven es awesome. Y creo que voy a seguir con esto de Cinco -inserte unidad de tiempo aqui- para cositas de DW por un rato :)
Fandom: Doctor Who
Categoría: Drabble/One-shot
Palabras: 1325
Género: Drama... oh, mucho drama.
Personajes: Doctor. Amy. Rory. Amy/Rory
Notas: Spoilers del episodio 05x09 Cold Blood. Y Spoilers mayores. No me pude resistir.
"Cinco Segundos"
Cerró los ojos intentando guardarlo todo. Como si de sus pupilas pudiese salir a presión todo aquellos momentos que lo significaban todo para ella. Dejó de respirar durante un segundo, mientras su corazón bombeaba sangre cada vez más rápido, su piel se erizaba del horror, y su mente intentaba desconectarse.
“No sin Rory” Pensaba incoherentemente. Repitiendo una y otra vez las palabras como un hechizo, como un embrujo. Como un mantra. Como una plegaria. Como si se pudiese hacer algo ya. Como si aquello pudiese devolvérselo.
“No sin Rory”
No estaba lista para hacerlo. Nunca lo había estado. Y en cinco segundos no podía creer que tuviese de pronto que crecer y dejarlo todo atrás. No podía creer que pronto todo desaparecería. Las lágrimas le ardían mientras se deslizaban por sus mejillas.
Podía oír la voz ensordecedora del Doctor. “Tienes que recordarlo”. Era todo lo que quedaba. Era todo a lo que podría asirse ahora y para siempre.
Y aquello la transportaba durante un segundo al pasado reciente, donde una pesadilla le había hecho creer que lo perdería para siempre. Pero aquello no era una pesadilla. Aquello no era una realidad. Y él estaba ido, y sabía que nunca lo obtendría de vuelta. ¿Para qué servía el Doctor entonces? Se cruzó en aquel instante por su mente aquel pensamiento, como un dardo envenenado. Aquel pensamiento que la había hecho suya apenas unas noches atrás. ¿Para qué servía visitar lugares extraños, conocer gente del pasado, volver a vivir en las memorias si no se podía cambiarlas? ¿Para qué servían aquellas sensaciones, aquellas cosas absurdas inimaginables, aquellos nuevos desafíos, si al final iba a perder lo que más quería? ¿Para qué servía si al final se iba a perder a sí misma?
Negó con la cabeza como para sí misma, presa de la desesperación. Sabiendo que quedaba poco tiempo, sabiendo que no tendría mucho más chance después de aquello. Tenía que pensar en él. Era la única manera de mantenerlo vivo. En su recuerdo. Por lo menos durante un segundo. Por lo menos durante un minuto. Mejor haber amado y haber perdido que nunca haber amado. Eso decían. Pero para Amelia Pond cualquiera de las dos opciones valía ahora, cuando se enfrentaba con una alternativa mucho peor.
Lo sabía muy dentro de ella. No iba a poder lograrlo. No era más que una humana cualquiera, metida en una aventura que no tenía ni pies ni cabeza, allí donde no la habían llamado. No era más que una muchacha corriente, con demasiados sueños y demasiadas esperanzas que ahora se despedazaban ante sus ojos. Había querido algo nuevo, había querido mundos y fantasías. Lo había querido todo y ahora se quedaba sin nada. Lo había querido tanto que había olvidado apreciar lo que ya tenía. Porque no iba a poder hacerlo. No sin Rory.
Pero aún así lo intentó.
Los recuerdos comenzaron a danzar en su mente como en un vals estrepitoso, como imágenes inconexas al ritmo de la música acelerada a través de sus venas, a través del tiempo, a través de las grietas. Piezas de un rompecabezas que la conformaban casi en su totalidad. Eslabones de un pasado, cuando Amy era Amy y Rory era Rory y el Doctor no era más que un amigo imaginario para los días de lluvia. Vínculos de un mundo y de un planeta indiferente, nociones de un presente que seguía, aunque ella se encontrase allí y ahora Rory nunca hubiese vivido.
La vez en la que lo conoció. Con su sonrisa simpática, con su manera de ladear la cabeza, con sus ojos tímidos y su cara pecosa, dispuesto por siempre y para siempre a seguirla en sus juegos, de niña, de mujer. Queriendo siempre hacerla sentir en casa. A su lado, mientras enfrentaban dragones, y rescataban príncipes y princesas y esperaban con una manzana en la mano, en el jardín de su casa, bajo la lluvia que aquel extraño ser volviese.
Aquel otro momento. Perdido en algún lugar de su adolescencia. Entre situaciones incómodas y roces embarazosos. Cuando de pronto todo había tenido sentido, por lo menos para él, para ella no tanto sino hasta aquellos segundos. El mundo comenzaba a girar entre el llanto y las risas, y las manos y los besos que habían sustituido a los juegos y a las canciones. La puerta que se abría a esa cantidad de emociones desconocidas, a danzar bajo la lluvia, a reír hasta de lo más absurdo, tan empapados estaban de hormonas y ganas de vivir. La puerta que se abría hacia aquel primer beso, tan penoso como tierno. Tan extraño como completamente natural. Tan perdurable como efímero.
“No sin Rory”
El parque donde le había propuesto matrimonio y donde ella había dicho que sí por no tener nada mejor que hacer, pero que ahora Amy pensaba había tomado la mejor decisión de su vida. El aire de otoño. Las gotas entre la hojarasca. El sabor de su piel. La manera tan suave con la que le besaba los párpados. Su manera de llamarla. Como si no existiese nada más. Como si nunca hubiese existido nada más. El anillo, refulgente bajo el sol que ella no se había dado cuenta siempre había estado allí y nunca había apreciado.
Y luego mundos desconocidos. La duda. El miedo. La fantasía. El sueño. Y luego Venecia. Y luego él. Y luego la certeza de saber qué era lo verdaderamente importante. La felicidad. El olor que de alguna manera le recordaba a él, al porvenir, al futuro, a las aventuras que alguna vez él le había prometido tendrían muy de pequeños. El bebé que nunca había existido. El sabor de la masa de ponqué y besos por la mañana. El olor a flores, las canciones, la estabilidad que nunca había existido sino en sus mentes, sino en sus sueños.
El momento en el que pensó que lo había perdido, por siempre y para siempre. Y toda aquella pieza tan grande de su ser, del rompecabezas que componía su alma, reducida a cenizas. La desesperación. El frío. El deseo insuperable de que todo fuese una grande y vulgar mentira sólo para recobrar el sentido y darse cuenta que todo había sido una jugarreta del destino, para darle apenas un sabor de lo que vendría, para asustarla, para hacerle entender que no podía. No sin él.
No podía dejarlo todo atrás. Era imposible dejarlo todo atrás. Era una parte tan grande de su ser que no podía imaginarse cómo aquello la cambiaría, cómo hubiese sido todo si él nunca hubiese existido. Era para ella una constante, un refugio, un amigo, un amante. Era para ella algo más grande que el mundo. Algo más grande que sus propios sueños. Algo más grande que cualquier aventura y apenas ahora se daba cuenta de ello y ahora por fin lo veía, era todo su culpa.
No podía dejarlo escapar. Jamás se lo perdonaría. Sintió cómo su cabeza daba vueltas durante un segundo. Se sintió desfallecer, pero hizo todo lo posible por mantenerse allí. Con él. Sintió el mundo correr a toda velocidad por su lado, mientras ella se aferraba al pasado, a un pasado que jamás volvería, para poder vivir en un futuro que jamás podría cambiarse. Las lágrimas continuaron manando mientras podía ver una parte de sí misma corriendo para encontrarse con él, al otro lado de la puerta, desapareciendo por entre la grieta, absorbida por la luz. Sonrió sin saber por qué mientras un fragmento de su alma desaparecía por entre la neblina, engullida por el vacío, dispuesta a seguirle hasta la eternidad.
“No sin…”
Amy Pond abrió los ojos. Sus músculos se relajaron. Se encontró de frente con el Doctor, mirándola estupefacto por alguna extraña razón. Sintió el tacto de su piel, la calidez que de alguna extraña manera se le hizo tan familiar y sus lágrimas se secaron, pero el surco que habían trazado en su piel se quedaría allí por lo menos durante cinco segundos.