Tabla Básica (II)
Fandom: Community
Claim: Study Group
Notas: ¡Finito!
10.Cuento
No hay mucho más que decir, después de eso. Annie baja la cabeza y se muerde el labio, y Jeff se dedica a mirarla fijamente, incapaz de apartar los ojos. La chica sacude la cabeza, al cabo de unos segundos. Lo siento, le dice. Pero has perdido tu oportunidad.
Las cosas son extrañas, incómodas, las semanas siguientes. No es como cuando con Britta, porque con Britta ambos sabían a lo que se enfrentaban, ambos tenían cuidado y ninguno se dejaba dañar; no bajaban los escudos. No, no es como con Britta, porque esta vez Jeff Winger está callado y no aparta la vista del teléfono, no mira a ninguna parte, falta a la mitad de las reuniones del grupo. Annie sabe que se siente humillado, y, por las miradas de los demás, ellos también se imaginan algo parecido. Pero no saben lo que ella, no saben que no es sólo el orgullo lo que le duele -no saben que fue él quien dijo te quiero antes y que ella se separó en ese mismo instante, le dijo no quiero hacerte daño, lo siento; no saben que Jeff es algo más que un cacho de carne, que tiene algo así como un corazón, debajo de las camisas de diseño y los músculos. Que ha bajado las defensas, esta vez, y mira cómo le ha salido-. Se siente culpable, por supuesto, pero también está rabiosa, porque ella pasó por esto antes, porque él tiene que entender, después de todo. Porque es injusto que todos la miren así, como si hubiera cometido un gran pecado, cuando esto no es más que una respetición de todas las escenas que han tenido antes, pero cambiando los papeles. Cuando Annie Edison ha llorado por todos los hombres de su vida y nadie ha movido un dedo para ayudarla.
Así que un día se levanta de la silla, se muerde los labios, sale y da un portazo. Y Shirley aparece un rato después en el baño y le dice que está bien, puedes contarme lo que pasa, chica, pero quizás sea su tono -condescendiente, como si Annie no fuera más que una niña caprichosa a la que hay que contentar- el que hace que ella no hable. Que sacuda la cabeza y diga necesito estar sola, y salga del baño y de Greendale con el rímel por todas partes y se monte en el coche y conduzca durante horas.
Le suena el teléfono al cabo de un rato; es un mensaje. No se molesta en leerlo hasta media hora más tarde, parada en el aparcamiento de un McDonalds, un helado gigantesco en la mano y ningún apetito. Quiere vomitar.
Es entonces cuando se acuerda del mensaje; dice sólo lo siento. Es de Jeff. Del mismo Jeff Winger al que le ha partido el corazón una niñata de veinte años, y se le escapa la risa a la vez que se le escapan las lágrimas. Tira el helado a la basura más cercana; vuelve a arrancar el coche.
Son casi las once cuando llega a casa, hecha un desastre y oliendo a sudor, a lágrimas, a quién sabe qué. La luz está apagada; escucha los ronquidos leves de Troy en el búnker de sábanas, y le extraña no oír a Abed, al principio.
Cuando abre la puerta de la habitación se lo encuentra tendido en su cama. Tiene los ojos cerrados y el cuerpo encogido, pero no duerme, todavía no. La está esperando.
No sabía que iba a ser así, se excusa ella sin que él pregunte. No sabía que iba a dolerle tanto, pero qué se supone que tengo que hacer ahora, ¿eh? No puedo, no voy, no quiero. No sé.
Abed abre los ojos y se la queda mirando, y bosteza y le pregunta si quiere comer. Annie se está muriendo de hambre, en realidad, así que acepta. Él sale de la habitación; ella se pone el pijama.
Cuando vuelve, Abed trae un cuenco de palomitas. Es lo único que había, se disculpa; a Annie le da igual. Las coge a puñados y se las mete en la boca, y por un instante le recuerdan al Adderall, son como pastillas, pequeñas y terribles; come porque se siente mal. Estúpida, imperfecta, cruel. Porque el mundo no la acepta tal como es, se dice -porque Jeff sí que la acepta, la quiere, y ella ha tenido que decir que no y ahora qué queda-. Apoya la cabeza en la almohada, llora. Abed la abraza durante unos minutos, hasta que Annie cierra los ojos y aprieta los puños y los labios y deja de comer.
Luego saca un teléfono móvil, marca. Dice está bien, ha llegado a casa, y Annie puede imaginárselo sacudiendo la cabeza. Siente el plástico del aparato contra su oído; hay una voz al otro lado. Lo siento, dice Jeff, lo siento de verdad, Annie; he sido un imbécil. Y eso hace que llore aún más fuerte, con más ganas, porque no deberías disculparte; te he partido el corazón. Y él se ríe, y suena casi sincero, murmura yo no gasto de eso y los dos saben que es mentira. Respira hondo; él la imita. Es sólo, lo siento, ya sabes, dice ella; al otro lado de la línea, Jeff traga saliva.
Olvídalo, ¿quieres? Tampoco pasa nada. Es lo que tienen estas cosas, murmura. No vivimos en un cuento; no siempre pueden salir bien.
15.Niño
Si pudieras volver atrás en el tiempo, ¿qué cambiarías?, y Shirley no sabe qué contestar. Diría que muchas cosas, pero no es cierto; aunque hay veces en que cuesta creerlo, cada uno de los errores la ha convertido en esa persona que es ahora, en la mujer que está a punto de graduarse de Greendale y de abrir una pastelería, una bocatería, de cumplir sus sueños.
Así que sacude la cabeza, se encoge de hombros. Annie le dedica una sonrisa, una pequeña protesta. Tiene que haber algo que quieras cambiar, le dice. Tiene que haber algo que, no sé, quieras hacer mejor.
¿Y tú, Annie?, pregunta Abed, cambiando de víctima. La chica no se lo piensa.
Dejaría el Adderall mucho antes. No lo tomaría, para empezar, dice, y Shirley sabe que no se le ha ocurrido lo que a ella, que no ha pensado más allá. No se ha imaginado a la Annie sin Adderall -la que existiría sin todo ese bagaje, sin todas esas experiencias-; sólo ha pensado en la Annie de ahora, pero antes. Con una carrera, quizás, una Annie que llegaría a ser médico antes que el resto de su clase, quizás, y lo haría incluso mejor. Una que estaría delgada y no tendría aparato, y llevaría faldas más cortas y tendría locos a los tipos como Jeff. Una Annie de ensueño.
A veces, a todos ellos les cuesta aceptarse a sí mismos, tal como son. Con lo bueno y lo malo, con todo lo que creen que no merece la pena. A Shirley le pasa, pero, si hay algo que le ha enseñado el vivir con Andre, el sentirse tan abandonada durante tanto tiempo, es a mirar más allá, a no engañarse tanto a sí misma. Shirley Bennett puede no ser exactamente lo que quiso ser cuando tenía doce años, puede no haberse convertido en jugadora profesional de futbolín -ideas locas que tiene una cuando se aburre-, pero, dentro de lo posible, la jugada le ha salido bastante bien. Es madre y estudiante, esposa, futura empresaria. Amiga. Es buena gente, ha decidido; si el mundo no sabe apreciarla es su problema.
A los otros les pasa lo mismo, pero les falla la autoestima. Como a Britta, que no se fía de ningún hombre que la trate bien porque, bueno, podría ser sólo una fachada. O Troy, que aún vuelve de vez en cuando a encerrarse en sí mismo, a convertirse en el chico guay que llevaba la chaqueta de fútbol del instituto, el que no consiguió la beca. O Annie, siempre en búsqueda de algo mejor, siempre intentando ser lo bastante perfecta como para que alguien, en algún momento, pase por alto sus faltas, sin darse cuenta de que a veces son lo mejor que tiene, que Jeff la mira mucho más cuando hace alguna estupidez que cuando está en modo estudioso.
Pero el Adderall fue lo que hizo que vinieras aquí, ¿no?, pregunta Abed. Hay días en que Shirley cree que es capaz de leer las mentes, igual que ve el futuro -o lo veía, al menos, cuando aún grababa la serie esa sobre ellos-. Hay días en que Shirley se dice que, quizás, Abed ni siquiera les ve como personas, sino como personajes, protagonistas de una historia que entiende a la perfección y de la cual conoce el final.
El chico frunce el ceño; Annie se encoge de hombros.
Bueno, no sé. Ya. Pero. No es que no quiera estar aquí. Estoy bien en Greendale. Pero, bueno, no es lo que quería. Esperaba... otra cosa. Tenía planes, dice ella; él sacude la cabeza.
Si no hubieras tomado Adderall, no nos habrías conocido, declara; para él, no hay más posibilidades. Probablemente le dará vueltas durante horas, intentando entender ese matiz que los demás han pillado a la primera, eso que se le escapa.
Hay otros días en los que Abed es sólo un niño pequeño; la vida real, el mundo, le viene demasiado grande.
Déjalo estar, piensa Shirley; él parece entenderlo. Se calla. Se calla y deja que hablen los demás; la conversación deriva hacia el temario de Biología -deberíamos empezar a estudiar, ¿no?, pregunta Annie; Jeff protesta-, se normaliza.
Shirley deja escapar una sonrisa.
30.Fin
Y es en ese instante, entre almohadazos, cuando Troy se da cuenta. Quien gane se queda con todo; es como si perdieran los dos. Quien gane se queda en el apartamento, y el otro se irá para siempre, y no habrá más Troy y Abed por las mañanas ni escenas de película en el Dreamatorium, no habrá más saludos especiales ni maratones de Kickpuncher ni conversaciones sobre Inspector Spacetime. No habrá nada de nada, después de esta batalla; cuando uno de los dos falle, cuando uno se rinda, todo habrá acabado.
A lo mejor es por eso que no baja la mano, que no para, aunque le duelen los brazos y los almohadazos de Abed empiezan a escocer y es todo mucho más difícil que al principio. En los ojos de su amigo -ex amigo, se corrige- hay algo así como un brillo de reconocimiento, y ese especie de vínculo telepático que tienen a veces le dice que él tampoco quiere terminar, que no quiere separarse. Y se le escapa la tela de entre los dedos, en algunos momentos, y siente que todos los demás se detienen y les miran pero no quiere, no puede parar. Esto no puede ser el fin, Abed. Esto no puede acabarse nunca.
Se pregunta cómo será la vida, después. Cómo será llegar a una casa vacía y no tener a nadie con quien hablar, o tener a un auténtico perdedor, uno de esos que creen que son interesantes pero no saben nada de nada de la vida, uno de esos que pueden reaccionar como personas normales y no llegan a entenderle nunca. Alguien como esos compañeros de equipo en el instituto, los que eran lo más parecido a un amigo que conoció nunca y le hacían daño y se hacían daño entre ellos y hablaban de tías y de fútbol y de lo que harían en veinte años. Con Abed nunca ha hablado de eso, de lo que harán en el futuro; el presente -el pasado- era demasiado divertido.
Parad, pide Jeff, y sus manos quieren obedecer, le arden los brazos y las piernas y los ojos, quiere llorar, pero eso no es nuevo. Parad, y se obliga a seguir golpeando, más fuerte, más fuerte, como si con eso pudiera hacer que todo volviera a la normalidad, como si con eso pudiera hacer que esto no acabase nunca.