Tabla Básica (II)
Fandom: Community
Claim: Study Group
Notas: Me he decepcionado a mí misma. En serio. Fluff, mucho fluff (que, por cierto, le quita espacio al angst) en la última viñeta. Jo, si es que es un final de subidón de azúcar... Se os cayó el mito: Danny tiene su corazoncito, y le gustan los finales felices. De vez en cuando.
25.*Reacción
Cuando Troy y Abed entran en la sala de estudios cogidos de la mano, nadie comenta. Lo han hecho como un millón de veces, y al principio Annie se emocionaba, de vez en cuando, y hacía algún comentario sobre lo monos que eran; Shirley fruncía el ceño y sacudía la cabeza, Britta y Pierce mururaban que ya lo sabían y Jeff... Bueno, Jeff les ignoraba, exactamente igual que el resto de días. Con el tiempo, sin embargo, la rutina ha acabado cambiando -a excepción de la de Jeff, cuya reacción sigue siendo igual de expresiva que al principio- a fuerza de darse cuenta de que, a todo esto, los chicos no tenían ni idea de a qué venía tanto alboroto. Ni que estuvieran saliendo.
Así que es por eso que nadie comenta, esa mañana. Shirley le pregunta a Annie si ha ido a esa tienda nueva, la que vende collares hechos de plumas y bisutería barata, y le ofrece llevarla esa misma tarde. Britta mantiene una discusión acalorada con Pierce sobre el tamaño de sus pechos -los de él, no los de ella-. Jeff les ignora a todos, teclea.
Troy se aclara la garganta dos, tres veces. Y se hace el silencio. Bueno, excepto por el ruidito del móvil de Jeff.
De pronto, esto no es tan fácil como parecía. ¿Te pasa algo, Troy?, pregunta Britta, y, antes de que pueda lanzarse a hablar de los peligros de la contaminación y la cantidad de alergias y resfriados que provocan -ya lo hizo el mes pasado, cuando Annie pasó la gripe-, Abed la corta.
Estamos saliendo. Queríamos que lo supiérais. Al fin y al cabo, Jeff y Annie ya están acaparando el argumento de relación secreta; a la nuestra le tocaba ser abierta si queremos un guión medianamente aceptable.
No le cambia un ápice la expresión, a todo esto, pero es que a Abed no le cambia la expresión en ningún momento, así que no cuenta. A Troy le tiemblan un poco las piernas, y eso habla por los dos; están nerviosos. Quieren saber cómo van a actuar, todos ellos.
El problema es que nadie parece saber cómo actuar.
Bueno, excepto Jeff, que les dedica un “me alegro por vosotros, ya era hora” sin dejar de enredar con el móvil. Probablemente esté en uno de esos niveles difíciles de Angry Birds. El segundo, quizás. Nadie ha tenido corazón para decirle que es muy torpe en ese juego.
Los demás tardan más en hablar. Empieza Pierce -lo cual supone un alivio para todos, aunque no lo digan, porque ya se temían un ataque al corazón-, con un “espero que no me miraras en la ducha todo ese tiempo que vivimos juntos” que suena más bien a que, en realidad, espera que lo hiciera. Britta deja escapar un gritito de alegría; a Annie se le saltan las lágrimas porque, chicos, estoy tan contenta por vosotros. La sonrisa de Shirley parece forzada -muy forzada, en realidad-, pero sigue siendo una sonrisa. A la pobre no le ha sentado del todo bien enterarse de que hay, de pronto, dos relaciones que no debería aprobar entre sus amigos.
Y, hablando de eso...
Bueno, Jeff, dice Pierce, al cabo de un momento, parece que ya no eres el único gay en el grupo. Puedes dejar de fingir que te gusta estar con Annie. Déjame a las chicas a mí, ya sabes. Guiño.
Shirley le da un bolsazo.
27.Miedo
Y ya está. Es difícil registrarlo, por supuesto, porque tiene cosas más urgentes que hacer -sacar a Abed del Dreamatorium, principalmente, porque empieza a ponerse muy nerviosa y de muy mal humor y debería enfadarse con él, desde luego, pero ya sabía al empezar esto que no iba a hacerlo, y no lo hará-, pero se queda grabado en el fondo de su mente, en letras grandes y exageradamente llamativas. En algún momento volverá atrás, lo examinará detenidamente, pero ya tiene claro que no va a encontrarle ningún fallo, ni en su formulación ni en la exactitud de las palabras. Annie Edison, bienvenida a tus más profundos secretos, a tus miedos.
Se preguntará si lo ha sabido siempre, claro, y temerá la respuesta, sea cual sea. Si es un no, Annie, has sido aún más estúpida de lo que pensabas; si es un sí, bueno, entonces sólo has sido una niña inmadura y manipuladora, se dice, y se lo reprochará prácticamente siempre. Porque sabe, con esa certeza absoluta que no debería existir, que Jeff Winger sí que siente algo, sea lo que sea. Y es un logro, desde luego, es lo que quería, aunque él no dé el paso adelante ni haga ningún movimiento. Sigue siendo más de lo que esperaba, justo lo que había pedido.
Sólo que ella no siente nada.
No, eso no es cierto. No del todo, al menos. No es que no sienta nada: es que no siente lo mismo. Sea lo que sea que pasa por la cabeza -el corazón, si es que Jeff gasta de eso- de él, Annie ya sabe que no se parece en absoluto a eso que hay en la suya. Ese miedo indefinible, tan terrible que la llena entera, que lo ocupa todo y lo ensombrece; ese pánico porque quién va a quererte nunca, Annie Edison -y ahora, bueno, ahora sabe cuál es la respuesta-. Ese terror que han generado los años de inseguridades y de funciones escolares a las que no venía nadie, de llegar a casa y encontrarse la cena fría y una nota en el microondas y no tener a nadie con quien compartir los cotilleos inexistentes; el Adderall y la presión, las ganas de ser perfecta porque quizás, sólo quizás, así alguien estará dispuesto a ignorar todos tus defectos. De Troy Barnes y todos los otros Troy Barnes del universo.
Respira hondo. No tiene tiempo para esto.
28.Música
Cierra los ojos, aprieta el botón. La música invade la habitación; apoya la cabeza en la almohada, aprieta los párpados y los puños y los labios y escucha, escucha con todas sus fuerzas, porque siempre la relaja, siempre la ha relajado, pero esta vez es incapaz. La cabeza le da vueltas, llena de ideas y frases e imágenes que no deberían estar ahí, que le han plantado los demás, poco a poco. Abed y Annie y Jeff, Troy. Sobre todo Troy.
¿Qué es lo que pasa contigo?, le ha preguntado Annie, hace sólo unas horas, y Britta Perry se repite la pregunta. ¿Qué es lo que pasa con ella? ¿Qué es lo que tiene -tenía- Blade? ¿Qué narices te pasa para que sólo puedas fijarte en imbéciles, como en Jeffrey Winger o en Blade o en Vaughn o...?
Respira hondo. Freddie Mercury deja escapar un grito, y ella se aferra a las sábanas, manos convertidas en garras que no las dejan escapar. Ojos aún cerrados, intenta dejar de pensar. Siempre le ha ido bien así, en realidad. Siempre ha estado bien, mientras no dejara que los demás invadieran la cabeza, mientras no dejara que la manejaran, la llevaran de un lado a otro y la hicieran sentir débil, mareada, estúpida. Britta Perry sabe que no es la estrella más brillante del cielo, que quizás sólo sea la esquina más aguda en una mesa redonda, pero tampoco es imbécil. Es, era, perfectamente capaz de apañárselas sola, muchas gracias, sin que nadie intentara controlar su vida amorosa, sin que nadie tratara de atarla. Sin que nadie le dirigiera una sonrisa como la de esta tarde, tampoco, ni le enviara unas palabras tan hermosas, tan terribles.
Puede que no lo piense, se dice. Puede que fuera sólo porque sí, sólo para hacerme salir de la habitación y dejar el tema. No lo sabe, aunque algo -un cosquilleo en la boca del estómago- se ríe de ella, la ridiculiza porque no eres tan ingenua, Britta. Le has visto mirarte, todas esas veces -y casi te ha sentado bien, casi te has sentido bien contigo misma-, le has visto mirarte de arriba abajo y no has dicho nada, no has querido decir nada. No has querido romper el hechizo, y míralo ahora. Más suerte la próxima vez, y suena casi como a su madre, es casi la voz de esa madre con la que no habla desde hace más de diez años porque, bueno, porque ambas son quizás demasiado orgullosas para dar el primer paso.
Inspira. Espira. Inspira. Espira. Sigue el ritmo de la canción; es bastante rápido, y sabe que llegará un momento en el que el exceso de oxígeno la mareará, la hará sentir como si estuviera drogada, en otra parte, otro mundo. Se ríe. Llora. Es lo que quiere ahora mismo, lo que ha querido toda su vida.
Sube el volumen de la música.
29.Salida
Hay días en los que Annie Edison es incapaz de levantarse de la cama. Días en los que incluso su eterno optimismo le falla, y sólo puede cerrar los ojos y apretar los labios e intentar por todos los medios no pensar en la salida más fácil. Ya ha pasado antes por esto; muchas veces, en realidad. Cada mañana de instituto, más o menos, con sus prótesis y su incapacidad para encajar y los kilos de más y el acné y las pastillas, sobre todo. Con esa sensación constante de estar haciéndolo mal, todo el tiempo, de no poder hacer nada más y saber que no es suficiente. A veces se siente igual, incluso ahora, que está más guapa y está limpia y no ha llegado donde tenía que llegar, donde quería llegar; quizás el misterio está en por qué no se siente así todos los días.
Puede que sea gracias a ellos.
Es cierto que desde fuera parece otra cosa. Desde fuera, desde la puerta de la sala de estudios, sólo son un grupo de gente que se lleva más o menos bien, que a veces ni siquiera se aguanta. Entre ellos, sin embargo, una vez has cruzado las barreras y has dejado de mirar para verlo todo, es distinto. Es casi como una familia, pero no una como la que tenía antes -no esos padres a los que no está segura de querer volver a ver en su vida-, sino algo distinta. Disfuncional, desde luego, casi desagradable. Son lo mejor que le ha pasado en su vida, en realidad.
Hay días en los que Annie Edison casi se rompe al abrir los ojos, y sólo quiere abrazarse a la almohada y dejar de respirar porque es la salida más fácil, porque enfrentarse al mundo duele y es difícil y no tendría que ser así, supone. Y remolonea y da vueltas en la cama, se remueve, y no se levanta; y justo entonces alguien llama a la puerta -o, si es Troy, entra gritando y descorriendo las cortinas-, y a Annie casi se le saltan las lágrimas porque quién iba a haber pensado que la pequeña Annie Adderall iba a tener un día amigos como estos. Porque ni en sus mejores sueños podría haber imaginado algo mejor, se dice, y de repente la vida no parece tan terrible. Hay cosas que merecen la pena.
20.*Boda
¿Preparada?, pregunta Shirley; Britta se apoya indolentemente en la puerta, como si todo esto no la afectara, como si nadie le hubiese visto derramar un par de lagrimillas de emoción hace sólo unos días ni ponerse a organizar los detalles como una loca. Como dijo en una ocasión, en cuanto una boda le importa lo bastante, el resultado es inmejorable.
Annie tiene que reconocerle eso, desde luego.
Estoy lista, dice la chica. Se mira en el espejo por última vez, se coloca el broche perfectamente, se alisa el vestido. ¿Cómo me ves? ¿Voy muy...?
A Jeff le va a encantar, interrumpe la rubia, y le dirige una sonrisita cómplice. Shirley finge escandalizarse.
Esperemos que no le guste demasiado, masculla, y Annie se ríe, porque a estas alturas, y después de seis años, hay poco que la otra mujer pueda hacer para sonar convincente. Ya tuvieron esta conversación al principio -es demasiado mayor, ¿no puedes buscar a alguien de tu edad?, te va a hacer daño, lo sabes, ¿no?; y Shirley, sé perfectamente lo que hago, me ha estado esperando tres años, ¿sabes?, tres años conmigo fuera y ha estado esperándome, qué quieres que haga- y no sirvió de nada. No tendría mucho sentido repetirla después de tanto tiempo; además, si tuviera que escandalizarse por todo, lo primero sería desaprobar esta boda, no presentarse. Y no va a hacer eso.
Annie se ríe. El vestido azul le sienta bien, muy bien; los años no la han hecho perder ese aire inocente, casi de niña, que ha tenido siempre. La diferencia de edad entre Jeff y ella parece más evidente ahora que es menos abismal; a Shirley le hace gracia la ironía.
Me encantaría que Pierce estuviera aquí para verlo, murmura la chica; Shirley sacude la cabeza.
Dijo que llegaría para el banquete, pero que le grabáramos el sermón porque “es material de chantaje de primera”, dice Britta. Yo creo que va a usar la parte del beso como su porno particular, y es bastante probable, así que ninguna de las tres se ríe; en su lugar, se estremecen.
¿Abed y Troy están de acuerdo?, pregunta la chica; Britta se encoge de hombros. Creo que no lo saben, dice. Shirley asiente; eso tiene sentido.
Vámonos de aquí, dice, tras unos segundos. Vamos a llegar tarde.
Annie se sienta al lado de Jeff, en una de las primeras filas. Las hileras de sillas de plástico se llenan poco a poco; Shirley ha marcado la suya y la de sus niños -Andre no ha podido venir; la tienda empieza a despegar, poco a poco, y ha decidido pasarse sólo después, al banquete y a la fiesta en sí- con carteles de “reservado”. Hay otras sillas con notas parecidas; la de Britta está en la segunda fila, colocada estratégicamente para que nadie se fije demasiado en ella. Shirley está segura de que va a llorar, pero, por supuesto, no va a echárselo en cara. Al fin y al cabo, es la rubia la que ha preparado todo esto; tampoco es cuestión de hacerla rabiar.
Cuando llega la hora, Shirley contiene las lágrimas; a su lado, Ben le aprieta la mano. Aún no entiende estas cosas -está en la etapa de arrugar un poco la cara cuando interrumpen la escena de acción de cualquier película con un beso y, sinceramente, a Shirley le encantaría que siguiera así muchos años más, sólo por si acaso-, pero siempre le han gustado Abed y Troy, juntos y por separado. Cuando su madre le dijo que se casaban, incluso, decidió que sería la primera boda a la que iría sin poner morros ni dar la tabarra -aunque, dijo después, probablemente a Troy le haría gracia, y Abed me grabaría con esa cámara nueva que se ha comprado-, y, por el momento, está siendo fiel a su promesa. Siempre es un avance.
Y, bueno, en la parte del beso Shirley cierra los ojos -porque no está segura de que esas cosas estén bien, y que se haya resignado no significa que quiera presenciarlas-, pero, aunque es Britta la que está filmando, puede que alguien tenga otra cámara.