Tabla 30 Besos: 11, 12, 13, 14, 15

Nov 23, 2011 21:23

Tabla 30 Besos
Fandom: How I met your mother
Claim: Barney/Robin

11. Gardenia
Nunca ha sido de las que buscan el final feliz, Robin. Nunca ha sido la princesa del cuento -el dragón era mucho mejor, en su opinión-, y es extraño sentirse así. Tan, cómo decirlo, tan vulnerable.
Supone que, si se lo pidiera, Barney fingiría ser un príncipe -sólo espera a ver mi espada, le diría-; puede que ya lo haya hecho, con alguna otra chica. Con una lo bastante tonta como para creerse que, bueno, sólo porque no haya una torre no quiere decir que no haya cuento. Una lo bastante inocente como para pensar que algún día se levantaría de la cama y encontraría un desayuno esperándola, y un ramo de flores -violetas y rosas y gardenias, y no es porque no se sepa más nombres, por lo que piensa en ellas, desde luego-, y al hombre de sus sueños que, por una vez, ha decidido no escaparse de la cama, pasar la mañana con ella. Ja, pobre, piensa Robin -y sí, piensa exactamente eso-.
Ella no es tan estúpida, desde luego. No después de casi un mes con Barney Stinson, no después de toda una vida en este mundo, muchas gracias. La gente no funciona así, los príncipes no son tan perfectos, es difícil mantener a un hombre a tu lado. Se hace raro no ser la única en la cama, al despertar, por eso no le molesta -en absoluto- pensar que él ya se ha largado.
Robin Scherbatsky es una mujer realista, con los pies en el suelo. Sabe lo que va a encontrarse, cuando abra los ojos, lo sabe antes de extender el brazo, cada mañana, y palpar un colchón vacío. Un cuerpo desnudo, como mucho, porque se le ha hecho tarde y joder, no llega al trabajo -sea lo que sea, ese trabajo-. Robin Scherbatsky arruga la nariz, una mañana, porque huele a tortitas y qué coño pasa, Lily ha decidido cocinar, y tarda un segundo en darse cuenta de que Lily no vive con ella. Tarda otro más en abrir los ojos, desorientada.
Barney Stinson entra en la habitación con una bandeja, y lo único que se le ocurre, a ella, es que este no es sitio para comer. La habitación no sirve para eso, piensa; luego él se sienta junto a ella, en la cama, le dice buenos días, y es raro, muy raro -debe de estar engañándola, no hay otra explicación-, pero sonríe, la besa. Y hay un segundo, sólo uno, en el que Robin piensa que, quizás, pueda ser una princesa -luego se lo plantea otra vez y decide que, si va a tener sangre azul, prefiere ser la reina.-
12. De buen humor
Sinceramente, las mañanas son para dormir. Por lo menos, las mañanas del domingo. Eso lo tienen claro, los dos; es difícil moverles de la cama antes de las doce. Se acurrucan, se pelean con las sábanas y entre ellos, se resisten a abrir los ojos -incluso cuando duermen en la cama de Robin, y eso que Ted considera muy divertido lo de abrirles la persiana y dejar que entre el sol-, remolonean. Y a veces Barney se acerca más a ella, la rodea con los brazos, y se siente bien, se está bien así. Es una de las pocas cosas que no les avergüenzan, en todo esto de ser una pareja -que es muy nuevo y un poco extraño, la verdad-, una de las pocas cosas que no les importa que se sepa. Duermen juntos, sí, gracias, y duermen bien. Y se despiertan de buen humor, la mayoría de las veces -menos cuando Lily decide vengarse por un par de comentarios bienintencionados de la noche anterior, claro, y les lanza una almohada seguida por un cubo de agua. Entonces el buen humor se va a la porra-, y aguantan un poco más en la cama, sin tener sexo ni nada. Es raro, para los dos, es raro y lo saben. Y no les importa, la verdad. Hay que tomarse las cosas con humor, suponen.

13. Cadena excesiva
Muy bien, dice Lily. Esto hay ido demasiado lejos.
Todo empezó, supone, con el incidente de la piña. Nadie ha averiguado exactamente de dónde vino, claro, ni siquiera a estas alturas, pero es un buen comienzo para cualquier cosa.
Todo empezó, entonces, con el incidente de la piña. O, más bien, con Marshall recordando el incidente de la piña, y Ted quejándose, por supuesto, porque no le dejaban en paz. Y Barney decidiendo tomar a la chica de la piña como referente, y dejar una fruta en casa de cualquier mujer con la que se acostara -y un nudo en el estómago de Robin, para qué engañarnos, porque no hace tanto que durmieron juntos, en verdad-, y a la mañana siguiente afirmó que había hecho “una macedonia, si sabes lo que quiero decir, Scherbatsky”, guiño guiño. Y, desde luego, a Robin le dio exactamente igual.
Claro.
No tuvo nada que ver, por supuesto, con que se liase con el tío ese de la camisa a rayas. En absoluto. Ni con que despertara a la mañana siguiente con ganas de vomitar, con que decidiera llamar a Lily prácticamente llorando, incapaz de enfrentarse al mundo una vez más. No, no tuvieron nada que ver, Barney y las chicas y las frutas. Desde luego que no.
Muy bien, dice Lily. Esto ya ha ido demasiado lejos. Y la obliga a vestirse y maquillarse porque, Robin Scherbatsky, tú no eres este tipo de mujer. No eres así, no puedes quedarte una tarde entera encerrada en casa porque un tío -y ella protesta que no es por un tío, claro está- no se para a mirarte. Y Robin Scherbatsky se muerde los labios, decide que tiene razón. No puede dejarse llevar, arrollar; no puede perder su vida. Y baja al bar como cada día, con un vestido quizás más corto de la cuenta, y casi podría jurar que Barney Stinson aparta la vista.
Y así es como el incidente de la piña da lugar a toda una cadena de sucesos, claro. Una cadena algo excesiva, la verdad, que desemboca en un beso.

14. Radiocasete
Robin Scherbatsky no es, ni mucho menos, una romántica. No se emociona cuando ve Titanic -no mucho, por lo menos, y nunca si hay alguien delante-, no se dedica a mirar atrás, a pensar en los viejos tiempos y echarlos de menos. Puede que eso de haber tenido una infancia ligeramente traumática y una adolescencia compuesta enteramente de conciertos en centros comerciales ayude un poco, en eso de no sentir nostalgia por el pasado. Puede, también, que el presente sea tan absolutamente perfecto -quitando algunos detalles aquí y allí, pero, en serio, no está nada mal- que no merezca la pena mirar atrás.
Puede, también, que se sienta ligeramente avergonzada de esos años. Pero poco.
Es por eso que no le importa en absoluto que Barney se empeñe en repasar su viejos vídeos una y otra vez. No, no le importa, claro está, porque no es como si tuviera algo que ocultar, algo que no quisiera ver -como esa cazadora... ¿de verdad llevaba eso puesto?-, no es que le dé vergüenza porque, sinceramente, su novio -y qué raro suena eso- ha hecho payasadas mayores. Desde luego. Como eso de cantarle a una chica y grabarlo en vídeo -que sí, es absolutamente romántico (puede que un poco patético, también), y quizás una pequeña, pequeñísima parte de ella querría ser esa chica en concreto, pero ya está-. Así que, si se ponen a revisar historias pasadas, él tiene las de salir perdiendo. O casi.
Eso es cierto, claro está, hasta que Barney trae un radiocasete a casa.
La coge desprevenida, claro, porque, si no, Robin habría salido corriendo, antes de escuchar eso. La coge desprevenida y a traición, y le dice tengo una sorpresa para ti, Scherbatsky, y justo en ese momento ella se da cuenta de que algo va mal. Muy mal. Luego empieza la música, claro.
Uno puede buscar a Robin Sparkles en internet, desde luego, y aparecerán un par de vídeos musicales. Let's Go To The Mall, principalmente, y quizás, si se tiene la paciencia suficiente -Barney la tiene-, Sandcastles In The Sand. Y poco más.
Y luego, si uno se dedica a buscar día y noche durante días, semanas, meses, puede que encuentre esto. Concretamente, el disco -bueno, cinta de casete- completo de Robin Sparkles -Let's Go To The Mall y otros grandes éxitos. Con comentarios.
Robin Scherbatsky no es una romántica, desde luego. Y la culpa, si hay que echársela a algo, es de este disco.
No son las canciones. Bueno, vale, no son sólo las canciones. Es el... todo. Es la voz de Robin Sparkles hablando de la maravillosa experiencia que ha sido la gira, son esas frases adolescentes que hablan de un amor que dura para siempre, de un hombre perfecto que no existe. Es esa chica que cree que puede vivirlo todo, que el mundo va a cuidar de ella, sin saber que no es verdad.
Barney Stinson, voy a matarte, amenaza. Él se ríe, la besa. Pero si lo haces bien, le dice. Ni que te lo creyeras de verdad, Robin Sparkles, comenta -y sí, puede que una parte de ella sí que lo haga. Puede que una parte de ella le vea un poco como el príncipe azul del cuento, pero qué gracia tiene, si se lo cuenta-.

15. Azul perfecto
Hey, Scherbatsky, dice. Hace buen día, ¿no te parece? Podríamos ir, no sé, a tomar algo. A comer, si te parece. Como bros, nada más, asegura; el espejo no le responde, por supuesto, pero es un intento. Y suena bien, lo está consiguiendo; es como si fuese el antiguo Barney, ese que mentía casi por instinto, que sonaba más sincero diciendo que era un piloto espacial que cuando aseguraba que se había enamorado. Es como si no sintiera nada por ella, ahora -como si fueran sólo amigos-, como si Kevin no entrase en la escena y nada de esto hubiera pasado.
Marca su número sin mirarlo; se lo sabe de memoria. Y tiene claro que tendría que estar en el trabajo, a estas horas, que se va a extrañar, definitivamente, le va a parecer raro, pero qué importa. La echa de menos, puede admitirlo -por lo menos ahora, que no hay nadie-, la echa de menos y quiere verla. Aunque sea un rato, aunque sea como bros -ahora duele, decir eso-, aunque no pueda besarla, tocarla, tenerla. Vamos, Barney, se dice; la llama.
Cuelga al segundo pitido, claro. Antes de que lo coja, antes de tener que enfrentarse a ella. No tiene fuerzas, no puede hacerlo; es patético, Barney Stinson, es como esos hombres que se dejan crecer la barba cuando una chica les deja tirados -joder, es como Ted, y eso es triste-, es justo lo que se juró que no sería nunca más. Hey, Shannon, adivina: te han superado. Ahora ni siquiera necesito que me dejen; vale con que no dejen a los demás.
Sabe que está siendo injusto, en cierto modo. Sabe que, bueno, Robin es feliz con Kevin -más le vale, por lo menos; si le hace daño piensa partirle las piernas, al psicologuillo ese de poca monta-, pero es que no está bien, no es justo. Él también era feliz con Nora, estaban bien, desde luego, y Robin no dejó de aparecérsele, casi como si lo hiciera queriendo. Y una parte de él quiere creer que, en el fondo, ella sigue pensando en él. Un poco, al menos.
Se deja caer en el sofá, enciende el televisor gigante -y maldita sea, ¿por qué se le ocurrió grabar los antiguos programas de Robin?-, cierra los ojos. Fuera, sigue siendo un buen día; el cielo es de un azul perfecto.

c: barney stinson, p: barney/robin, f: how i met your mother, 30vicios, fanfiction, tabla 30 besos, c: robin scherbatsky

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