Tabla 30 Besos
Fandom: How I Met Your Mother
Pareja: Barney/Robin
1. Mira hacia acá
Oh, vamos, Scherbatsky, le dice. ¿Crees que no podría hacerlo? Y sabe lo que viene ahora, en cuanto diga que no, es imposible -porque lo es, es la idea más estúpida que ha tenido en todo el día, y estamos hablando de Barney Stinson, así que es bastante-, no va a funcionar. Ninguna chica es tan tonta.
Desafío aceptado, entonces, exclama él; Robin gruñe y esconde la cabeza entre las manos; se lo temía. No se puede hacer ni un comentario sin que Barney se lo tome en serio; está, para qué negarlo, un poco hasta las narices de eso. No porque le moleste, desde luego, no porque, bueno, estén los dos solos y hace mucho que no tienen tiempo para ellos. No porque resulte incómodo, que él siga adelante con su vida -ella ya lo ha hecho, muchas gracias, tiene a Don y todo le va de maravilla, sí señor-, que esté dispuesto a besar a una chica por el simple hecho de que ella, Robin Scherbatsky, le ha dicho que no puede hacerlo. No, no tiene nada que ver con eso; es sólo que es estúpido e infantil y quizás molesta un poco, ese cosquilleo en el estómago que, definitivamente, no son celos, cuando él se acerca a la rubia más cercana -tiene cara de tonta; es su tipo- y le murmura algo al oído. No va a conseguirlo, se dice, se asegura, no va a conseguirlo, no puede funcionar. Mira hacia acá, supone que le está diciendo; ahora vendrá el beso y el ¿vives cerca de aquí?, y Barney habrá completado el desafío una vez más, y desde luego que a ella no le importa. Ted debe de estar a punto de llegar, Marshall y Lily dijeron que vendrían en un rato; todo estará bien, entonces, cuando no esté sola. Cuando no tenga que fijarse en Barney y sus avances y por qué vuelve a la mesa, a qué está jugando ahora.
¿No lo has conseguido?, le pregunta, medio en broma. No le tiembla la voz en absoluto, a Robin -no tiene por qué temblarle, al fin y al cabo, porque nada de esto le molesta-; Barney sacude la cabeza. ¿Con esa?, se indigna, Scherbatsky, ¿no te has dado cuenta? ¡Está totalmente plana! No voy a malgastar mi tiempo con algo así, protesta; Robin se ríe, y algo desaparece de la boca de su estómago, y puede volver a respirar. Bueno, eso no es más que una excusa, le dice. No lo has conseguido, así que...
Oh, vamos, responde él. Mírame, Robin Scherbatsky. Mírame, ¿me estás viendo? Y ella obedece casi sin pensarlo, porque suena serio, suena a que va a decir algo; el beso le coge de sorpresa. Le ve cerrar los ojos antes de hacer lo mismo -y debería estar mal, porque tiene a Don, debería alejarse ahora mismo-, y cuando se separan le cuesta volver a abrirlos. ¿Has visto?, desafío completado, murmura él, con la voz un poco ronca y esa actitud de no ha sido nada. Y una parte de ella se enfurece, desde luego; el resto se lamenta.
2. Noticias
Obviamente, no es por ella. Barney Stinson no se planta delante de la televisión a las cuatro de la mañana para ver a Robin Scherbatsky, definitivamente -es pura casualidad, es sólo que siempre está despierto a esas horas, y qué vamos a hacerle, ya se sabe de memoria todo el porno que ponen a esas horas-. Eso está claro. Por supuesto. Qué idea más estúpida.
Y a veces se queda mirando la pantalla fijamente, es cierto, los ojos clavados en su cara, en las mil y una emociones que es capaz de reflejar en un momento, incluso cuando intenta ser toda una profesional y no implicarse, esconder el aburrimiento. Hay que admitirlo, las noticias de las cuatro de la mañana son un poco monótonas, es cierto. Sobre todo porque, bueno, no hay mucha gente viéndolas -y Barney no es, obviamente, uno de ellos-, y la gente en el plató pasa un poco de todo y a veces, sólo a veces, Robin se plantea echarse a dormir, sencillamente; no habría mucha diferencia.
Hay noches en las que Barney se pregunta qué hace allí, esa chica, tanto potencial y tanta fuerza y nadie es capaz de darse cuenta, a nadie le importa. A veces Barney se pregunta cómo es que lo pasan por alto, todos, cómo es que media Nueva York no se queda pegada a la pantalla -él no lo hace, desde luego-, pensando en cómo sería besarla una vez más. Cómo no se la imaginan riendo, tirada en el sofá, olor a tabaco y ron, olor a Robin Scherbatsky, una noche cualquiera, un momento que podría ser eterno. Se remueve en el sofá, incómodo; no deja de mirarla. Y piensa que podría funcionar, lo del beso.
3. Sobresalto
Se despierta en mitad de la noche. Abre los ojos con esfuerzo, intenta enterarse, más o menos, de lo que pasa alrededor; está cansada. Tantea el otro lado de la cama esperando encontrarle -esperando sentirle a su lado-, pero está vacío, y le cuesta unos segundos darse cuenta de lo que pasa.
Barney, le dice, vuelve a la cama. Estamos saliendo, estamos juntos, murmura. No tienes que saltar por la ventana. Y él balbucea algo en respuesta -también medio sonámbulo-, algo que suena a lo siento, es la costumbre, y se tira en la cama otra vez. El colchón se mueve, la despierta del todo, la sobresalta; Robin se pregunta cuánto más va a durar, todo esto, cuánto pueden aguantar juntos. No se les da bien, a ninguno, lo de ser pareja, lo de tener a alguien y depender del otro y, bueno, ser un poco como Marshall y Lily sin ser en absoluto Marshall y Lily -sin toda esa cursilería que, en el fondo, encuentran adorable, aunque no lo admitan- y sin querer serlo en ningún momento. Se ha hecho la misma pregunta medio millón de veces, a estas alturas; la respuesta nunca es demasiado agradable. Ya es extraño que estén juntos, con esa actitud de él y la actitud de ella, ya es extraño que se aguanten el uno al otro; el futuro suena peligroso, lleno de discusiones y peleas, de hacerse daño sin quererlo y a propósito. No le gusta pensarlo, a Robin, pero lo hace de vez en cuando. Cuando Barney la despierta en mitad de la noche intentando escapar -ha sido soltero demasiado tiempo- o cuando le pilla mirando a otra, que es a menudo.
Barney, empieza; una parte de ella espera que esté dormido. No le gusta hablar, no les gusta a ninguno, pero quizás tienen que hacerlo, de vez en cuando. Sólo para sentirse mejor, para dejar escapar todo lo que molesta y le pone nerviosa, todo lo que le oprime el pecho, en noches como esta.
Dime, responde él; por lo visto sí que está despierto. Y de pronto Robin no sabe cómo decirlo, cómo explicarle lo que está pensando; no va a entenderlo. Nada, murmura; él deja escapar algo así como una risotada, dice uno no llama a la gente por nada, Scherbatsky, pero deja el tema. Se acerca más a ella, en cambio, se le acerca mucho y la abraza -es cálido y sólido y real, está allí; intentaré no escaparme otra vez, asegura-, y la besa en la frente. Puede que el futuro, cuando llegue, no esté tan mal.
4. Nuestra distancia y esa persona
Podría haber salido bien, supone, podría haber funcionado, contra todas las expectativas. Podrían haber sido la pareja perfecta; él habría aprendido a abrirse un poco, a compartir; ella, a confiar. A no sacar la pistola -literal y metafóricamente- cada vez que se siente atacada, a no saltar cada vez que una frase le pone nerviosa.
Podrían haber funcionado, juntos, la relación más disfuncional de todas, absolutamente perfecta. Pero una parte de ella sabe que, bueno, a veces las cosas no pasan, no son tan sencillas; no se puede vivir en un cuento de hadas. Y está bien, haber terminado así, está bien seguir siendo amigos, como con Ted, sólo que más incómodo, más doloroso. Barney parece recuperarse en sólo dos días, deja de ser esa sombra de sí mismo que lleva un tiempo siendo; es libre, y le gusta, le sienta bien. A ella le cuesta más, por supuesto, pero es que creía que le había encontrado -a Don Perfecto-, creía que tenía delante al tipo con el que iba a pasar el resto de sus días y, por una vez, no tenía miedo.
No lo comenta. No lo dice en voz alta, no protesta cuando él habla de sus conquistas y de esa rubia de la barra y de no te imaginas lo buena que está, la nueva secretaria. Deja que cuente lo que quiera, que se vanaglorie de haber metido en su cama a las gilipollas más imbéciles -afortunadas- del universo, que acepte desafíos que le llevarán a liarse con otras. Deja que duela y escueza sin quejarse, porque es algo que tiene que pasar, son consecuencias de seguir saliendo con tu ex novio(s), de no haber sido capaz de retenerle a su lado, en su momento. Deja que las cosas sigan adelante, intenta distanciarse de él y verle como antes, como a un amigo -es difícil-.
A veces, llora. Lily lo sabe -es la única-, y se preocupa por ella; Robin Scherbatsky es fuerte, no se queja, no tendría que pasar por esto. Le dice quizás tendrías que dejar de venir, un tiempo; podemos salir sólo nosotras -pero ese nosotras implica a Marshall, y es aún más incómodo salir sola con una pareja-, quizás tendrías que, no sé, intentar seguir adelante de alguna forma. Distanciarte. Y Robin lo intenta, pero es duro, es difícil de verdad, y a veces le duele el pecho, cuando le ve acercarse a una chica, besarla y llevarla a su casa -ya sabe lo que va a pasar-, y a veces se le hace difícil no chillar.
5. “Sabes...”
¿Sabes?, supone que le dirá él, en unos años, creo que tendríamos que haber seguido juntos. Éramos sublimes, éramos lo mejor que le ha pasado al mundo en toda la historia, Scherbatsky, y lo sabes. Y ella asentirá, sonreirá un poco, seguirá con su vida.
De momento, eso queda lejos, piensa. De momento es difícil encontrar una sola razón por la que deban seguir juntos, ahora mismo -ese te quiero no tiene bastante fuerza, la verdad-, es difícil saber qué narices le llevó a salir con este hombre triste, apagado, qué le llevó a cortarle las alas y encerrarle y dejarle desesperar. Y sí, puede que lo esté llevando demasiado lejos, puede que esté siendo una exagerada -tampoco se le nota tanto, a Barney, ni siquiera se había dado cuenta hasta hace un momento, joder, no es como si le estuviera matando poco a poco, aunque sea exactamente eso-, pero es raro. Es como un momento de revelación, es como si le acabaran de quitar una venda de los ojos y le dejaran verle, por primera vez en mucho tiempo, como si el escaparate fuese una especie de espejo mágico, un espejo de la verdad; duele mirarse en él. Creo que deberíamos dejarlo, murmura; él asiente, ojos clavados en los despojos humanos en que están convirtiéndose, en eso que no querían ver. No están hechos el uno para el otro, aunque se hace raro pensarlo -hace unos meses Robin Scherbatsky se habría suicidado antes de permitirse una reflexión tan cursi-; estaba casi segura, esta vez, estaba casi convencida de que podía funcionar.
Creo que tienes razón, admite Barney; se vuelve a mirarla. ¿Sabes?, ya me siento un poco mejor. Y no tengo hambre, asegura; aparta el plato, se levanta. Le tiende una mano, justo después, y tiene ese brillo en los ojos tan extraño, ese que dice es lo mejor, lo que vamos a hacer, aunque duela -ese que hace que su estómago se encoja y quiera abrazarle y no dejarle marchar-, ese que dice quiero que estés bien, quiero que estemos bien, los dos. Vamos, Scherbatsky; todavía nos da tiempo a ir a por un par de cervezas. Y ella coge su mano y le deja ayudarla, aunque no lo necesita -nunca lo ha necesitado-, sonríe. Le besa.
Sabe a despedida, el beso, sabe a fin del mundo, fin de lo que quiera que fuera, esto. Sabe agridulce y casi le hace llorar, a Robin -a Barney-; sabe perfecto. Y puede que esto sea el final, pero, mientras duró, fue casi un cuento.