Tabla Leyes de Murphy: 13, 14, 15

Apr 28, 2011 19:03

Tabla Leyes de Murphy
Fandom: Being Human (UK)
Claim: George/Mitchell/Annie

Nada se hace nunca por la razón correcta.

Aún recuerda la primera vez que se lo dijo. Ese no quiero que te vayas, y cómo no pudo encontrar palabras, entonces -en cómo no puede encontrarlas ahora-. ¿Qué va a decirle? ¿Que estará sola, una vez que él deje de ser lo que es, una vez que se convierta en lo que siempre ha querido? No puede ser tan cruel.
Así que se calla, le deja hacer. Todo sería mucho más fácil si Mitchell estuviera con ellos, pero hace mucho que el vampiro no se deja ver; es irónico cómo es él el invisible, y no ella. Y le echa de menos con cada fibra de su ser, pero -cada vez lo tiene más claro- John Mitchell no es alguien en quien pueda confiar, a quien pueda atarse. Desaparece con demasiada frecuencia, y nunca, nunca para nada bueno.
Así que sólo le queda George. Y Nina, claro, pero Nina es un poco la culpable de todo esto -y, de verdad, no quiere guardarle rencor, pero no puede evitar hacerlo-. Es la que ha encontrado la supuesta cura y la que ha arrastrado a su George hasta ahí, la que se lo va a arrebatar de una vez por todas y lo va a lanzar al mundo de nuevo, asustado y desprotegido, le va a obligar a perderse otra vez.
Annie lo tiene claro: no existe la cura. No hay cura, porque ser licántropo no es una enfermedad. Puede que al principio lo parezca, claro, pero es igual que ser vampiro, es igual que estar muerta. Es una parte de ti mismo, y si ellos no quieren entenderlo, bueno, quizás se lo merezcan. Vivir sin el lobo es igual que vivir sin el hombre; eso se ve incluso desde fuera.
Y, de todas formas, Annie no puede decirle que pare, que vuelva. Que no la deje sola, porque, bueno, ha tomado su decisión, pero aún está asustada. Que quiere que la abrace de nuevo, una vez más, que la abrace mientras pueda y se olvide de Nina y de la culpa por un momento, sólo piensa un instante, George. Recuerda.
No, sería egoísta y desesperado, y Annie siempre se ha enorgullecido de no ser ninguna de esas cosas. No, al menos, desde que dejó atrás a Owen, todo lo que él conllevaba. Así que se calla e imagina una sonrisa, trata de imitarla. Los labios tardan en responder sus deseos, claro, porque no es tan fácil esconder lo que se siente y lo que se piensa, cuando no tienes cuerpo.
Ya ha grabado su nota de suicidio. Para cuando dejan la casa, no hace más que repetírsela en voz baja, una y otra vez, recordar cada detalle, pensar quizás tendría que haber cambiado esto. Sólo espera que Mitchell la encuentre, que le importe lo bastante como para buscarla. Para sentirse apenado, para escuchar hasta el final, por lo menos. Es lo mejor para todos, sin duda, esto. George tendrá su vida y ella tendrá el purgatorio, y Mitchell podrá ser salvaje y asesino sin preocuparse por ellos. Todo estará bien; es lo que tiene que hacer, lo que ya ha hecho.
Y quizás se siente un poco mal, quizás se siente un poco culpable, pero qué más le queda en este mundo, si no les tiene a ellos.

Todos mienten; pero no importa, porque nadie escucha.

Se muerde los labios. No, no quiero saber, le dice, y Mitchell se muerde los labios, y calla. Te necesito, te necesito más que nunca.
John Mitchell nunca ha podido negarle nada.
Y las cosas son rápidas, el mundo se acelera, y el recuerdo -el túnel y esos ojos clavados en él, y la sangre y la locura- se desvanece poco a poco, se convierte en poco más que un fantasma de lo que debería ser. Es lo bueno de beber, es lo bueno de ser un monstruo, de no negar la propia naturaleza. Un vampiro es asesino, pero no es sólo la sed lo que lo empuja.
Y sabe que debería sentirse peor, sabe que debería pensar en ellos, en todos ellos, en las familias que dejaron atrás y en ese futuro que podrían haber tenido, sabe que Lucy es sólo una mujer y no puede culparla de todo. Sabe que tiene las manos manchadas, una vez más, que esta vez ha sido algo grande, algo gordo. Que no se va a quedar aquí, que le perseguirá el resto de sus días, que necesita contarlo.
George no quiere escuchar.
Y parte de él lo agradece. Parte de él, esa que crece un poco más cada día y está vieja y cansada y no puede con todo, parte de él piensa que, si no lo admite, lo hará menos cierto. Menos real.
Es mejor no hablar. Es mejor no pensarlo.
Y está Annie, por supuesto, está Annie y todo lo que ello implica -antes, al principio, eran tres; ahora son tres también, pero es distinto. Nina no cuenta, Nina no es lo mismo. Nina es una extraña y no puede entenderles; no está tan maldita. No ha muerto ni ha matado ni ha sido un monstruo de verdad. Nina aún tiene algo de mujer, y eso lo hace todo distinto.
Así que son sólo George y él, y esa verdad entre ellos, eso que no se dice y no se escucha y no se piensa. Dime que no lo hiciste, le pide una noche el licántropo, justo antes de mudarse. Están solos viendo la televisión, tirados en un sofá en mitad de la casa vacía. Sin Annie nada es lo mismo. Sin Annie esto no es un hogar, sólo son cuatro paredes.
No lo hice, murmura Mitchell. Y las palabras se quedan allí, flotando en el aire, una mentira tan clara y tan estúpida que ambos consiguen creerla, por un instante. George se obliga a asentir. Está bien, dice. Está bien, y le abraza. Y si sólo fuese así, si sólo estuviese bien, si sólo pudiesen quedarse abrazados para siempre.
Mitchell se levanta, sacude la cabeza. Buenas noches, dice, y ya está. Buenas noches.

La manera más rápida de encontrar algo es empezar a buscar otra cosa.

No es exactamente lo que buscaba, lo que quería. No es esa vida normal, humana, ese poder convivir con un grupo de personas sin acabar matándolas. No es exactamente lo que tenía en mente cuando le dijo a George que, oye, ¿sabes?, he estado pensando. Podríamos tener una casa, un lugar para nosotros. De los dos.
Tres, ahora.
Pero está bien. Annie está bien -mejor que bien, en realidad-, y ni siquiera el resto de vampiros, la amenaza continua, consigue romper la paz. Puede que no sean normales, claro, pero son algo parecido. Una especie de familia, supone.
Así que sí, está bien. Está contento -no feliz, porque la felicidad es, como le ha enseñado el tiempo, una ilusión efímera-, está a gusto y puede beber cerveza y tirarse media hora en la ducha. Y escucha las discusiones de Annie y de George, en el piso de abajo, las réplicas ofendidas del licántropo, las quejas de ella. Les escucha y le invado algo cálido, algo que sólo ha sentido un par de veces antes y a lo que no sabe poner nombre -tampoco es que quiera hacerlo; le quitaría toda la magia-, y se siente un poco más vivo, menos vampiro. Sólo un poco, pero aun así cuenta.
A este paso van a escucharos los vecinos, advierte; George hace un ruido raro, un intento de resoplido que no le sale demasiado bien, y Annie se hace la ofendida porque, bueno, a lo mejor ella quiere que la escuchen los vecinos. Probablemente me darían la razón, añade, y la discusión estalla de nuevo. Y Mitchell los observa, a los dos, agitados y ruidosos, y se pregunta qué sería de él sin ellos. Qué sería de todos, de estar solos.
¿Qué ponen en la tele?, interrumpe, en un momento determinado; Annie se deja caer en el suelo, con George a su lado. No tengo ni idea, responde, pero es sábado, así que seguro que hay algo, ¿no?
Creo que había una película, comenta George, acercándose un poco más a ella. De fantasmas. Y se ríen, y Mitchell se ríe con ellos, y decide que ya está harto del sofá. En el suelo se está bien, de vez en cuando. Enciende el televisor.
Y sí, quizás no sea esto lo que estaba buscando, quizás no sea lo que quería, lo que imaginaba que tendría en un futuro. Quizás no sea todo lo normal que esperaban, pero no puede evitar alegrarse -ahora tiene una familia, más o menos.

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