Tabla Leyes de Murphy: 10, 11, 12

Apr 26, 2011 16:22

Tabla Leyes de Murphy 
Fandom: Being Human (UK)
Claim: George/Mitchell/Annie

Para que algo se limpie otra cosa debe ensuciarse; pero se puede ensuciar todo sin limpiar nada.

Todo el día, a todas horas. Mitchell cree que va a volverse loco, de un momento a otro. Si no ha pasado ya, claro. Y es que absolutamente siempre, es cada segundo y cada minuto y cada jodido día, y cuando menos se lo esperen va a matarlos a los dos -o, en el caso de Annie, a rematarla, claro- y se quedará a gusto, tranquilo, podrá vivir en paz. Nada de discusiones, nada de quejas, nada de tazas sucias por toda la casa y gritos y “Mitchell, dile que”. Son como niños, joder, piensa.
Muy bien, dice, ya hasta las narices. Podéis seguir discutiendo si queréis, desde luego, declara, pero yo me largo.
Y sale de la casa, y cierra la puerta. Y, de pronto, se hace el silencio.
Ehm, empieza George, ya más calmado. A lo mejor nos hemos pasado un poco, ¿no crees?
Annie asiente, claro, porque tiene razón. Pero, sólo para dejarlo claro, añade sí, creo que te has pasado. Bastante.
El hombre-lobo frunce el ceño, pero no protesta. No mucho.
¡No es culpa mía que haya tazas por todas partes!, se enfurruña. No soy yo quien sigue haciéndolas y haciéndolas hasta que se acaban el té y el café y todas las tazas. ¡Y ni siquiera limpias!
Y ahí empieza de nuevo la discusión, claro, o empezaría si Mitchell no acabara de salir disparado, la cabeza echándole humo, de la casa. Si no se sintieran los dos un poco estúpidos porque, la verdad, no tienen edad de estas cosas.
Bueno, podemos limpiarlas, concede Annie. Entre los dos.
Y así es como acaban los dos en la cocina, George lavando las tazas una a una mientras Annie las seca. Y, por supuesto, la mitad de ellas no sobreviven -no es que sean torpes; es sólo que están más ocupados con otras cosas. Hablan entre ellos y se ríen, se quejan de lo serio que es Mitchell, a veces. George despotrica contra su trabajo y Annie le comenta que la programación de la televisión es cada vez más horrible. Y no está mal, fregar tazas, ni está mal cuando sus dedos se tocan -es como una descarga eléctrica, dice él, y luego añade me gusta-. No, no está nada mal, tampoco, cuando sus labios se rozan.
¿Qué ha pasado aquí?, pregunta Mitchell cuando llega, un tono de voz rozando el histerismo -te pareces a George, ahora mismo, le suelta Annie, y ambos hombres le lanzan miradas asesinas.
Hemos estado lavando tazas, dice el hombre-lobo, y Mitchell suspira. Sólo espera que no le toque barrer toda la vajilla del suelo.

Nada es tan temporal como lo que se llama permanente.

Debería haberlo imaginado, claro. Su primer novio colgó fotos suyas en Internet, el segundo se lió con otras, el tercero la mató. Lo lógico es que el cuarto la rescate del purgatorio y le prometa el mundo, lo lógico es que el cuarto incumpla todas sus promesas. Lo lógico es que Mitchell no la aguante en absoluto, porque quién es ella, en realidad, para estar con él. Es uno de los chicos interesantes, un tipo atractivo y fuerte, es un vampiro y podría tener a cualquiera -bueno, excepto a Nina, claro, que probablemente le mordería y le patearía hasta que barajase el clavarse la primera estaca con que se cruzaran como una de sus mejores opciones-. Y la había escogido a ella, la había elegido a ella, a la pequeña, insignificante Annie, el fantasma que no pudo siquiera asustar a su ex prometido y asesino sin ayuda.
Ilusa.
Obviamente no quería nada serio. No con ella, claro. Era lo lógico y lo normal, es lo que pasa con estas cosas. Y no le queda mucho que hacer, salvo llorar y lamentarse y desear haberse quedado en esa estúpida habitación equivocada durante toda la eternidad. No podría ser peor que esto.
Es George el que va a ver cómo está, mientras los demás -Nina y Mitchell- discuten. Mientras los demás viven, se dice Annie, porque, sea como sea, Nina sí que puede tocarles, a los dos, no importa si es para empujarles o para besarles, y George no le grita ni la manda a la mierda, porque Nina sí que merece la pena.
¿Qué te pasa?, y qué lástima que sea su mejor amigo, ahora, que vaya a ser padre y tenga a una novia maravillosa, porque George es justo lo que necesita, Annie. Un abrazo y una película y alguien que le haga sentir bien, que le haga sentir querida y a gusto y que le haga ver que la eternidad no será tan horrible, que no estará tan vacía.
Nada, murmura. Él se sienta junto a ella, en el suelo, le pasa un brazo por los hombros. Solían hacerlo. Antes de todo, antes del purgatorio y de Nina y del bebé, cuando aún estaban en Bristol y se quejaban un poco más por cosas algo más pequeñas. Lo de sentarse juntos y simplemente estar. Saber que se tenían, saber que había alguien más.
Annie lo echa de menos. Espera que él también lo haga.
Es Mitchell, ¿no?, y ella asiente, y se le escapa un sollozo. George no dice nada más, pero la abraza más fuerte, la acerca a su cuerpo. Es cálido, es casi humano, y eso está bien -aunque, si lo piensa un poco más, Annie descubre que le asusta. Le aterroriza, porque los humanos viven y mueren y la dejará sola, un día, y entonces qué le quedará.
Prométeme que no te irás nunca, le pide, en voz baja. Haz como Mitchell, piensa con todas sus fuerzas, quédate conmigo. Ahora que él no me habla, no me quiere, ahora sólo me quedas tú.
Lo prometo, dice él. Ambos saben que es mentira.

No se enoje; desquítese.

El mundo se tambalea, claro. Se destruye.
No literalmente, por supuesto. De todas formas, Annie duda que pudiese importarle, a estas alturas -al fin y al cabo, está muerta-. Lo sentiría por George, que sigue vivo e intenta ser humano, y un poco por Mitchell, porque sabe que le encanta fingir. Pero no es como si, objetivamente, fuese a afectarle mucho. No después de esto.
Así que, bien, el mundo no se acaba, no hay brechas en el suelo ni volcanes ni lava ni fuego eterno. Sólo hay una casa mortalmente -ja, ja, menudo chiste- aburrida y un par de compañeros de piso que no saben muy bien cómo enfrentarse a todo esto. Y ella, claro.
Y Owen.
Si todo fuese tan fácil como llamarle y, por ejemplo, darle un susto de muerte, a Annie no le importaría tanto. Es decir, sí que le importa -seguiría muerta después de eso-, pero al menos la animaría. Un poco. Pero no. Owen es más raro y más siniestro y más cabrón de lo que se había podido imaginar, de lo que había pensado nunca -y ha pensado muchísimo en lo capullo que es desde que se enteró de que es su asesino-. Así que, obviamente, no se asusta, no se aterroriza, no se cae por las escaleras como le pasó a ella, ayudada por un empujón suyo. No, cómo va a hacerlo. Cómo va a salirle algo bien, a Annie Sawyer.
No tiene muy claro qué puede hacer, después de eso. Si ir a su casa no funciona, si asustar a Janey -la muy...- no funciona, Annie no tiene la más mínima idea de qué va a hacerlo. Quizás matarle de una cuchillada, así sin más, aunque no tiene claro que los muertos puedan hacer eso. Pedirle ayuda a Mitchell, quizás, o soltarle en casa a George en plena luna llena.
Es entonces cuando el plan empieza a cobrar forma, claro. Bueno, después de que George se niegue rotundamente a matar a otro hombre, aunque sea por una buena causa.
No hay nada peor que esto, decide Annie. No hay nada peor que vivir con el miedo -si murieses, Owen, estarías en paz, y no voy a permitirte eso-.
Llamadle una última vez, pide. Sólo una más. Y George va a replicar, como siempre, pero Annie le pone un dedo en los labios, y se calla. Por favor. Necesito esto.
Quiere acabar con Owen, es definitivo. Pero no va a mancharse las manos.
Cuando llega, su ex prometido, su asesino, lleva las manos en los bolsillos y tiene un aire despreocupado. Como si no hubiese hecho nada, como si empujarla por las escaleras, matarla, no fuese nada importante. Arrancarle las alas a una mosca; nada más.
Y la furia estalla dentro de Annie. Le odia, le odia definitivamente; ojalá pudiera rodearte el cuello con las manos, amor mío, y apretar y apretar hasta que estés aquí, en mi mundo. Hasta que dejes de estar vivo. Le odia pero se contiene, porque no tiene nada que hacer, ni aquí ni ahora.
¿Qué es lo que querías, Annie?, y ella puede sentir la rabia escapar poco a poco de su cuerpo -bueno, de su como quiera llamarlo ahora-, despacio, porque es tan patético, ese hombrecillo, es tan estúpido y prepotente y qué puede hacer ahora, qué puedes hacer contra nosotros, Owen. Hay un clan de vampiros persiguiéndonos, he conocido a fantasmas y a hombres lobo, y ahora tú, ahora tú vienes aquí como si fueras algo, como si hubieses importado en algún momento. Le da un poco la risa, después de pensarlo, pero se la aguanta. Detrás de ella, sin embargo, George está algo así como rugiendo, y Mitchell aprieta los puños, y podrían saltar a la más mínima provocación -eso lo sabe-.
Pero esto tiene que hacerlo ella.
Es raro acercarse ahora a Owen, cuando sabe que no puede tocarla, que ella tampoco puede tocarle. Se hace raro apoyar los labios en su oreja, susurrar -antes podrían haber sido palabras de amor, antes podría haber sido algo inútil-, contarle el gran secreto. ¿Te crees grande, te crees fuerte? Deberías verlos a ellos.
Y Owen sale de la casa roto, aterrorizado, Owen sale de la casa aún más muerto de lo que está ella, y eso es bueno. Y tenerles a ellos dos, a George y a Mitchell, y dejarse rodear y besar y calmar un poco, quizás, es aún mejor.
 

c: john mitchell, f: being human (uk), tabla leyes de murphy, 30vicios, c: annie sawyer, fanfiction, c: george sands

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