Tabla Ventura
Fandom: Harry Potter
Claim: Severus Snape
9. Vida
Y, en el último instante, Severus siente el impulso de huir. Podría darme la vuelta, piensa, podría darse la vuelta y echar a correr, y quizás -sólo quizás- no ocurriría nada. Quedaría atrás, todo esto, quedarían todos atrás, capas negras y máscaras blancas, promesas imposibles y tanto, tanto poder. Y sabe que es mentira, que no puede escapar, y se le encoge el estómago cuando extiende el brazo.
Juro serviros fielmente, mi Señor, murmura. Tiene la boca seca, y no sabe cómo lo hace, su voz, para no quebrarse. Sería un gran espía, piensa, aún sin mirar al Lord a los ojos. Hasta el día de mi muerte.
Y es entonces cuando viene el dolor, agudo e insoportable, el dolor más horrible que ha sentido nunca, piensa después -entonces no puede pensar nada-, y supone que es lógico: ningún otro ha significado tanto, al fin y al cabo. La Marca Tenebrosa no es sólo un adorno, no es un juego de niños mimados y adolescentes sin cerebro. La Marca Tenebrosa es otra cosa, es mucho más. Es el hierro del ganado, es un juramento inquebrantable, un callejón sin salida. Su vida se acaba aquí, y Severus Snape lo sabe. Su vida se acaba aquí; ahora empieza una nueva. La de una capa negra y una máscara blanca, la de un hombre que no es él -que no lo sea, por favor. Una marioneta.
10. Caos
Lo destroza todo, en un arrebato de ira. Los apuntes, los muebles. Trozos de pergamino, plumas, prendas; todo sale volando y, en medio del caos, sólo queda él. Sabe que tendrá que recogerlo, luego. Sabe que tendrá que ordenarlo todo, dejarlo como estaba, antes de que alguien haga una pregunta de más. Como te ha afectado lo que ha dicho la sangre sucia, como de verdad pensaste que podía durar, lo vuestro. No la mereces, no la merecías.
Tiene quince años, Severus. Tiene quince años y acaba de perder al amor de su vida -está seguro-, pero es que ha perdido mucho más. A sí mismo, por ejemplo. Un rumbo, una dirección, un camino. Antes estaba Lily siempre al fondo, antes estaba Lily en cada momento, y ahora... No sabe qué le queda. Una habitación destrozada, supone. Caos, dentro y fuera.
Y sabe que se lo ha buscado, y es lo peor, sabe que se lo merece -ella siempre ha sido buena, Severus. Demasiado, quizás, y durante tanto tiempo. Esto tenía que llegar. No podía estar contigo. Era inevitable.
Y duele, duele mucho, duele tanto que cree que quiere llorar, y no llora desde que era muy niño. Duele más que el golpe o el hechizo, más incluso que el que ella mire a Potter -que lo mira-, más que nada en este mundo. Duele saber que no va a tenerla, a Lily, que está cada vez más lejos.
11. Destino
Si realmente existe, el Destino es un cabrón, piensa Severus. No puede ser esto, no puede ser esto lo que le estaba reservado; no puede ser el observar cómo torturan a los niños a su cargo, a críos de once años que sólo pueden llorar y moquear, una y otra vez. No puede ser el tener que observar, que sonreír, incluso, cuando alguno no puede más. El Destino tendría que ser otra cosa. Algo más luminoso, algo menos horrible.
El nuevo Director de Hogwarts se encierra en su despacho, de vez en cuando, pide consejo. El retrato de Dumbledore está justo allí, colgado, y le habla. Es como si nunca te hubieses ido, le gustaría decirle, pero sabe que no es verdad. Es sólo un reflejo, una sombra del que fue su mentor, casi su padre. Pero Severus le necesita, sombra o no. Necesita órdenes, necesita a alguien que le diga qué hacer, por qué luchar. No confía en las profecías o en el Destino, no confía en nada, ya.
12. Hábitos
Severus Snape es un hombre ordenado, como todo buen maestro de Pociones. No puedes mezclar el acónito y el bezoar, no puedes dejar que los ojos de tritón en polvo y la raíz de mandrágora se toquen. Tienes que tener hábitos, costumbres, rutinas; Severus Snape lo cumple todo a la perfección.
Cada trece de junio la visita. Lo hace de noche, cuando nadie le ve, cuando nadie puede pensar en lo extraño que es, ver a alguien allí. Cuando nadie puede recordarle que no tiene sentido, ya, ir a verla, que ese día quizás no significara nada para ella, cuando estaba viva. El día en que se conocieron, el día en que le habló por primera vez, en que Severus Snape se condenó de por vida. La visita y se sienta junto a su tumba, y le lleva flores -lirios rojos- y llora, también. Es el único día del año en que puede hacerlo. Decirle cuánto lo siente, decirle que todo podría haber sido distinto, que aún la quiere. Que ojalá estuviese con él, ahora. Que está cansado de su vida.
Severus Snape es un hombre ordenado, metódico. Tiene ciertos hábitos y costumbres, cumple con todo como un reloj. Incluso con el echarla de menos.
13. Sacrificio
Supone que lo ha pensado ya, Albus, que de verdad lo ha pensado y no ha visto otra opción. Voy a morir, le dice, no será un sacrificio, y Severus tiene ganas de gritar, de chillarle, golpearle. No lo entiendes, le diría, no entiendes nada. No es acerca de ti; soy yo. No puedo hacerlo, querría murmurar, no puedo hacerlo.
Sabe que no tiene otra opción.
A veces, para ganar la partida, hay que sacrificar peones, Severus. Es una regla básica del ajedrez; podrías preguntarle a Minerva. Y Severus sabe que Dumbledore no es un peón, que es una pieza mucho más importante -quizás no el rey, pero sí la reina, al menos-. El sacrificio no es suyo, no es del mago más poderoso de todos los tiempos. Nunca lo ha sido. Es el del peón.
Severus Snape se mueve, avanza en el tablero, y siente cómo alguien más grande, más fuerte, cómo otra ficha le come.