Título: More than this
Fandom | Personajes: Mischief Managed RPG | Lydia/Peter
Rating | Advertencias: PG-13 | Mal de amores, nada grave (?)
N/A: Bueno, antes de nada, esto va para
usah :3 (ily cosa <3) Porque estos dos guapos son hijos de dos de sus guapos y dos de mis guapas (muy guapos todos xD). Y lo escribí durante el día 13 de enero, que es el cumpleaños de Pete y, bueno, ¿sabéis el coso enano del escrito anterior?, pues ha crecido unos dieciocho años desde entonces. Y está enamorado de Lydia, que es una princesa consentida. Y todo son feels and nothing hurts ~ (en realidad hurts a lot, but...). Lo he escrito con la canción de One Direction que da título al coso ~
Palabras: 2699
More than this
Se ha quedado sin excusas -incluso para sí mismo- por las que estar en el campo de Quidditch hace ya un buen rato. Debería haberse ido a la Sala Común con su hermana, porque tiene una buena pila de apuntes para los EXTASIS que ni siquiera se va a molestar en mirar. Estudiar nunca ha sido lo suyo. Sabe que tiene que llegar a un mínimo de buenas notas... pero por lo que sabe no es necesario estar puesto en Historia de la Magia para ser probador de videojuegos. Y si no puede le da bastante igual, en el fondo.
Porque últimamente todo le da igual.
Sabe lo que quiere hacer el resto de su vida. Sabe que no hay una alternativa viable a estas alturas. Y mientras ella siga negando lo evidente -por pura cabezonería. O por orgullo. O por alguna de esas razones extrañas que a veces encuentran los Slytherin para hacer una cosa u otra. Porque sabe, intuye, que a ella le pasa más o menos algo parecido-, no quedará otra que seguir intentándolo. No está en su naturaleza rendirse -qué clase de persona sería si lo hiciera-. Pero cada vez duele más intentarlo. Cada vez cansa más esperar. Cada vez todo tiene menos sentido. Y cada vez, sobre todo, él pierde más las ganas de todo.
Con un cansado suspiro, se echa la mochila al hombro y sale del campo arrastrando los pies. Camina entre la nieve que hay en los terrenos. Una parte de él sabe que no puede pasarse el resto de su vida rehuyendo a la gente sólo porque no tiene ganas de hablar. Pero es su cumpleaños, está en su derecho a permitirse un capricho. O un ciento. Aunque ni uno, ni cien, ni todos los del mundo podrán lograr nunca que esa pieza rota se arregle. Eso sólo puede hacerlo ella.
Deja caer la mochila y se tira de bruces en la nieve. Entierra la cara en el frío y durante un segundo casi se siente mejor. Durante un segundo casi se siente como el mocoso de ocho años que jugaba en la nieve con sus hermanos pequeños. Pero ahora es mucho más complicado sentir que nunca podría pasar nada malo. Es complicado ser feliz cuando has sentido que algo duele. Y aunque sabe que hay dolores peores que el suyo, mucho peores, no puede evitar preguntarse cómo se puede vivir, realmente, si no estás completo.
Se gira sobre la nieve, quedando boca arriba. La luna se asoma entre unas cuantas nubes que prometen más nieve. Y durante un segundo considera la idea de quedarse ahí a esperar la ventisca; tal vez luego se sienta mejor. Pero no estaría bien por su parte darle a nadie motivos para preocuparse. Pero se promete cinco minutos más. Sólo cinco minutos más.
Oye un crujido en la nieve antes de verla llegar. Contiene un suspiro de cansancio y estira el cuello para mirarla. Lo más ridículo de todo el asunto es que, por más que le gustaría odiarla, no puede hacerlo. Porque su corazón nunca late más deprisa que cuando ella está cerca. Sabe que hace tiempo que deberían haberse acabado las palabras bonitas contra su piel cuando acaban volviendo a caer en esa espiral que sólo los destruye más; el comportarse como un buen chico con ella. Sabe que debería aprender a decirle que no. Por su bien. Pero no es capaz de ser de otra forma. No con ella. Por más que todo sea caos. Le dedica una sonrisa cansada mientras ella se queda de pie, ahí, a un lado, mirándolo.
-Hey -saluda, alzando las cejas.
Una parte de él no puede evitar preguntarse qué querrá. Seguramente lo de siempre: liarse con el gilipollas que está enamorado de ella y pierde el control cuando están cerca, como para saltarse su propio código moral una, y otra, y otra, y otra, y otra vez. Sabe que debería odiarla, pero no podría hacerlo ni aunque supiese odiar. Sabe que cada persona tiene sus motivos para hacer las cosas y no todos entienden los de los demás. Aunque se promete que esta vez será distinto. Que intentará, al menos, seguir entero. Además, gran parte de todo esto es por su culpa, porque no es capaz de olvidarla. No sería capaz aunque lo hubiese intentado.
Ella sonríe, sentándose en la nieve a su lado. Y él no es consciente de lo fría que está realmente hasta verla entrar en contacto con sus piernas blancas.
-No has ido a cenar -murmura. No deja de ser consciente de que a ella le pasa algo. Porque Lydia normalmente sólo habla en voz baja cuando se siente vulnerable, cuando no lleva las mil y una capas de autosuficiencia y sensualidad encima; y él lo sabe, porque a estas alturas la conoce más de lo que a ninguno de los dos les gustaría.
-¿Ahora me vigilas? -y aunque el hecho hace tiempo que ha dejado de sorprenderlo, no puede evitar la media sonrisa y el tono de incredulidad.
-Tengo cosas más importantes que hacer que vigilarte, Virta -le espeta ella, muy digna. Y aún así, él puede intuir que bajo ese tono a la defensiva hay una gran cantidad de confusión. Es esa confusión, el intuir que ella no tiene nada tan claro como él, lo que hace que rendirse sea imposible.
-Y sin embargo, aquí estás -señala él con una sonrisa, incorporándose hasta quedar sentado.
Y sabe que cuando la pilla por sorpresa, cuando ataca esos puntos débiles, ella es vulnerable. Como ahora. Está con la cabeza gacha y la mirada fija en la falda de su uniforme.
-Bueno... es tu cumpleaños -dice, en un tono que casi suena a justificación.
-Me habían informado de ello -comenta él secamente. Una parte de sí mismo quiere reventarse a puñetazos por la forma en que le está hablando. Pero sabe que si cede, mañana dolerá más, de nuevo.
-Peter... -su tono suena a aviso.
-¿Lydia? -el de él suena interrogante.
-Deja de hablarme así -dice, tajante. Y de nuevo puede intuir a la niña que siempre consigue lo que quiere, a la que nadie le ha negado nunca nada (ni siquiera él).
Peter deja escapar una pequeña risa, ladeando la cabeza para mirarla-. ¿Así cómo, Lydia?
-¡Así! Como... como si no me quisieses -dice, en voz baja. Suena vulnerable.
-¿Desde cuándo te importa que te quiera o no? -y su voz deja entrever todo lo que normalmente esconde tras una sonrisa de las que indican que todo va bien.
-¿Por qué piensas que no me importa? -pregunta, su voz teñida de indignación.
-Porque nunca has hecho nada que me haga pensar que te importa lo que siento por ti -él se encoge de hombros, quitándole importancia a todas esas cosas que a diario lo comen por dentro.
-Pero...
-Pero...
-Tengo miedo a que me rompas el corazón -la oye murmurar.
En ese momento, es cuando él baja la guardia; o cuando debería hacerlo, al menos. Porque entiende que tenga miedo de sentir que te partes a la mitad y que ya nada tiene sentido. Cierra los ojos, tiene que hacerlo o no será capaz de decirlo.
-Pues es todo un detalle que te hayas molestado tanto en romperme el mío -y sabe que no está siendo justo, que ella no tiene la culpa. No del todo. Pero joder, tampoco él la tiene y empieza a estar harto de sentirse así; como un completo inútil que no está vivo del todo.
-Lo siento -susurra con un hilo de voz.
-Náh, no duele tanto. Al final hasta te acostumbras a sentirte como una mierda -ahora sabe que se está pasando. Sólo necesita que ella entienda. Que entienda que sin ella, él está perdido.
-Lo siento -repite ella, en voz aún más baja.
Él se rodea las piernas con los brazos, aunque lo que más desea en ese instante es abrazarla y prometerle, una vez más, que seguirá siendo suyo para siempre. Que no tiene alternativa. Que al menos sabe lo que es amar a alguien por encima de sus posibilidades y con eso le vale el resto de su vida. Aún así, se trata de ella, y es consciente, también de lo que le está costando todo eso. Porque ella es un orgullo que va más allá de la lógica.
-¿Qué sientes exactamente? -pregunta, armándose de una paciencia que, gracias al cielo, ha desarrollado con los años-. ¿Haberme roto el corazón? ¿No quererme? -y ya no hay acritud en sus palabras, sólo cansancio.
Ella alza la vista y lo mira directamente a los ojos-. Ambas cosas... y... y mentirte.
-¿Mentirme? -ahora es confusión.
-Bueno... mentirme a mí misma.
Él deja huir un suspiro de cansancio y frustración. Se entierra los dedos de la mano derecha en el pelo, revolviéndolo-. Cierto... se me olvidaba que siempre se trata de ti -murmura, casi derrotado. Porque sabe que Lydia es una princesa egoísta (lo ha sabido siempre, desde que la conoce), y aún así ha sido capaz de ver más allá. De verla a ella. De enamorarse de ella.
-Peter... -es consciente de que está llorando, incluso antes de ver la luz de la luna reflejada en sus lágrimas.
Es entonces cuando a él deja de darle igual su corazón roto y no tener ganas ni de estar vivo la mayor parte del tiempo. Porque ella está llorando y en lo único que puede pensar es en que una chica tan absolutamente preciosa como ella no debería llorar nunca. Estira los brazos y la atrapa, tirando de ella hasta dejarla en su regazo, con una facilidad increíble. La abraza con fuerza y la estrecha contra su pecho-. Eh... no llores -susurra, con los labios entre su cabello. Porque se siente gilipollas y la ha hecho llorar. Porque la quiere, seguramente la ama, más de lo que jamás ha podido imaginar. Y todo duele.
Aún así, al tenerla tan cerca, casi se siente completo. Casi. Sabe que podría pasarse así el resto de su vida. Tirado en la nieve y abrazándola a ella.
-Es... es que... me gustas. Desde hace mucho, mucho tiempo y... y eres un buen chico y... y contigo me siento a salvo -murmura ella, de alguna parte cerca de su cuello-, y... tampoco es que no te quiera... pero tengo miedo.
Aún con eso, él sabe que ella es más valiente de lo que él lo será nunca. Porque a veces es necesario más valor para reconocer que tenemos miedo que para enfrentarnos a cualquier desafío.
Su corazón late más deprisa ahora, porque siente el peso de su cuerpo sobre el suyo. Y porque sus palabras alimentan la hoguera de esa esperanza que no podría perder jamás -porque si pierde la esperanza, qué le queda-. Sabe que esto no es nada, nada en comparación con lo que podría ser, pero también ha aprendido a conformarse. A quedarse con lo bueno, con lo que puede rescatar de eso. A aprovechar el instante en que la tiene así, contra él, para prometerse que algún día será para siempre.
Pero sabe que hoy no es ese día-. ¿Miedo? Si nunca te he mordido en serio... -murmura, juguetón, con una sonrisa.
-Miedo a que después me duela, bobo -replica ella, acomodándose mejor sobre él-. Los buenos chicos sois los peores, porque lográis colaros donde no llega nadie -añade, con disgusto. Y él sabe que ese disgusto no es más que una sonrisa mientras su mejilla encaja perfectamente en su hombro. Y él nunca se ha considerado un buen chico del todo, menos desde ese verano. Pero es bueno saber que puede colarse hasta donde no llega nadie, con ella.
-Bueno... si sirve de algo, no tengo pensado hacerte daño nunca -susurra, antes de dejar un beso en su cabello. Es consciente de que ella lo sabe, en el fondo; pero se lo repetirá cada día de su vida si con eso consigue que deje de tener miedo-. Sólo... deja de castigarnos a ambos -pide luego, recorriendo sus brazos con las manos y siendo consciente de lo fría que está.
-Lo intentaré... -susurra, en alguna parte cercana a su cuello.
-Sé que lo harás -él sonríe, y se deja caer hacia atrás en la nieve, con ella encima. Se abre la chaqueta y la encierra dentro, rodeándola luego con los brazos. Lydia se acomoda de modo que pueda mirarlo y deja un suave beso en su mejilla. Dentro de la chaqueta, sus dedos se entrelazan, y él cree que puede conformarse con esto. No es lo que quiere, ni lo que debería ser (según él). Pero es lo que ella puede darle, y si algo tiene claro es que jamás la obligaría a nada. Aún a expensas de sí mismo.
-Peter...
-Hmmm...
-No vuelvas a enfadarte conmigo nunca -pide, de nuevo con ese tono exigente de princesa mimada.
-No podría enfadarme contigo nunca, nena -susurra antes de dejar un beso en su sien.
-Lo sé -ella se acurruca sobre él y se estremece.
-¿Tienes frío? -pregunta, levantándose prácticamente al instante, con ella aún abrazada dentro de su chaqueta.
-Bueno, Peter... estamos en enero y está nevado -explica, con tono que indica que debería haber sido obvio.
-Claro, y supongo que eso debería significar algo, ¿no? -replica él burlón, mientras la hace girar entre sus brazos y echa a andar hacia el castillo.
-Existimos las personas que percibimos el frío por lo que es -ella estira el cuello hacia atrás y le lanza una de sus ya conocidas miradas de superioridad moral.
-Bueno, perdóname la vida por haber nacido en el Ártico y no tener un sentido del frío tan frágil como el de vosotros los sureños -susurra en su oído, con una sonrisa gamberra, mientras cruzan las puertas de roble que dan al vestíbulo de Hogwarts.
Se detiene y ella se gira hacia él aún dentro de la chaqueta. Sonríe.
-Acuérdate de lo que te dije, ¿vale? -pide Lydia, dejando un beso justo en la comisura de sus labios.
Él se queda inmóvil, muy inmóvil. Dividido entre ceder a lo que quiere -besarla y sentir que durante un rato todo tiene sentido-, y lo que debe hacer -seguir todos los pasos que ya tantas veces se ha saltado ya-. Al final pasa la mano por su cabello, separándose un tanto, en una caricia y le sonríe.
-Y tú acuérdate de lo que te dije yo -susurra, mientras su mano baja por su espalda hasta acabar en su cintura.
-Feliz cumpleaños, Peter -y entonces ella sonríe. Una sonrisa de verdad, tras la que puede verse a la verdadera Lydia, la chica de dieciséis años, ni tan adorable como pueda llegar a parecer, ni tan desagradable como pretende aparentar. La chica a la que Peter quiere más que a sí mismo.
-Gracias, Lydia -él sonríe también, alza la mano y deja una suave caricia en su mejilla-, ¿nos vemos mañana?
Ella se encoge de hombros-. Puede -sonríe-, aunque deberías estudiar un poco, eh -añade, antes de dar un par de pasos y alejarse.
Una parte de él intuye que ese tipo de preocupaciones son las que suele tener una novia. Y eso le hace sentirse bien y mal a la vez. Porque desde siempre, tal vez para siempre, pueden serlo todo sin llegar a ser nada.
-Estudiar, claro... -y su tono de voz deja claro lo mucho que lo divierte la sugerencia-. Oye, nena, échale un ojo a Eli por ahí abajo, ¿quieres?
-Lo haré -asegura ella, con una media carcajada, antes de perderse por el camino que lleva a las mazmorras.
Una parte de él le dice que debería acompañarla a la entrada de su Sala Común. Pero está aún concentrado para no acabar por besarla, para no ir tras ella y acabar haciendo quién sabe qué contra cualquier pared.
Sabe que mañana tendrá tantas ganas de vivir como ha tenido últimamente y que todo dejará de tener el poco sentido que ha conseguido encontrarle en la última hora. Pero ahora, mientras sube por las escaleras de mármol que llevan a los pisos superiores, con una sonrisa en los labios, sabe que puede conformarse con esto. Por ahora.
Y para siempre.