No tiene ni idea de dónde puede estar su hermano, ni siquiera sabe si ha logrado escapar, ya que a duras penas lo ha logrado él. De hecho, de no ser por Ruby, que de un empellón lo desvió por otro callejón diferente al que seguía su hermano, Sam no tenía claro que hubiese logrado llegar a la habitación del destartalado motel en el que se han alojado.
Y está allí, parado en medio de la habitación, como un muñeco demasiado grande, con la cabeza casi rozando el techo, y mirando hacia la puerta, como esperando a que su hermano entre por ella de un momento a otro; aún está jadeando por la carrera, aún tiene en una mano el cuchillo que sirve para mandar a los demonios directos al hoyo sin pasaporte y el Colt, sin balas, en la otra.
Cruzada de brazos, mirándolo con la cabeza medio ladeada, con un leve rictus en los labios, que perfectamente puede estar conteniendo una sonrisa, Ruby lo mira, apoyada en la puerta de uno de los armarios. Alza levemente una ceja, y el rictus se va convirtiendo poco a poco en una socarrona sonrisa, al tiempo que se despega del armario, haciendo que sus bucles rubios caigan a su espalda mientras camina hacia él, con esa forma de caminar que es única -como un depredador al acecho, como una pantera caminando, sibilina, por la jungla- girando a su alrededor, casi como si estuviese estudiándolo, como si estuviese evaluándolo.
-Dean está bien, Sammy, deja de preocuparte-dice, burlona.
Como si fuese tan fácil.
-¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Cómo puedes saberlo? Yo tengo el cuchillo y el Colt.
-La pregunta, Sammy, es cómo podría yo no saberlo-dice, colocándose delante de Sam, con los brazos en jarras, la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado y una mirada entre feroz y desafiante en esos ojos azules. Un ligero hilillo de sangre baja de su labio partido por su barbilla, pero parece encontrarse bien-Si te separé de tu protector hermano mayor, fue precisamente para salvarle el culo. ¿A quién crees que iban a seguir? ¿A Dean que llevaba una triste cantimplora de agua bendita? ¿O a ti, que llevabas el cuchillo y el Colt?
Sam resopla, hastiado. Ruby puede decir lo que quiera, pero es Dean el que está ahí fuera. Es su hermano.
-Lo único que sé es que mi hermano aún no ha llegado y tengo que ir a buscarlo-dice Sam, dando un paso hacia la puerta.
Ruby lo detiene con sólo colocar las palmas de las manos contra su pecho. Sam jamás dejará de sorprenderse de que parezca tan frágil y tenga tanta fuerza. Es un demonio, joder, métetelo en la sesera.
-Creo que tu hermano bastante mayorcito para saber cuidarse solo, ¿tú no?-dice, mientras esa sonrisa (siempre burlona, sibilina, denotando superioridad) se vuelve traviesa-¿O qué pasa? ¿Necesitas ir a hacerte el héroe?
Sam agacha la cabeza. Ella no lo entiende, ni lo entenderá. Se le hunden los hombros y deja caer al suelo el cuchillo y el Colt. Se lleva las manos a la cintura y respira profundamente, preparándose para razonar con la demonio más cabezota que seguramente ha escupido el Averno.
Alza de nuevo la cabeza para mirarla y se encuentra con esos ojos azules, fríos, con esa voluntad inamovible tras ellos. El pómulo empieza a amoratársele ligeramente y ese fino hilillo de sangre que cae por su labio aún no se ha secado. Y de pronto, es como si algo se desactivase en el interior de Sam, algo que llevaba mucho tiempo manteniendo. Decide mandar a la mierda el férreo autocontrol que le supone estar cerca de Ruby sin sucumbir a bromas insidiosas, dobles sentidos y comentarios mordaces. Como si un dique se rompiese en el interior de Sam, deja salir todo lo que lleva mucho tiempo reprimiendo.
Toma aire con brusquedad, mientras sus manos se cierran firmemente en torno a las muñecas de la demonio. Tira de ella hasta que queda a su alcance, y sus rostros se acercan tanto que sus respiraciones chocan, la suya entrecortada, la de ella firme pero cautelosa. Lame, levemente, el húmedo rastro de sangre que baja por la barbilla de Ruby, antes de lamer sus labios, navegando en su boca para naufragar contra su lengua.
Ella, lejos de apartarse, lejos de oponer resistencia, pega más su cuerpo al de Sam y entreabre los labios, buscando con su lengua, feroz, la de él. Las manos del cazador sueltan las muñecas de Ruby para volar a su cintura, apretándola contra él. Baja las manos, enormes, adueñándose de su trasero y apretándola más contra él.
El beso es húmedo, asfixiante. Ruby sabe a azufre, a menta y a lujuria, como si una eternidad de perdición en el infierno se abriese paso a través de sus labios para condenar a Sam, para hundirlo sin remisión en esa espiral que está sintiendo al besarla. Los dedos de Ruby se enredan en su pelo, al tiempo que él avanza a ciegas hasta una pared contra la que la empotra.
Ruby trepa por su cuerpo, como una enredadera infernal, como si tuviese cientos de manos y pudiese estar en todas partes a la vez. Ruby es calor. Es una forma de besar que tiene que ser pecado. Ruby es perdición.
En ese justo instante, se oye el sonido de unas llaves en la puerta, y ella lo aparta de sí con un empujón, lanzándole una mirada de advertencia al tiempo que se recoloca la chupa de cuero y se atusa el pelo. Como si no hubiese pasado nada. A Sam le cuesta algo más. Tiene la respiración más agitada ahora que después de la carrera por su vida, y casi le cuesta esbozar una leve sonrisa cuando ve a su hermano entrar por la puerta, cabizbajo, con aspecto de haber sido machacado y sangrando por una ceja.
Entonces, es cuando Sam recuerda (de nuevo) que son soldados, que están en guerra. Y que no puede permitirse caer en distracciones. No debe caer en la tentación.
(… y líbranos del mal).