El calor del verano azotaba el extenso jardín, logrando que las delicadas briznas de césped se doblasen sobre sí mismas sin poder soportarlo. El sol caldeaba el agua de la piscina, arrancando destellos del agua que se reflejaban en la terraza. Una suave brisa azotaba las hojas de los árboles y los pétalos de las flores que la señora de la casa cuidaba con exquisito mimo. Un pájaro cantaba en algún punto del roble que crecía pegado a la pared de la casa, y sus trinos se hacían eco de otros pájaros por todo el jardín.
Al borde de la piscina había dos hamacas recubiertas con sendas toallas gruesas. En una de esas hamacas estaba tumbada una chica de unos quince años. El bikini era a rombos blancos y rojos, y se ataba con unas lazadas en las caderas. El pelo liso y rubio lo tenía recogido en un moño, pero el flequillo recto le caía sobre la frente, y cubría parcialmente las gafas de sol con las que se cubría los ojos. Podría aparentar que estaba dormida, pero no era así. Un iPod blanco descansaba a su lado en la hamaca, y en los oídos de la chica resonaba a todo volumen
Supermasive Black Hole, mientras ella marcaba el ritmo tamborileando con los dedos sobre su estómago.
Se trataba de Mina, Mina Geller, que acababa de volver de pasarse nueve meses metida en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Ese había sido un año agitado para ella, ya que no sólo había tenido que echarle un ojo a su hermana constantemente, sobre todo teniendo en cuenta la insana tendencia a irse con tíos de los últimos cursos que Roslind había desarrollado; si no que había tenido que prepararse los TIMOs y enfrentarse a todo el estrés que dichas pruebas suponían para la estabilidad emocional de los alumnos. Por eso ahora había optado por tomarse el verano de relax y ponerse morena en la piscina. Su hermana estaba vigilada por la mirada atenta de su abuelo, septiembre estaba a años luz y ella podía dedicarse a leer y relajarse.
La ocupante de la otra hamaca, por la contra, tenía otros planes. Estaba en la piscina, tumbada bocabajo sobre una colchoneta, con los ojos cerrados y el pelo suelto cayéndole desordenado sobre el rostro. El biquini negro estaba desatado bajo su cuerpo, ya que Roslind odiaba que le quedasen marcas blancas en la piel bronceada de la espalda. En su opinión, su hermana se tomaba las cosas demasiado en serio; vale que había tenido que estudiar para esos exámenes tan absolutamente complicados que tenían que hacer en Quinto Año, pero no hacía falta que se preocupase por ella constantemente. Aunque sólo midiese un metro y medio y aparentase ser un angelito, Roslind sabía cuidarse sola. Por eso en ese momento pululaba por su mente prepararse una mochila, salir a hurtadillas en medio de la noche y pillar un autobús a Londres, donde podría pasarse el verano de fiesta, en lugar de en la aburrida quietud del condado de Devon.
Una imponente lechuza negra con alguna que otra pluma blanca cruzó el cielo del jardín volando raso. Su simple presencia logró que el pájaro que cantaba en el roble cerrase su diminuto pico en un intento de ocultar su presencia. El ave recién llegada se posó al lado de la hamaca de Mina y tendió la pata diligentemente, sin embargo la chica siguió a lo suyo. Roslind atisbó la lechuza por entre el pelo y levantó la cabeza.
-¡Mina! ¡Hermaniita!-llamó, sin éxito.
Soltó un prolongado suspiro y rodó sobre la tripa para acabar cayendo al agua. Buceó a lo largo de la piscina, aprovechando para atarse el bikini mientras, y emergió al lado de la escalerilla justo cuando estaba a punto de quedarse sin aire. Subió por los resbaladizos peldaños, notando como la suave brisa que recorría el jardín la azotaba, logrando que se le pusiese la piel de gallina. Caminó sobre el pavimento, pisando lo mínimo posible las losas que habían recibido durante todo el día el calor del sol. Cuando llegó junto a su hermana, sacudió las manos todavía recubiertas de gotitas de agua, sobre el estómago plano de Mina.
-¡Ros! ¡Maldita sea!-Mina se libró de los cascos, se colocó las gafas de sol a modo de diadema y se incorporó en un solo movimiento-¿Se puede saber por qué has hecho eso?-preguntó luego. Ella solía ser una chica muy tranquila, pero su hermana siempre se las arreglaba para hacer cualquier cosa que pudiese molestarla.
Roslind esbozó su mejor sonrisa de angelito adorable y se dejó caer en su hamaca, flexionando las rodillas y cerrando los ojos.
-Porque tienes visita-dijo, señalando a la majestuosa lechuza con un lánguido gesto de la mano.
Mina puso los ojos en blanco. Su hermana se las arreglaba para montar un espectáculo del hecho más nimio. Con delicadeza para no lastimar la frágil patita de la lechuza, le desató la carta, que traía el sello de Hogwarts. Notó una sacudida en el estómago: una sacudida de emoción, ya que ahí dentro estaban las notas de sus TIMOs. Rasgó la abertura de sobre y sacó la carta, perfectamente doblada. La desplegó con cuidado y recorrió las líneas a toda velocidad. Tenía un Extraordinario en Defensa Contra Las Artes Oscuras, mientras que la nota de Herbología era un Aceptable. Suspiró. Al menos podría seguir estudiando las asignaturas que le resultaban útiles y, sobre todo, entretenidas.
Roslind espiaba a su hermana por entre las pestañas. Fingía que le importaban tres pitos las notas de Mina, pero la verdad era que se sentía orgullosa de que su hermana mayor; al menos una de las dos era lo suficientemente inteligente como para poder aprobar los TIMOs. Ella los tendría que hacer el próximo curso, y la verdad, no era algo que la preocupase. A ella las buenas notas le daban bastante igual, al menos las suyas. Había asumido que no tenía capacidad de concentración y que no servía para los estudios, pero le daba igual. En el mundo había mil cosas más que hacer a parte de estudiar; tal vez no tan importantes, pero mucho más divertidas. Cuando vio la pequeña sonrisa de Mina, estiró la mano en un veloz movimiento, y le arrebató la carta.
-¡Joder, Mina Geller!-exclamó incorporándose y mirando a su hermana, sorprendida por la pila de Extraordinarios que había sacado-Los libros hay que leerlos, no comerlos-añadió, antes de soltar una risita.
Mina soltó un cansado suspiro, antes de arrancarle la carta a su hermana de entre las manos.
-A lo mejor si intentases ser un poquito más responsable entenderías que sacar buenas notas es importante, Ros-dijo Mina, con su voz de hermana mayor responsable.
-Ser responsable es parte de tu encanto, Mina, no quieras que te lo empañe…-dijo Roslind, con una encantadora sonrisa.
Justo en ese momento sonó el teléfono dentro de casa, y las dos hermanas se tensaron. Generalmente, que sonase el teléfono era sinónimo de que su abuelo hiciese la maleta y se largase por un periodo de tiempo indefinido a atender el Negocio Familiar. Generalmente, que sonase el teléfono era sinónimo de su abuela sentada junto a la ventana mirando al vacío. Generalmente, que sonase el teléfono era sinónimo de su abuelo volviendo a casa cubierto de sangre o vísceras ajenas. Generalmente, que sonase el teléfono no presagiaba nada bueno.
Mina se levantó de la hamaca y en delicados pasos se acercó a la casa, entrando en el salón, donde su abuelo acababa de colgar el teléfono. Roslind casi chocó con ella al seguirla corriendo; la más pequeña de las dos iba dejando un rastro de gotitas sobre el suelo, y Mina frunció los labios por ello. Después su hermana no se encargaría de secarlo, si no que cargaría a la abuela con ese trabajo. Suspiró, mirando a su abuelo interrogante.
-Anabelle… era Hector-dijo el abuelo, mirando a su mujer.
-¿Osmond…?-la voz de la abuela era delicada, resignada incluso.
-Están ocurriendo cosas en Cardiff-dijo escuetamente-Han desaparecido tres mujeres de entre diecisiete y veinticinco años en lo que va de mes. La policía local y la prensa lo están achacando el trabajo a un hipotético asesino en serie… pero Gwen Welsh, esa médium de la zona de Cardiff, le ha confirmado a Hector que hay cierta actividad paranormal en los alrededores.
-¿Cuándo te vas?-preguntó la abuela, unas finas arrugas haciéndose más profundas en torno a sus ojos.
-Después de comer…-dijo Osmond, respirando profundamente. Cerró los ojos, azules, como los de sus nietas, y se llevó la mano izquierda al brazo derecho, componiendo una expresión decidida, antes de volver a abrir los ojos.
La última vez que había ido a atender el Negocio Familiar, se había fracturado el brazo por tres lados distintos, y ya no manejaba la varita como antes.
-¡Abuelo, déjanos ir a nosotras en tu lugar!-exclamó Roslind, dando un paso en dirección a Osmond Geller, con los brazos en jarras y mirándolo desde su metro y medio de estatura.
-Ni hablar.
-No es que diga esto muy a menudo, pero Roslind ha tenido una buena idea-dijo Mina con suavidad-Abuelo… nosotras somos dos, más ágiles, más rápidas, y sobre todo, más jóvenes.
-Es muy peligroso.
-También lo es para ti, abuelo… Además, te prometo que tendré cuidado, y le echaré un ojo a Mina-dijo Roslind, componiendo su mejor sonrisa de niña buena.
Tres bufidos resonaron en el salón.
-¿Qué? Puedo hacerlo-protestó la más joven-En serio, abuelo… tú nos dijiste una vez que este era nuestro destino… ya va siendo hora de que nos enfrentemos a él.
-Roslind Lis Geller, tienes catorce años.
-Abuelo, Ros me tiene a mí-dijo Mina. Por algún motivo, sonó más fiable que Roslind, unas mil veces-Además, por lo que nos contaste, mataste a tu primer burlón a los doce años. No puedes esperar a que tengamos el peligro de cara y no sepamos defendernos para enseñarnos a hacerlo.
-Creo que las niñas tienen razón, Osmond. Merlín sabe que no me gusta ni un poco la idea de dejarlas ir, pero sabes tan bien como yo que Mina es responsable y que Roslind ha heredado tu carácter-dijo Anabelle con voz suave.
-Si les pasa algo…
-No nos va a pasar nada, abuelo… somos dos chicas encantadoras a las que todo el mundo adora ¿recuerdas?-Roslind esbozó una sonrisa que recordaba a la de un gato satisfecho y salió corriendo hacia el pasillo-¡Voy a hacer la maleta!-añadió, antes de salir pitando escaleras arriba hacia
su habitación.
-Mina… -la expresión de su abuelo era grave-Júrame por lo más sagrado que vas a tener cuidado y que no vas a dejar que tu hermana se ponga en peligro.
-Abuelo, ya sabes cómo es Ros…-dijo Mina, con una pequeña sonrisa-… se vuelve loca y parece que vaya a llevarse a todos por delante, pero a la hora de la verdad sabe estar-y la chica daba gracias al cielo por ello, dado que si a Roslind se le cruzaban los cables e intentaba montarse una misión suicida por su cuenta, ni Mina, ni el abuelo, ni nadie lograría detenerla. Suspiró-De todas formas, te prometo que cuidaré de ella.
-Gracias, pequeña-respondió el abuelo, abrazándola con un solo brazo.
Mina le dedicó una dulce sonrisa antes de acercarse a la abuela y abrazarla.
-No te preocupes, todo irá bien-dijo con una sonrisa-Volveremos en un par de días.
Se apartó de sus abuelos y se dirigió a
su habitación. Para ser honesta, debía reconocer que su abuelo las había estado entrenado para ese día desde aquella noche en que las salvó de una sombra misteriosa que había entrado en el dormitorio de Roslind; las había instruido en toda la materia teórica sobre el negocio. La forma de matar a toda criatura tenebrosa que se les cruzase por delante: tiros de sal, estacas en el corazón, balas de plata, hierro puro… Y no sólo había sido preparación teórica, ya que Hector, que era algo así como el secretario de su abuelo y además el protector de la familia, les había enseñado a pelear.
Mina se dejó caer en su cama. Una parte de ella estaba aterrada, pero en el fondo sabía que estaban preparadas para esa empresa. Sobre todo se sentía emocionada ante la perspectiva de una nueva aventura, porque eso era, realmente, lo que ir a atender el Negocio Familiar representaba. La vida al límite.
Y eso era algo para lo que estaban más que preparadas.