Lily Evans tiene una forma particular de ver el mundo. Dentro de esa visión, están sus notas, las más altas de todo el castillo, están las normas, que hay que cumplir porque si no puede llegar incluso a mirarte mal, están Remus, Alice y Mary, que son las personas a las que más quiere en el mundo, y está el amor, que no existe.
Lily Evans siempre ha sido una personita empírica. Para que pueda creerse algo, tienes que demostrárselo. Y aún así, siempre tendrá reticencias. Extraño para una bruja; sí, lo sé. Pero hasta la más mínima manifestación de magia tiene una explicación detrás, ya sea magia accidental o el hecho de que los átomos de una substancia cambien su naturaleza hasta el punto de convertirse en algo totalmente diferente, también conocido como lo que aprenden a hacer en Transformaciones.
En otras palabras: en su mundo no caben los comportamientos puramente irracionales. Por eso cuando James Potter (ese con más ego que cabeza, ese imbécil que sólo considera inteligente insultar a los Slytherin -aunque, fijándose bien, lleva una temporada sin hacerlo-, despeinarse para que parezca que acaba de bajarse de su estúpida escoba y caminar con las piernas levemente arqueadas, con el pantalón flojeándole en el culo y ese aire de que va a comerse el mundo al mínimo descuido. Y no, Lily no le mira el culo. Para nada) le dijo si podían hablar un momento, con el semblante más serio que ella le había visto jamás (por el amor de Morgana, James Potter serio era tan normal como ella montando en escoba), no logró entender que proceso siguió su cerebro para murmurar un “bueno, vale, hablemos”, cuando ella no hablaría jamás con él. Y la verdad, estar haciendo una comparación entre el color de sus ojos y el chocolate líquido no tuvo nada que ver con que su cerebro empezase a funcionar mal.
Era una tarde nevada, y la luz difusa del trasluz del anochecer se colaba por los ventanales del castillo. Y no sólo la luz. El frío aprovechaba las rendijas entre las piedras para apagar antorchas y colarse entre la ropa de los estudiantes. Hacía tanto frío que había que andar con capa, guantes y bufanda dentro del castillo. Nick Casi Decapitado decía que era el diciembre más frío que él recordaba, y teniendo en cuenta que lleva casi quinientos años en el mundo, es alguien a tener en cuenta; claro está, que si es un fantasma tampoco se puede hacer mucho caso de su percepción de la temperatura.
Lily caminaba envuelta en su capa, con la bufanda roja y dorada por debajo de los ojos. Llevaba la mochila colgada del brazo y sus apuntes de Transformaciones en la mano, repasando el tema de la Animagia, pues McGonagall había dicho que entraría fijo en el EXTASIS.
Aunque, en honor a la verdad no le estaba prestando demasiada atención a los apuntes. No era capaz de hacerlo, cuando apenas unas horas atrás había recibido una noticia que había cambiado su forma de ver las cosas: Remus, su Remus, el mejor amigo que nadie podría tener jamás, el chico siempre dispuesto a ayudar a cualquiera que se lo pidiese de la forma más desinteresada posible, era un hombre lobo, un licántropo, un, según él, monstruo.
Se lo había confesado cabizbajo, sin atreverse a mirarla a los ojos, a media voz, como si tuviese miedo a que Lily escapase corriendo. Y mientras ella asimilaba la información, fue él quien se dio a la fuga. Desde esa mañana, Lily no lo había vuelto a ver. Y quería verlo, porque joder, era su mejor amigo, y nadie debía cargar con eso sólo. Además, tenía que pegarle un puñetazo (de esos flojitos que apenas duelen) por autodenominarse monstruo. Lily se consideraba una persona tolerante, y de hecho, le importaba bastante poco que los Slytherin la llamasen Sangre Sucia, ella no tenía nada en contra de ellos. Así que, como es lógico, le importaba mucho menos que su mejor amigo, y esa persona que siempre la había apoyado, fuese un licántropo.
Simplemente estaba confusa. No entendía como una persona como Remus podía cargar con semejante dolor sobre sus hombros y seguir siendo tan amable y bueno. Estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de que había alguien más en aquel pasillo, hasta que se dio contra él.
-¡Oh! ¡Lo siento!-dijo apretando instintivamente los apuntes contra su pecho y mirando de soslayo a la persona con la que se había chocado-Ah… eres tú-masculló de malos modos, reconociendo a James Potter escudado tras una bufanda y un gorro con orejeras-Bue, entonces no lo siento tanto-se apresuró a añadir.
Extrañada, no mucho, pero extrañada al fin y al cabo, habría podido jurar, por el brillo de sus ojos, que James Potter estaba sonriendo tras la bufanda.
-Li… Evans, ¿podemos hablar un momento, por favor?-le oyó preguntar.
James Potter pidiendo las cosas por favor, James Potter siendo… ¿educado? ¿En serio? Hasta ese momento nunca se había fijado en el color de sus ojos, de ese color chocolate que recordaba al sirope. La verdad era que Lily tenía que reconocer que nunca antes había estado tan cerca de él.
-Bueno, vale, hablemos…-se oyó responder. ¡Espera! Su boca acababa de responder por cuenta propia. ¿Qué había estado pensando para responderle eso? Bueno, vale, había estado ocupada pensando en sirope de chocolate-¿De qué quieres hablar?-preguntó, no sin cierta brusquedad, poniéndose un tanto a la defensiva.
James Potter hizo algo que Lily jamás creyó que haría, le colocó una mano en la base de la espalda y la apartó del medio del pasillo, quedándose cerca de la pared. ¿Se iban a contar secretitos o algo así? Y si era así… ¿por qué pegados a la pared era un mejor lugar que en medio del pasillo? Lily abrazó un poco más fuerte sus apuntes y lo miró inquisitiva.
-¿Cómo estás?-preguntó él a bocajarro.
Lily frunció levemente el ceño. ¿Qué? O sea, vale que cuatrocientas veinticuatro declaraciones de amor eterno que ella no se había tomado en serio le diesen derecho a James Potter a tener unos ojos que brillaban incluso en un pasillo medio oscuro. Pero de ahí a que se preocupase por ella iba un largo, muy largo trecho.
-¿Cómo estoy de qué, Potter?
-De lo que te dijo Remus-replicó él, con tono de estar perdiendo la paciencia.
Lily se lo quedó mirando estupefacta. Era uno de los mejores amigos de Remus, ergo era lógico que supiese lo suyo, sobre todo porque compartían habitación y de esas cosas la gente suele acabar enterándose. Pero lo que ella menos se esperaba era que James fuese allí a preocuparse por cómo se sentía. Al fin y al cabo, sólo le había dicho que la quería cuatrocientas veinticuatro veces, y no tenía por qué ser cierto.
-James… Potter-se corrigió-Yo… ¿qué está pasando?-porque ella estaba como mínimo confusa, y eso era algo que no le gustaba nada.
Lo vio tomar aire y armarse de paciencia.
-Remus te contó lo que nosotros sabemos desde Tercer Año -dijo, Lily casi podría jurar que nunca había visto a nadie tan serio en su vida, con esa mirada de preocupación, y que ese alguien fuese James Potter, podría decirse que la inquietaba un tanto-Y es algo… delicado. Y chocante. Así que me pidió que averiguase si lo odias mucho o sólo quieres que te devuelva los apuntes de Pociones… en resumen, quiere saber si estás o no asustada y si lo aceptas o, por la contra, lo consideras la bestia despreciable que cree que es.
Lily ladeó la cabeza ante el mini discurso de James. Definitivamente, tenía que darle a Remus un puñetazo cuando lo viese. No sólo por ser un Gryffindor de pacotilla y no atreverse a ir él a preguntarle si quería o no hacerle trenzas en las orejas peludas de licántropo; también quería pegarle por considerarse un monstruo. ¿Qué más daba una noche al mes se convirtiese en un lobo enorme con dientes largos y sed de sangre? Seguía siendo Remus Lupin, y a Lily le costaba creer que aún convertido en la supuesta máquina de matar que son los licántropos él fuese capaz de hacerle daño a alguien.
-Supongo… supongo que estoy bien, Potter. Sea un licántropo o no, sigue siendo Remus-dijo, intentando enlazar pensamientos coherentes en lugar de preguntarse si los ojos de James… de Potter pueden brillar más-¿Puede saberse por qué has venido precisamente tú a preguntármelo?
-Por dos motivos, Evans…-dijo él, inclinándose hacia ella. Apoyados como estaban contra la pared, de repente le pareció mucho más alto que ella-Remus está tan acojonado que no cree que pueda volver a mirarte a la cara en la vida, y además… aunque creas que sólo soy un imbécil y tal, me preocupo por ti más de lo que imaginas.
Y esas palabras, dichas con ese tono serio, carente del matiz burlón que siempre las suele acompañar, mientras le aparta un mechón pelirrojo que le tapaba parcialmente los ojos, lograron lo inconcebible. Que Lily, por primera vez en la historia, creyese que cuando James Potter le decía que la quería lo hacía de verdad. Los dedos fríos de James, que seguían enroscados alrededor de su pelo, se fueron soltando, trazando un camino helado por su mejilla llena de pecas.
Lily se estremeció, y sorprendentemente, pero no se lo digáis a nadie, no tenía que ver con el frío. Se estremeció porque James tenía esa mirada, y ella se sentía diminuta. Se estremeció porque James se preocupaba por ella y tenía los ojos del color del chocolate. Se estremeció porque aunque sólo estaban hablando, ella se preguntaba qué se sentiría al besarlo.
En ese momento, al dejar caer sus apuntes de Transformaciones al suelo, Lily dejó de ser una personita empírica para pasar a ser una personita totalmente irracional. Le apetecía hacer algo, y lo haría. Aunque bueno, besar a James Potter puede considerarse un experimento empírico, dependiendo de a quién le preguntes.
Si no fuese una Gryffindor, habría salido corriendo, pero lo es, y todo lo demás en ese momento no importa. Enganchó el borde de la bufanda de James Potter con los dedos y se la bajó lo suficiente como para dejar al descubierto sus labios. Después, se acercó a él con un pequeño pasito inseguro y enroscó los dedos alrededor de las orejeras del gorro del chico, atrayéndolo levemente hacia ella para rozar sus labios.
Apenas un roce, y James pareció decidir que era el momento de tomar el control. Rodeó la cintura de Lily con un brazo mientras atrapaba sus labios lentamente. La chica se acercó un poco más a él, pasando los brazos por sus hombros para enlazarlos en su nuca, mientras James se separaba de ella y se quedaba completamente pegado. Sus narices estaban pegadas y Lily se encontró descubriendo que no quería irse jamás de allí.
Siete años de batalla encarnizada gritando que no a los cuatro vientos cuando en realidad se estaba muy bien así. Debería hacérselo mirar, aunque, y que quede entre nosotros, Lily Evans era una cabezota incurable.
-James…-musitó.
-Lily…-susurró él, haciendo que sus narices se rozasen.
-¿Sabes algo? Creo que me gusta que te preocupes por mí-susurró, sin poder evitar que se le escapase una sonrisa.
-Creo que a mí me gusta preocuparme por ti, pelirroja-murmuró él, contra sus labios.
Y volvieron a besarse, como si de repente el mañana hubiese desaparecido. Y a Lily no le importaba que la barba de día y medio de James le arañase las mejillas, o que sus apuntes estuviesen en el suelo ensuciándose, o que el mundo se fuese a acabar en breves segundos. Era como si, al besarse con James, desapareciese todo lo demás.
Y puede que no tuviese lógica; pero Lily se descubrió dándose cuenta de que, no tan en el fondo, le encantaba.