Se bajó de los diez centímetros de tacón en los que se había pasado el día subida, y agarró una de las botellas de champán que había allí cerca. Todavía estaba intacta, así que, mientras subía hacia la terraza se las arregló para sacarle el alambre de sujeción.
Cuando llegó a la terraza, que daba a la bahía, sobre la que se reflejaba una luna casi llena, se le escapó un suspiro.
La boda había salido genial. Genial para todos menos para ella. Que había perdido la batalla. Había perdido a su padre. Se había perdido a sí misma, incluso.
El tapón de la botella hizo un sonido detonante al abrirse, y Elianne se sentó en la barandilla de la terraza, mirando hacia el mar.
Cuando se terminó el curso había pensado que era el final. Y habría podido autoengañarse y vivir con ello. Pero al volver a verlo su corazón latía, todavía astillado, y dolía. Más allá de lo imaginable.
Bebió un trago largo directamente a morro, y después respiró profundamente. Las burbujitas cosquilleaban en su garganta, y ella rogaba al cielo que aquella botella fuese lo suficientemente alcohólica como para emborracharla.
¿De qué valía enamorarse si lo único que ella había hecho desde entonces había sido llorar? Porque su corazón dolía cada vez que pensaba en él. Y su mente, masoquista como pocas, no podía dejar de hacerlo.
Y lo echaba de menos. Con todo su ser. Y se arrepentía de muchas cosas, entre ellas de no haberle dicho que lo quería. Porque lo quería, joder. Y lo peor era que no entendía por qué. Porque sí, la forma en que la miraba, la forma en que sonreía… la forma en que la abrazaba, le hacía sentirse bien. Le hacía sentirse a salvo.
“Y te quiero, joder. Y soy imbécil, porque no puedo evitarlo.”
Bebió un nuevo trago de la botella. Debería habérselo dicho. Aunque saliese corriendo. Porque joder. Se sentía diminuta, allí sentada, oyendo las olas romper contra las rocas cientos de metros más abajo. Sería tan fácil saltar. Sería tan fácil olvidarlo.
Notó como una lágrima bajaba por su mejilla, y se la secó rápidamente. Habría dado cualquier cosa por él. Lo había hecho. Y con tal de que él pudiese seguir adelante todo valía la pena. Incluso llorar.
“No debería haberte dejado marchar…”
Notó una nueva lágrima, y esta vez no se preocupó por secársela.
Se echó levemente hacia delante y miró por entre sus pies. Las rocas allá abajo estaban más que dispuestas a llevársela con su madre y con su hijo. Y si no fuera porque eso sería de cobardes lo habría hecho. Pero ella no se dejaba asustar por la vida. Aunque en esos momentos no fuese más que una niña perdida.
Ahogó un sollozo con un trago de champán y después se bajó de la barandilla.
Sólo quería dormir. Dormir para siempre si hacía falta. Pero quería que eso se pasase. Ese dolor sordo en el pecho, y uno más agudo, palpitante, el de su corazón. Quería que dejase de doler.
Y sabía que, si no se arrancaba el corazón no dejaría de doler jamás. Entró en la casa, dejando la botella de champán en la mesita del pasillo, y caminó, despacio, hacia su cuarto. Temía que si caminaba más deprisa, su corazón quedaría en cachos, marcando un caminito de piedrecitas y migas de pan, que ayuda a encontrarse a las niñas perdidas.
Si hubiese tenido a su madre, ella la habría abrazado y le habría dicho que hacer. Si hubiese tenido a Lena, habrían encontrado una solución. Pero estaba sola. Y seguía doliendo.
Había alguien en la puerta de su habitación. Y ese no era otro que Charles.
Elianne habría salido corriendo. Habría querido morirse antes de que el enemigo la viese llorando. Pero nada más le importaba. Sólo quería que dejase de doler.
-Elianne… ¿te encuentras bien? -su voz, más suave que un susurro logró sacudirla, mientras le rodeaba la cintura con un brazo.
Ella cerró los ojos, enterrando el rostro en su pecho. No se molestó en contestar. No quería contestar. Sólo que la abrazase así. Aunque fuese el imbécil ese. Era mejor que morirse a cada latido que daba su corazón.
-Supongo que echas de menos a tu padre…-susurró contra su pelo. Ella no se molestó en contradecirlo-Pobrecilla…-susurró después, acariciándole la espalda.
Sin querer, pero tampoco queriendo evitarlo, recordó todas las veces que él la había abrazado. Haciéndole sentirse tan a salvo… tan bien. Y el corazón se le aceleró levemente.
-No… no debería decírtelo, ahora que somos hermanastros, Elianne… pero… creo que te quiero-dijo en voz baja, separándose de ella para mirarla a los ojos.
Ahogó un sollozo en su garganta. Habría dado la vida por oír esas palabras. En otro momento. De otros labios.
Y quiso morir. En ese momento. De una vez para siempre. Y sin embargo, hizo lo único que tenía sentido. O el poco sentido que cualquier cosa podía tener para Elianne en ese momento.
Cerró los ojos y dejó que Charles la besase.
Apenas fue consciente de que él la levantó en brazos, como si se tratase de una muñeca. Ni siquiera fue consciente de que él medio rompía el vestido que había llevado en la boda.
Su cuerpo estaba allí. Pero su mente estaba en otro lugar. En otro tiempo. Con otra persona.
En una torre llena de camas viejas. Con el corazón, con la piel en llamas.
Con el corazón haciéndose trizas.
Tan sólo quería escapar. De todo. De todos. Incluso de sí misma. Sobre todo de sí misma.
Tal vez para siempre.