Está seguro que lo hace aposta. Eso de llegar huraño sin decir ni una palabra y ponerse a rasgar la guitarra eléctrica como si no hubiese mañana. Segurísimo que lo hace aposta. Aunque le haya dicho mil veces que cuando está cabreado prefiere no pagarlo con él y destrozar la guitarra si es necesario, que solo necesita un rato y desfogar. A veces toca el bajo, la batería solo cuando va al local de sus colegas (es demasiado ruidosa y grande para meterla en ese pequeño estudio), y a veces tararea en alemán, todo ceñudo y con cara de malas pulgas. Lo hace aposta. Fijo. Le importa tres pimientos que su razonamiento no tenga lógica alguna. Le van a dar por culo a la lógica. Andy está seguro que Sid toca la guitarra para atormentarlo o algo.
Porque tiene un fetiche con sus manos rugosas y ásperas, grandes y fuertes que lo manejan como a un muñeco de trapo mientras están en la cama (y cuando no están en la cama. Sid tiene la indecencia de hacerlo cuando a él se le antoja, donde a él se le antoje y sin tener en cuenta si están en los servicios del área infantil de un centro comercial o en un callejón oscuro detrás de un garito de poca monta. Si tiene ganas, tiene ganas y Andy pocas veces puede contradecirle porque -seamos sinceros- tampoco quiere contradecirle en eso. No es quien cuando con uno solo de sus besos desgarradores ya se siente en carne viva y con las piernas de mantequilla) y le vuelven loco cuando las ve tocar la guitarra con tanta precisión. Pero también tiene un fetiche con su voz cantando en alemán, y también tiene un fetiche con él tocando así de concentrado y sintiendo la música igual que si follara. Tiene un fetiche con todo él, la verdad. Ser novio de un chico así es un problema, le crea demasiados sonrojos y vergüenzas.
Como ahora.
El moreno ha llegado cabreado de una entrevista de trabajo que, según por cómo aporrea las cuerdas de la guitarra, no ha salido demasiado bien. Él estaba tranquilamente doblando la colada (ha conseguido que separe los colores, está por mandarle una carta al vaticano, esto es un milagro) y ya no puede emparejar debidamente ni los calcetines. Sid está en una esquina del salón, piernas algo abiertas y flexionadas, el pelo cayéndole por la cara y las manos que suben y bajan frenéticas por el mástil de la guitarra. Es instantáneo: erección en cero coma dos segundos. De vergüenza. Le falta ponerse a cuatro patas, sacar la lengua, babear y mover el rabito. Que poco autocontrol.
Así que tira los dichosos calcetines de nuevo al montón de la ropa por doblar, se acerca a su novio que no deja de tocar y ni siquiera lo mira y le lame el mentón mientras le quita la guitarra de las manos. Ahora sí ha captado la atención del otro muchacho, lo mira algo ceñudo pero se le cambia la mirada cuando Andy se le acerca por completo a su cuerpo haciendo que su erección choque con su entrepierna y le susurra al oído “fóllame a mí como te follabas a la guitarra” Es indecoroso lo que Sid le hace decir incluso cuando no le agarra del pelo y le ordena con voz ronca. Es vergonzoso lo rápido que se apoderan de él las ganas y cómo se muere cuando le agarra la cara con esas manos ásperas y grandes y le besa como queriendo comérselo.
Terminan en el suelo, sudando sus nombres y el castaño a cuatro patas lamiéndole todo el cuerpo y moviendo el “rabo”. Está seguro de que lo hace aposta, ser tan jodidamente lujuriosa su sola presencia. Le importa una mierda. Sólo él le lame donde la música no puede hacerlo.