Simplemente Jean
Titulo: El silencio de la espera
Pareja: Havoc/Sheska
Palabras: 3.093
Notas: Sin spoilers
Acto primero.
Jean Havoc se encontraba de pie, recostando su cuerpo contra el escritorio de una de las secretarias de Central y con el siempre presente cigarrillo en la boca. Sonreía de medio lado mientras admiraba el cabello de la joven que tenía enfrente.
-De verdad, tienes un cabello precioso -afirmó, cogiendo una hebra rubia entre sus dedos. La joven, de unos veinticinco años, se sonrojó ante su gesto.- Adoro a las mujeres con el pelo rubio -añadió, haciendo que el sonrojo de la joven aumentase.
-A mi siempre me han atraído los hombres que fuman -replicó ella, con una sonrisa coqueta.
-Victoria -pensó Jean, dándose cuenta de que la tenía en el bote. Si el Coronel Mustang no se interponía, aquella noche por fin tendría una cita.
-Y dime, ¿tienes algún plan para está noche? -preguntó, sabiendo de antemano la respuesta. Y si lo tenía, estaba claro que lo cancelaría en menos que se dice “alquimia”.
Sin embargo, nunca llegó a escuchar la contestación de la joven, pues una persona chocó contra él, haciendo que cayera al suelo. Se oyó un grito femenino y el ruido de varios libros al desparramarse sobre el suelo, y cuando Havoc alzó la vista para encarar a la persona que había osado interrumpirle la conquista, se encontró cara a cara con una Sheska al borde de las lágrimas.
-¡Alférez Havoc, no sabe cuánto lo lamento! ¡Discúlpeme por favor! -exclamaba la joven una y otra vez, sin saber qué hacer primero: ayudar al Alférez o recoger todos sus libros. Finalmente, optó por ayudar al Alférez, que seguía en el suelo quitándose varios papeles de encima. Pero al hacerlo, calculó mal sus movimientos y acabó de bruces sobre el mismo Havoc, que ya no sabía qué hacer para poder levantarse y detallar su cita con aquella secretaria.
-¡Lo sientoooooo! -exclamó, roja de vergüenza. Intentó levantarse en repetidas ocasiones, pero los botones de su chaqueta se habían enganchado con los del Alférez, y de los nervios no conseguía soltarlos.
-No te preocupes, Sheska -suspiró Jean, resignado.- Déjame, yo lo hago.
Finalmente consiguieron soltarse, y con gentileza Havoc alzó a Sheska por la cintura y la depositó suavemente a su lado. Tras esto, se levantó y le tendió una mano.
-Muchas gracias, Alférez Havoc -se disculpó nuevamente la joven, apenada.- Siento mucho haberle causado tantas molestias.
Al verla tan apurada, el Alférez Havoc no pudo evitar una pequeña carcajada.
-No pasa nada -disculpó él, agachándose a recoger todos los libros y papeles que estaban desperdigados por el suelo. La verdad es que costaba enfadarse con aquella muchacha.-¿A dónde ibas tan cargada, si puedo preguntar?
-A la oficina del Coronel Mustang, señor -sonrió ella, agradeciéndole su ayuda.-Que pase usted un buen día, Alférez Havoc -se despidió, marchándose con rapidez. Jean la vio trastabillar unos metros más allá y chocar con un par de personas, puesto que con la cantidad de libros que llevaba apenas veía el camino. Havoc rió entre dientes, y entonces recordó qué era lo que estaba haciendo antes de encontrarse con Sheska: ¡su cita!
Recomponiéndose, el Alférez se giró para encarar a la joven secretaria; sin embargo, al mirar hacia el otro lado del escritorio se dio cuenta de que la rubia ya se había marchado.
-Genial -murmuró Havoc para sí, encendiéndose un nuevo cigarro.-Otra noche que tendré que salir con toda esa pandilla de pringados.
En un despacho no muy lejano, Breda, Falman y Fuery estornudaban al unísono, extrañados.
Acto segundo.
La música sonaba de fondo en el bar. Havoc, Breda, Falman, Fuery y, misteriosamente, Roy, estaban sentados en una de las mesas del fondo, cada uno con una cerveza diferente en la mano (Havoc una negra, Breda una de esas nuevas con sabor a manzana, Falman una sin -alguien tenía que conducir-, Fuery una caña con limón y Roy, una Stray Dog). Charlaban animados por encima del jaleo, pero todos, excepto Roy, pensaban una cosa: en lo raro que era ver al Coronel allí sentado. Normalmente tendría una cita. Es decir, normalmente estaría saliendo con alguna de las citas de Havoc.
Sin embargo allí estaban los cinco, bebiendo una cerveza tras otra, cuando por la puerta aparecieron dos personas: la Teniente Hawkeye y… Sheska. Havoc dio un respingo. No era que le molestase la presencia de Sheska, lo que sucedía era que normalmente veía a la joven investigadora una vez al mes, como mucho, y esta vez ya iban dos en un mismo día. Además, era extraño verla por esos lugares. Conforme se acercaban a su mesa, los demás se fueron notando su presencia y se apartaron para dejarles un sitio, quedando Sheska al lado de Havoc y Riza, en frente. Seguido, un camarero fue a atenderlas, trayendo al momento su orden y otra ronda de cervezas.
-Vaya, Sheska, ¿cómo es que te has animado a venir? -preguntó Jean, con sincera curiosidad.
La joven se sonrojó, apretando las manos sobre su regazo.
-Pues, Riza… quiero decir la Teniente Hawkeye me invitó y… no le importa que venga, ¿verdad, Alférez? -preguntó, apurada.
-¡Para nada! -exclamó Havoc con sinceridad. Le caía muy bien la joven y le agradaba mucho su compañía. Además, le hacía gracia verla allí sentada, tratándoles de usted incluso fuera del trabajo.
-Sheska, no estamos en la central, no tienes porque tratarnos de usted. Puedes tutearnos -sonrió él, animándola. Poco a poco, la muchacha se fue soltando y dejó de utilizar sus rangos para dirigirse a ellos; a excepción de Roy, al que seguía llamando Coronel Mustang.
La noche avanzaba y, tal y como les recordó muy amablemente la Teniente Hawkeye, al día siguiente todos tenían trabajo que hacer (-En especial usted, Coronel -había puntualizado). Así que decidieron que lo mejor sería ir pagando y marcharse, aunque tendrían que dividirse ya que solo había un coche y se habían juntado muchos. Finalmente, decidieron que Falman llevaría con el coche a Fuery y a Breda, quienes apenas se podían sostener (-Una resaca no va a redimirles de su trabajo mañana -había amenazado la Teniente); Roy acompañaría a Riza a su casa y Havoc, por su parte, se encargaría de Sheska. Al separarse en la puerta del bar, Sheska preguntó:
-¿Seguro que no te importa acompañarme, Havoc?
-Para nada -contestó él con una sonrisa, a la vez que se encendía un cigarrillo. Iban charlando tranquilamente, Sheska unos pasos por delante suyo para poder indicarle el camino a su casa. Y, al verla por detrás, Havoc no pudo dejar de notar lo bien que le quedaba el vestido.
Acto tercero.
Una semana después, en el cuartel, Havoc paseaba desconcertado de un lado a otro del despacho. Acababa de encontrarse con Sheska. ¡Y ya era la décima vez esa semana! Eso como mínimo. A Jean le parecía encontrársela a cada momento, la veía en todas partes: en el comedor, en los pasillos, en el patio, de camino a su despacho… ¡incluso en la zona de entrenamientos! Sinceramente, ya no sabía qué pensar. Se sentía extraño, y dentro suyo comenzaba a crecer una inquietud que el tabaco no lograba calmar (y eso que ahora, en vez de una cajetilla diaria, fumaba dos).
-¿Qué creéis que le pasará al Alférez? -susurró Fuery, dentro del corrillo que formaban él, Falman y Breda, observando a su compañero caminar como si se tratara de un león enjaulado.
-Puede que haya quedado -sugirió Falman.- Por fin.
-O puede que el Coronel le haya robado otra de sus citas -apuntó Breda, a lo que todos asintieron más convencidos. Enfrascados en sus cavilaciones, ninguno notó a la persona que se había acercado a ellos hasta que esta habló:
-Ninguna de las dos; Havoc no intenta ligar desde hace una semana, así que ni ha quedado ni le he robado la novia -aclaró Roy Mustang, en un susurro.
El susto que se llevaron aquellos tres pasaría a la historia. Nerviosos, intentaron disimular que se estaban escaqueando del trabajo; pero, curiosamente, y como Roy pudo notar, no le miraban a él: sus miradas buscaban frenéticamente algo más.
-La Teniente Hawkeye no está -adivinó Roy. Y pudo escuchar el suspiro colectivo de sus hombres. Entonces, los cuatro se percataron de que Havoc los estaba observando como quien observa a una pandilla de locos.
-¿Se puede saber qué hacíais? -preguntó, sacando un nuevo cigarrillo. Por suerte para sus amigos, Roy se hizo cargo de la situación.
-¿Alférez Havoc, puede ir a buscar a la señorita Sheska? Necesito que venga en cuanto pueda -ordenó. Havoc se puso tenso.
-¿A… Sheska? -tragó saliva.
-¿Algún problema, Alférez?
-N-No, ninguno, Coronel -respondió Havoc, cuadrándose y saliendo de la habitación. Acto seguido, Roy Mustang se giró hacia los otros tres y susurró:
-Quiero que le sigáis. Averiguad qué le ocurre.
Y tras coger cada uno su “libreta de espionaje”, salieron tras su compañero.
Havoc caminaba erguido, con paso marcial, hacia la biblioteca. Suponía que la joven se encontraría allí, y el Alférez no entendía qué era lo que le ocurría; ¿por qué ir a ver a la investigadora le trastornaba tanto? No era así hace una semana. Pero desde que empezaron a coincidir, el militar pudo conocer más a fondo a la muchacha; y no podía negar que le caía francamente bien. Le encantaba pasar tiempo con ella. E incluso podía admitir que la encontraba… físicamente atractiva. No como las mujeres con las que solía intentar salir, siempre rubias despampanantes o exuberantes pelirrojas. No, así no. Pero Sheska tenía un encanto natural que no tenían las demás. Incluso a pesar de se bajita y con un cuerpo que pasaba desapercibido, había veces en las que a Havoc se le antojaba sencillamente… deliciosa. Y, definitivamente, estaba prendado de sus grandes ojos verdes.
-Un momento -pensó Havoc, parándose de golpe. Sus espías se detuvieron bruscamente, haciendo bastante ruido, pero Jean estaba demasiado absorto como para notarlo.-No acabo de pensar que estoy prendado de sus ojos, ni que me resulta deliciosa. Yo no he pensado eso. NO, ni hablar. Eso no significa nada. Solamente disfruto pasando tiempo con ella, quiero conocerla más a fondo y cada gesto que hace me parece adorable. Pero NO la deseo -silencio-. Oh, mierda, sí que lo hago.
Mientras lo pensaba, su cara pasó por las más variadas formas de expresión, hasta que finalmente alcanzó la definitiva: comprensión. Había comprendido que deseaba a la joven, aunque tampoco había nada malo en desearla, ¿no? El deseo era algo muy común, se dijo a sí mismo mientras reanudaba la marcha. Más reconfortado, terminó de recorrer el camino pensando que, si solo era deseo, podría lidiar con ello y no tendría que estropear la relación amistosa que estaban comenzando a establecer.
Sin embargo, todos sus planteamientos quedaron invalidados cuando, al cruzar la puerta de la biblioteca, una montaña de libros que ocultaban el cuerpo de una mujer chocó contra él, cayendo al suelo junto a su portadora. Y, cuando Havoc vio a Sheska intentando salir de esa montaña de libros con un mohín en la cara, se dio cuenta de que se había enamorado.
-Genial -pensó él.- ¿Y ahora qué hago?
Acto final.
Jean Havoc sabía ligar. Sabía conseguir citas de una noche, aunque no supiese retenerlas lo suficiente como para que no le dejaran por Mustang. Aun así, y pese al Coronel, había salido con varias chicas. Que, en realidad, no solían ser de una noche; no porque él quisiera. Si alguna aceptaba salir con él, y luego le aceptaba una segunda cita, Roy también se la quitaba. Así que sí, Havoc sabía ligar, pero no sabía mantener a una mujer a su lado.
Aquel día, tras haberle dado el recado a Sheska, y todavía sin percatarse de la presencia de sus espías, Havoc volvió directamente a la oficina, con la frustración pintada en la cara. ¿Ahora que se sabía enamorado, qué iba a hacer? Podría intentar algún tipo de acercamiento; conquistarla como había hecho antes. Pero tenía miedo. Miedo al rechazo y miedo a que el Coronel Mustang se la robara. No creía que Roy Mustang pudiese tener interés alguno en Sheska; sin embargo, desde que se conocían le había robado todas sus novias y, aunque nunca le había dado mayor importancia, no creía poder soportar que le robase a Sheska. No ahora. Así que, cuando entró en el despacho y vio allí a Mustang, la mirada helada que le dirigió hizo temblar hasta al mismísimo Alquimista de Fuego, que salió en busca del resto de sus subordinados farfullando una excusa.
Roy los encontró a los tres, escondidos en una esquina, intercambiando impresiones.
-¿Qué ha ocurrido, que ha entrado tan furioso? -demandó Roy.
-Le hemos seguido desde que salió, señor, y no ha sucedido nada extraño -informó Falman.
-De camino a la biblioteca, se ha detenido bruscamente y ha empezado a murmurar como un loco, poniendo unas caras muy raras -explicó Fuery.
-Luego ha puesto un gesto de comprensión, seguido de uno de alivio, y ha proseguido su camino, algo más animado -continuó Breda.
-Al llegar a la biblioteca ha chocado con la señorita Sheska, que se ha caído, y tras ayudarla y darle el mensaje ha regresado -finalizó Falman.
-¿Y no habéis notado nada extraño? -inquirió Roy.
-¿Aparte de murmurar y poner caras raras, señor? -apuntó Breda, a quien le parecía que eso ya era raro.
-Bueno -se atrevió a decir Fuery.-Cuando ha visto a la señorita Sheska se veía más relajado, más feliz. Sin embargo, al separarse de ella su rostro ha vuelto a cambiar, y de camino hacia el despacho me ha parecido oír algo así como: “Maldito Mustang… no me la robará”. Eso es todo, Coronel.
Sin embargo, y aunque a los tres hombres no les pareció gran cosa (no era raro que Havoc despotricase de vez en cuando contra Mustang), Roy pareció atar cabos y, por fin, lo comprendió todo. Lo sucedido la semana anterior, su nerviosismo, que no intentase ligar, las caras raras en el pasillo… una sonrisa malévola se formó en su cara, y un escalofrío recorrió la espalda de sus subordinados.
-Señores, muchas gracias. Han sido de gran ayuda. Si quieren saber de que va todo, les aconsejo que vayan al despacho y tomen asiento: la función está a punto de comenzar -anunció, dirigiéndose hacia la oficina.
En el interior, Havoc miraba por la ventana, terminándose su tercer cigarro en cinco minutos y encendiendo uno nuevo. Ni siquiera se molestó en mirar a Roy, o a cualquiera de los otros. Su cabeza no paraba de dar vueltas alrededor de un mismo tema: Sheska. ¿Cómo alguien, en tan poco tiempo, podía enamorarse tanto?
Y, como atraída por sus pensamientos, unos golpes llamaron a la puerta y Sheska apareció, tras la habitual montaña de papeles. Se dirigía hacia el despacho del Coronel, saludándolos con un cortés movimiento de cabeza, cuando la puerta del despacho se abrió y salió Roy Mustang.
-Qué ganas tenia de verte, Sheska -sonrió galantemente Roy.
-¿Requería mi presencia, Coronel? -preguntó ella, algo nerviosa. No es que le incomodara Roy, pero sí su cercanía; además, podía sentir la mirada de Havoc clavada en su espalda y no sabía porqué, pero no quería que la viera tan cerca del Coronel.
-Déjate de formalismos, Sheska, que nos conocemos desde hace mucho -con una sonrisa más galante aún, Roy pasó su brazo sobre los hombros de la joven investigadora, y fue ahí cuando una alarma saltó en el cerebro de Havoc. Sin darse cuenta apretó el papel que tenía entre manos, arrugándolo.
-E-Esta bien, Coronel… digo, Mustang -asintió ella, poco convencida.
-Roy, Sheska, para ti soy Roy -puntualizó él, deslizando lentamente su mano a través de su espalda, sin llegar nunca demasiado lejos, mientras conducía a Sheska al interior de su despacho.-Ven, en mi despacho estaremos más… cómodos. Es mucho más íntimo.
Ese comentario, y su mano sobre la espalda de la joven, fueron más de lo que Havoc pudo soportar. De un salto se levantó y en dos zancadas se puso a la altura de Roy, cogiéndole por el cuello de uniforme y estampándole contra una pared. Sheska ahogó un grito y todos los demás se pusieron en pie; sorprendentemente, la única que no hizo movimiento alguno fue Riza.
-No vuelvas a tocarla -susurró Havoc, peligrosamente.
-Está agrediendo a un superior, Alférez Havoc -informó Roy, con voz tranquila.- Puede enfrentarse a un consejo de guerra por esto.
-Y usted puede ser acusado de acoso sexual, Coronel -le recordó Jean, apretando más a Roy contra la pared.- No vuelvas a tocarla, Mustang -repitió.
-¿Por qué? ¿Acaso es tuya? -tentó el alquimista, a quien empezaba a faltarle el aire. Debía terminar rápido con todo esto o saldría mal parado.- Si ella no se queja, tú no tienes derecho a decir nada.
-No te atrevas, Mustang -advirtió Havoc, al límite.- Con las otras sí, pero con ella no. No te atrevas.
El silencio reinante en la sala permitía a todos seguir la conversación, y un murmullo de comprensión recorrió a los presentes, incluida Sheska, que se llevó las manos a la boca. Era bien sabido en todo el cuartel los problemas de Havoc a la hora de conseguir novia, pero eso no podía significar lo que parecía… ¿o sí?
-¿Por qué? ¿Acaso es diferente? -siguió desafiando Roy.
-Sí es diferente. Ella es diferente. Te lo repito, no te atrevas a ponerle la mano encima a la mujer que amo, o será lo último que hagas.
Otro murmullo, esta vez de sorpresa, volvió a recorrer la sala, y Sheska susurró:
-Havoc…Jean, suéltale.
Fueron esas palabras las que hicieron que Havoc soltara al Coronel, que inspiró una gran bocanada de aire, aliviado, e hicieran que Jean se girara y encarase sus miedos de frente.
-¿Es cierto lo que acabas de decir? -preguntó ella, queriendo asegurarse.
-Si, totalmente cierto. Estoy enamorado de ti, Sheska.
Havoc esperaba impaciente una respuesta, al igual que el resto de la sala, que miraba la escena conteniendo el aliento.
-Coronel Mustang -dijo de repente Sheska.- Discúlpeme, lo nuestro nunca habría funcionado. A mi me gustan los hombres más altos y, sobre todo, fumadores.
Roy sonrió, satisfecho. Esa declaración había dejado mudos a todos los presentes, incluido Havoc, que miraba a su chica con los ojos brillantes.
-¿Eso es un sí? -como respuesta, Sheska se abalanzó sobre él, perdiendo el equilibrio y haciéndoles caer a los dos al suelo.
-Por supuesto que sí, tonto -contestó ella, apoyada en su pecho. Havoc no pudo evitar reírse, feliz. Y, cuando ella estaba desprevenida, la besó. Sin importarle quien pudiera estar mirando. La besó, feliz, porque por fin había encontrado a la mujer con la que quería estar.
Crossposteado en
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