Fandom: Axis Powers Hetalia.
Claim: Francia+Inglaterra. Francia+Estados Unidos.
Advertencias: Creo que nada grave o.o. Oh si, es mi primer intento de Fruk que hago, por ende, es una cosa totalmente fail.
Nota: Basado en el Tratado de Paris que se firmó en 1783 que da como finalizada la guerra de independencia de Alfred.
Rating: K.
Palabras: 1896.
Resumen: - ¡Tenías que ser tan bastardo como para prestarle tus tropas! -Gritó el menor de forma repentina, con la voz quebrada y Francis no supo si era por el llanto o por el dolor que le embargaba-. ¡¿Por qué te entrometiste?! ¿Por qué, maldita sea?
Tratados
- ¡Bastardo traidor!
El grito de Arthur resonó con fuerza en la habitación donde estaba Francis, mucho antes que el inglés ingresara en ella. El aludido se giró con un poco de brusquedad en la silla que ocupaba, sus cabellos rubios tapando su rostro en el proceso. Se quedó sentado, completamente callado, esperando que Arthur se adentrara al completo. Los ruidos sordos, secos y furiosos de los zapatos ingleses se dejaron oír en ese lapsus de silencio.
No tenía que levantar la vista para sentir la fuerza de la mirada inglesa, de forma inconsciente apretó sus manos. Esbozó una sonrisa traicionera, mostrando en ella algo de culpa.
- ¿Todavía te estás quejando? -Preguntó a modo de burla, observando como el inglés temblaba de rabia contenida-. Deberías tener más compostura, como el caballero que dices ser…
Sabía que era una burla que hería aún más el corazón del otro, pero era parte de su naturaleza lanzar aquellos comentarios. No podía evitarlo, en realidad.
Arthur bufó mientras Francis le acercaba una silla, el inglés la rechazó y se dedicó a mirarle con odio, lo más lejos que le era posible de su persona.
El tiempo pasó, los segundos y los minutos se volvían eternos, más de lo que eran en sus vidas como protectores de sus naciones. Lo único que rompía el silencio tenso que existía en ese cuarto, era el sonido incesante de un reloj cucú colgado en alguna pared. Francis siguió en su puesto, observando de tanto en tanto como Arthur tenía la vista fija en su persona, con el odio fluyendo por cada poro de su cuerpo, suspiró y dejó el documento que intentaba leer desde hace horas.
Se giró en dirección al inglés y buscó las palabras adecuadas para aligerar la tensión. Le dijo, en breves comentarios que debía calmarse, que ya no tenía sentido seguir amargándose por algo que ya pasó y que quizás habría pasado de todos modos si él no se hubiera entrometido de forma tan indirecta como lo hizo…
-Imbécil -interrumpió Arthur, casi escupiendo el insulto-. No puedes decir que Alfred se separaría de mi de todas formas, yo sé que no lo habría hecho -bufó y a Francis no se le escapó que sus ojos comenzaron a aguarse. Su corazón se apretó un poco, con molestia-. Porque era mi hermano y todo habría seguido igual de bien si tú no hubieras metido las narices como siempre lo haces…
El francés estaba seguro que un insulto -de esos que Arthur sólo utilizaba con él- seguiría a aquella declaración, pero las lágrimas que comenzaron a caer por el rostro del inglés lograron hacer un rato bastante triste de silencio. Esperó, con paciencia, entendiendo que lo único que podía hacer era callar.
- ¡Tenías que ser tan bastardo como para prestarle tus tropas! -Gritó el menor de forma repentina, con la voz quebrada y Francis no supo si era por el llanto o por el dolor que le embargaba-. ¡¿Por qué te entrometiste?! ¿Por qué, maldita sea?
El muchacho se derrumbó en el piso, dejándose caer cuál saco de papas y comenzó a llorar con fuerza, ahogando los sollozos con sus manos, evitando todo lo que podía la mirada del francés.
Francis no sabía a ciencia cierta que decir, pero dejó como siempre hacía en esos casos que las palabras salieran de su boca sin cruzar por su cerebro.
-Tú no lo veías como yo, Arthur -murmuró despacio, su voz perdiéndose entre los sollozos ingleses-. Alfred estaba apresado, casi encadenado a ti y el muchacho al verse sometido buscó la libertad por sí solo. Lo único que hice yo fue brindarle ayuda -rió con ligereza, intentando en vano reparar la herida del otro-. Y mi existencia gira en hacerte la vida imposible, no podía ser menos en este caso.
Iba a agregar también que lo hacía por venganza al haberlo derrotado en la Guerra de los Siete Años y por los territorios que aquella derrota le había ocasionado, pero algo en su interior se lo impidió. No buscó el porqué de esa sensación, pero quizás la respuesta más acertada era el ver a Arthur tan roto, tan destruido como nunca antes lo había estado. Si bien sabía que algún día Alfred volvería a verle para entablar relaciones internacionales y quizás podrían tener una relación de amistad medianamente decente, el lazo que había ayudado de cierta forma a quebrar era irreparable. Aún así, no se sentía culpable, porque creía ciegamente que la independencia del hermano menor de Inglaterra igual habría ocurrido de todas formas. Sólo esperaba que Arthur entendiese eso en algún futuro no muy lejano…
El reloj cucú de la pared resonó con fuerza, marcando las cinco de la tarde y rompiendo el ambiente fatalista que se había creado, Arthur seguía en el piso, llorando a lágrima viva.
-Arthur, es hora… -mencionó Francis despacio, acercándose con lentitud al muchacho.
-No iré.
El francés sonrió con aire fraternal, pues no veía ese comportamiento desde que Arthur había dejado sus años de piratería.
-No te comportes como un niño, ya estás bastante viejo para ello…
De cierta forma entendía que era complicado, pero Arthur tenía que ir.
Francis se acercó aún más y le tomó de los hombros, usando toda la fuerza que tenía para levantarlo del piso, Arthur se dejó manipular -y el francés tuvo un pequeño y natural impulso de manosearlo- como si fuera un muñeco. El mayor sacó un pañuelo de su chaqueta y le limpió las lágrimas de la cara con fuerza, dejando algunas zonas ligeramente rojas, queriendo provocar así algo de reacción en él; luego, lo abrazó, intentando demostrar que si bien no se arrepentía de lo que había hecho, estaba allí para ayudarle.
Esperaba y deseaba que Arthur pudiera comprender ese sentimiento.
-Arthur -murmuró, rompiendo el contacto corporal-. Nos esperan.
Se alejó y tomó el documento que estaba en su escritorio, luego agarró al inglés del brazo y lo arrastró hacia la salida del cuarto sin darle tiempo si quiera a respirar.
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- ¡Llegamos! -Exclamó Francis con una sonrisa, aún arrastrando a un lloroso Arthur.
Miró como en la pequeña sala de conferencias que estaba en su casa, se encontraba Alfred vestido con su uniforme militar. Para sus ojos no pasó desapercibido que la vista estadounidense se posó con rapidez en el cuerpo inglés, quiso sonreír un poco más, al menos eso era un buen auguro por parte del muchacho y quizás su idea de ver a esos dos como compañeros no era tan utópica después de todo.
Alfred le saludó con una inclinación ligera y una sonrisa vaga, la vista siempre fija en Arthur.
- ¿No iba a venir alguien más? -Preguntó el amante del vino mirando a todas partes, en su rostro apareció una mueca curiosa, porque no recordaba quién era la persona que formaría parte de esa reunión.
Soltó a Arthur y se acercó a Alfred, quién le miraba también curioso.
-Creo que sí… -murmuró meditativo-. Pero quién sea no pudo venir y ya.
Se rió de su propio comentario. Francis tosió, intentando alejar de su cuerpo la atmósfera pesada que se respiraba, si bien Arthur parecía no reaccionar ante nada y Alfred intentaba sumirse en su mundo concentrando su mente en cualquier detalle de la habitación -como por ejemplo, ahora miraba la obra que retrataba la Revolución Francesa-, Francis era plenamente consciente de los movimientos corporales de ambos y en ellos lograba ver el odio, la indiferencia, el temor y la molestia. Ciertamente, estar al medio de todo ese caos emocional y corporal no era para nada agradable.
-Entonces terminemos con esto de una vez -dijo el francés sonriendo. Alfred y Arthur se sobresaltaron ante el falso tono de voz que había utilizado-. Alfred, tienes que firmar este documento, luego Arthur y por último yo -respiró, recuperando aire-. Antonio vino ayer a firmar su parte, porque hoy tenía problemas con Lovino…
Se acercó a una mesa y dejó el documento allí, permitiendo que Alfred se acercara para revisarlo.
Mientras el estadounidense se entretenía leyendo las clausulas del Tratado que daba inicio a su independencia, Francis se acercó a Arthur, quién no se había movido de donde lo había dejado momentos atrás.
-Sólo una firma Arthur y esto terminara -susurró en el oído inglés, con ligereza, intentando desvanecer el sentimiento de pesadez que le rodeaba-. Ya no tendrás porque ver más a Alfred, si no quieres…
Le puso la mano en un hombro, como muestra de apoyo.
-No sabes cuánto te odio, Francis -murmuró el inglés con la vista fija en Alfred, quién comenzaba a firmar el documento-. Te odio a ti y a tus tropas francesas, odio también a Paris por albergar el estúpido papel que me separa de Alfred…
-“Tú solo te has encargado de ello” -pensó el francés, evitando responder a las palabras del menor-. Sólo firma, ¿Quieres?
Le tendió una pluma y Arthur se la quitó con violencia antes de dirigirse a la mesa, caminando totalmente tieso. No miró el documento, sólo estampó su firma; aunque el temblor de su brazo y los sollozos que escaparon de su garganta fueron evidencia clara de lo que estaba sintiendo en aquel instante.
Francis esperó su turno, dejando que las figuras de los otros dos se perdieran en formas difusas en su cabeza, siendo reemplazados por líneas indefinibles. Se dio el lujo de perderse en sus pensamientos, en los recuerdos de cuando años atrás le ofreció a Alfred sus tropas, para librarse de Arthur, porque aunque pareciera venganza contra el inglés, él lo hacía para ayudar a romper las cadenas entre ambos hermanos, porque veía como el hermano mayor se hundía en una espiral de obsesión inmensa y arrastraba con él a Alfred.
Y no le dolía admitirlo, pero lo negaría si se lo preguntaban, él no podía permitir que Arthur se convirtiera en semejante monstruo obsesivo. Además, no tendría a quién molestar si el inglés se perdía con su hermano menor. Naturalmente, él no podía dejar que eso pasara. ¡Era imposible si quiera pensarlo!
Cuando Alfred lo llamó, dio un respingo, con paso decidido se acercó y firmó con elegancia.
-Es todo, Alfred oficialmente es independiente de Arthur -declaró, la sonrisa de Alfred ilumino todo, contrastando con la cara abatida de Arthur-. Terminamos.
El estadounidense le agradeció antes de irse corriendo, murmurando entre su carrera que tenía que convencer a su hermano de ser libre. Francis le ignoró, pensando que sería un momento de delirio del chico y se acercó a Arthur.
-Todavía te odio -dijo el inglés, limpiando con fuerza las lágrimas que nuevamente caían de su rostro.
Sin darle tiempo a nada, se fue de la misma forma que Alfred lo había hecho antes. Francis no se dio el lujo de detenerlo, sólo se quedó en ese cuarto vacío, con la declaración de Independencia como única compañía.
Esbozó una mueca amarga, casi triste, pero extrañamente alegra a la vez.
-No espero menos de ti, Arthur -mencionó a la nada, tomando el documento entre sus manos-. Si no nos odiáramos mutuamente, no sería divertido cuidarte.
Decidió ir a tomar una copa de vino, quizás allí encontraría alivio a sus penas internas. Porque sabía que desde ahora su relación con el inglés sería más complicada; pero, si no hubiera ese odio, perdería el sentido molestarlo, de eso no le cabía duda.
esto es un vil ensayo para tu regalo,
vikokaoru >:D