Jan 29, 2006 00:45
España entró hasta el Sur del Mundo. Agobiados
exploraron la nieve los altos españoles.
El Bío-Bío, grave río,
le dijo a España: «Detente»,
el bosque de maitenes cuyos hilos
verdes cuelgan como temblor de lluvia
dijo a España: «No sigas». El alerce,
titán de las fronteras silenciosas,
dijo en un trueno su palabra.
Pero hasta el fondo de la patria mía,
puño y puñal, el invasor llegaba.
Hacia el río Imperial, en cuya orilla
mi corazón amaneció en el trébol,
entraba el huracán en la mañana.
El ancho cauce de las garzas iba
desde las islas hacia el mar furioso,
lleno como una copa interminable,
entre las márgenes de cristal sombrío.
En sus orillas erizaba el polen
una alfombra de estambres turbulentos
y desde el mar el aire conmovía
todas las sílabas de la primavera.
El avellano de la Araucanía
enarbolaba hogueras y racimos
hacia donde la lluvia resbalaba
sobre la agrupación de la pureza.
Todo estaba enredado de fragancias,
empapado de luz verde y lluviosa
y cada matorral de olor amargo
era un ramo profundo del invierno
o una extraviada formación marina
aún llena de oceánico rocío.
De los barrancos se elevaban
torres de pájaros y plumas
y un ventarrón de soledad sonora,
mientras en la mojada intimidad,
entre las cabelleras encrespadas
del helecho gigante, era la topa-topa florecida
un rosario de besos amarillos
Pablo Neruda, Canto General
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