Un chorrito de realidad, mezclado con cosas del pasado que jamás me han ocurrido.

Aug 09, 2008 22:36

Soy géminis, y dicen que por eso tengo una "doble personalidad". ¿Qué tiene de cierto? Que soy sumamente moldeable. Puedo ser un poco de un modo, y un poco de otro, dependiendo del ambiente en el que me encuentre, pero nunca finjo, sólo que a veces puedo parecer contradictoria.
Tampoco creo mucho en los horóscopos. A pesar de eso, los leo ocasionalmente, y me agrada encontrar coincidencias con lo que ocurre en mi vida. 
Me encantan las coincidencias.
Algunos sabores me causan jaqueca. Olores también. El sol también. El llanto histérico también. El dejar los psicotrópicos también. Las cosas en extremo dulces también. Los suplementos de azúcar también. Borradores o bolígrafos con tinta aromática también. Las luces muy brillantes también. Trabajar como maestra de preescolar también.
Ha habido cuatro hombres en mi vida:
Dos, que yo he querido desde que los ví por primera vez; ellos me han lastimado de algún modo. Entre nosotros hay muchas coincidencias de vida.
Dos que me han querido desde que me vieron; ellos aun me quieren, y yo a ellos, nunca me han lastimado. Entre nosotros no hay demasiadas coincidencias de vida.
Parece haber un patrón ahí.
Mi hermana tiene toda su vida durmiendo junto a mi, y dentro de unos días nos separaremos. Será como arrancarle una extermidad a un mamífero que no puede regenerar sus células.
No sé decir mentiras.
Mi memoria es tan distraida que poco después habré olvidado a quién mentí y de qué modo.
Me gusta hacer listas de las palabras que me gustan. Siempre las olvido, cuando intento volver a enlistarlas.
"Confusíón" es una de ellas.
"Carcelero" es otra.
Pintar, y no necesariamente de modo artístico, si no la simple acción de pintar, es la mejor terapia para mi.
El olor a pintura descompuesta también me da jaqueca. También insecticidas, y las plaquitas que conectas a la luz para que no te piquen los mosquitos.
"Jaqueca" es otra de las palabras.
"Muladar" también.
Quiero hablar Ruso.
Mi signo ascendente es Leo. Mi hermana es Leo, quizá por eso es de mis mejores amigas.
Es triste, pero jamás he visto elefantes hasta hoy. A pesar de eso, la imagen de ellos me conmueve hasta las lágrima. En verdad.
"Epilepsia" es otra.
Siempre supe que debo ser psicóloga y no lo acepté sino hasta hace aproximadamente cinco meses.
Ahora que lo pienso, ví elefantes una vez. Mi distraida memoria no está al tanto de ello.
Si yo fuera un perro, sería un Basset Hound. Son chaparritos, tienen ojeras y cara cansada. Demasiado pasivos. Se ve que si pudieran, fumarían. 
"Caldera" es una más.
La cerveza oscura es uno de los mejores inventos del hombre.
Los animales de felpa también.
Quisiera ir al baño ahora mismo, mi vejiga está hasta el tope, pero mi pereza me lo impide!

¿Querías que te contara un cuento? Pues aquí está la verdad.

Gala buscaba incansablemente, sin ponerle fin a su desesperación. Debajo de la cama, atrás de cada libro, y no aparecia. Gala tenía miedo de haberlo perdido para siempre. 
Buscando, se topa con la pequeña caja de latón. En ella ha guardado muchos recuerdos, como el trozo de diente que perdió al tropezar con sus propios pies, o la punta de flecha que le enterró a su mejor amigo de la infancia en el hombro. También ahí se encuentra un trozo de terciopelo que recortó de una cortina, de color púrpura. Parecía provenir de la capa de un mago, y estaba segura de que si lo llevaba consigo por siempre, tendría un poco de magia a su alcance. Lo mantuvo por dos años en su bolsillo, y cada que lo necesitaba, lo frotaba un poco, como si fuese la lámpara de Aladin. Gracias a las mágicas coincidencias de la vida, piensa Gala ahora que ha perdido la fe, al frotar el trocito de terciopelo sus deseos se cumplían. 
Debajo de todas esas cosas encontró la primera canción que escribió. Hablaba de un juez que le imponía la sentencia de cadena perpetua al guardaespaldas de su gato por haberlo dejado morir debajo de la llanta del camión de la basura. El guardaespaldas se llamaba Orlando, como el vecino que siempre pateaba a su gato cuando aún vivía.
Tenía también una pelusa de color naranja, que provenía del muñeco de felpa más bello y tenebroso que había visto en su vida. Su padre no había querido comprárselo, pero para mantenerlo en su memoria, arrancó un poco de lo que vendría siendo parte de su dermis. Al contemplar la pelusa, recordaba la expreción retorcida de aquel monstruo, y podía reir. 
Encontró la tecla de su piano de juguete, estaba segura que de ésta provenía la nota La. Por ella bautizó a su muñeca de cabello rizado. Cada que la llamaba, entonaba aquella nota, y la muñeca llegaba corriendo a su llamado, llegaba para hacer el juramento a la eterna humanidad, o bailaban juntas un ritmo gitano de una tierra desconocida.
En otro papel, había un garabato hecho con la pluma fuente más hermosa que había visto en su vida. Era de color verde botella, con una punta dorada, que brillaba al contacto de la luz. Su tío abuelo la sacó de su bolsillo para anotar el teléfono de la extraña agente de ventas que tenían al frente. Gala la miró deslizarse sobre el papel tan suavemente que le parecía que danzaba. Trazó líneas perfectas, y la pidió prestado, para hacer con ella la obra más maravillosa que se le ocurriera. Nada se le ocurrió en los sesenta y nueve segundos que la tuvo en su poder, así que se limitó a un garabato con forma de eternidad.
Un último recuerdo que ahí había era una semilla. Provenía de la primera paleta de Güanabana que había comido en su vida. Recordó exactamente lo desagradable que le pareció, pero por cortesía, no pudo decirle a su tía Gertrudis que prefería deshacerse de la paleta a continuar comiéndola. La deboró hasta el final, como rata de alcantarilla con un festín de comida italiana frente a sí. Tuvo la osadía de retirar toda la pulpa de alrededor de las semillas, saboreando cada milímetro. Nunca jamás ha vuelto a comer aquella fruta, pero tiene la prueba de su valentía dentro de la caja de latón.

Finalmente, de algún modo encontró lo que había perdido, aunque quizá no lo que estaba buscando.
Gala encontró su inocencia, sólo por unos instantes, y no estaba ahí para quedarse, pero la tendría almacenada para siempre. 
Frotó una vez más el trozo de la capa del mago, cerró los ojos y pidió su deseo.
Al abrirlos, una coincidencia más la golpeó de frente.
La bola de cristal que buscaba rodó desde lo alto del estante, directo hacia su nariz.
La relidad golpea estrepitosamente.

Bonne nuit.

Sobre mí, cuento

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