Título: Hoppípolla
Fandom: NCIS
Personajes: Ziva, Tali, Ari, Eli David, Tony, menciones a Kate, y Gibbs.
Summary: Nadie nace sabiendo cómo enfrentar la pérdida de los seres queridos.
Advertencias: Ninguna.
Nota: Regalo de navidad para
sara_f_black. La navidad es una época que trae alegría y muchos sentimientos positivos, pero escribir de Ziva sin angst sería una herejía contra el fandom. ¡Espero que le haya hecho justicia a Ziva y a tu deseo de un one-shot de ella! ¡Feliz navidad!
El título del one-shot es el de la canción del mismo nombre del grupo islandés Sigur Rós. La traducción al español sería “Saltar en charcos”. Me pareció apropiado por la idea que quiero transmitir con todo esto: que uno, al salir después de un día lluvioso, sabe que se enfrentara a grandes charcos de agua y los saltara hasta llegar a una superficie seca, estable.
I.
-A mamá le volaron los sesos…
Tali no la escuchó, de lo contrario habría entrado empezado a gritar mientras lloraba o le habría hecho preguntas incómodas al respecto (“¿Los sesos? ¿Cómo se vuelan los sesos? ¿Por qué?”). O quizás ambas. Y Ziva se quedaría en silencio, sintiendo que las palabras de su hermana retumbaban con mucho eco en sus oídos.
El único que sí lo hizo, fue Ari. Simplemente la miró desde el otro lado de la habitación, sin decir nada.
-¿Por qué mamá murió, Ziva? -preguntó nuevamente Tali, volteándose hacia su hermana.
La chica parpadeó un par de veces. Se fijó en los párpados hinchados de Tali y que sus pestañas se encontraban pegadas de tanto llorar en las últimas horas. Y su mirada se trasladó involuntariamente a Ari. Curiosidad se leía en sus ojos. Hizo una mueca, sabiendo que aquella sonrisa que se formaba en la cara de su hermanastro era de triunfo. Todavía no aprendía e internalizada todas las enseñanzas de Mossad, pero ser directa y honesta con su hermana pequeña cuando significaba adelantar o quizás provocar una herida imborrable, era algo que el futuro como espía no podría cambiar. De eso estaba segura. Ari, aparentemente, también.
-Porque normalmente las madres fallecen antes que los hijos. Todos moriremos algún día.
-¿Por qué tenemos que morir?
En la voz de su hermana se sentía la urgencia por alguna explicación coherente para entender por qué sufría tanto con un proceso natural de la vida.
-Porque es la ley de la vida -respondió y con un brazo, la atrajo hacia su pecho y le dio un beso en la cabeza. La escuchó sollozar con la cara hundida en su hombro-. Mamá está feliz, Tali. Nosotras aprenderemos a ser felices sin ella, honrando su memoria hasta el fin de nuestros días.
Ziva solo tenía doce años. No sabía por qué se sentía incapaz de darle una respuesta más satisfactoria a Tali, quizás más religiosa, para calmarla. Solo sabía que mamá no era feliz, que discutía mucho con papá. Y la tarde del día anterior había ido al mercado y el edificio voló en mil pedazos. Nunca más la volverían a ver.
Mientras las interrogantes de Tali parecían fundirse en sus venas y expandían en todo su cuerpo la sensación que el mundo temblaba, decidió que debía mantener el autocontrol sin importar cual fuera la situación en la que estuviera. Ahora Tali estaría bajo su cuidado y no dejaría que tuviera miedo a vivir porque la única persona adulta a la que amaban, mamá, ya no estaba con ellas.
II.
Sus nudillos se hundieron en el pómulo del hombre de improviso, produciéndole tanta sorpresa que tambaleó hacia atrás sin defenderse. Aprovechando este momento, dio dos pasos y le clavó la rodilla en el estómago. Una y otra vez, hasta que él ya no pudiera respirar.
Unos brazos la rodearon de repente, y con mucho esfuerzo la alejaron del hombre.
-Ari, suéltame -ordenó antes de pegarle un codazo en las costillas.
-No me dejas otra opción -contestó él. Llegaron hasta la escalera de la salida de emergencias del edificio de la agencia. Una vez que la soltó, Ari se quedó de pie frente a la puerta, recuperando el aliento-. ¿Ibas a matarlo? -Ziva resopló, enojada-. Matar a un oficial de la Mossad en el cuartel de la Mossad es demasiado temerario, incluso para ti.
-Pensé que no ibas a volver hasta el verano.
-Faltaré a clases una semana.
-¿No morirán los pacientes en tu ausencia?
-Todavía no me asignan pacientes hasta tercer año -Ziva empezó a caminar en círculos-. ¿Qué pasa? ¿Por qué me llamaste?
-Llamé y colgué. No pasa nada. ¿Debería ocurrir algo para que viajes desde Inglaterra a Tel Aviv?
Se detuvo, dándole la espalda.
Ari se colocó a su lado. No lo miró, prefería mantener la vista fija en algún punto del horizonte. La capital se alzaba imponente a doce kilómetros de distancia, pareciendo un oasis en medio del desierto.
-Nunca me llamas, Ziva -dijo, esta vez deshaciéndose del usual tono burlón que arrastraba su voz.
Bajó la mirada al sentir la mano de su hermano rozarle los nudillos de la mano izquierda y vio la sangre que escupía el agente al que golpeaba cubrirle toda la rodilla. Y cuando uno de sus brazos le rodeó los hombros, llenando su olfato con aquella colonia que le traían recuerdos de juegos de la niñez y la emoción de las primeras misiones; sintió que su pecho se relajaba y exhaló pesadamente, como si se deshiciera de lo que tenía atrapado en su alma desde hacía días.
-En el registro de armas, tres kilos de explosivos fueron retirados hace dos semanas. Según decía la ficha del cargamento sacado, era para la misión del oficial Hadar. Una operación para acabar con una célula terrorista que ha atacado tres regiones de Israel en menos de un mes -la rabia, la sorpresa, la tristeza, y los deseos de venganza salían a borbotones a través de sus labios-. Resulta que averigüé con alguien que me debía un favor del Departamento de Inteligencia de la agencia, que Hadar dio fin a su misión dos días antes de la retirada de los explosivos… Esas bombas se usaron para atacar a los nuestros. Fue una trampa. Se encubrió todo con el nombre de Hamas -la mano de Ari se apretó contra su hombro-. ¡Mossad mató a Tali! ¡Abtahi merece morir por haber sido el que ordenó designar a Tali en el equipo que supuestamente iría a desarmar una célula terrorista y no me dejaste hacerlo, no me dejaste matarlo!
Por primera vez se quitó la máscara de tranquilidad y seriedad. Se abrazó con fuerza a Ari, llorando por Tali. Y, aunque no lo expresara y solo fuera un pensamiento vago, también sufría por la idea que su padre estuviera al tanto de todo y hubiera permitido que asesinaran a su hija menor.
III.
-¿Estás segura que no tenías ni la más mínima idea de lo que tramaba siendo doble espía? ¿Dándole información a Hamas y luego a nosotros? Ari traicionó a Mossad y a su familia -dio un golpe en la mesa y se inclinó, observándola como un animal estudiando a su presa-. Eras la más cercana a él, Ziva. ¿No te dijo nada?
Mantuvo la mirada en él, haciendo caso omiso del reflejo que decía que no lo hiciera. Eli David le daba miedo. Usualmente nunca se sentía amenazada por un hombre. Ella era tan inteligente y fuerte como cualquiera, si es que no los sobrepasaba en todo ámbito. Pero su padre la hacía sentarse con la espalda recta, usar el acento más educado que podía pronunciar y pensar tres veces lo que iba a decirle. Ante su presencia, a la que se había tenido que acostumbrar a ver más seguido con el paso de los años, se ponía tan alerta como si estuviera siendo perseguida por el enemigo.
-Nada. Desde hace cinco años no hablaba seguido con él… y nunca reveló nada. No solía conversar sobre el trabajo. Los espías no dan a conocer nada sobre lo que hacen -dijo, pensando en la última conversación que habían mantenido.
Ari había actuado de manera irresponsable, jugando con la Mossad y Hamas, y de paso, ganándose el odio de una agencia norteamericana. Él le había pedido su ayuda una vez que lo contactó, informándole que Mossad la había enviado para estudiar su peligrosa posición entre dos agencias importantes y uno de los grupos terroristas más grandes del mundo.
-Él me decía que era inocente. Que su lealtad estaba con Mossad, pero que las demandas que le hacía Hamas para integrarse de forma completa al grupo habían excedido sus capacidades y ahora estaba siendo perseguido por NCIS gracias a un malentendido… Quería volver a Tel Aviv. Lo habría logrado de no haber sido porque sus acciones para con la agencia norteamericana fueron reales y tuve que… Tuve que…
-Hiciste lo que requería la misión, hija. Asesinaste a un traidor. Deberías sentirte orgullosa por proteger a la agencia de las posibles otros daños que él podría haber causado -le sonrió-. Además, sabías que esto era lo más pausible por ocurrir. Seguiste una orden, y la realizaste con éxito. Es por eso que te daré una misión especial.
-¿Una misión? -preguntó, quitándose la imagen de Ari en el sótano del agente especial Gibbs con el agujero de la bala en medio de la frente-. Solo han pasado tres días desde que regresé a Tel Aviv.
-Necesito a la mejor oficial en esto -abrió una carpeta y hojeó algunos papeles-. Te irás en dos semanas. Los detalles los recibirás del oficial Hadas -firmó rápidamente y cerró la carpeta, para luego entregársela-. Estoy orgulloso de ti, Ziva -su mirada brillante encajaba con sus palabras. Era extraño, ya que sus ojos solían expresar lo contrario a lo que decía-. Te lo has ganado.
Al salir de la oficina del director de la Mossad, del hombre que había acabado con diez células terroristas en seis meses de haber ingresado a la agencia, de su padre (siempre pensaba en él en ese orden); sentía el peso de lo que no había revelado en el interrogatorio de pocos minutos antes.
Ziva guardó la mirada atribulada de Ari en Estados Unidos y las palabras desdeñosas con las que se refería a su padre, las incontables veces que lo defendió ante el ataque de los oficiales y trabajadores de la agencia, la certeza que él tenía que no iba a vivir durante más tiempo; las dudas sobre si realmente su padre no esperaba que Ari tuviera tanto poder que pudiera traicionarlos, y los pedazos rotos de confianza que le recordaban que ya no tenía a nadie más en este mundo a quien llamar familia.
Cuando el avión despegó con rumbo a Washington D.C., Estados Unidos; no supo si sentirse triste o feliz: su hermano le había mentido y tuvo que matarlo a sangre fría. Y ahora podía empezar un periodo lejos de Mossad y de la asfixiante sombra paternal.
Durante casi todo el viaje se abrazó a ella misma. Ya no tenía a Tali para consolar o a Ari para mitigar su dolor. Desde aquel momento, Ziva solo tenía su coraza de frialdad y autocontrol para enfrentar la vida.
IV.
-¿Seguirás aquí? -preguntó, mientras se despojaba de la pistola y la placa de agente. Ella simplemente le miró y asintió-. No todos los días cerramos un caso antes del fin de semana… ¿Y piensas quedarte aquí?
-Sí. Tengo que terminar de llenar unos papeles que me pidió la directora Sheppard.
-Oh, está bien -apagó el monitor del computador y se colgó la mochila a la espalda-. Nos vemos mañana.
-Hasta mañana, Tony -se despidió, haciendo un gesto con la mano.
Ziva había fingido durante todo el día no notar la incomodidad que reinaba en el ambiente. Ninguno de sus compañeros había dicho en voz alta que aquel día se cumplían dos años de la muerte de la agente especial Caitlin Todd y si no lo habían hecho tampoco el año anterior, era porque mencionarla significaba recordar los días oscuros en que el equipo estaba sumergido cuando Ziva los conoció.
Ella tampoco quería forzar a que hablaran de ella. Por mucho tiempo combatió contra el fantasma de Caitlin Todd para ganarse un lugar en la agencia y, finalmente, ser parte de aquella excéntrica familia.
Debido a esto es que ignoró que Gibbs pidiera más café de lo usual, que McGee hubiera querido almorzar ensalada en vez de una hamburguesa o papas fritas con pollo, que Ducky no contara ninguna de sus historias, que Abby escuchara música pop en el laboratorio, y que Tony no la molestara durante todo el día. Todos recordaban a Caitlin Todd a su manera y no lo expresaban verbalmente en su presencia.
Prolongó su salida de la agencia lo más que pudo. No quería encontrarse con los demás y que la miraran extraño. Irían a visitar la sepultura de la fallecida agente como lo habían hecho el año anterior, creyendo que ella no tenía ni la más mínima idea. Y seguiría siendo así. Quería darles espacio para que no se vieran forzados a explicarle su tradición de luto.
Sin embargo, cuando Ziva detuvo el coche frente a un semáforo que proyectaba luz roja y vio que a su lado se alzaba un templo judío, supo que no se trataba de los sentimientos del equipo. Lo hacía por ella.
El nombre de Caitlin Todd estaba asociado inevitablemente a Ari, y en dos días más, se cumplirían dos años desde que Ziva apretó el gatillo y asesinó a su hermano. Dos años en los que la culpa aparecía cuando menos se lo esperaba…
La luz cambió a verde y apretó el acelerador. Miró por el espejo retrovisor, pero la sinagoga ya había desaparecido de su vista.
V.
Gibbs lo sabía. A veces le daba un poco de miedo que la conociera tan bien, solo un poco de miedo. Luego se relajó y sintió que todas sus defensas caían una a una. De manera imperceptible, ese hombre había conseguido lo que solo dos personas lograron en ella: que abriera su corazón.
Se sentó a su lado, tendiéndole un vaso de café. Lo tomó agradeciéndole con la mirada y lo bebió disfrutando del sabor cargado del líquido quemarle la lengua. Café árabe cargado, sin azúcar. Cuando le trajo por primera vez café años atrás, se sorprendió que supiera cómo le gustaba. Incluso Tony hizo una escena por ello. “¡Se demoró un mes en recordar que mi apellido es DiNozzo y en menos de dos semanas sabe cómo bebes el café!”.
-¿Alguna vez superara…? -bajó el café y limpió con la yema de los pulgares la espuma sobre el agujero de la tapa-. ¿Alguna vez siente que superara la muerte de su esposa e hija?
Nunca habían conversado de aquel tema. Todos se enteraron del pasado de Gibbs con sorpresa, ya que nadie imaginó que detrás de su historial de tres matrimonios fallidos; había una familia.
-Tal vez nunca lo haga -dijo, imitándola y limpiando la espuma de la tapa. Cualquier persona le diría que estaba loca por hablar de la muerte con Gibbs. Él era tan experto en el tema como ella en cultura americana-. Algunos días duelen más, otros menos.
Precisamente por eso esperó a Gibbs para ello. Él no iba a intentar animarla con sermones o citas filosóficas sobre el duelo.
-A veces me pregunto por qué nos involucramos tanto con las personas cuando… cuando siempre se van -las preguntas nacidas desde el día en que Tali le preguntó casi lo mismo salieron a flote después de años acumularse junto a otras en su memoria, en sus sueños olvidados y corazón roto-. Por qué seguimos confiando si nos traicionan, por qué mantenemos la esperanza cuando todo siempre termina en injusticia…
-La vida se trata de contradicciones, Ziva. Seguimos viviendo a pesar que sabemos que casi todo sale mal.
-¿Por qué?
Sus ojos se clavaron en ella con tanta intensidad, que Ziva sintió que podía derretirse en el cualquier instante.
-No tengo idea -admitió, sonriendo de medio lado-. Solo te puedo asegurar que con el paso de los años uno aprende su propia manera de lidiar con el vacío que dejan los que se van. Nadie nos prepara para vivir, Ziva.
Jamás sabría las verdaderas intenciones de Ari, ni tampoco qué había hecho Tali para merecer tal horrible final. Tampoco quería pensar en respuestas para la manera en que Eli David se comportaba, o encontrar respuestas al hecho que no se podía mencionar el nombre de su madre sin que Eli David apretara la quijada.
Todos morían. Era la ley de la vida.
Ziva sabía que su padre era un asesino, corrompido por el poder. Que se había liado con personas que no eran de fiar, y había pagado duras consecuencias por ello. Había aprendido con el sudor de su frente que de nada sirven las buenas intenciones cuando no se actúa por ellas. Ziva sabía que su madre había sido víctima de un ataque terrorista y que no estaba contenta por tener que quedarse callada ante las múltiples amantes de Eli David; que la compasión de Tali la llevaron a ver bondad donde no la había, y Ari mantenía tanto odio en su corazón, que terminó envenenándose con él.
Le correspondió la sonrisa a Gibbs y volvió a beber un sorbo de su café. Él sabía que ese año se cumplen cinco desde la muerte de su hermano.
Ziva tenía a Gibbs, un padre protector y cariñoso a su manera. Tenía a McGee, un amigo fiel; a Abby, una hermana que hablaba hasta por los codos y era imposible que no la hiciera reír. Ducky era como una especie de abuelo, siempre animándola y consintiéndola. También tenía a Palmer, que era como un primo, con el cual se sentía a gusto compartiendo relatos de su cultura islámica. Y Tony. El compañero más preocupado y extrañamente sensato que nunca podría haber imaginado, aunque la desesperara todo el tiempo.
Cerró los ojos, tragando el café. Y sonrió.
Se sentía más fuerte para seguir enfrentando la agonía del vacío constante que dejó su familia en su corazón.
FIN