Título El efecto mariposa
Fandom: Crossover: Rurouni Kenshin/Good Omens
Resumen: Un ángel bate sus alas en Tokio y lo demás es historia.
Raiting: G
Nota: Tenía que sacarme el plotbunny sí o sí.
Aziraphale sonrió al abrir los ojos y encontrarse detrás de unos arbustos cerca del camino a la ciudad de Tokio.
Era aún de noche, pero el sol no tardaría en salir. Aunque el ángel hubiera preferido que fuera ya de día, para observar el paisaje, ese era el momento en que debía estar ahí.
Hacía mucho que Aziraphale no ponía pie en el Japón, y extrañaba la encantadora arquitectura tan pecular de esa zona del mundo.
Sin embargo, francamente, no le hubiera gustado tener que hacer de esa isla su base de operaciones, siendo tan difícil que era conseguir libros de diferentes lugares del mundo ahí, pero era un lugar adorable para vacacionar de vez en cuando.
Aziraphale, lamentaba no poder quedarse ahí hasta que florecieran los cerezos; pocas veces podía verse un espectáculo tan hermoso, por el que dieran tantas ganas de alabar al Señor. Por supuesto, todo lo que existía y sucedía en el mundo era obra del Señor y había que alabarlo por ello, pero los cerezos en flor eran algo especial para los corazones humanos, benditos fueran, al menos en aquella parte del mundo.
El ángel se ajustó el sombrero que cubría sus facciones, cruzó los brazos y metió las manos en las amplias mangas de su traje antes de comenzar la marcha. Avanzó por el camino con pasos lntos y cuidadoso; siempre le era muy difícil volver a acostumbrarse a utilizar esas sandalias de madera.
Aziraphale sabía que hacía una década-un parpadeo-se había llevado a cabo una guerra cruenta y que el país se encontraba en medio de un difícil proceso de reconstrucción. Por eso le habían pedido a él que se encargara de esto; los demás ángeles estacionados en la zona estaban ocupados trabajando en otras esferas más urgentes del bien común.
Él también haría algo por el bien común, pero lo haría de una manera mucho más sutil: sólo tendría que mostrarle a un hombre el camino correcto y decirle la verdad a una mujer.
Algo muy sencillo, pero Allá Arriba parecían creer que era algo importante, tan importante como para encomendarlo a un Principado. Y a él en específico por la simple razón de que era uno de los pocos que se desenvolvía con naturalidad entre los humanos. Además, otros ángeles de alto rango no hubieran podido evitar hacer un numerito que de alguna u otra forma involucrara luces sobrenaturales y un discurso sobre el destino, arruinando el efecto de casualidad que era parte esencial de las instrucciones.
En resumen, muchos aún tenían que aprender que Casualidad era la mayor parte de las veces sólo otro de los nombres del Señor.
Por no decir que los humanos, pobres dulzuras, tendían a intimidarse grandemente ante la sola mención del Plan.
Unos pocos metros más adelante, Aziraphale encontró a otro viajero, un hombre joven de cabello color rojo que tenía una cicatriz muy particular en la mejilla izquierda sentado debajo de un árbol. Miraba hacia el horizonte, como si esperara el amanecer antes de reemprender su viaje.
-Hola -dijo Aziraphale-. Disculpe usted, pero este es el camino hacia Tokio, ¿cierto?
-Así es -respondió el hombre muy cortésmente.
Tiene un rostro muy franco para un pasado tan sombrío, pensó Aziraphale. Pero en su momento había decidido cambiar de corazón, y eso era lo importante.
Aziraphale podía hacer una larga lista de gente cuyo arrepentimiento había sido sólo de dientes para fuera y en poco tiempo habían vuelto a las andadas. Era agradable encontrarse con alguien de resoluciones firmes.
-Por casualidad, ¿va usted hacia allá?-continuó el ángel-. Estoy cansado de caminar solo y me vendría bien un poco de compañía.
El hombre se levantó de inmediato.
-Por supuesto. Será un placer recorrer el resto del camino con usted.
Así, los dos reemprendieron el camino en silencio, con pasos tranquilos y suaves, pues Aziraphale ya había recordado el truco para caminar con las sandalias.
Pronto, la ciudad de Tokio apareció ante ellos. A esa hora, en que el sol apenas despuntaba, todo estaba muy tranquilo y cubierto de neblina, y el único recibimiento que tuvieron fue un par de perros callejeros moviendo las colas.
-¿Sabe?-preguntó el hombre pelirrojo tras haber caminado por algunas calles-, es un poco extraño encontrar viajeros a esta hora.
Aziraphale sonrió.
-Podría decirse que estoy en medio de una peregrinación y tengo un horario que cumplir.
-Entiendo.
-Pero ya estoy en el lugar justo en el momento preciso -el ángel guiñó un ojo-. Escuche, me parece que es usted una persona muy agradable, así que le compartiré un pequeño secreto: hay cerca de aquí un lugar donde se puede encontrar alojamiento agradable relativamente barato.
-¿De verdad?
Aziraphale asintió.
-Sí, sólo hay que seguir recto por aquella calle -dijo, señalando hacia su derecha-. No tardará en encontrarlo. Iría con usted, pero justo ahora tengo que esperar a alguien aquí.
-Muchas gracias por el consejo -dijo el hombre mientras se inclinaba ligeramente.
Esa era otra cosa que a Aziraphale le agradaba de los japoneses, esos modales delicados tan difíciles de encontrar en Londres-y por alguna razón, el ángel sentía que debía culpar a Crowley por ello.
-Un placer -respondió Aziraphale-. Nos veremos después, espero.
-También yo -respondió el hombre pelirrojo antes de alejarse con paso tranquilo por la calle que el ángel había indicado.
Aziraphale volvió a meter las manos en las mangas y esperó.
Menos de treinta segundos más tarde, llegó una jovencita muy agitada. Empuñaba una espada de bambú en la mano. Se detuvo cerca de él y miró hacia todos lados.
-¿Pasa algo, cariño?-preguntó Aziraphale.
La chica tomó aire antes de responder con voz firme:
-¡Busco a Battousai el asesino!
Aziraphale sonrió y señaló de nuevo la calle por la que se había ido el hombre pelirrojo.
-Se fue por allá -dijo.
-¿Está usted seguro?
-Por supuesto -replicó Aziraphale un tanto indignado; pensar que él pudiera equivocarse en algo así era un tanto desagradable.
La chica hizo una reverencia.
-Muchas gracias -dijo antes de salir corriendo de nuevo.
-Por nada.
Aziraphale se quitó el sombrero y vio la figura de la chica alejarse entre la niebla.
Camino correcto indicado, verdad dicha.
Misión cumplida.
Ahora, debía regresar a Inglaterra en ese momento si quería llegar a tiempo a su cita con aquel vendedor de antigüedades.