¿Qué más puedo decir?
Y así fuimos y enterramos al abuelo y operaron a África y se repuso para poder sufrir un poco más. Y la quimioterapia acabó con su pelo, pero la naturaleza no la iba a dejar afearse y le creció nuevamente la mata de pelo, más lustrosa aún, más como el ala de un cuervo. Y se le agrandaron los ojos malva. Y cuidó como pudo de la abuela hasta que la pobre murió seis meses después de su anciano y fiel compañero. Y la llevamos a Nueva York a pasar temporadas. Y se mudó al pequeño piso de Casado del Alisal.
Y yo dejé tranquilamente de vivir, un poquito allí, un poquito allá. Escribía cosas sin alma y las vendía como rosquillas. Y asi pasaron casi quince años.
Y un día, cuando celebrábamos una de nuestras comidas en familia, en una de mis raras y huidizas visitas a Madrid, la muerte se coló de rondón en casa. Y nos pareció hasta gracioso que África se trabucara y se cortara patosamente en un dedo al pelar una patata para hacer la tortilla.
Y así, hasta que la miré, muerta.
(Fernando Schwartz)
No entra la luz en el cuarto oscuro...
Desespero...
Y quiero correr, quiero escapar...
quiero olvidar, ese lugar...
la oscuridad, y la ansiedad...
la pesadilla nunca va a acabar...
Y quiero correr, quiero escapar...
quiero olvidar, ese lugar...
la oscuridad y la ansiedad...
el cuarto oscuro vuelve a menguar...
Enciende la luz...
Enciende la luz...
Enciende la luz...
Enciende la luz...
Enciende la luz...
Enciende la luz...
Desespero...